El pozo

Un amor profundo y sorprendente.

El pozo

1 – En el instituto

Yo no solía reunirme con demasiada gente cuando salíamos de clase. Todos hablaban al mismo tiempo y verdaderas tonterías. Las tías, como es normal, no hacían nada más que criticar a este o al otro o tirarte los tejos directamente. Quico sabía de sobra que me gustaba y yo sentía algo por él. Un día nos la montamos en su casa porque no estaban sus padres, pero cuando ya nos estábamos lavando las manos, aparecieron de repente. Le dije que no iba más a su casa a follar y se molestó. Sin embargo creía que, aunque a mí no me gustaba correr esos riesgos, si me lo proponía, me iría a su casa a echar algún que otro polvo. Yo sabía que aquel día no estaban los padres en su casa, así que me temí que iba a proponerme follar un rato y, como estaba un poco asustado, me fui con el grupo de Esther, donde había chicos y chicas.

Uno de ellos, al que llamaban Pincho, por sus pelos, se acercó a mí sonriendo y me echó el brazo por el hombro:

  • ¡Joder, tío! – me dijo -, nunca te vienes con nosotros y lo pasamos de puta madre.

  • ¿Follas mucho con estas tías, o qué? – le pregunté cortante -; aquí puedes elegir.

  • Yo no follo con tías, chaval – me dijo claramente -; me gustan los tíos, pero no todos. Tú sí me gustas.

Miré atrás y me di cuenta de que Quico venía siguiéndonos. Yo sabía que lo único que le interesaba de mí era follar. No era un tío que estuviera pensando en ser buenos amigos o en llegar a ser pareja, así que le eché el brazo a Pincho por encima del suyo y le acaricié el cuello. Me miró de cerca y fijamente a los ojos. Le pareció que le estaba diciendo indirectamente que a mí me iba el rollo y me guiñó un ojo.

El grupo se deshizo para mirar unas revistas y se me acercó otro chaval (que yo sólo conocía de vista) y me dijo:

  • Ten cuidado con Pincho. No es mala persona, pero tiene muchas fantasías en la cabeza. No te creas la mitad de lo que te dice. A mí me aseguró un día que la luna sale a veces por un lado y otras veces por otro. ¡Cuidado con sus fantasías!

¿A qué venía aquella advertencia? Hablamos todos un poco, pero Pincho procuraba estar siempre cerca de mí y rozarme la mano o el culo. Hasta llegó a cogerme la polla en un momento en que nos metimos en una aglomeración. El chaval que me avisó debió darse cuenta y se acercó a mí cuando Pincho estaba retirado:

  • ¿Lo ves? – dijo -; le da igual comerte la polla o que te lo folles, pero procurará llevarte a sitios muy retirados. Ten cuidado.

Quico seguía observándome desde lejos y pensé que una forma de que se apartara un poco de mí podría ser que viese claramente que yo estaba liado con Pincho, así que, en un momento de despiste de todos pero a la vista de Quico, abrí la palma de mi mano y le cogí el paquete a Pincho, lo abracé y (aquello no lo esperaba) me besó y rozamos nuestras lenguas.

  • Voy de excursión solo – me dijo - ¿Te vendrías conmigo?

  • ¿Entrarían en la excursión un par de polvos salvajes? – le sonreí.

  • Si tú quieres sí – me hablo al oído y en serio -, no suelo obligar a nadie.

  • Pues estás muy bueno, Pincho – le contesté -; follaría contigo todas las veces que me lo pidieses.

  • ¡Espera, hombre! – contestó -, se trata de ir de excursión a un sitio casi secreto. Te gustaría mucho. Y esos sitios así apartados dan mucho morbo para follar… si te apetece, claro.

  • ¿Cuándo sería eso? – pregunté intrigado -; no quiero faltar a clase.

