El poder de los sentidos

m/F, incesto

Sí, ahora que lo pienso fue aquél y sólo aquél el preciso momento en que se activó dentro de mí lo que desencadenaría una auténtica locura, una verdadera revolución de mis sentidos y de mis instintos.

Era una tarde muy fría de mediados de enero. Hacía ya cinco años que mis padres se habían divorciado y desde entonces yo vivía con mi madre, porque mi padre era un vividor y siempre estaba de aquí para allá metido en asuntos peligrosos y al margen de lo legal. Mamá y yo habíamos salido aquella tarde fría, como iba diciendo, a hacer unas compras, ya que las tiendas estaban de rebajas y había que aprovechar. Mamá no era una mujer especialmente gastosa, pero decía que necesitaba unos zapatos nuevos y por eso fuimos a una zapatería del centro. Allí, estando los dos sentados en un banco mientras se quitaba los zapatos de salón que llevaba puestos, fue donde sucedió todo. Muy delicadamente, se quitó los zapatos y sus pequeños y sexis pies quedaron al descubierto, metidos, eso sí, en medias de color beige. Aquella imagen no se borrará nunca de mi memoria, aquellos pequeños pies con las uñas pintadas de morado muy oscuro. Y lo peor estaba por llegar, puesto que mamá había escogido unas sandalias de tacón bajo que sujetaban su pie por el empeine con dos tres finas tiras negras. Cuando metió sus dos delicados pies en ellas para probárselas reparé en la enorme erección que se había formado en mi entrepierna. No podía creerlo, pero mi propia madre me tenía tan excitado que creía que iban a reventarme los pantalones.

Concluida la compra, mamá y yo cogimos el metro y regresamos a casa. Durante el camino, miré a mamá de una nueva forma que me asustaba y me fascinaba a la vez. La veía como una mujer y no como el niño que hasta hacía poco había sido. Sus labios carnosos, su piel algo pálida, sus cabellos de mediana longitud castaños oscuros, sus grandes pechos, sus esbeltas piernas, su cuerpo cuarentón algo relleno... todo ello estaba teniendo un efecto en mí devastador. Toda suerte de tabúes estaban siendo derribados en mi interior y sólo el deseo carnal más feroz que jamás he experimentado permanecía en mi pensamiento turbado.

Llegados ya a casa, en un barrio de clase media alta de Madrid, mamá puso la calefacción y se quitó el abrigo negro que había llevado puesto. Se quedó, así pues, con un chaleco gordo y una falda encima. El susodicho chaleco se ceñía mucho al cuerpo y no disimulaba en absoluto el generoso tamaño de los pechos de mamá, que siempre me habían llamado la atención. Ahora los veía desde una perspectiva sexual, así como su culo y sus piernas, que me parecían partes igualmente voluptuosas de su cuerpo maduro.

La visión de aquella tarde en la zapatería cambió, como digo, mi relación con mamá, aunque de forma unilateral. Cuando ella estaba presente mi erección era prácticamente constante y mi mente ardía de deseos, aunque los remordimientos de conciencia que sufría después eran un precio muy alto que tenía que pagar. La situación laboral de mamá, además, ayudaba poco, porque era dentista y tenía la consulta en el piso de al lado (que estaba comunicado con el nuestro), de modo que era casi como si estuviera en casa todo el día, lo cual acrecentaba mi excitación. Trabajaba de lunes a jueves  cuatro horas por la mañana y tres por la tarde, terminando su jornada a las siete de la tarde. Nuestra situación económica era más que desahogada y tengo que decir que no sabíamos en muchas ocasiones qué hacer con todo el dinero que mamá ganaba al ser una dentista muy buena.

