El polvo de la habitación contigüa

Sexo desenfrenado de la mujer que más me pone, en la habitación contigüa.

El orgasmo de la habitación contigua

Aquella noche el grupo de amigos que comenzamos tomando tapas, continuó con las copitas. Hasta ahí todo normal, el momento en el que vamos a centrarnos ocurrió después.

Había varias parejas, pero esa noche yo estaba sólo, y cuando ví que llegó mi momento de ir a descansar, me despedí de todos, cojí mi coche y planté retirada a dormir.

En esos días me quedaba, en el apartamento de Tina, que se había quedado también, con su chico, tomando unas copas más con el resto del grupo en el Pub.

Os describiré a Tina. Es la mujer más sexy que os podáis imaginar. Con una cara de ensueño, ojos que traspasan cuando te dirigen esa mirada penetrante, y de los pechos mejor no hablar, grandes, redondos, digamos que simplemente perfectos, (al menos para todo hombre que le gusten las mujeres "Sexy y Explosivas"). Tal vez éste es uno de los motivos que más morbo y deseo me ha producido desde siempre ésta mujer, esa perfección en sus pechos.

La conozco desde que tenía 8 o 9 años, y ya apuntaba a que sería una mujer espectacular, de esas que hacen lo que quieren con los hombres.

Comenzó siendo mi cuñada, y cuando me separé se convirtió en mi mejor amiga.

Tal vez, por todo eso, mi deseo, mi tabú y mi fantasía siempre fue ella.

Llegué al piso, me acosté, aunque estaba cansado, no podía dormir, y no había pasado una hora, cuando llegó Tina y su chico.

Sigilosamente se fueron para su cuarto, que estaba contiguo al mío. El propósito parecía de no querer hacer ruido, posiblemente para no despertarme. Pero pronto eso iba a cambiar.

Entraron primero uno y después el otro en el aseo, que hay dentro de su dormitorio, y de ahí a su cama.

En esos momentos comenzaron suspiros, murmullos, movimientos de la cama, y todo lo que demuestra que se estaban calentando, pegando un revolcón, y que tendrían una buena sesión de sexo.

Pronto, los suspiros de Tina, se habían cada vez más elevados, y cambiando los suspiros por gemidos y gritos. Esos gemidos de placer, que tanto excitan al ser oídos.

Esos gemidos de Tina, que venían del otro lado de la pared, me parecían que ella los hacía porque estaba junto a mi oído, y me comencé a calentar de tal modo, que sin darme cuenta, en pocos instantes me había excitado, y nos os imagináis de qué modo.

Con lo ojos cerrados y sólo haciendo uso del oído e imaginación, cada gemido que ella emitía me excitaba más. Y cada grito de placer me parecía como si fuese yo el que se lo provocara.

Por los ruidos que hacían se podían imaginar incluso la postura que empleaban en cada momento.

Los gemidos de Tina eran tan excitantes, tan cercanos, que nunca había deseado tanto otra cosa que estar en ese momento, en el lugar de ese chico.

Las envestidas eran cada vez más continuadas, y los golpes y gemidos de placer, era lo único que se escuchaba en la tranquilidad de la noche en todo el edificio. Llegando por momentos a ser realmente unos gritos, que aunque de placer, bastante escandaloso.

Toda ésta situación hizo que mi polla se olvidara del reposo, y se había puesto gorda, venosa y tan dura, que el glande parecía que me iba a explotar.

Me comencé a masturbar lentamente, más como caricia a ese mástil, que parecía pedir lo mismo que ocurría en la habitación en la que mi atención se centraba, y que no perdía detalle de lo que ocurría en esa habitación contigua.

Tina disfrutaba y jadeaba, de tal modo que daba igual la postura. Sólo aumentaba la frecuencia del jadeo, igual al ritmo que imponían. Hasta que le llegó el tan ansiado orgasmo, y Tina parecía enloquecer.

No sólo ella, yo también creía que iba a eyacular, pero preferí saborear ese momento escuchando e imaginando que era yo el que le provocaba todo ese placer.

De momento, y como ocurre con todo en la vida, ese lugar sólo le están reservado a algunos privilegiados y no he podido nunca estar entre ellos.

Al día siguiente, comentamos lo ocurrido, ella sin darle importancia, y yo deseando volver a oírla, con esa ansia que hace que nunca pueda llegar.