El Policía que me Amó!...

Una noche fría, atestigua de como un Policía, al descubrirme vestida tan femenina por aquellas calles de Xalapa, se aventura a transgredir la ley y convertirme en su mujer!... (Basada en hechos reales).

Prefacio

Hola!, mi nombre es Dulce María Díaz, Zweetheels para aquellos de ustedes que conocen mi perfil en Facebook. Soy una chica travesti nacida en la bella Ciudad provinciana de Querétaro y radico en Xalapa desde hace ya algunos años. He sido travestida desde que guardo memoria, sufriendo y disfrutando todos los avatares de este maravilloso estilo de vida, para algunos interesante y para otros ofensivo.

Me he permitido en este espacio, publicar algunas de mis memorias y tratar así, de poder compartir con ustedes, aquellos momentos que día a día han influido en mí para decidir llevar esta fascinante forma de vida, la cual, busca mediante cuerpo y alma encontrar la unión entre dos mundos distintos y lograr sucumbir en un lugar al que muy pocos podemos llegar. Un lugar en donde no se reprime el entusiasmo por vivir, en el cual, rige la filosofía de hacer lo que se piensa y no pensar en lo que se hace, de no discriminar ni ser discriminada, de no juzgar ni ser juzgada, de no convencer, sino exponer un distinto y alternativo estilo de vida.

Lo anterior, con el propósito de que puedan realizar una justa evaluación de los estados anímicos que experimenten a lo largo de estas historias, deseándoles fervientemente, puedan, por un instante, descubrir dentro de sí, esa excitante faceta que normalmente reprime la sociedad, pero que, al abrir nuestro cuerpo y alma, podemos llegar a experimentar en nuestra propia persona… disfrútenlas.

Capítulo I

Transformándome!...

Ese viernes por la tarde, al salir de mi trabajo en la Universidad, pasé al supermercado para surtir varias cosas de mi despensa, tal como legumbres, aceite, leche y vino entre otras cosas. Ya, al dirigirme a mi automóvil, no pude evitar admirar en el aparador de una de aquellas tiendas, unas hermosas zapatillas negras con tacón de no menos de 10 centímetros, eran tipo sandalia, lo que permitía dejar a la vista el pie desnudo y estaban adornadas con sutiles correas para sujetarlas al tobillo, eran justo como me gustaban.

A pesar de que mi presupuesto era muy restringido, decidí comprarlas. Entré al local, y con algo de pena le pregunté a la intendente que sí las tenía en talla 7, aclarándole, obviamente, que las quería para un regalo, (ustedes saben de esas sensaciones que tanto nos aquejan a quienes gustamos de lucir femeninas en la intimidad de nuestros hogares).

A los pocos minutos la señorita regresó con aquellas bellas zapatillas; tuve que hacer un esfuerzo para disimular la dicha que me traía ver lo bellas que eran, por lo que aparentado ambivalencia, le dije que las llevaría. Mientras ella envolvía la caja para regalo, me comentó que en caso de que no le quedarán bien a la chica que se las obsequiaba, podía pasar con la nota a la tienda para cambiarlas. Le agradecí su comentario, pues por obvias razones, no era sino hasta estar en casa, que podría probármelas.

Al llegar a casa, no perdí el tiempo, dejé las bolsas del súper en el piso y me senté en el sofá de la sala, me quité el zapato y desnudé mi pie, el cual, ya lucía algo femenino debido a que normalmente traigo las uñas pintadas. Con emoción, desenvolví aquellas nuevas zapatillas para enseguida calzármelas. Al vérmelas puesta, sentí como cada centímetro de mi cuerpo se estremecía. Me levanté y me dirigí a mi habitación para apreciar como se me veía en el reflejo del espejo, logrando que mi corazón se acelerara, facilitándome así, el decidir que aquella noche era perfecta para presumirme femenina.

Sin más, comencé lentamente a desnudarme. Y así, empezar a tomar un baño para quitarme de encima aquella ardua semana de trabajo. Me encantaba sumergirme dentro de la bañera, con aquella tibia agua perfumada a jazmines, la cual, lenta y sutilmente, aromatizaba todo mi cuerpo. Aprovechaba la calidez del agua, para depilar profusamente mis piernas y partes intimas. Procurando no dejar rastro de ningún bello y acentuar así, la tersura y suavidad de mi piel.

Más tarde, escapó una vaporosa y tibia nube tras abrir la puerta del cuarto de baño. Me dirigí a mi armario, donde tengo un área exclusiva en la cual, doy acomodo a toda mi ropa femenina. Tras meditarlo un poco, opté por vestir completamente de negro y lograr combinar perfectamente con mis nuevas zapatillas.

Saqué unas pantaletas negras con refinado encaje y un discreto sostén con el que coordinaba perfectamente. De otro cajón saqué un par de medias veladas negras, las cuales, ostentan un elástico en los muslos decorado finamente con un femenino bordado. Finalmente, saqué aquel delicado vestidito negro, el cual me encantaba. Pues se me ceñía sensualmente al cuerpo, adornando mi espalda con uno finos tirantes en los hombros y cuya sutil caída, permitía presumir mis piernas desde la mitad de mis muslos.

Ya estando toda aquella ropita sobre mi cama, el rictus daba inicio desde el mismo momento en que tomaba aquellas pantaletas, una deliciosa prenda, sedosa, suave y elegante, que al tocarla, siempre me hace temblar, pero más aún cuando la recorro por entre mis piernas y que al llegar a su destino, basta con ocultar en mi entrepierna, aquello que quiero mantener en secreto, presionándolo un poco, para que aquellas bragas, bien ajustadas, se encarguen de mantenerlo fuera de la vista, dejando en apariencia, un bajovientre liso, terso y bien formado.

Impaciente, tomé dos tiras largas de cinta adhesiva médica, colocándolas tensamente de lado a lado de mis costillas, a la altura inferior de mis pechos logrando abultarlos un poco, dándoles un fémino volumen, permitiendo entre ellos, formar un sensual y coqueto pliegue, el cual, se acentúa al ponerme aquel delicado brasier negro con encaje, en dónde acomodo simétricamente unos discretos y suaves explantes, permitiendo todo, en su conjunto, darle a mi cuerpo la apariencia de unos delicados pero femeninos senos que parecieran descolgarse de los tirantitos de aquel brasier, enfatizando el suave trazo de mis brazos, hombros y espalda.

