El portal

Una mujer se encuentra con una sorpresa al llegar tarde a su casa.

EL PORTAL

Desde que su marido le había dicho que se había cruzado en el portal con Eduardo, la cabeza de Mayte no había hecho otra cosa que fantasear con su vecino. El hijo de Adela había vuelto de Uruguay unos días para atender a su madre aquejada de la enfermedad de Parkinson hasta conseguir a alguien de atención domiciliaria.

El tipo llevaba un par de años al otro lado del charco. Mantenía una relación con una chica y tenía una hija. Parecía mucho más calmado que una década antes. Mayte le había conocido entonces cuando, junto a su marido, se instalaron en uno de los pisos de aquel edificio de extrarradio. Por aquel entonces, Eduardo era un chico de unos 25 años bastante problemático que había pasado un par de veces por la cárcel por tráfico de drogas.

La mujer, 8 años mayor, se sintió atraída por Eduardo a primera vista. Su físico trabajado en el gimnasio, con la cabeza afeitada. Mirada gris heladora y varios tatuajes por sus brazos que le daban un aspecto peligroso. Podría haber sido extra de cualquier serie carcelaria. Mayte había notado como en alguna ocasión él le había mirado, se podría decir que con deseo. Todo esto hacía que la vecina fantasease con el tipo alguna vez cuando se masturbaba. Pero sobre todo cuando le practicaba sexo oral a su marido.

Y es que uno de sus sueños húmedos más inconfesables era el verse sometida y forzada por Eduardo a practicarle una felación. En más de una ocasión se había ido a la ducha con la idea de masturbarse pensando en los tatuajes del hijo de Adela.

Tumbada relajadamente en la bañera, con el chorro de la alcachofa apuntando directamente a su clítoris su imaginación volaba:

“Después de una cena con amigas, la noche había acabado en un bar de copas, bailando los últimos éxitos veraniegos mientras algunos tíos las piropeaban. El alcohol y el roce involuntario, o no, con alguno de aquellos hombres de todo tipo; guapos, feos, buenorros, casados, separados y casi todos descarados, daba como resultado una tremenda calentura que se dejaba notar en su entrepierna, también era visible en su tanga cada vez que iba al baño.

A las 4:30 de la madrugada, bastante afectada por las copas volvía a casa en busca de una buena sesión de sexo con su marido para conseguir aplacar aquella excitación. Al llegar a su portal se sorprendió al ver la luz del rellano encendida, dada la hora que era. El camino de vuelta se le había hecho eterno. En su situación estaba más afectada de lo que ella reconocía. No sin trabajo logró abrir la puerta y se sobre saltó cuando descubrió a su vecino Eduardo sentado en uno de los escalones fumando. El hombre la miró fijamente con sus ojos grises y cara de exconvicto. Mayte también lo mira.

Con su cabeza afeitada y sus rasgos angulosos parece una figura amenazante. Su camiseta de tirantes deja ver sus poderosos hombros y sus musculosos brazos tatuados. Desde el pecho le sube otro que le abraza el cuello. Lleva un piercing en la ceja y extensiones en los lóbulos de las orejas. Sentado con las piernas abiertas, sus pantalones de baloncesto no pueden contener un paquete de generoso tamaño que no pasa desapercibido para la mujer. Ella vuelve a notar como sus flujos vaginales emanan de su interior mojando su tanga.

El exceso de alcohol hace que no controle su reacción más primaria y se muerde el labio inferior al tiempo que levanta una ceja sin dejar de mirarlo, denotando así su deseo.

Con todo el aplomo que pudo, recorrió el trayecto desde la puerta hasta la escalera donde Eduardo permanecía fumando. El silencio fue roto por el ruido de sus zapatos de tacón negros. Su figura, pese a sus 43 años, era muy atractiva. Sus piernas bien torneadas se perdían bajo una minifalda vaquera que realzaba su culo. La blusa negra dejaba ver un precioso escote y su melena suelta enmarcaban su cara de femme fatal.