Aparte de su trabajo, la vida de mamá era muy simple. Era una mujer austera en muchos sentidos, o quizá un poco derrotista, puesto que había desechado la idea de rehacer su vida con otro hombre y permanecía conmigo en casa la mayor parte de su tiempo libre. Afortunadamente, tenía muchas aficiones (entre las que se contaban la jardinería y la lectura), así que no tenía tiempo realmente para entristecerse o para sentirse sola. O quizá eso era lo que yo creía.

Mi obsesión erótica fue haciéndose cada vez mayor. Llegó un momento en el que casi no podía dejar de desnudar a mi madre con la mirada cuando se paseaba por casa en bata o en camisón. No era una mujer excesivamente pudorosa, pero tampoco dejaba que viera mucho de su cuerpo. Alguna vez la había visto en sujetador y bragas, pero había sido en contadísimas ocasiones y, además, cuando yo era pequeño, demasiado para mirarla como a una mujer.

Tal llegó a ser mi fijación con mamá que mis hormonas, un día en el que había ido de compras con una de sus ayudantes de la clínica dental, me indujeron a registrar su cuarto en busca de prendas íntimas suyas. Miré en los cajones de su mesilla de noche, que aún estaba a la derecha de su cama de matrimonio, pero sólo encontré bragas (negras, rojas y moradas en su mayoría y bastante pequeñas) y sujetadores (de los mismos colores predominantemente). Sin darme por vencido, me decidí a registrar también su armario, donde encontré varias cajas de zapatos (todos ellos muy sexis, he de decirlo) y, en el fondo del mismo, una bolsa de color gris que yo jamás había visto. Loco de curiosidad, la cogí y la puse sobre la cama. La vacié y me llevé una de las sorpresas más grandes de mi vida. Un pene de plástico de grandes dimensiones fue lo primero que cayó sobre la cama. Era muy realista y de color piel. Yo había visto otros así en revistas guarras donde anunciaban artículos de este tipo, pero era la primera vez que veía uno de verdad y estaba muy sorprendido. Lo que más me chocaba, sin embargo, era que mamá estaba utilizando aquello, lo cual probaba que estaba muy necesitada de sexo. Aparte de eso, también encontré varias revistas en las que salían principalmente hombres jóvenes posando desnudos y varios CD-ROM. Supuse que en ellos también había fotos, así que no me molesté en mirarlos. Lo guardé todo y me fui al salón a ver la tele mientras pensaba en lo increíble que había sido ver aquello.

Durante días me pregunté cuándo se metía mamá aquel pene de plástico y dónde, qué fotos le gustaban más y cosas así. Era perfectamente comprensible que hiciera aquellas cosas habiéndose negado a buscar otros hombres, pero a mí me resultaba difícil imaginarme a mi madre masturbándose. Fuere como fuere, el caso es que yo empecé a imaginármela introduciéndose aquel pene mientras me masturbaba y debo admitir que alcanzaba orgasmos más potentes que nunca y además me podía masturbar más veces seguidas. Me sentía culpable por aquello, pero si mi madre lo hacía, ¿por qué no yo?

La situación aquella de tensión sexual no hubiera podido seguir así mucho tiempo sin llegar a volverme loco. Por fortuna o por desgracia, una noche sucedió algo inesperado. Resulta que mamá y yo estábamos sentados viendo la televisión por la noche en el sofá. Tan enfrascados estábamos que no me di cuenta de que por la apertura frontal del pantalón de mi pijama, que había quedado abierta después de ir yo a orinar, se había salido mi miembro, que estaba semierecto debido a la presencia de mi madre. Tengo que decir, aunque suene algo vanidoso, que mi miembro es bastante grande, de 19 cm. de longitud y considerablemente gordo.

-Se te va a escapar el pajarito –oí decir a mi madre.