La emoción me embargaba, me senté en el filo de la cama, tomando una de aquellas medias, la más preciada de mis prendas, introduzco entre ésta, primeramente mi mano y luego el brazo, contemplando su suave consistencia y su hipnotizante transparencia. Enseguida, la empiezo a enrollar en sí misma hasta llegar a la punta. Introduzco los dedos de mis pies, los cuales, lucen maravillosos con las uñas pintadas en rojo carmín, y así, comenzar a desenrollar aquella elástica prenda a lo largo de mi pierna.

Los dedos de mi pie lucen hermosos cubiertos por aquella aterciopelada transparencia. Invitándome a avanzar por la planta del pie, percibiendo aquella sutil suavidad y gozando de su dócil textura. Llego al talón, el pie está cubierto, separar los dedos y moverlos dentro de aquella fina presión, me otorga una bella sensación. ¡Es fantástico!. Avanzo, no me detengo, desenvuelvo aquella femenina indumentaria por la espinilla, llego a la rodilla, hago una pausa para asegurarme con la palma de mi mano que vaya quedando bien ajustada, desde la punta de mi pie hasta la coyuntura de mi pierna. Finalizo aquel excitante momento ajustando mis medias hasta mis muslos. El encaje elástico los presiona suavemente, presumiendo el contraste entre aquella velada tela negra y el tono de mi piel. Repito la misma operación con la otra pierna. Mi pene me duele, pues trata de lograr su máxima erección, pero descubre que se encuentra atrapado entre mis muslos y el nailon de aquellas sedosas pantaletas, pero trato de no excitarme, pues falta lo mejor. Calzarme mis zapatillas nuevas.

Inicio deslizando la planta de mi pie sobre la resbaladiza plantilla nueva de aquel provocativo calzado. Siento como poco a poco las tiritas de aquella zapatilla se van amoldando perfectamente a mi pie, cubriéndolo, pero dejándolo a la vista, envuelto en la transparencia de aquellas medias, realzando la sensualidad tanto de cada uno de mis dedos, como la de mi talón. Con sutil encanto, ajusto las correas alrededor de mis tobillos. Estoy que ardo, es una sensación extraordinaria. Mi corazón late con fuerza y un temblor inquietante embarga mi cuerpo. Al levantarme de mi cama me veo al espejo, me excita desmesuradamente, irme viendo durante aquel hermoso proceso de transformación, pues como mi cuerpo siempre ha sido muy esbelto, nunca he tenido problemas en lucir femenina.

Finalmente, tomo aquel vaporoso vestidito negro. Levanto mis brazos, lo introduzco hasta mis hombros, para así, dejarlo caer suavemente por mi cuerpo, envolviéndome hasta la mitad de mis muslos, realzando las curvaturas de mi pecho, cintura, caderas y nalgas, pero dejando a la vista, todo el esplendor de mis estilizadas piernas, adornadas con aquellas sensuales medias negras.

Al saberme totalmente ataviada, cruzo nuevamente la habitación hasta mi armario, dejándose escuchar una melodía afrodisíaca, compuesta por el rítmico roce de mis piernas debido a la fricción que provocaban las medias, así como el taconeo de las zapatillas sobre el piso de madera.

De un cajón de mi armario, saco un complejo estuche de maquillaje; los años, me han enseñado, que una puede lucir tan bella, tanto como el tiempo que se dedique para lograrlo. Es a través de la práctica del sutil arte del maquillaje, que he aprendido a aplicar con sutileza aquellos colores que permitan presumir a mi piel, mejillas, párpados, pestañas y labios, tonos que acentúen la feminidad que tanto deseo ostentar, por lo que en cada ocasión, logro lucir tan bella y femenina como toda mujer.

Por último, coloco una media sobre mi cabeza para sujetar mi cabello, saco de la parte superior de mi armario, un tocado de pelo castaño largo, el cual, me lo pongo cuidadosamente, asegurándolo con dos horquillas para evitar que se mueva mientras me cepillo y lograr lucir un peinado muy natural que enfatice mi feminidad desde mi rostro y hasta mis hombros.

Después de casi dos horas, culmino aquella larga sesión de transformación, adornándome con un par de aretes en fino cristal cortado, los cuales, dejo que cuelguen provocativamente desde los lóbulos de mis orejas; enseguida, me pongo una gargantilla del mismo diseño, permitiendo realzar con esta, de manera muy sensual el largo de mi cuello; continuo decorando mis muñecas con un hermoso reloj italiano, así como con decenas de delgadas pulseras, cuyo metálico sonido al chocar entre ellas, exaltan en mí, femeninas sensaciones.

Tras quedar finalmente transformada, me miré al espejo, no pudiendo evitar sentirme excitada y embriagada de placer y erotismo, logrando de esta manera, sublevar el calor de mi cuerpo, permitiendo expeler sutilmente los aromas a jabón, aceites y yerbas impregnados en mi piel después de aquel baño, sin embargo, terminé por rociar suavemente sobre de mi un poco de mi perfume favorito. Fue en ese instante cuando pensé. ¿Habrá una mujer en el mundo que comparta con igual placer estos mismos instantes?. Comenzando a sentir aquel característico revoloteo en el interior de mi estómago, el cual, normalmente experimentaba al verme travestida.

Haciendo resonar mis tacones, me dirigí a la cocina, en dónde me dispuse a preparar mi cena. Al saberme hermosamente ataviada, aprovechaba la menor oportunidad para mirar de reojo, y tratar de descubrir mi reflejo, ya fuera en las vitrinas de la alacena, o en la puertita del horno de microondas.

Termino por colocar sobre la mesa, un plato con una pequeña porción de ternera y poca guarnición; la acompaño además, con una generosa copa de vino tinto. Me siento en la silla, provocando que mi vestidito se recorra un poco de más. Cruzo mis piernas, las cuales, se presumen maravillosas dentro de esas medias. Con mis pies, comienzo a jugar con aquellas zapatillas, permitiéndome ver, tanto mis deditos con las uñas pintadas, como la suave tersura de mis talones.

Después de algunas copitas de vino, comienzo lentamente a excitarme. Imaginando, encontrarme en algún lugar público, siendo el centro de atención de algún mirón queriendo satisfacer su libido, extasiándose al observar mis piernas jugueteando con mis tacones.

Aquellas recurrentes fantasías, me brindaban sensaciones maravillosas, provocándome experiencias únicas, llevándome por un camino de extraordinarias emociones. Sutiles punzadas se empezaban a manifestar en un pequeño punto de mi entrepierna, las cuales, paulatinamente iban aumentando en intensidad y duración, pareciendo extenderse, hasta introducirse por el orificio de mi ano y llegando al centro de mis entrañas, haciéndome por momentos convulsionarme. Todo esto, sin ni siquiera yo tocarme, solo bastaba con aquellas sublimes fantasías y, por instantes, entreabrir mis ojos para ver mi femenino cuerpo en el reflejo de alguno de aquellos muebles de cocina.

