El portero de mi finca 3 y un nuevo amigo

Sigo con mi portero pero hay sorpresa al final

Me pillé un viernes de vacaciones para hacer gestiones. Hacía un calor infernal y había ido en polo y pantalones cortos pues todas lo que tenía que hacer lo hacía por el barrio. Cuando volví a casa me encontré a Tomás en su garita, pero estaba leyendo unos papeles y no me vio.

“Ey, que pasas sin saludar”

“No quería molestar si estabas trabajando”

“Tú nunca molestas, ¿Qué tal la mañana? ¿Te ha cundido?”

“Sí, no ha estado mal, me ha dado tiempo a todo, ya subo para casa... si quieres subir luego…”

Entonces me sonrió y me dijo que tenía una idea. De repente despareció de la garita, se agachó y ya no lo veía. Estuvo así un rato y me dijo:

“Ya está, ya he hecho hueco, ahora que no hay nadie, metete aquí”

“Ni de broma, pueden verme, ¿estás loco? Te puedes meter en un lío si te pillan”

“Venga putita, metete aquí entre mis piernas, que te veo así y me pongo muy bruto”

Se salió de la garita y me mostró su paquete, que estallaba en el uniforme “¿me vas a dejar así?, anda pasa y hazme “feliz””. Ver ese paquete, tan macho con el uniforme e imaginando como iban a oler sus pelotas después de estar sentado ahí con este calor, me quitaron todos los miedos.

Me metí en la garita, era estrecha, pero cabía de rodillas entre sus piernas. El olor era muy fuerte y el calor infernal, las pelotas, pensé, deberán estar chorreando. Como sabía que me gustaba, se sacó los zapatos y me dejó tocar sus pies que estaban entre húmedos y calientes, no me los podía llevar a la boca, pero metía mis dedos y los llevaba a la boca y a la nariz…su aroma de hombre me sacaba de mis papeles.

Bajarse la bragueta no bastaba iba a estar incomodo, así que se bajó los pantalones y su slip y dejó la polla y los huevos colgando de la silla en la que estaba sentado, con las piernas muy abiertas yo me metí en su entrepierna para aspirar bien lo que tanto me gustaba.

El mientras tanto hacía como si trabajase, saludaba a la gente que pasaba y ni se inmutaba. Yo me recreaba en sus pelotas colgantes llenas de pelos que me tenía que sacar de la boca de vez en cuando. La polla me golpeaba la cara mientras lo hacía y estaba igual de húmeda, con olor a orín que sus cojones.

Cuando me la metí en la boca, lanzó un gruñido, pero luego empezó a respirar fuerte y a pasarme la mano por la cabeza, “así putita, así, relaja a tu macho que está trabajando”. Yo disfrutaba mucho con esa polla tan gorda, pero me obligaba a tener la boca muy abierta y de vez en cuando me salía y se la lamia.

De pronto pasó una vecina que se acercó mucho a la garita a pregunta algo. Como reacción, Tomás me la metió en la boca “estate calladita puta” y me apretó la cabeza para que no me levantase ni hiciese ruido. Menos mal que la vecina no estuvo mucho rato, porque con los pelos en mi nariz y la polla tapándome la boca casi me ahogo...

“joder, como me he puesto de cachondo sabiendo que te tenía mamando mientras hablaba con ella, ¡que gusto tener una putita a mis pies”

Yo estaba excitadísimo y me ayudaba de la mano para poder sacar la leche de ese pedazo de macho que me tenía a su antojo.

“abre bien la boquita que ya llega, no dejes nada, no quiero mancharme” y dio dos empujones elevándose de su silla y se corrió a lo bestia. Apenas podía abarcarla con la boca, tenía las comisuras llenas de su semen y me costó tragarlo.

Salí como pude de la garita, pero, incluso tomando todas las precauciones, un vecino que salía a correr todos los días y que era un escándalo lo bueno que estaba, nos vio. La cara de los tres fue un espectáculo, pero sin decir nada siguió su marcha, Tomás se arregló un poco y yo volví a mi casa hecho unos zorros.

El vecino se llamaba Andrés y tendía unos 40 años. En la vida pensé que podría ser gay, pero tampoco es que hubiese hablado nunca con él. Vivía en mi bloque y aunque yo pensaba que él seguía corriendo, me lo encontré en el ascensor.

“Pablo ¿no?”

“Si, tu eres Andrés, ¿verdad?, oye, sobre lo que has visto, por favor…”

“Si os pilla otro, a Tomás lo pueden poner en la calle, lo sabes ¿no?”

“Ya, joder, no sé, me dejé llevar”

“Bueno, ya hablaremos, cada uno es libre de hacer lo que quiera”

El tío venía de correr, con una camiseta empapada de sudor, unos pantalones tipo mallas que le marcaban la verga perfectamente y unos calcetines blancos con zapatillas de runner. Era un espectáculo la verdad, el pelo muy moreno algo mojado y con vello, sin ser un oso, como a mí me gustaban.

Cuando se bajó del ascensor, me pareció que se tocaba el paquete, pero podrían ser obsesiones mías, no iban a ser todos maricones, y me metí en casa con la intención de pajearme cuando de repente llaman al timbre. Era Andrés y no se había cambiado.

“Tío, no sabes lo que me ha pasado, se me han quedado las llaves dentro, he llamado para que venga el cerrajero, pero tardará, ¿puedo entrar en tu baño?”

“Claro, pasa, sin problema”

No sabía si era o no gay, pero no me iba a arriesgar por muy caliente que me hubiese puesto a mirarle más de la cuenta. Oí el chorro de su meado que me pareció eterno y muy ruidoso y salió del baño con una cara feliz y más relajado. Además de un físico potente, era realmente atractivo, con barba de días, una nariz grande pero bonita y unos penetrantes ojos marrones. Creo que despeinado y deportivo estaba más guapo que cuando lo había visto de traje. La polla y los huevos se le marcaban a lo bestia.

“¿no trabajabas hoy?” pregunté

“Ni hoy no en toda la semana, me he cambiado de curro y entre uno y otro me he cogido días libres, así que hoy he salido a correr más tarde, ¿tienes algo de beber?”

Con la lata de coca en la mano ya fue directo a preguntarme lo de Tomás. Él me dijo que entendía que fuera gay pero que era un tío horrible y sucio, que como había podido fijarme en él. Yo le dije que no se metiera con él, que no tenía la culpa, pero el insistió.

“Mira, yo tengo 40, estoy también solo después de una temporada y no por eso me agarró al primero que veo, eres muy mono para un tío así”

Me quedé muerto. ¡ERA GAY! ¡Y CON ESE ASPECTO! Lo mío y meterme en problemas ya era antológico. Menos mal que llegó su cerrajero.

“Oye, termino con el cerrajero, me ducho y bajo, que quiero seguir hablando contigo.”

Casi le pedí que no se duchase, pero me daba palo. ¡Menuda finca!