  • Yo tampoco – dijo -, estaríamos fuera el sábado y el domingo. Déjame que te explique. Salimos el sábado por la mañana, hacemos el viaje en autobús, pasamos allí el sábado y el domingo y volvemos por la tarde o por la noche.

  • ¿Hay sitio para dormir?

  • No – dijo en seco -, yo llevo mi tienda aunque es muy endeblita.

  • ¡Jo! – le apreté el hombro -; deja que lleve yo la mía que es buenísima.

  • Entonces… ¿quedamos? – preguntó muy ilusionado - ¿El sábado temprano?

  • Vale, tío – lo besé en la mejilla -, además de ver ese sitio retirado, estoy deseando de estar contigo. Ya me dirás la hora y dónde nos vemos.

2 – En camino

Quedamos antes de las ocho en la estación de autobuses y, comiéndome la boca en medio de la calle, se despidió de mí. Cuando me volví para volver a casa, vi que Quico venía muy decidido. Se acercó y me quedé mirándolo asustado.

  • Te estás equivocando, Teo – dijo -; todo el mundo sabe que Pincho es gay y que va a follarse a todo el que puede. No está bien de la cabeza, en serio. Te he ofrecido mi casa para estar los dos juntos y follar ¿Por qué me rechazas?

  • No te rechazo, Quico – bajé mi vista -, pero me llevas a tu casa a follar sabiendo que tus padres pueden aparecer en cualquier momento. Me encanta follar contigo, pero no hay más que eso: sexo. Por eso voy a probar con Pincho. Por lo menos estaremos en un lugar escondido y en una tienda.

  • Pídemelo a mí, por favor – dijo -, nos iremos de excursión, lo que tú quieras.

  • ¡Oye, oye! – vi las lágrimas en sus ojos - ¿Me estás diciendo que…?

  • ¡Sí, idiota! – gritó - ¿Todavía no te has dado cuenta? Me gusta follar siempre contigo, no con cualquiera.

Me quedé pensativo y lo tomé por el brazo. Te invito a unas cañas y hablaremos en serio, te lo prometo.

  • No, es igual – respondió soltándose -, ya te vas con el Pincho. Espero que lo paséis bien, pero procura no enamorarte de él.

  • ¿Qué dices? – exclamé - ¡Voy a una excursión con él!

  • ¿A comeros la boca? – preguntó - ¿Así será toda la excursión o también habrá polvos?

  • ¡Quico! – lo tomé por los hombros - ¡Estás celoso!

  • ¿Y a ti que te importa?

  • ¡Claro que me importa! – le dije -; parece que sientes algo por mí ¡Joder! Lo has estropeado todo con tu puta manía de follar a la fuerza en tu casa.

  • ¡Vámonos de excursión los dos! – me rogó - ¡No me importa estar contigo en una tienda en vez de en mi casa. Sólo quiero follar contigo.

  • Guárdame este secreto, Quico – le dije al oído -; ya que se ha planteado así no quiero cambiar las cosas. Voy a irme con Pincho, pero quiero que sepas que si he cometido un error, volveré a ti. No quiero follar por follar y con tus padres en casa. He visto cómo me perseguías. Te he abandonado por una gilipollez, vale. Pero me has demostrado que sólo quieres follar conmigo. Solucionaremos lo del lugar para follar; no te preocupes.

El sábado por la mañana encontré a Pincho en la estación dando paseos con sus bolsas. Estaba buenísimo. Su pelo corto y moreno lo tenía siempre engominado y hacia arriba, llevaba una camiseta, aunque más bien gruesa y oscura sobre la cual brillaba un colgante de plata, y una chaqueta de cuero negro encima. Sus pantalones vaqueros le quedaban tan ajustados que daba miedo mirarle el paquete y sus pies estaban enfundados en unas botas acordonadas hasta arriba sobre el pantalón. O sea, que me lo hubiese follado en aquel mismo momento. Pero como persona era extrañísimo. Aseguraba cosas incongruentes pero con mucha seguridad. Parecía un científico, pero a mí no me colaba mucho aquello de que el color de las flores dependía de la inclinación de los rayos del sol sobre las hojas. Bueno, se trataba entonces de no hacer caso de esas cosas extrañas porque, por lo demás, aunque era un desvergonzado, era muy cariñoso y atento. Estuvo todo el viaje pendiente mí. Me dejó pasar antes, me pidió que eligiese asiento, me ofreció galletas y me besaba de vez en cuando en la mejilla sonriendo. Me impresionó conocer a alguien así. Superficialmente parecía un chulo, un gamberro, pero era delicado, cariñoso. No era el Pincho que conocía del instituto hasta que me miró fijamente y sonriendo y dijo sin venir a cuento:

  • ¿Sabes, Teo? A veces hay que hacerse el chulo si no quieres que te coman por sopas.

Me ayudó a bajar cuando llegamos y me quitó la mochila de la tienda para llevarla él y, no conforme, me tomó por la cintura:

  • ¡Ten cuidado, Teo! – dijo -, este camino tiene muchas piedras y no quiero que te caigas.

Lo miré sin poder creer que aquel era Pincho.

  • Oye… - me daba miedo de preguntarle - ¿Has traído…? ¿Has venido con más gente…? Bueno, ya sabes lo que quiero decir.

  • No, Teo – contestó mirándome -; tú eres el primero al que traigo. Sí, soy gay, pero no como lo piensa la gente. A mí me trajo aquí por primera vez un profesor. Por respeto, no te voy a decir quién es, pero vinimos de excursión, aunque por la noche, como hacía calor, nos acostamos desnudos y juntos. Pero se limitó a comerme la polla.

Me parecía imposible lo que estaba oyendo. Yo creía que Pincho se ligaba a los tíos, los invitaba a una excursión y… ¡a follar! Me sentí muy bien, me paré y lo besé en la mejilla.

No anduvimos demasiado (algo más de un kilómetro), cuando llegamos al embarcadero de un lago enorme. Era precioso. Sus aguas eran muy azules y sus orillas estaban todas cubiertas de árboles. Creo que me quedé con la boca abierta.

  • ¡Hola, muchacho! – le dijo un viejo muy simpático del embarcadero - ¿Te gustó esto la otra vez ¿eh? ¡Vaya! Hasta te has traído a un amigo.

¡Era cierto! Pincho no había estado allí nada más que una vez; parecía que esta era la segunda. Tomó una lancha a motor, aunque el viejo le advirtió que era muy joven para llevarla pero que lo dejaría pasar.

Sonido:

http://www.lacatarsis.com/remos.MP3

(Pink Floyd)

(oír para el pasaje siguiente)

Pusimos las cosas en la lancha y nos subimos. A mí no me hacía mucha gracia aquel balanceo. No es que me marease, es que me parecía que nos íbamos a caer al agua. Nos sentamos uno frente al otro y comenzó a remar hacia el centro del lago. La vista era maravillosa. El silencio era increíble. Sólo se oía el chapoteo de los remos en el agua. Estuve mirando a mi alrededor embobado hasta que mi vista se posó en los ojos de Pincho.

  • ¡Qué bonito es todo esto! – exclamé -; y sobre todo contigo ahí delante.

Me sonrió, recogió los remos y se pasó a mi lado para encender el motor. No podía soportar el balanceo de la lancha. Por fin se sentó y me pasé yo al otro asiento. Arrancó el motor y comenzamos a deslizarnos suavemente sobre las aguas ¡Oh, Pincho! ¡A qué lugar tan bello me has traído!

3 - La mina

Recorriendo el lago por el centro a poca velocidad, Pincho iba disfrutando del paisaje tanto como yo y me miraba de vez en cuando pero, aún estando ya a solas y retirados, aquel chaval, que podía hacerlo, no me rozaba la pierna, no me acariciaba, no me besaba. Me miraba sonriente y me señalaba hacia algún sitio interesante. De vez en cuando, tenía que apartar mi vista de él. No entendía por qué su comportamiento era tan gentil. Me sentí importante para él.