Pero aquello solo era el comienzo; aquella experiencia podía extenderla indefinidamente, continuarla hasta que yo quisiera; hasta el punto en que aquellas convulsiones se iban multiplicando, logrando descontrolarme, obligándome a agarrarme de la mesa para no caerme, lo que desembocaba normalmente en una prolongada palpitación, la cual, culminaba con unas incontenibles ganas de ir a orinar, haciéndome correr al baño. Apenas me daba tiempo de llegar, levantar mi vestido y bajar mis pantaletas para sentarme presurosamente en el excusado y dejar escapar un abundante, cálido y ardiente torrente ambarino, brindándome un maravilloso placer que recorría todo mi ser.

Ahí sentada, podía darme cuenta que aquellas últimas gotitas de pipí, caían lenta y suavemente al agua del excusado entre cristalinos y finos hilillos, como sí de miel se tratara. Aquella hermosa sensación podía experimentarla debido a la estimulación hormonal que lograba en mi conducto eyaculador, al entremezclarse mis secreciones seminales con mi orina, logrando desde el interior de mi vientre, multiplicar y extender aquel sublime placer por todo mi cuerpo, una experiencia sexual muy cercana a la femenina, ridiculizando cualquier tipo de experiencia orgásmica masculina.

Al terminar, me levanté, aseando minuciosamente mi intimidad para volverme a acomodar toda mi ropa a la perfección; mientras lo hacía, alcancé a vislumbrar mi reflejo en la puerta corrediza de cristal de la bañera, empezando a apoderarse de mí, nuevamente aquel inquietante y contradictorio impulso de querer verme travestida fuera de los muros de mi hogar. Con fuertes latidos en mi corazón y una emoción que se desbordaba de mi pecho, salí del baño para dirigirme de nuevo a mi habitación.

Abrí la puerta del armario; aún indecisa, me quedé ahí, inmóvil, recapacitando sobre sí hacer aquello era lo correcto, pero tal parecía que aquel miedo, aportaba ciertamente un mayor encanto a aquella situación. Sin más, saqué una chamarra y unos pantalones de mezclilla, con los cuales me cubrí cuidadosamente, ocultando a la vista mis ropas femeninas, pues aunque mi departamento estaba en el primer piso de aquel edificio, siempre existía la posibilidad de que alguno de los inquilinos pudiera salir y descubrirme en lo que llegaba a mi automóvil.

Para ese momento, ya pasaban de las diez de la noche. Tomé de mi fémino armario, aquel hermoso abrigo de pelaje negro, sosteniéndolo en mi antebrazo junto con mi bolso de mano. Por ultimo, tomé las llaves de mi automóvil, empuñé la manija de la puerta y respiré profundo, pues aunque no era la primera vez que me atrevía a salir travestida a la calle, no puedo negarlo, cada vez que quiero hacerlo, parecería que si lo fuera.

Capítulo II

Aventurándome!...

Al ver que ya no había nadie, salí lo más silenciosamente posible para dirigirme a la cochera del edificio; caminando a hurtadillas, evitaba en todo momento que el taconeo de mis zapatillas resonara en aquel pasillo.

Al encontrarme dentro de la seguridad de mi automóvil, coloqué mi abrigo y mi bolso de mano en el asiento derecho. Me quité la chamarra y los pantalones de mezclilla que me cubrían, poniéndolos en el asiento posterior y reacomodar nuevamente toda mi indumentaria. Me detuve por un momento, apreciando, como me veía femeninamente vestida en el interior de mi carro. Me acomodé el cinturón de seguridad, encendí el motor, abrí la puerta automática de la cochera y salí del edificio para comenzar a transitar por la ciudad.

El saberme conduciendo vestida de esa manera, me emocionaba enormemente; al pasar cerca de algún otro automóvil o de algún peatón, siento cierto grado de libertad, imaginándome que el mundo me acepta tal como soy. Sin embargo, al parar momentáneamente en algún semáforo o por el intenso tráfico, no lograba evitar sentirme un poco nerviosa al pensar que pudiera llegar a ser descubierta.

A pesar de que ya era tarde, había bastante tránsito y más todavía, conforme me acercaba a las calles céntricas de Xalapa. En ocasiones como esa, normalmente, no mantengo ningún rumbo fijo, tan solo disfruto el estar paseando así travestida.

Sin embargo, después de un tiempo, aquello no parece suficiente. Me siento tan femenina, bonita y atractiva, que ardo en deseos de que alguien me vea, pero paradójicamente a querer ser admirada, el miedo a ser descubierta, me embarga angustiosamente.

Terminé conduciendo, entre aquellos estrechos callejones adoquinados y de un solo sentido, aledaños al conocido “Dique”, una de las zonas más antiguas y más bonitas de Xalapa. Como ya había tenido la oportunidad de estar ahí con anterioridad, aquel lugar me daba la sensación de seguridad.

Di un par de vueltas a la cuadra antes de decidir estacionar mi coche en aquella calle, lo estacioné del lado del parque y en un sitio poco alumbrado para que nadie me viera salir de mi carro; tras apagar el motor, quedó todo en silencio, pudiendo sentir como mi pecho vibraba del miedo y la emoción al mismo tiempo. Aguardé varios minutos ahí sentada, pues a pesar de las altas horas de la noche, aún había algo de tráfico, así como el pasar de varios transeúntes.

Pasado el tiempo, aquel lugar se empezó a quedar solo, por lo que sabía que ya no podía esperar, se había llegado el momento para salir. Me puse mi abrigo, tomé mi bolso de mano y abrí la portezuela del vehículo. Enseguida, sentí como aquella helada noche de enero empezó a abrazar mis piernas cubiertas de aquel delgado velo de las medias.

Nerviosa, miraba para todos lados, lentamente, fui sacando mi pierna, la cual, lucía hermosa con aquella zapatilla, en ese momento, desde atrás, empezó a pasar un automóvil, logrando iluminar completamente mi pantorrilla; haciéndola lucir muy bonita, pues esta. Se presumía aterciopelada, debido al tenue velo de mis medias, además, de la sensualidad que provocaba aquel espigado tacón. Me quedé petrificada, pero un hálito de satisfacción me inundó al escuchar el claxon de aquel carro, confirmando que al conductor, al ver aquella femenina extremidad, le había gustado.

Aquello me alentó para continuar, por lo que terminé bajando del automóvil, siempre mirando para todos lados. Lentamente, el frío empezó a trasminarse por la fina tela de mi vestido. Para mi fortuna, como aquel abriguito me cubría hasta la cintura, tan solo sentía un poco de frío en mis piernas.

