El postre (parte 1)

Porque siempre la mejor parte de la comida es el postre.

Después de tanta espera, por fin había llegado el fin de semana. Me había pasado la semana contando las horas para ver a mi Mauricio que estaba de viaje de trabajo. Sabía que llegaría cansado y que probablemente no saldríamos, por lo que decidí levantarme temprano el sábado  para recibirlo con un delicioso almuerzo y preparar todo para disfrutar de un día de descanso juntos.


-Esta es la mejor comida que he probado estos últimos días. No sabes cuánto extraño tu comida estoy de viaje- Mauricio y sus cumplidos cuando llega de viaje no podían faltar.

-Si sufres tanto entonces deberías de quedarte aquí conmigo en vez viajar- me quejé de forma juguetona mientras ponía sobre la mesa dos raciones de pie de manzana que la vecina me  había traído para el postre.

Si había alguien en este mundo que verdaderamente disfrutaba de los postres, ese era Mauricio; aquel hombre parecía desconectarse de todo sentido cuando se disponía a saborear de un buen dulce. Y eso era algo no menos que excitante.

-Hmm… -murmuró Mauricio mientras saboreaba un bocado-. Esto está realmente bueno.

Escucharlo hablar de esa manera me quitó el apetito que me quedaba. O mejor dicho, me despertó otro tipo de apetito. Su cara de placer, sus suaves gemidos, el movimiento de su boca y la forma en la que mojaba sus labios con su lengua hacían explotar pequeñas burbujas en mi cerebro que enviaban una corriente por mi espalda. ¿Es que no se daba cuenta de lo que estaba haciendo? Mi imaginación empezó a trabajar a la velocidad de la luz, pensando en las mil y un cosas que me provocaba hacerle en ese mismo momento al hombre que tenía al lado.

Debí de haber pasado un buen rato con la vista perdida porque cuando volví. Mauricio ya estaba empezando a quitarme porciones postre.

-¿No quieres más? Tienes rato dándole vueltas al plato con el tenedor-.Mauricio, inocente de lo que estaba pasando por mi cabeza, clavó sus ojos en mí de forma tal, que me hacía desearlo aún más. Intencionalmente, pero sin que él se diera cuenta, dejé caer el cuchillo al suelo.

-Nah, cómetelo tú-le respondí, acercándole mi plato, antes de agacharme a recoger el cuchillo.

Una vez debajo de la mesa, me acomodé para quedar frente a él-. No tengo ganas de comerme

ese

postre.

Antes de que Mauricio pudiera hacer algo más, empecé a desabrochar su correa. Lentamente, le desabotoné el pantalón y le bajé el cierre. Ya por encima de su ropa interior podía ver que mi plan había funcionado a la perfección; su miembro empezaba a tensarse bajo mi mano. Como pude, lo liberé.

-Hmm… -Le dije mientras empezaba a degustarlo como si de una paleta se tratase-. Esto está realmente bueno-. Sentí cómo Mauricio, dándose por vencido, dejaba caer los cubiertos sobre el plato.

Empecé por besar su punta, poco a poco, mientras mis manos acariciaban la base. Arriba, abajo. Arriba, abajo. Mis labios fueron bajando por todo lo largo de esa erecta estaca, alternando entre besos y lamidas. Mis manos decidieron interesarse en sus testículos, jugando con ellos, paseandolos entre mis dedos. Lento. A mi lengua parecía encantarle la idea de una paleta de carne y hueso; la recorría con largas lamidas, deteniéndose a hacer pequeños círculos en su punta y bajando de nuevo. Mauricio parecía estar disfrutando el postre tanto como yo, pues sus manos bajaron a tomarme por el cabello y me aferraban suavemente a su entrepierna. Su respiración empezaba a agitarse y sus gemidos cada vez era más fuertes. Pero yo no estaba dispuesta a terminar este postre tan rápido.

Decidí darle por fin una probada completa a mi paleta y la introduje en mi boca. Mi cabeza subía y bajaba lentamente, ayudada por mis manos que acariciaban lo que mis labios no alcanzaban. Subían y bajaban. Lentamente. Una vez. Otra vez. Mauricio seguía aferrado a mis cabellos, esta vez con más intensidad. Pero este era mi postre y yo decidía a qué ritmo me lo iba a comer. Mis labios se detuvieron a darle pequeñas probaditas a la punta, dirigiéndose hacia el par pelotas que los esperaban al final del camino. Estaban tan deliciosas que mis labios parecían no querer nada más. Mi pulgar quedó encantado con la punta y no paraba de dibujarle círculos.

Pero el postre había que comérselo completo y todavía me faltaba la mejor parte: la crema. Volví a introducir la paleta en mi boca, dispuesta a degustar de toda la crema, sin derramar ni una gota. Subía y bajaba a mi propio ritmo, sin dejar que Mauricio me presionara. Supe que la crema estaba por llegar porque Mauricio clavó las yemas de sus dedos en mi cuero cabelludo y se empezó a tensar sobre la silla. Mi boca aumentó la intensidad y la crema no tardó en llegar acompañaba de los gemidos de placer de Mauricio. Caliente, salada y deliciosa. Esperé hasta que saliera la última gota.

Con el mismo cuidado con el que lo había sacado, volví a introducir el miembro en la ropa de Mauricio y lo puse de forma tal que pareciera que no hubiese pasado nada. Tomé el tenedor que había tumbado y me volví a acomodar en la silla. Mauricio me miraba con un brillo de voracidad en los ojos.

-Ya ves -le dije en tono inocente-, no eres el único que disfruta del postre.