De pronto, y haciéndome un gesto como aviso, torció hacia la derecha. Enseguida vi una especie de cala que se adentraba entre los árboles y nos dirigimos hacia allí. Pasamos bajo las ramas y a la sombra, pero al llegar noté que Pincho puso una cara extraña.

  • ¿Qué pasa? – exclamé - ¿Qué has visto?

  • ¡Mira, Teo! – me volví -, ahí había un pequeño embarcadero. Lo han quitado. Es posible que no quieran que la gente desembarque aquí. Pegaré la lancha al máximo y, a lo mejor, tendremos que mojarnos los pies un poco. Si quieres, bajo yo antes y te cojo en brazos.

  • ¿Qué dices? – me ruboricé -, no me importa mojarme un poco. Pondremos las botas al sol.

Apenas nos mojamos, fijó bien las amarras y subimos despacio por una vereda. No me dejaba llevar peso.

  • ¡Ve tú delante, Teo! – dijo -; quiero estar pendiente de ti.

No sé cuánto subimos, pero llegamos exhaustos y encontramos la vieja mina y dos casas semiderruídas. Había unos raíles del tren oxidados y un escalón como un andén. Subimos allí y nos sentamos en el suelo a descansar.

  • ¿Estás bien, Teo? – dijo - ¿No estás cansado?

No contesté, me volví hacia él, lo abracé y lo besé. Sentía algo muy raro por aquel chaval. Todo lo hacía y lo decía por mí. Me besó normalmente, no como en la ciudad, que parecía hacerlo escandalosamente a propósito.

  • ¡Qué lindo eres! – me acarició la mejilla -; no quiero a nadie cerca de ti en la ciudad. Tienes que tener mucho cuidado con la gente. Eres muy cándido y demasiado bonito.

  • ¿No me acaricias ahora que estamos solos? – dije - ¡Ni siquiera me la coges!

  • No – dijo tajante -, no es el momento. Cada cosa tiene su momento. En la ciudad es distinto. Descansaremos un poco, montaremos la tienda y daremos una vuelta por los alrededores. La otra vez no vi casi nada. Luego visitaremos la cueva. Hay que bajar muchas escaleras y abajo hay un lugar espeluznante. Una sala redonda enorme con un pozo que rebosa en el centro. Al fondo, en la pared, hay unas maquinarias muy extrañas. Te asustará un poco, pero vas a alucinar. Luego, subiremos a comer y descansaremos un rato. Entonces será cuando nos hagamos felices todo lo que queramos ¿Vale?

  • Sí, sí – lo miré ilusionado -, lo que dices es lo mejor. Eres un buen excursionista.

Cuando descansamos, me ofreció otras galletas de chocolate y batido. Le dije que yo también llevaba cosas y me aconsejó que las guardara para más tarde.

  • ¡Toma, come! Estas están muy ricas. Las he comprado para ti.

¡Santo Dios! ¿Qué me estaba pasando? Encendí un cigarrillo aún sabiendo que allí no debería fumar. Estaba muy nervioso ¡Me estaba enamorando de Pincho!

Lo tomé de la mano y dimos un paseo por aquel lugar abandonado. No parecía verse nada importante, excepto unos brillantes y preciosos trozos de pirita ¡Como oro!

  • ¡Guárdalos de recuerdo! – dijo - ¡A mí me encantan!... y no son más que trozos de hierro y azufre ¡Je!; pero sus formas son tan perfectas ¿verdad?

  • ¡Sí! – cogí algunos -, son como cubos incrustados unos a otros ¡Perfectos!

  • Esto era una mina de pirita – me explicó – y cuando se hizo el embalse, quedó abandonada. Tal vez no quieran que la gente venga aquí porque esa cueva que te digo puede ser peligrosa para gente de poco seso. Pero el profesor me enseñó cómo verla. Traigo una buena linterna y no nos soltaremos de la mano. Si sabes nadar, en un caso imprevisto, no te pasará nada. No hay agujeros donde caerse ni nada de eso. Si quieres, podemos desnudarnos antes de bajar.