Al cerrar la portezuela, hubiera parecido que aquel sonido fuera un cañonazo que avisaba a todos que ya había llegado, pero enseguida el silencio volvió a reinar en el lugar. Tal parecía que yo era la única en aquel sitio, no pude evitar sentir algo de miedo, pero el éxtasis me invitaba a seguir con todo aquello.

Empecé a caminar lentamente por la banqueta en el sentido del tránsito, evitando así, que los automóviles, al pasar, iluminaran mi rostro. Desde jovencita había aprendido a caminar con tacones, logrando hacerlo, tal y como lo hacen las mujeres, por lo que el rítmico resonar de mis zapatillas en aquella calle, solo lograba enfatizar aún más mi feminidad.

Aunque aún pasaban pocos automóviles, fue en más de una ocasión, que los conductores, al notar mi figura alumbrada por los faros de sus coches, se atrevían a tocar sus bocinas, haciéndome sentir de maravilla.

Poco a poco me fui alejando de mi automóvil. Repentinamente, previo a llegar a una esquina, me encontré con una pareja que venía a mi encuentro, mi corazón empezó a latir descontroladamente, mi reacción inmediata fue el dar media vuelta y regresar lo más rápido posible, sin embargo, logré controlarme, decidiendo seguir mi camino como si nada.

Al pasar a mi lado, aquel joven, de manera disimulada, me fue recorriendo de arriba abajo con su mirada; conforme yo iba pasando, él, levemente giraba su cabeza para seguirme observando, procurando que la chica con la que venía, no se percatara de aquellas miradas. Yo, me sentí halagada con aquella insinuación, reflejándose en la seguridad con la que ahora caminaba por aquella calle.

Un poco más tranquila, seguí caminando, para finalmente dar vuelta a la esquina. Mi corazón dio un vuelco, pues a pocos metros, se encontraban varios jóvenes fumando frente a un bar, así que sin meditarlo mucho, decidí no seguir por esa misma banqueta, sino cruzar la calle y procurar alejarme de ellos, sin embargo, terminaron por notar mi presencia, empezando a chiflarme y a decirme algunas palabras subidas de tono:

-"¿A dónde vas Princesa?"-,

-“¿Por qué tan solita?”-,

-“¿Te acompaño Reyna?”-.

Palabras que parecían tener un poder afrodisíaco, pues para mí, resultaba excitante que me apreciaran como a toda una mujer.

Seguí mi camino por un par de calles más antes de decidir dar la vuelta a la cuadra y regresar a mi automóvil, pues ya era algo tarde, además de que ya me sentía satisfecha con aquel par de encuentros, los cuales, lograron estimularme maravillosamente, permitiéndome volver a sentir aquellas agradables palpitaciones en mi entrepierna, por lo que ya ardía en deseos por llegar a casa y con íntimas caricias, satisfacer aquellas ganas de sentirme mujer.

Capítulo III

Descubierta!...

Estaba a unos metros de mi automóvil, al verlo, me sentí mucho más tranquila. Como aquel frío empezaba lentamente a calarme en las piernas, apresuré mis pasos, la calle lucía completamente solitaria, en donde aquel silencio, solo era interrumpido por el eco de mis tacones. Al llegar, e insertar la llave en la ranura de la portezuela, repentinamente se encendieron los faros del coche que estaba estacionado detrás del mío. Asustada, me subí rápidamente y cerré la puerta, traté de mirar por el espejo retrovisor, pero aquella luz me deslumbraba impidiéndome ver claramente, me quedé quieta, inmóvil, asumiendo que aquel coche estaba a punto de irse.

Sin embargo, no fue así, tras unos segundos, volvieron a apagarse aquellos faros, dejando nuevamente toda la calle sumida en la oscuridad, algo que me llenó de miedo; lentamente, volví a mirar por el espejo, permitiéndome en esta ocasión, vislumbrar la silueta de la persona en aquel automóvil, no se movía, era como sí estuviera esperando algo. Temerosa, sin mayor demora, encendí la marcha de mi coche para irme inmediatamente. Apenas avancé unos cuantos centímetros, cuando la oscuridad de la calle, se iluminó con una titilante luz tricolor.

¡Dios mío!. ¡Era una patrulla!. el pánico se apoderó de mí, traté de quedarme quieta, deseando que se fuera, con terror, pude ver como la silueta que estaba detrás del volante, empezó a bajar del vehículo, era un oficial de policía, quien se empezó a dirigir hacia mí con una linterna en su mano. Mi mundo parecía derrumbarse.

Se colocó a mi lado, indicándome con un ademán que bajara la ventanilla, yo no sabía que hacer, temblando de miedo y sin tener mayor opción, la bajé lentamente, dándome cuenta, que se trataba de un hombre muy joven, delgado y de tez clara.

-“¡Buenas noches!”- , me saludó él.

-“¡Buenas noches oficial!”-.

Le respondí nerviosamente con voz fina y afeminada, pues desde toda mi vida, mi voz ha sido ladina, aunando que desde hace muchos años, me he preocupado por practicar y perfeccionar la técnica para escucharme lo más femenina posible.

Aquel policía comenzó a iluminar el interior de mi coche con su linterna, dándose cuenta tanto de la chamarra como del pantalón de mezclilla que se encontraban junto a mi bolso de mano en el asiento posterior, lográndome poner todavía un poco más nerviosa. Continuó alumbrando los asientos delanteros; mostrando cierto sobresalto, al toparse con mis piernas, y empezando a recorrer con aquella luz mis muslos, mis caderas y cintura, hasta terminar por iluminar mi rostro.

Con evidente nerviosismo y tartamudeando un poco, me preguntó sí todo estaba bien, pues le extrañaba que una mujer como yo, se encontrara sola en ese lugar a esas horas de la noche. Con voz vacilante y con el propósito de darle a entender que no estaba sola, le dije que había estado esperando a que mi novio saliera del trabajo y que en ese mismo momento, yo estaba a punto de pasar por él, señalándole en dirección al bar por el cual, yo había pasado momentos antes.

El oficial miró hacia donde yo le había indicado, para después, volver a mirarme, alumbrándome nuevamente con su linterna, agregando, que iba a ser necesario que le enseñara mi licencia de conducir. Aterrada, y con voz quebrada, lo increpé preguntándole el porqué, sí yo no había cometido infracción alguna. Sin decir nada, apuntó su linterna a una señal de tránsito ubicada sobre la banqueta, a escasos centímetros de mi automóvil, la cual, se iluminó claramente dejando ver el signo de no estacionarse.