Mayte esquivó a su vecino y justo al colocar el pie en el segundo escalón se apagó el temporizador de la luz de la escalera quedandotodo a oscuras. La mujer se detuvo un segundo hasta que su vista se adaptó a la oscuridad. En el momento de reiniciar la marcha una mano grande y fuerte le tapó la boca tirando de ella hacia atrás. Notó como con el otro brazo Eduardo le rodeaba por la barriga y la levantaba en vilo. Ella cerró los ojos y los apretó con fuerza:

-Cállate y no hagas ninguna tontería. –La voz de su vecino retumbaba en su cabeza mientras permanecía bloqueada.

Era un juguete en manos de aquel tipo tremendamente fuerte. Cerró los ojos sin saber dónde la llevaba. Pensó en morderle y gritar pero temió que le pegase y… Cuando la mujer abrió los ojos descubrió que estaba en el cuarto de contadores, justo un piso por debajo del rellano. Allí nadie oiría nada. No tenía salida

Eduardo la empujó contra la pared y se inclinó sobre ella. Sus miradas se cruzaron. El hombre respiró profundo junto a su oído y lamió su cuello. A la mujer se le erizó la piel entre el miedo y el deseo:

-Hueles bien puta.

Luego mordió sus labios intentando meterle la lengua pero ella se resistió. Cuando Eduardo se retiró le escupió:

-No me obligues a pegarte zorra. -Amenazó con el ceño fruncido él y ella lo entendió perfectamente.

-Por favor, déjame… -suplicó la mujer haciendo que la situación fuera un poco más humillantemente.

El hombre le levantó la minifalda hasta la cintura dejando al aire sus bonitas piernas desnudas apoyadas sobre los zapatos de tacón. Después retiró el tanga hacia un lado y masajeó el coño de Mayte, solamente cubierto por una estrecha tira de vello púbico. Le introdujo un dedo y comprobó que manaba abundante flujo vaginal:

-Así que te está gustando, ¿eh, puta?

Ahora le introdujo otro, y otro. Mayte reaccionó cerrando los ojos y suspirando. Su vecino comenzó a follarla con los dedos y ella tuvo que taparse la boca con las manos para que sus gemidos de placer no la delataran.

De manera brusca el hombre retiró los dedos de su coño y se los metió en la boca. Con la otra mano tiró de su melena, obligándola a echar su cabeza hacia atrás:

-Saborea tu flujo de puta.

De repente, la soltó y se colocó frente a ella. La mujer le aguantaba la mirada desafiante. Él agarró su blusa por el escote y con un movimiento seco la rompió en dos mitades que quedaron pendiendo de sus hombros solamente. Ella dio un pequeño grito antes de que Eduardo le rompiera también el sujetador negro de encajes. Acercó su cara hasta que se tocaron. Mayte cerró los ojos. Eduardo la miraba fijamente mientras le amasaba sus preciosas tetas. Ambos respiraban entrecortados producto del estrés y la excitación de la situación:

-Vaya tetas ricas que tienes zorra. –Le dijo antes de volver a morderle los labios.

Ahora Mayte no se resistió y dejó su boca entreabierta. En su mente una frase que se negaba a pronunciar “cómemelas cabrón. Cómeme las tetas.”. Como si leyese su mente, Eduardo, acercó su boca a la teta derecha y la mordió con hambre. Mientras pellizcaba el pezón izquierdo notó como el derecho se endurecía entre sus dientes.

La mujer soltó un bufido de satisfacción cuando sintió la saliva caliente de aquel tipo cubrir sus tetas. Pasaba de una a otra casi sin respirar. Sentía los dientes apretar sus pezones hasta el límite entre el placer y el dolor. Sin darse cuenta llevó su mano derecha a su coño para masturbarse. De repente Eduardo paró y la miró fijamente:

-Me vas a comer la polla, puta. Arrodíllate. Vamos.