  • Podemos dejar la ropa en la tienda – le dije -; yo me he traído el bañador.

  • Yo también – me miró sonriente -, aunque no pensaba bañarme.

Dejamos todo en la tienda. Nos desnudamos allí dentro y no podía apartar mi vista de él. Su pecho era suave. Como no estaba demasiado relleno, se le notaban un poco las costillas. Cuando se quitó el pantalón y vi sus calzoncillos ajustados, no pude soportarlo y le acaricié el paquete.

Me miró sonriendo y me besó levemente:

  • ¿Te gusta? – preguntó en voz baja -; cógela si quieres. No nos va a ver nadie.

Apreté un poco y se acercó a mí a besarme mientras metía su mano por mi pantalón ya abierto.

  • Cuando volvamos, Teo – dijo -, antes de nada, nos tocaremos todo lo que queramos. Me estás empalmando – se rió -, menos mal que aquí nadie me verá el bulto.

  • ¿Dónde follas normalmente, Pincho? – le pregunté intrigado -; nunca te he visto con nadie fijo. Siempre andas diciéndoles cosas a todos

  • Hasta que bromeé contigo y supe que eras gay – contestó -. Mira, Teo; cuando estoy en el instituto a todos les parece que soy un maricón peligroso. Un chalado. Los tíos me huyen y a las tías no les da miedo de que les meta mano. Me siento libre. Pero cuando me voy para mi casa, me siento solo. No tengo a nadie como tú a mi lado. Conocí a un chico muy guapo y estuvimos juntos… un año. Follábamos algo y siempre lo hacíamos en la azotea de mi casa. Allí no sube nadie. Limpié un lavadero antigüo y allí nos metíamos a tocarnos. Casi no hacíamos otra cosa.

  • Pues has conseguido una fama bastante distinta en el instituto – le dije asombrado -; la gente me ha dicho que tenga cuidado contigo, que en cuanto me descuide me follas y esas cosas.

  • No, Teo, no – me confesó -; esa es la película que se han tragado esa partida de gilipollas. El que tienes a tu lado desde esta mañana es Pincho; el verdadero.

  • Entonces… - me quedé pensativo - ¿no tienes pareja?

  • No – bajó la cabeza -, estoy solo. Ojalá te tuviese a ti a mi lado todos los días. No busco follar y punto. Busco a un tío que esté conmigo; que me escuche, que me acompañe a las compras, a las excusiones, al cine ¿Qué sentido tiene tener a tu lado a un tío que está deseando de pillarte a solas para meterte mano?

Me quedé mudo. Yo estaba haciendo eso pensando que él era el que metía mano en menos que lo pensaras. Retiré mi mano despacio de su cuerpo:

  • Lo siento, Pincho – lo miré fijamente -, he actuado así porque

  • Ya lo sé, ya lo sé – dijo besándome -; no te preocupes. Eso me pasa por dar la imagen que doy. Pero no me molestas, al revés, ojalá te tuviera siempre a mi lado.

Me puse nervioso y me quité los pantalones y saqué las calzonas y las zapatillas.

  • ¡Vamos a bajar! – dijo -; luego, si quieres, hacemos lo que sea. Me gustas.

  • Tú también me gustas – le acaricié la pierna -, pero como eres, no como se te ve en clase.

4 – La bajada

Cogió una linterna muy buena y grande. Me dijo que era sumergible pero que no le hacía mucha ilusión bucear para ver el fondo del pozo. Entonces fue él quien me cogió de la mano para salir de la tienda. Había un sol espléndido aunque el aire era frío. Me agarró por la cintura y dimos un paseo no muy largo hasta encontrar una puerta; era como la entrada a una mina, pero enseguida había escalones que bajaban. Nos dimos la mano y fue él delante. Bajamos muchísimos escalones hasta que vi que llegábamos a algún lugar. Me puso a su lado y comenzó a alumbrar.