Una sensación de frío recorrió toda la piel de mi cuerpo, mientras mi corazón, comenzó a latir desenfrenadamente. Le dije al policía que debido a la oscuridad del lugar, no la había visto, por lo que le pedí que me perdonara, diciéndole que además, yo ya me iba. El oficial tan solo dejó escapar una estudiada sonrisa. Dejándome ver, que me estaba coqueteando, así, que le sonreí de la misma manera, tratando de aprovechar aquella situación, e intentar que me dejara ir.

Sin embargo, fue justo en ese momento, cuando se dejó escuchar el cerrar de una portezuela, obligándonos a ambos a voltear nuestra mirada, se trataba de otro policía al cual yo no había visto y que venía sentado del lado del copiloto de aquella patrulla.

-“Es mi Sargento”- , dijo el joven oficial.

Aquel otro hombre, era notablemente robusto, de edad madura y de tez morena, quien, silenciosamente, caminó hasta colocarse enfrente de mi coche, por lo que el oficial con el que yo estaba platicando, fue hasta su encuentro. A pesar del silencio de la noche, no podía escucharlos, pues empezaron a murmurar. Acto seguido, el hombre joven, regresó a la patrulla sin decir nada más solo me dirigía algunas miradas como tratando de despedirse de mí, mientras que el otro, de aspecto atemorizante, llegó conmigo.

Dirigiéndose a mí, con voz autoritaria, me impugnó:

-“Señorita, buenas noches, le pido de favor me muestre su licencia de conducir”-.

A diferencia del otro policía, le expliqué con actitud más seria, nuevamente el motivo por el cual estaba yo ahí y la razón por la que no había visto la señal. De manera tajante me dijo que ellos no estaban ahí para escuchar pretextos, sino para hacer valer los reglamentos de tránsito. Tras decir eso, me quedé helada, sin saber más que decir.

Sumamente nerviosa, me recliné hasta la guantera del coche para abrirla y empezar a simular que estaba buscando mi licencia, pues aunque yo bien sabía que no estaba ahí, tan solo quería ganarle tiempo al tiempo, deseando que se desesperara y que finalmente me pidiera un soborno.

Como me encontraba reclinada sobre el asiento derecho, hurgando en la guantera, el Sargento aprovechó para alumbrarme las piernas, disfrutando evidentemente de aquel panorama. Apenada, traté de jalar mi vestidito para cubrirme, acción, que de alguna manera también apenó al oficial y dejó de alumbrarme, sin embargo, el policía no se iba ni me decía nada.

Sin haber logrado mi objetivo y sin más alternativa, volví a acomodarme en mi asiento, diciéndole que no traía mi licencia, que seguramente la había olvidado en casa.

-“Lo siento Señorita, le pido amablemente que baje de su automóvil”- , agregó él.

Temblando de miedo y con la voz quebrada, le pregunté el porqué, pero no recibí respuesta. Lentamente abrí la portezuela de mi coche, sintiendo nuevamente el frío en mis piernas. Mientras salía de mi automóvil, aquel policía no dejaba de alumbrar mi cuerpo de arriba a abajo.

Finalmente, me dijo que el conducir sin la Licencia, ameritaba multa y la remisión del vehículo al corralón. Sintiéndome acorralada, y sin tener mayor alternativa, me atreví a preguntarle sí existía otra manera de arreglar aquella situación, pues no quería que eso pasara. El Sargento, empezó a mirar para todos lados, se quitó la gorra, se rascó ligeramente la cabeza y terminó diciéndome:

-"Señorita, pues Usted dirá"-.

Aquellas palabras me hicieron tranquilizarme. Me incliné sobre mi asiento buscando mi bolso de mano, el policía, aprovechó nuevamente para alumbrarme las piernas, en esta ocasión, de una manera más descarada, casi con la intención de mirar por debajo de mi vestido.

De mi bolso de mano, saque un billete de quinientos pesos, diciéndole que era todo lo que traía.

-“No Señorita, eso no alcanza”- , comentó él.

Diciéndome que entre la multa, la grúa y el corralón, serían como seis mil pesos, que le buscara más, o que le pidiera dinero a mi novio.

Al escuchar aquello, sentí que el piso se me movía, le dije nuevamente que eso era todo lo que traía y no teniendo más remedio, que decirle que no era verdad lo de mi novio, que había dicho eso al otro oficial para que pensara que no estaba sola.

Sin decir más, aquel policía se fue a donde estaba el otro más joven, y cruzaron algunas palabras. Enseguida, éste último se metió a la patrulla, mientras que el Sargento, en silencio, regresó conmigo. Yo estaba paralizada, aquel oficial, sin más, abrió la portezuela trasera de mi coche, sacando los pantalones de mezclilla, como si supiera de antemano que estaban ahí.

Hurgó en los bolsillos hasta que encontró mi cartera. Mientras, yo, aterrada, sentí como mi garganta se secaba y un terrible frío me invadía. Aquel policía, empezó a aluzar la cartera, evidentemente para buscar dinero, sin embargo, al hacerlo, pudo percatarse que ahí se encontraba mi licencia de conducir, esperándome a partir de ese instante lo peor. La revisó minuciosamente, obligándolo a alumbrarme con su linterna de arriba a abajo. Yo me sentía completamente apenada, tratando de cubrir mi cuerpo con mis manos y brazos.

-“¿Por qué hace estas cosas?, ¡No ve que son faltas a la moral!, ¿Ya ve?, hasta logró confundirnos a mí y a mi colega!”- , dijo aquel hombre.

Tras decirme eso, comentó que aquella falta debía ser valorada por un Juez Calificador, pues hasta existía la posibilidad de que yo me estuviera prostituyendo en la vía pública y por tanto, debía llevarme a las oficinas del Ministerio Público.

Al escuchar aquellas palabras, me sentí desfallecer. Por lo que empecé a rogarle que de favor no lo hiciera, pues yo tan solo estaba ahí caminando, procurando no dañar a nadie.

En silencio y con un burdo ademán de su mano, me hizo saber que nos dirigiéramos a la patrulla; aunque en ese instante se estaba haciendo realidad una de mis peores pesadillas, traté de no perder la compostura, tomé mi bolso y cerré mi automóvil.

Me atemoricé un poco cuando el Sargento me tocó delicadamente con sus dedos por la cintura y encaminarnos hacia la patrulla; mientras caminábamos, él me preguntó, el por qué yo hacía eso; apenada, no pude evitar sonrojarme, respiré profundo y tras una breve pausa, le respondí que me encantaba verme y sentirme como mujer y que lo hacía sin el ánimo de lastimar u ofender a alguien.

