El pote frente a la cancha de futbol
Ibamos camino a vivir una nueva experiencia. Nuestro principal enemigo era la falta de tiempo ...
EL POTE FRENTE A LA CANCHA DE FUTBOL
Todo había sido perfectamente planeado. Saldríamos de la oficina con diez minutos de diferencia. Vos te irías primero y caminarías por la calle de siempre. Yo saldría luego y te levantaría con el auto.
Esta era una práctica común cuando yo me iba solo del trabajo, y lo habíamos hecho en muchas oportunidades, pero hoy era distinto.
Era invierno, tenías puesto un tapado largo. Se sentía frío. Eso me puso más loco. Avanzaba lentamente con el auto, cuando te divisé a la altura de la avenida. Sabía que no tenías puesta la tanguita, pero sí las medias eróticas. Habíamos quedado que, antes de irte, pasarías por el baño y te la sacarías. Y eso hiciste, saludaste a tus compañeros, fuiste hasta el toilete, te encerraste en un reservado y procediste a sacarte la tanguita. Te sentías nerviosa, pero ansiosa por la situación. Saliste del baño, y hasta llegar a la calle, pensabas que todos te miraban y advertían lo que habías hecho. Ya en la calle tuviste la misma sensación. Pero eran tu imaginación y tus nervios.
Recuerdo que no costó mucho que aceptaras este tipo de práctica, de sacarte la tanguita y permanecer así durante la sobremesa en mi oficina. Pero ese día era muy distinto, era la primera vez en la calle.
En realidad, todo lo que hacíamos surgía de común acuerdo y ambos lo deseábamos.
Después me comentaste que habías sentido una mezcla muy especial de frescura, por el clima, y de calor por la excitación que te provocaba notar la ausencia de tu bombachita.
Me puse a la par tuya con el auto. Te abrí la puerta, subiste y nos besamos delicadamente. Yo acerqué mi mano a tu cuquita. Quería comprobar que todo estuviera tal como lo habíamos planeado. Efectivamente, mis dedos sintieron el vello de tu entrepierna y el dedo mayor rozó tu sexo y lo sintió totalmente humedecido por la excitación. Más tarde reconociste que estabas recaliente con toda la situación y con lo que vendría.
Afortunadamente, por la época del año, ya había cierta oscuridad, lo que nos iba a permitir permanecer algunos minutos estacionados en algún lugar lejos de miradas indiscretas.
Recuerdo que te dije: "Sos loca, las cosas que hacés". Nos miramos con complicidad, sonreímos y reinicié la marcha. No veíamos la hora de comernos a besos. Estábamos muy excitados.
Durante el corto trayecto y si el tránsito lo permitía, deslizaba mi mano por debajo de tu pollera hasta la cuquita para irla preparando, vos, por tu parte, extendías la tuya y apretujabas al duende.
Por fin llegamos, estacioné sobre la mano izquierda frente a la cancha de un equipo de futbol. El lugar estaba bastante oscuro, de un lado la cancha y sobre la mano que estacionamos había una casa supuestamente abandonada y un negocio cerrado.
Hasta ahí todo había salido como lo habíamos planeado.
Apagué el motor y te pregunté: "Lo trajiste". "Si, acá lo tengo", me respondiste.
Sacaste de tu cartera el pote y me lo diste, lo observé y lo dejé junto a la palanca de cambios.
Nos abrazamos, nos besamos, nuestras lenguas se juntaban y se separaban frenéticamente, lamíamos nuestros labios, yo te mordisqueaba la lengua y nos apretábamos como queriendo ser uno solo. Mientras tanto, mis manos inquietas acariciaban tu cuquita y tu colita. En algún momento, no recuerdo si desabotoné tu camisa o metí mi mano por debajo de tu sueter y de tu corpiño y comencé a acariciar bruscamente tus tetitas.
Esto merece un párrafo aparte. Cierta vez, mientras acariciaba tus pezones muy suavemente, me dijiste que de esa manera te causaba cosquillas y entonces, tomaste mi mano, la apoyaste en tu tetita y la frotaste con un movimiento vigoroso. "Así me gusta": me dijiste.
Aprendida la lección, mi mano siguió acariciándote las tetitas, acerqué mi boca y comencé a lamerlas. Lamentablemente, no disponíamos de mucho tiempo. Permanecimos unos breves instantes más de esa manera, besándonos y acariciándonos, hasta que tomé el pote que habías llevado.
Te acomodaste en el asiento, el tapado quedó extendido sobre la butaca. Te separaste unos centímetros del asiento. Abrí el pote, coloqué una buena cantidad de crema en el dedo mayor de mi mano derecha, te desarrimaste un poco más del asiento, llevé mi dedo a tu colita, esparcí la crema y muy lentamente, muy suavemente, fui introduciendo mi dedo mayor en tu colita, que había empezado a dilatarse. Mientras tanto, nos seguíamos besando y mi dedo mayor de la mano izquierda jugueteaba con tu cuquita y se introducía en ella. En un movimiento acompasado y frenético, los dedos de mi mano casi se tocaban en la profundidad de tu cuquita y de tu colita.
Cabe otra aclaración: era necesario mantener cierta concentración de mi parte, ya que, según habíamos leído no podían mezclarse los dedos y los agujeros, por razones de higiene y para prevenir enfermedades.
El dedo de la colita comenzó a introducirse sin ninguna dificultad y comencé a moverlo con mayor energía. Tu colita se seguía dilatando. Necesitaba más. Entonces te introduje mi dedo anular y comenzaste a jadear y a moverte histéricamente. Tu colita se seguía dilatando, ya le resultaba poco los dos dedos. Introduje el dedo índice y pareció conformarse.
Fueron unos instantes de locura, de un placer inmenso.
Por tu parte, no te habías quedado atrás y habías conseguido, pese a mi resistencia, abrir el cierre de mi pantalón y llevar tu mano al duende para acariciarlo. Intentaste besarlo, pero no te dejé.
Seguimos unos segundos más y quedamos exhaustos. Fue algo increíble, terrible. Más tarde nos confesamos que nunca habíamos vivido algo igual.
Nos tomamos unos instantes para reponernos, te acomodaste la ropa, te pusiste la tanguita, encendí el motor y te dejé cerca de tu casa. Nos despedimos con unos besitos y nos dijimos TE AMO.