  • ¡Joder! – me agarré a él - ¿Quién diría que esto está aquí?

  • Observa, Teo – habló seguido de su eco -, fíjate en el pozo. Tiene un pasillo alrededor ¿Lo ves? No es muy ancho; algo más de medio metro, supongo. El agua está clara, pero es imposible ver el fondo. Fíjate que el agua llega hasta el borde. No es peligroso caerse, pero ya te digo que no me gustaría meterme ahí. Al fondo ¡fíjate!; mira esas máquinas. Son como una noria de metal. Imagino que las usarían para sacar agua. Es espectacular. Mira hacia arriba y fíjate que llega hasta la cúpula.

  • ¡Es grandioso! – exclamé -; lo veremos un poco más y subimos. Este lugar pone los vellos de punta.

  • ¿A que sí? – me apretó la mano -; el profesor que yo te digo me trajo a verlo, pero me quedé aquí solo y él le dio la vuelta al pozo para acercarse a las máquinas. Estaba deseando de que volviese, pero yo estaba deseando de volver a ver esto.

  • ¿Vas a ir hasta las máquinas? – pregunté asustado -.

  • No, no – dijo -, me da miedo dar la vuelta por ese pasillo con tanta agua ahí en medio. Volvamos ya si quieres.

  • Sí, vale – le sonreí -, ha sido una visita corta pero espectacular. No se puede olvidar un sitio así.

  • Volvamos a la tienda – tiró de mi mano -; yo subiré delante.

Cuando salimos a la luz del sol casi no veíamos. Nos sentamos otro poco en la estación y comencé a sentirme raro. Pensaba que iba de excursión con un excéntrico y ni siquiera me había metido mano.

  • Pincho – quise saber más - ¿por qué en el instituto te comportas de una forma tan rara y aquí eres…?

  • ¿Cómo soy? – dijo -; quiero saberlo de ti.

  • Encantador – lo miré fijamente -, eres encantador. Al menos, conmigo. Me has traído a un sitio precioso y secreto.

  • Como mi amor por ti – cerré la boca -; nunca nadie ha podido pensar en que estoy enamorado de ti locamente.

Lo abracé y lo acaricié todo lo que pude.

  • Es tan grande mi respeto por ti – dijo -, que no quería molestarte. Cuando supe que eras gay, como yo ¡Joder, qué alegría! Pero yo sí sé que tú ya tienes pareja. No me lo tomes a mal, pero Quico lo único que quiere es follar. Lo veo en sus ojos. Yo busco amor; darlo y recibirlo.

  • ¡Nunca hubiera podido imaginar esto! – le acaricié la mano -; ahora soy yo el que quiero acostarme contigo ¡No lo entiendo!

  • ¿Te preocupa? – preguntó -.

  • No - contesté -, sinceramente, pensé que ibas a meterme mano en cuanto pudieras y que me follarías sin parar.

  • Te dije que follaríamos si tú querías – no apartaba su vista -, pídemelo y te lo daré todo, pero puedes estar seguro de que te respetaría siempre.

  • ¡Ámame, Pincho, ámame, por favor!

Me miró asustado. No se esperaba mi reacción. Me agarró la otra mano y se levantó. Me llevó a la tienda y nos quitamos las zapatillas. Luego dejamos aparte las calzonas y nos quedamos en calzoncillos. Nos echamos despacio y nos abrazamos. Estábamos nerviosos los dos y nos costó trabajo comenzar a besarnos en serio, a acariciarnos… Tiré del elástico de sus calzoncillos y estuve viendo y acariciando su polla. Él miraba hacia abajo y sonreía:

  • ¿Te gusta?

  • ¡Joder, claro que sí!