Cuando llegábamos, el Sargento, con voz firme, le dijo al otro que estaba esperando dentro de la patrulla.

-“¡Cabo, salga a montar guardia alrededor del parque!..., yo le aviso por radio cuando regrese!”-.

El joven oficial, sin saber bien lo que estaba pasando, salió inmediatamente del coche, tomando una radio y su linterna, durante esos metros en que nos cruzamos, nuestras miradas también lo hicieron, él, me correspondió con una dulce mirada y una bella sonrisa, para posteriormente perderse lentamente en la oscuridad.

Entretanto, el Sargento procedió a abrir la puerta posterior de la patrulla, logrando acorralarme entre el coche, aquella portezuela y él, quedando ambos, frente a frente.

-“¡Ahora sí!, ¿Cómo nos arreglamos?”- , me dijo el oficial.

Sin dudarlo, abrí mi bolso y saqué de nuevo aquel billete de quinientos pesos; el policía los tomó, agregando:

-“¡Pero ya le dije que con esto no alcanza!”-.

Así, que me dispuse a quitarme el reloj de pulsera.

-“¡Nooo, como cree!”- , dijo él.

Tras decir aquello, el oficial comenzó a desabrochar su pantalón, siendo aquel silencio, interrumpido por el sonido de la cremallera de su bragueta.

Yo, me estremecí, pues finalmente, ahí, en medio de aquella noche, supe la manera en que aquel hombre, deseaba cobrarse el favor. Mi primera reacción, fue querer dar un paso atrás, pero no podía, estaba atrapada.

Pude vislumbrar entre aquella penumbra, como un alargado y grueso bulto empezó a descolgarse de su entrepierna; yo, no sabía que hacer, estaba petrificada.

-“¡Vamos!... ¡Agárrala!”-, dijo el hombre.

-“Esto, puede quedar solo entre nosotros… ¿O quieres que más personas se enteren?”- , Agregó él.

Asustada, negué con el movimiento de mi cabeza, con mi mano, temblando de nerviosismo, me atreví a tomar aquel miembro; al primer contacto, el policía se estremeció, pude sentir enseguida, como aquel pene estaba extremadamente caliente, era tan grueso, que no podía rodearlo del todo con mi mano.

Sin más, comencé a acariciarlo. Enseguida, aquel falo empezó a ponerse duro, erigiéndose descomunalmente. Con la tenue luz del habitáculo de la patrulla, pude ver primeramente, como aquel prominente glande, empezaba a emerger lentamente de entre aquel prepucio de aspecto aceitoso, para después, apreciar como de la punta de aquella verga empezaban a surgir unas espesas gotas de líquido seminal; así, que continué con aquellas rítmicas caricias, esperando que todo aquello terminara pronto.

Sin embargo, aquel hombre me detuvo, con sus grotescas manos, me tomó por la cintura, empujándome hacia abajo, por lo que terminé sentada en el asiento posterior de la patrulla, dejando frente a mi rostro, aquel inmenso pene, logrando percibir un peculiar aroma a rancio y loción barata.

Sin saber por dónde empezar, me atreví a darle un pequeño beso en la punta del glande, logrando convulsionar la corpulencia de aquel hombre; sentí, como mis labios se humedecieron con aquellas cristalinas gotas que emanaban por esa diminuta ranurita. Enseguida, traté de limpiarlas de mis labios dando otros besos a lo largo de ese enorme pene, algo, que pareció excitarlo aún más. Pero provocando que se empezara a desesperar, pues al parecer, ardía en deseos por sentir su verga dentro de mi boca, por lo que empezó a empujarla firmemente, al tiempo, que me decía:

-“¡Vamos chiquita!. ¡Chúpala!. ¡Chúpala!”-.

Yo trataba de resistirme, cerré mis ojos para concentrarme y evitar que aquel hombre lograra su propósito. Sin embargo, mientras que con su mano izquierda enfilaba su miembro hacia mi boca, la mano derecha la colocó en mi nuca para empezar a jalarla hacia su verga. Finalmente, con todas sus fuerzas, terminó por introducirla dentro de mi boca, pudiendo sentir yo de inmediato, como aquel hirviente glande, me quemaba la lengua, para enseguida, percibir un ligero sabor ácido y salado.

Mi primera reacción fue de asco, y más aún, cuando comenzó a realizar ese movimiento de vaivén, logrando que por momentos, todo aquel miembro, se alojara hasta mi garganta, provocándome regurgitar en varias ocasiones.

Yo tenía mucho miedo de abrir mis ojos, sin embargo, y a pesar de todo, terminé por hacerlo. No sabía, que aquello, provocaría que en ese mismo momento, mi mundo cambiara; pues al descubrirme, ahí postrada frente a aquel hombre, degustando de su virilidad, luciendo totalmente ataviada con aquel hermoso vestidito, enfundada en aquellas veladas medias y calzando esos elegantes tacones, súbitamente, comenzaron a manifestarse perturbadoras interrogantes en mi mente. ¿Te está gustando?... ¿No es esto lo que de alguna manera querías?... ¿No te hace esto sentirte más mujer?.

Repentinamente, mis pensamientos se vieron interrumpidos, al dejarse escuchar los gemidos de aquel policía resonando en la calle. Lentamente, pude ir tomando conciencia de aquella situación, permitiéndome empezar a transformar poco a poco, aquellos miedos, en una pletórica gama de nuevas emociones y sensaciones, las cuales comenzaron a proveerme paulatinamente de un indescriptible placer. No había duda, aquel parecía ser algún tipo de despertar, pues estaba empezando a experimentar, una nueva manera de sentirme mujer.

Inesperadamente, aquel policía sacó su miembro de mi boca, mientras emitía un excitante bramido. Pensé, que finalmente, aquel pene eyacularía, llegando por una parte, a sentirme de alguna manera satisfecha, al saber que yo era la causante del momento de placer que estaba viviendo aquel hombre, pero al mismo tiempo, me sentía tranquila de saber que aquello terminaría.

Capítulo IV

Por fin Mujer!...

Sin embargo, era evidente, que el oficial estaba haciendo lo posible por contenerse, se quedó inmóvil durante un par de minutos, para después, acercar su boca a la mía, diciéndome que yo era muy hermosa, y continuar por besarme tiernamente en mis labios, siendo ese el momento, en que cambió su actitud para conmigo.

