El portero de la discoteca
Cuando pasa por la acera siente la mirada de deseo del portero. Cada dia se repite la escena hasta que ella entra en la discoteca aún cerrada al publico y follan en el guardarropa.
EL PORTERO
Dobló la esquina y lo vio. Como cada día, como cada tarde cuando regresaba a casa después de salir de trabajar. Allí estaba él, apoyado en el marco de la puerta de entrada de la discoteca. Con su uniforme con la cazadora desabrochada, dejando ver su camiseta ajustada marcándole los músculos y mirándola desafiante con una mirada taladradora.
Las primeras veces que reparó en él, se sintió molesta por la insistencia de su mirada. Incluso pensó en decirle algo por su descaro al mirarla. Pero según fueron pasando los días fue dejando de molestarle, para empezar a verlo con agrado. Incluso diría que empezaba a atraerla.
Y ella comenzó a fijarse en su físico. Y comenzó a notar que aquel chico le gustaba. Y ella ya no se cortaba a la hora de aguantarle la mirada. Él, con la mirada de chulito que confiere cualquier uniforme, no dudaba en sostenerle la mirada, desafiándola cada día un poco más.
Llegó un día que mas que mirarla la desnudaba. Y ella se dejó hacer. Comenzó a ponerse ropa provocativa, que dejase entrever lo que había debajo de la tela. Un día una camiseta ajustada. Otro una falda con transparencias o una blusa que dejaba ver a las claras el sostén que llevaba.
Pero aquella tarde había decidido ir más lejos. Al doblar la esquina se encontró como cada día con su mirada y en ese momento ella se desabrochó la chaqueta y la apartó hacia los lados dejando que él la viese. Nada mas verla enfilar la acera, él supo que venía sin sostén. El bamboleo de sus enormes tetas, bajo la fina tela de la camiseta, era evidente. Según se iba acercando pudo ver que completaba su vestuario con una amplia falda de gasa que le llegaba justo por debajo de las rodillas y unas botas altas, de tacón, que a él se le antojaron magnificas.
Mientras caminaba los veinte metros que los separaban, ella lo vio guapo y lo deseó. Uniforme gris claro, chaqueta abierta luciendo una ajustada camiseta blanca, en la que se marcaban sus músculos, piernas entreabiertas y los pulgares apoyados en el borde del cinturón. Su postura le confería una imagen de chulito que a ella se le antojó deseable. Se lo imaginó desnudo y follándola. Se fue acercando a él sin quitarle la mirada. Él, como cada día, la miraba desafiante. Nunca habían cruzado una palabra pero ya se miraban con la familiaridad de dos viejos conocidos.
Al llegar frente a la puerta de la discoteca, ella se giró e hizo ademán de entrar.
Perdón señora, todavía está cerrado- le dijo el vigilante jurado mientras le cortaba el paso interponiéndose en su camino.
Mejor, así podrás enseñármelo tú sin que nadie nos moleste- contestó ella mientras lo apartaba a un lado y entraba en el vestíbulo.
El la siguió y la cogió por un brazo-¡Señora! No puede entrar-. En ese instante ella se giró y le dio un beso. Lo hizo cogiéndolo por la nuca y arrimándolo contra ella. Su lengua buscó en la boca la respuesta de la lengua del vigilante. Él no reaccionaba paralizado por la sorpresa. Cuando lo hizo llevó sus manos hasta el culo de ella y la apretó contra sí mientras comenzaba a devolverle el intenso beso que los unía. Ella se colgó de su cuello, sujetándolo con sus brazos y quedando suspendida en el aire con sus pies rodeándole la cintura.
Con ella colgada, él dio unos pasos a su derecha y la introdujo en el guardarropa. La tumbó en el mostrador y se separó de ella. Se desabrochó los pantalones y se sacó la polla. Luego tiró de ella arrastrándola hasta el borde del mostrador y le levantó las piernas. La falda cayó enrollada sobre la cintura y apareció ante él el coño desnudo. Fue deslizando sus manos por los muslos desnudos hasta apoyar la palma de su mano en el sexo de ella que tembló de placer al sentirla. Hundió un dedo ligeramente en su coño, paseando el dedo a lo largo de toda la raja que comienza a abrirse. Ella estaba cada vez mas excitada por el dedo que la acariciaba mientras él la sujeta obligándola a permanecer totalmente abierta. Se acercó a ella e hizo que su poya se deslizase a lo largo de la raja hasta que estuvo totalmente lubrificada. Luego arrimó la polla y empujó. Entró sin dificultad deslizándose por el húmedo coño hasta penetrarla totalmente.
Entonces empezó a bombear con fuerza mientras la agarraba por los muslos y la arrimaba contra él. Ella se sujetó con las manos al borde del mostrador y comenzó a acompañarlo en sus movimientos. Cuando ella comenzó a correrse, él aceleró su ritmo acompañándola en sus movimientos. Aún estaba acabando de correrse cuando él sacó la polla de su coño, tiró de sus piernas aún mas hacia arriba y se la colocó entre las nalgas así levantadas, comenzando a empujar con fuerza. Ella contrajo el culo cuando la picha comenzó a penetrarla. Él le abrió aún más los muslos y continuó empujando hasta que la polla estuvo totalmente encajada en su culo. Entonces él soltó de nuevo sus piernas y comenzó a moverse rítmicamente mientras con la mano comenzaba a acariciarle el coño. Con sus dedos se apoderó del clítoris y ella volvió a excitarse mientras notaba que el culo se le iba relajando y el movimiento de la polla comenzaba a serle placentero.
Ella se corrió por segunda vez mientras él seguía acariciándola. Las contracciones del culo al correrse hicieron que la polla estallase en su culo, llenándoselo en una corrida que parecía no tener fin. Él retiró la polla de golpe y se la acercó a la boca. La cogió por la cabeza con las dos manos y la empujó contra la polla. Ella abrió la boca y dejó que la polla entrase hasta su garganta, inundándola de leche que ella tragó con avidez. Siguió chupándola hasta tragarse la última gota y luego se incorporó, quedando sentada en el mostrador. Se dejó caer al suelo mientras comenzaba a colocarse la ropa y después de hacerle un guiño al guarda, salió a la calle y prosiguió su marcha. Él siguió un rato aún dentro del guardarropa con la polla fuera y los pantalones a los pies. Cuando reaccionó y se vistió, salió rápidamente a la acera, pero ella ya se perdía por la esquina sin volver siquiera la cabeza. Quiso llamarla pero no sabía su nombre. Solo podía esperar que mañana, a esa misma hora, volviese a pasar ante su puerta.