El policía

Recuerdos del pasado.

El Policía 01: Leonor

Era una tarde lluviosa, una de esas que no apetece salir a la calle y estaba releyendo las diligencias sobre la detención de Emilio Expósito Expósito, una de esas auténticas basuras que con frecuencia tenía que detener en mi cargo de inspector del MIP-4.

A mis cuarenta y cinco años, había tenido que tratar con mucha gente de todo tipo desde lo mejor a lo peor que produce esta sociedad en la que vivimos. Recordé entonces la primera vez que vi a Emilio, yo era más joven, acababa de llegar de Madrid, mi primer destino y donde pasé cinco años. Era un joven inspector de treinta años que venía de la capital de España a una pequeña capital de provincias, me gustaba las juergas y vivía cada detención con total pasión, de todo lo que había en mi vida era lo que más disfrutaba. Las mujeres estaban en segundo lugar, claro, que tampoco tenía dificultad para disfrutar de ellas. Joven y con dinero en el bolsillo, tenía una chavala nueva cada semana.

En fin, por aquella época, estaba chupándome varias patrullas nocturnas en los “zetas”, así llamamos a los coches oficiales que patrullan las calles. La causa, tirarme a la hija del comisario provincial y no volver a llamarla. Yo no sabía quien era hasta que, cuando me cayó el castigo, mi jefe de grupo me explicó extraoficialmente la causa. Bueno, no era nada grave y, de todas formas, las patrullas son muy divertidas. Conoces gente y que yo sepa las pajillas te las hace una puta si acaso.

Estaba con el subinspector Pérez, conocido por Blanco, cuando llamaron a la radio diciendo que debíamos presentarnos en la calle Ortega y Gasset, número quince, por lo visto los vecinos habían denunciado unos gritos en un piso. Blanco conducía y llegamos en pocos minutos. Tras hablar con una señora gorda y vieja que se quejó de nuestra falta de atención a ese barrio, que si todo el mundo sabe que se vende droga, que si no hacemos nada, que si nos sobornan,… En fin, tras entrar en un piso con la puerta abierta, encontramos a una joven de unos veinte años, pero tan pintarrajeada y demacrada que, si la hubiese visto en la calle, hubiese dicho que tenía treinta. Tenía morados por los brazos y piernas, un labio partido y lloraba como una magdalena. En la cocina, estaba Emilio fumando un cigarrillo mientras se limpiaba la sangre de las manos en el fregadero. Debía estar bebido y colocado porque se lanzó a por mí cuando me acerqué, pero en aquella época era rápido como un gato y ni siquiera tuve que desenfundar el arma, me limité a darle un puñetazo en la boca del estómago. Cayó al suelo vomitando lo que había ingerido, le puse el pie en el cuello, lo esposé y nos los llevamos a declarar a la comisaría tras leerle sus derechos.

Emilio fue a los calabozos a pasar la noche y, tras darle unas curas en el ambulatorio más cercano a Leonor, que así se llamaba la chica, la llevamos declarar. Lo típico, Emilio llegó borracho y le sacudió la tunda de costumbre.

Tras la declaración, la invité a un cigarrillo y conversé con ella. La miré mejor y pude ver que era una preciosidad: larga melena negra azabache, ojos negros, piel blanca, delgada y con grandes tetas, piernas largas y carnosas. Sin duda, con otra vida, podría ser una modelo, pero ahora era un espantapájaros demacrado, mal vestido y con los dientes amarillentos. Era una auténtica lástima.

Ahora, existe una ley para los maltratos de género que es absurda, castiga a los imbéciles que se juntan con alguna mala mujer que se aprovecha de la ley, mientras que las verdaderas mujeres que sufren el abuso reiterado de ratas como Emilio, quedan desamparadas por esa ley que dice protegerlas y que, con ese pretexto, no admite la presunción de inocencia de los hombres. Pero eso es algo que como policía, no me incumbe, yo sólo puedo limitarme a hacer mi trabajo entre la corrupción de políticos y jueces.

Hablando con la pobre Leonor, ésta me dijo que, aparte de recibir palizas, ejercía la prostitución. Es frecuente, que las prostitutas, se abran a nosotros en busca de alguien que las proteja. Suelen ser frágiles y con un gran corazón. Hoy, más que nunca, compruebo la hipocresía de este mundo que admira a mujeres que se acuestan cada día con un hombre y, luego, a estas pobres que, por necesidad, se acuestan con quien les puede dar algo de pasta, las llaman putas y las miran con desprecio.

Esto son reflexiones inútiles que sirven para comenzar con la historia de Elisa, una prostituta más de esas que inundaban las calles y digo inundaban, no porque ya no pueblen las calles de noche, sino porque ella apareció muerta una mañana en un descampado con una jeringuilla clavada en la callosa vena de su brazo derecho.

Elisa era una quinceañera de una familia, si no rica, de clase media-alta. Un buen hogar con unos padres que le proporcionaban todo lo que podía necesitar y más. Una buena educación privada. Tenía un novio llamado Luis, quien la desvirgó, y entre lágrimas, me contó como.