La mujer acató la orden sin protestar. Muy a su pesar lo deseaba. Quedó a la altura del paquete del tío donde se adivinaba algo grande. El hombre se bajó el pantalón de baloncesto y dejó a la vista una polla enorme. Gorda, larga, con venas muy marcadas y un capullo en forma de flecha amoratado:

-Abre la boca que la vas a comer enterar, guarra.

El hombre acercó su miembro a la cara de ella que se resistía con los ojos cerrados:

-No me obligues a pegarte, te repito.

Eduardo insistió y Mayte se mantuvo firme en el desafío. Parecía como si buscara el castigo. Así, sin mediar palabra él cruzó la cara de ella con una sonora bofetada. La mujer sintió como le ardía y se le enrojecía antes de que un par de lágrimas comenzaran a descender desde sus ojos arrastrando algo de rimmel.

El hombre taponó la nariz de la mujer obligándola a abrir la boca para respirar, momento que aprovechó para profanar su boca. Le metió la polla hasta que notó que topaba con la campanilla y a ella le venía una arcada. Eduardo se la retiró y Mayte tosió con más lágrimas en los ojos:

-Si la hubieses abierto antes no te hubiese pasado esto. Ahora pórtate bien.

La mujer abrió la boca todo lo que pudo para acomodar el tremendo miembro del hijo de su vecina. Era mucho mayor que el de su marido y su mandíbula comenzaba a resentirse. Él la agarró del pelo y comenzó a follarle la boca sin compasión. Ella trataba de parar el ataque colocando sus manos contras las piernas del hombre. El sonido acuoso de la polla embadurnada de babas entrando y saliendo de la boca de aquella cuarentona y sus sollozos eran la banda sonora del balanceo de sus tetas.

Su blusa y su sujetador pendían a cada lado y su falda se enrollaba en su cintura dejando a la vista su tanga descolocado y mojado sobre su coño. Cuando ella pensaba que no podría aguantar más, Eduardo presionó su cabeza contra su polla introduciéndosela en la garganta y corriéndose allí con un sonido gutural de satisfacción. Mayte notó hasta dos chorros de semen caliente y viscoso descender por su garganta antes de que se la retirase para echarle dos más en su cara:

-Joder puta, qué bien la chupas.

La mujer tosía y trataba de tomar aire mientras en su cara manchas de semen y rimmel emborronaban su belleza:

-Qué pinta de puta tienes así.

Cada insulto, cada humillación, hacían que la mujer se excitase más y se odiaba por ello.

Eduardo, de pie contra la pared aún con los pantalones bajados y la enorme polla pendiendo, se encendió un cigarro. Mayte se pasó la mano por la cara y se quitó el semen. Se bajó la minifalda y se marchó. Subió la escalera rápido para evitar cruzarse con algún vecino. Su aspecto no aguantaría muchas explicaciones lógicas. Una vez en su casa se metió directamente en la ducha…”

…colgó la alcachofa y se colocó debajo del agua fría. Su marido llamó a la puerta antes de entrar:

-¿Estás bien? Llevas mucho rato duchándote.

-Sí, sí. Ya salgo.

Mayte había perdido la noción del tiempo fantaseando con el hijo de su vecina. Le quedaba poco tiempo para salir a cenar con sus amigas. Se vistió exactamente igual que en su fantasía. Pero la noche no fue tan apasionante ni divertida. No hubo hombres piropeándolas mientras bailaban. Tampoco un exceso de alcohol que desinhibiera el pudor. Ni siquiera roces involuntarios, o no. Incluso antes de la 1 de la madrugada ya estaba de vuelta.

Justo al entrar en el portal se encendió la luz y de la puerta del bajo salió el hijo de su vecina. En mitada del rellano se cruzaron y se miraron fijamente:

-¿Qué tal Eduardo? –preguntó ella y le dio dos besos. Sintió una extraña sensación sabiendo que apenas unas horas antes había fantaseado con que él la violaba.

El hombre comentó que a la mañana siguiente saldría para Uruguay y que había salido a fumar un cigarro. Se despidieron.

En el momento en que Mayte apoyaba el pie en el escalón se apagó la luz de la escalera…