Delicadamente, me tomó de las manos, invitándome a ponerme de pie, para enseguida, tratar de voltearme; quise resistirme, pero no lo suficiente. Estando ya de espalda a él, me fue quitando lentamente mi abrigo, volteé a mirarlo, indicándome con un ligero movimiento de su rostro, que me metiera a la patrulla. Me incliné para empezar a meterme, puse una de mis rodillas sobre el asiento, pero cundo traté de introducirme por completo, él me detuvo de la cintura, obligándome a quedar a gatas frente a él, dejando mi intimidad a su disposición.

Bien sabía yo el por qué aquel hombre me estaba acomodando en esa posición, mi mente se arremolinaba, mi estómago levitaba, mi cuerpo vibraba y mi piel se adormecía. Instintivamente, una parte de mí, aún se resistía, sin embargo, la otra, la convenció de ser cómplice, por lo que terminé ahí, aguardando en silencio.

Lentamente me levantó el vestido, logrando develar mis nalgas, adornadas con la transparencia del encaje de mis pantaletas, así como de mis muslos, decorados con el elástico bordado de mis medias, quedándose unos segundos ahí, admirándolas.

Inadvertidamente, sentí como me besó en la ranura de mis nalgas, logrando cimbrar mi cuerpo, e invadiéndolo de una inquietante sensación, una peculiar mezcla de miedo, pero al mismo tiempo, de un sutil cosquilleo que revoloteaba en mi estómago.

Enseguida, me bajó las bragas, pudiendo sentir como el viento de la noche acariciaba mis nalgas. Con sus pulgares, se abrió paso, dejando a su vista, la boca de mi ano, haciéndose manifiesto, el calor que radiaba, invitándolo a acercar su nariz para descubrir el aroma que expelía; yo estaba apenada, sin embrago:

-“Mmm!... que rico te huele!”- , dijo él.

Me convulsioné, al sentir aquel repentino lengüetazo, haciéndome emitir un afeminado gritito que logró excitarlo aún más. Continuó lamiendo mi intimidad dócilmente durante un rato; aquellas suaves y húmedas caricias lograban desvanecerme, casi al punto del desmayo.

Inició penetrándome con la punta de su lengua, hasta que al pasar de un rato, la pude sentir cada vez más y más dentro de mí. Terminó por dejar mis nalgas empapadas y el orificio de mi ano totalmente inundado de saliva, quedando completamente preparada para lo que se avecinaba.

Se reclinó brevemente sobre de mí, murmurándome a mi oído:

-“Me encanta como te ves!. En verdad, pareces toda una mujer!”-

Yacía ahí, en medio de aquel silencio, cuando de pronto, sentí como la dura y caliente punta de su miembro, empezó a deslizarse suavemente por entre mis lubricadas nalgas, hasta que finalmente llegó a la boca de mi cola; sin embargo, y a pesar de que yo ya estaba dilatada, no pudo entrar por el estrecho orificio.

-“Aaah!... eres virgen”-, agregó él.

Yo tan solo asentí con la cabeza, por lo que empezó desesperadamente a Intentar penetrarme, una, y otra, y otra vez; mientras, se extasiaba al acariciar mis muslos, revestidos entre la suave y aterciopelada sensación que les concedían aquellas medias.

Me encontraba extremadamente confundida, mi mente se arremolinaba, pues a pesar de estar siendo sodomizada, pude sentir como mi cuerpo se empezó a llenar de una tibia y agradable sensación al sentir todas aquellas caricias. Sin embargo, creo que por instinto, aún me resistía, aunque sabía que tras cada una de aquellas e insistentes embestidas, mi ano terminaría por dilatarse, pues él, tan solo se detenía para lubricar mi cola con saliva y seguir con sus estocadas una y otra y otra vez.

Por una parte, estaba deseosa de que cediera ante su incapacidad de penetrarme. Pero por otra, me encontraba ansiosa de saber sí lo lograría. Eventualmente, su persistencia fue recompensada, pues sentí, como de un solo empujón, la cabeza de aquel falo, se introdujo en mi ano, obligándome a exhalar un acallado gritito, para después quedarme sin aliento; mi mirada se mantuvo fija hacia la nada, mientras que algunas lágrimas empezaron a rodar por mis mejillas.

Una vez, sabiéndose adentro, el Sargento comenzó a penetrarme lentamente, colmándome poco a poco con su carne, la cual, parecía irse escabullendo dentro de mi, hasta que al fin y al cabo, terminó por llenarme, sintiendo, como llegó hasta el fondo. Una indescriptible mezcla de placer y dolor llenaban mi ser; perdí toda consciencia del dónde y cuándo estaba!... mi mente rebosaba de nuevas sensaciones, transmitiéndolas de nuevo hacia todo mi cuerpo el cual ya me hormigueaba por completo.

Sin embrago, sabía que aquello apenas era el principio, pues así como metió su carne, empezó a sacarla lentamente, ayudándome a sentir un poco de alivio de aquel dolor, lo que añadía mayor placer al momento. Justo cuando sentí que extraería su miembro en su totalidad, me la introdujo de nuevo; siguió repitiendo ese movimiento, hasta que paulatinamente fue logrando hacerlo cada vez más fácil y más rápido, conforme mi ano se iba dilatando.

Fue en ese mismo instante, cuando comencé a experimentar aquella familiar sensación de punzadas en mi entre pierna. No había más duda!... estaba excitada!... llenándome inmediatamente de aquella maravillosa sensación, al saber en lo que desembocaría el inicio de esas sensaciones!; solo fui interrumpida por aquellas palabras que aún más me excitaban!:

-“Hay Cielo!, estás más buena y más bonita que mi vieja!”- , me decía aquel Policía.

Yo me arqueaba, no sabía si de dolor, o de placer, pues por vez primera, estaba experimentado aquellas palpitaciones tan intensas. En ese momento, comencé a escuchar unos lánguidos gimoteos, los cuales, resonaban cada vez más y más fuerte, llenando el silencio de la noche, sorprendiéndome increíblemente, al darme cuenta, de que aquellos gemidos, eran los míos!...

Aquel hombre disfrutó cogiéndome durante largo rato, al tiempo, que yo no dejaba de convulsionarme con aquella dulce mezcla de placer y dolor, aquellas palpitaciones, por vez primera, no tan solo recorrían mi vientre hasta mis entrañas, sino que iban y regresaban una y otra vez, haciéndome experimentar en cada uno de esos momentos, orgasmos que inundaban todo mi cuerpo!.... De pronto, él rodeó mi cintura con ambas manos, tratando de penetrarme al máximo, mi corazón palpitaba descontroladamente, podía sentir cada latido en mi garganta, así, como un calor abrazador que se adueñaba de mi cuerpo. Mi piel, con cada leve roce, se extasiaba con oleadas de placer. Hasta que repentinamente, sentí, como él, se estremecía y gritaba desaforadamente:

-¡Aaaaaaaaaaaaaaah!....”-

De inmediato, una extraña sensación acompañada de un sonoro gorgoteo se manifestó en mi vientre. Aquel hombre estaba eyaculando!, estaba vaciando un fuerte torrente de semen en mi interior. Sí con todo su pene dentro de mí yo me sentía llena, al vaciarme inmensas cantidades de esperma, sentí por momentos, que llegarían hasta mi garganta; sintiéndome completamente invadida, poseída y sometida por un hombre que me acababa de convertir, en toda una mujer, provocándome en ese mismo momento, experimentar junto con él, el más pletórico y descomunal de los orgasmos, no tan solo compuesto por una exorbitante cantidad de semen, sino de un cálido, cristalino y ambarino chorro de orina!...