  • Yo era una niña buena y no me atrevía más que a dar besos, pero sin lengua y pocos.- comenzó.- Pero una tarde que veníamos de tomar unas copas, paró su coche en un descampado y comenzó a besarme. Pronto su mano comenzó a acariciar mis pechos, yo hubiese dicho que no en circunstancias normales, pero con la bebida estaba caliente y me gustaba, además, era mi novio y le quería mucho. Continuó besándome, pero su mano bajó a mi coño, yo hubiese dicho mi rajita por aquel entonces. Me volví loca y pronto me encontré sobre él, besándole y desabrochando su camisa. Lo siguiente que recuerdo es que acariciaba su polla con mi mano, con una mezcla de curiosidad y calentura, mientras, él besaba, lamía y mordía mis pezones, que para ese entonces se encontraban totalmente erectos. Yo no hubiese llegado más lejos, pero pronto sus manos me alzaron y me dejó caer sobre su erecta polla.

Sentí dolor, el más intenso que jamás pensé sentir, las lágrimas me salían a borbotones, quizás más por el susto que por el dolor según pasaba el tiempo ante la posibilidad de que mi himen se hubiera roto y hubiese perdido mi virginidad que tan celosamente había reservado con vistas a mi matrimonio. Pero, pronto, Luis comenzó un movimiento que me llevó del dolor a un placer que hizo que, en unos instantes, me viese cabalgando sobre él. Tras un rato de galopada, el placer me inundó completamente y quedé lacia sobre el que sacó su polla de mi coñito y se corrió con mi mano rodeando ese garrote ensangrentado que me había desvirgado.

Pero la niña salió fiestera, pronto, se acostumbró a pintarse y a los zapatos de tacón. Luego, a las copas y, más tarde, a un canuto de vez en cuando, para pasar a la rayita coca de vez en cuando. Pasaba de novio en novio, según le interesaba pues que chico se podía negar a la belleza de aquella hermosa morena de quince años. Al principio, sus novios le pagaban los vicios, pero pronto se quedó sin mecenas y, cuando recurría al camello de turno, éste le exigió que le pagase en especie cuando no tuvo con qué pagar. La ansiedad acabó por ser mayor que el asco que sentía por aquel tío y aceptó, pensando que sólo tendría que chupársela a aquel hombre. Pero, estaba muy lejos de la realidad.

  • Me llevó a su apartamento,- comenzó a relatar- donde me hizo desnudar, estaba muy nerviosa, yo ya  había estado con varios chicos, pero esto era diferente ahora era una puta. Sin embargo, esta mierda me tenía enganchada. Me agarró del pelo y me bajó hasta su cremallera. “Chúpamela”, me gritó. Olía a sudor, pero me aguanté cuando abrí la cremallera y saqué su arrugada polla. Chupé, esa cosa arrugada, sudada y hedionda. Mientras, me llamaba puta, guarra y toda clase de palabras vejatorias. Yo lloraba, pero él no se daba cuenta. Cuando la tuvo bien dura, gritó “Date la vuelta y a cuatro patas.” Yo me sonreí porque era pequeña y no me iba a enterar cuando me penetrase puesto que había tenido en mí, pollas mucho más grande. Sin embargo, no pude evitar gritar cuando esa polla rasgó mi ano al atravesar mi esfínter. Jamás había sido penetrada por allí y me dolió mucho, de hecho tuve una gran herida que se infectó y me hizo sufrir mucho. Él, mientras, lo gozaba y seguía disfrutando mientras me insultaba. Yo me calenté bastante con el tiempo, eso me hizo sentir sucia, asquerosa. Finalmente, cuando se iba a correr, la sacó y, con restos de las heces de mi ano en su polla, la puso en mi boca. Yo acepté pues temía quedarme sin el premio después de tanto sufrimiento. Con asco y arcadas, chupé y, cuando se corrió, tuve que tragar aquel líquido viscoso y asqueroso. Pero, tonta de mí, aquello no iba a ser tan fácil, pues aquel hijo de puta gritó: “Ya he acabado, disfrutad el regalito”. Y salieron seis tíos, que me vejaron de forma parecida uno por uno, dos a la vez. Hasta dejarme tirada en el suelo de aquel sucio apartamento. Llena de semen y meados. Esos asquerosos hasta se mearon encima de mi cuerpo desnudo. Y con varias dosis agarradas bien fuerte con mi mano. El hecho de haber gozado en varios momentos fue lo que más me traumatizó pues pasé días pensando en ello.

Pero, no fue la última vez que Leonor repitió esa forma de transacción económica y pronto sus padres se enteraron. Pronto, se vio en la calle donde conoció a Emilio que le dio una casa y un empleo de prostituta a la que chuleaba.

La verdad es que la pobre intentó ligar conmigo, pero pese a la caliente historia que me contó, no tuve nada con ella. Sólo despertaba en mí compasión. La siguiente vez que la vería sería cuando se procedió al levantamiento del cadáver en aquel descampado.

Sin embargo, Emilio no recibió condena alguna por aquella paliza pues Leonor retiró la denuncia unos días después. Emilio iba a comerse cinco o seis años de cárcel por tráfico de drogas. Es decir, que le debía estar tocando los cojones a un narco que tendría amiguetes entre los políticos y los jueces. Por eso, se nos concedió la orden de entrada y registro sin ninguna de las pegas de costumbre para encontrar un buen surtido de estupefacientes en su casa, fue fácil encerrarlo sólo para que la competencia se hiciese con su cuota de mercado.

Fin.

A todos los que me quieran comentar algo sobre el relato o contarme algo, pueden hacerlo en: odiseo.81@gmail.com