La fui acariciando. Estaba dura y el prepucio ya le había bajado. Vi cómo se mojaba. Me miró y me besó y fue entonces cuando se atrevió a tirar de mi elástico y a acariciar la mía. Así estuvimos mucho tiempo. Por fin, me quité los calzoncillos y él me siguió. El abrazo fue el definitivo. El primero. Pero seguimos acariciándonos las pollas y el movimiento se fue acelerando. Nos estábamos haciendo una simple paja. Yo pensaba en un Pincho duro, que me iba a coger, me iba a arrancar los pantalones y me la iba a meter sin compasión hasta el fondo y sin piedad. Pero no era sexo lo que buscaba ¡Sólo quería estar conmigo!

Pasamos el día explorando aquellos lugares, comiendo algo y hablando mucho; conociéndonos. Aquello era increíble. Era lo que había pensado en lo poco que había vivido. Pero era posible.

Al llegar la noche, comenzó a hacer frío y nos metimos en la tienda. Seguimos hablando, pero yo ya no pude más y lo abracé y lo besé y sus manos recorrieron mi cuerpo con delicadeza. Nos acariciamos las pollas, sí, pero también nos las chupamos un buen rato. Éramos como dos niños principiantes. Sin pensarlo más, me di la vuelta y empujé con mi culo su polla. La puso en mi agujero con cuidado y comenzó a follarme.

  • Avísame, mi vida – me dijo -, no quiero hacerte daño.

  • No – contesté -, no me vas a hacer daño y te necesito dentro de mí. Empuja, empuja. Por favor, fóllame.

Entonces sí empezó a follarme. Sentía un placer enorme. Sus huevos me golpeaban los muslos. Iba dando empujones y sacándola casi hasta afuera. Empezó luego a respirar aceleradamente y a quejarse: «¡Me corro, me corro!».

Fue tranquilizándose y apreté su culo contra mí:

  • Déjamela dentro un rato, Pincho – susurré - ¡No sabes lo feliz que me haces!

En aquella noche y al día siguiente follamos de muchas formas, pero siempre con tranquilidad. Yo no quería volver. Le había prometido a Quico que íbamos a estar juntos, pero estar con Pincho era otra cosa. No era follar, sino ver la naturaleza, ver lugares escondidos y misteriosos, pasear en lancha, besarnos entre los árboles como si fuésemos amigos; en la mejilla. No, no quería volver.

Cuando llegamos a la ciudad, nos dimos los teléfonos, pero el lunes no fui a clase. A la hora del recreo, me llamó Pincho asustado. Estaba en un sitio apartado porque no se oía ruido.

  • ¡Pincho!

  • ¿Por qué no has venido, amor? – estaba preocupado -.

  • Déjame que falte esta semana, por favor – le dije -; necesito averiguar cómo desengañar a Quico. No quiero hacerle daño.

  • No, mi vida – dijo muy seguro -, cuando me ha visto contigo y no has venido, habrá pensado en lo que él hubiera hecho contigo. Lo he visto enfadado irse a su casa. No te dije nada, pero te lo digo ahora. Te estabas metiendo en un pozo sin fondo.

  • Tú me has sacado del pozo, cariño – comenzaron a correr mis lágrimas -; tú me has llevado a un pozo lleno a rebozar. Un pozo de amor y cariño y respeto por quien tienes a tu lado. Ni me has perdido ni me vas a perder.

  • ¿Es cierto lo que dices, Teo? – dijo -; estoy muy asustado.

  • Toma nota – le dije -. Nos veremos esta tarde donde yo te diga. Esperaremos una semana y volveré a clase.

  • ¡No me dejes, por favor!

  • No suelo hacerme daño a mí mismo, Pincho; y voy a hacerte muy feliz. Iremos de paseo, de compras, nos haremos fotos, comeremos galletas y, cuando mi padre cumpla lo prometido, tendremos un pequeño apartamento para los dos. Para estudiar.

  • Tú eras el tío que yo estaba buscando.