Extenuada, caí rendida sobre el asiento de la patrulla, empapando mi desnudez con aquella abundante mezcla de secreciones. Aquel hombre, de igual manera, cayó exhausto, recostándose sobre mi espalda para empezar a besarme en la nuca, mientras me murmurarme al oído:

-“Princesa!.... Eres mucho más mujer que mi vieja. ¡Me encantas!”-.

No sé cuánto tiempo estuvimos ahí recostados, envueltos en la oscuridad, cobijados por el calor de nuestros cuerpos y arrullados por el cantar de los grillos de aquel parque. Repentinamente en la radio de la patrulla, se dejó escuchar la voz del otro oficial, preguntando sí ya podía regresar.

El Sargento se fue levantando lentamente, pudiendo sentir como su flácido miembro salía resbalosamente de mí.

Al tratar de levantarme, un extraño sonido se dejó escuchar, con curiosidad, volteé para indagar, cuál fue mi sorpresa al ver, que era el ruido de aquel abundante chorro de semen licuado que escurría de mi ano y se estrellaba en la acera de la calle, salpicando mis pies y mojando en parte mis medias y mis zapatillas nuevas.

El área de mis caderas estaba completamente empapada, me acomodé en el asiento de la patrulla, procurando no manchar mi ropa con aquella todo aquel semen y orina que me rodeaba.

Sorprendida, pude ver como aquel policía, se acercó a mí con un botecito de toallitas húmedas que había sacado de la cajuela de la patrulla. Con las cuales, no tan solo empecé a limpiar la lechada en mi vientre, sino que también, él comenzó a asearme con cuidado el semen que tenía en mis nalgas, el que escurría por mis muslos y el que había salpicado mis pies y mis zapatillas.

Totalmente aseada, me subí las pantaletas, me ajusté las medias y acomodé mi vestido; entretanto, el Sargento, caballerosamente, me ayudó a ponerme el abrigo, me devolvió mi licencia, la cual, metí en mi bolso de mano.

Rodeados aún por las penumbras de la noche, e iluminados tenuemente por las luces de la calle, nuestras miradas se cruzaron, podía apreciarse que su apariencia intimidante se encontraba ausente. Con evidente timidez, me preguntó sí nos podíamos volver a ver, yo, tan solo le sonreí, dándole un tierno beso en la mejilla y me despedí; él, quiso darme uno en mis labios, pero sin decir más, me fui caminando de regreso a mi coche. Dejándose escuchar tan solo, el sonoro taconeo de mis pasos.

Justo me estaba metiendo en mi automóvil, cuando vi que llegaba el otro oficial. Aún con un trepidante palpitar en mi corazón, arranqué mi automóvil y me alejé del lugar.

Llegué cerca de las tres de la mañana a mi departamento, entré tan cuidadosamente como había salido, me preparé un té, el cual bebía pausadamente mientras tomaba un tibio baño. Terminé recostándome en mi mullida cama y, eso sí, no puedo mentir, tardé un poco en conciliar el sueño, pues meditaba en todo lo que había pasado debido a mi ferviente deseo por lucir femenina.

Capítulo V

Recuerdos!...

Desde aquella noche, no me he atrevido nuevamente a pasar por ahí; no sé sí sea por vergüenza o tal vez por temor, o quizá para evitarme el sentirme nuevamente atraída por aquella experiencia y el desear volver a vivirla!... no lo sé!...

Sin embargo, un año más tarde, después de la hora de la comida y tras estacionarme frente a la oficina, repentinamente mi corazón sufrió un sobresalto, pues sorpresivamente, pude percatarme que en el auto frente al mío, aparentemente levantando una infracción al conductor, se encontraba tanto el Sargento, como aquel joven policía, me quedé inmóvil, esperando en lo más profundo que me permitía mi asiento, deseando infinitamente que no me vieran; pues sí bien en ese momento no estaba travestida, no quería darles lugar a ninguna duda…

De pronto, un descomunal vértigo me invadió, pues mientras el Sargento platicaba con aquel conductor, el joven policía volteó a verme… enseguida esquivé su mirada, sin embargo, él parecía buscármela nuevamente, como tratando de reconocerme.

Terminé esperando ahí, en silencio, sudando copiosamente, aguardando en mi auto hasta que en algún momento se fueran; durante ese tiempo, el cual me parecía infinito, aquel Policía insistía una y otra vez en mirarme, mientras le pedía a Dios, que no me reconociera.

Tras varios minutos, los cuales me parecieron horas, terminaron sus negociaciones con aquel automovilista, quién terminó por retirarse junto con su auto, lo que permitió dejar a la vista aquella patrulla, recurriendo en ese mismo instante a mi mente, los vívidos recuerdos de aquella noche.

Sin más, ambos empezaron a abordar la patrulla, aunque el cabo, incluso, ya estando dentro de aquel auto, no dejaba de mirarme, mientras que mi corazón palpitaba desmesuradamente.

Terminaron por arrancar para empezar a irse, no fue sino hasta cuando se echaron de reversa, que pudimos apreciarnos mejor el rostro y cruzar nuestras miradas, fue justo cuando se retiraban, que aquel joven Policía me miró dulcemente y me sonrió justo como lo había hecho aquella fría noche de enero en aquel parque, aquella noche... en que por unos momentos…. me convertí… en toda una mujer.

Al día siguiente, por la tarde, cuando salía de mi trabajo y estaba por abordar mi auto, descubrí un papelito en el parabrisas… percatándome que tan solo venía un número telefónico… no sé de quién sea, ni quién lo haya dejado… puedo suponer miles de cosas… más sin embrago y hasta la fecha, aún lo tengo ahí guardado… no sé sí esperando a que todo aquello quede olvidado… o que en alguna otra noche… mis fervientes deseos de volverme a ver y a sentir como toda una mujer… me hagan marcarlo.

FIN.