Tardé un poco en reaccionar y en mirar hacia abajo y ver que mi rabo medio empinado estaba allí a la vista. Me quedé clavado, sin saber qué decir. Mi madre, que estaba en camisón y con las piernas y los pies al aire, estaba mirándomelo fijamente. Yo me había quedado algo pasmado y la polla se me empinó casi completamente cuando poco a poco fui recuperando la noción del tiempo y me di cuenta del morbo que tenía la situación. Después de casi un minuto de auténtica parálisis cerebral, me la guardé y me sonrojé terriblemente. No sabía dónde meterme. Aquello era mucho para un chico de dieciocho años.

-Bueno, lo de pajarito es un decir, porque es muy grande –añadió mamá riéndose-. No sabía que hubiera crecido tanto. Si hace nada eras un renacuajo y tenías una pilililla de nada...

Mamá se puso seria al poco y eso me alarmó un poco.

-No te pongas nervioso, cielo, si soy tu madre... Lo que no llego a entender es por qué se te pone tiesa.

Me quedé mudo, pero sabía que tenía que decir algo.

-Es que... –traté de decir.

-¿Qué es? Dímelo sin miedo, que soy tu madre.

-Pero es que... te enfadarías –le dije.

-Claro que no, ya sabes que nosotros siempre nos hemos llevado bien.

-Es por ti –dije sin pensar en lo que decía y me arrepentí al momento de decirlo.

Mamá se quedó callada y seria durante un momento, luego sonrió de forma comprensiva.

-Te comprendo, es lógico. A mí también me pasa.

-¿Te pasa? –le pregunté.

-Pues que también me excito a veces al verte.

-¿En serio? –le pregunté yo completamente alucinado.

-No es de extrañar. Soy una mujer de cuarenta y dos años, llevo varios años sin nada de sexo y tengo un hijo con un físico sexy y ahora encima sé que bien dotado. Como para no excitarse...

Permanecí callado; no todos los días le dice a uno su madre que se pone caliente pensando en él.

-En fin, que debo estar loca por excitarme con mi propio hijo, pero no lo puedo remediar. Al menos tengo el consuelo de que a ti te pasa lo mismo.

-No estás loca, esas cosas pasan simplemente –atiné a decir yo.

-Eso creo yo también.

Los dos nos quedamos mirándonos un rato. Luego, como llevado por el Diablo, volví a sacar mi erección y me la acaricié mientras miraba a mamá.

-Entonces, ¿la tengo tan grande? –le pregunté sintiéndome como el loco que sabe que está haciendo una locura de enormes proporciones.

-Muy grande, sí. Bastante más grande que cualquiera que yo haya visto en mi vida –me respondió mirándomela fijamente.

-¿Y has visto muchas?

-La verdad es que no, porque sólo tuve un par de novios antes de casarme.

-¿No has tenido ninguno desde el divorcio? –quise saber.

-Ninguno, y quizá eso haya sido un error.

-Ya, debe ser terrible no tener sexo durante tantos años.

-No lo sabes tú bien –dijo mamá apesadumbrada.

Nos quedamos callados, mamá allí sentada con el camisón por la mitad de sus muslos y sus pequeños pies apoyados en una banqueta. Yo me la meneaba lentamente mientras la observaba y ella me la miraba. Todo era como un sueño, totalmente alejado de la realidad y extraño. Yo no era perfectamente consciente de que aquello estuviera ocurriendo realmente, pero actué como si lo fuera y seguí adelante sin saber muy bien qué es lo que estaba haciendo.

-¿Te masturbas a menudo? –me preguntó mamá mirándome a la cara.

-Casi a diario –le contesté con total sinceridad.

-No está mal.

-¿Y tú? –me atreví a preguntarle.

-Más o menos igual.

Habiendo dicho aquello, mamá se metió la mano derecha por debajo del camisón y empezó a acariciarse el coño. Yo iba a explotar de excitación, así que me la meneé más despacio para no correrme en seguida. Mamá se frotaba también su vulva despacio mientras me miraba.

-¿Quieres que te la toque yo? –me preguntó.

-Si quieres... –le dije algo cortado.

-Pues ponte a mi lado, cielo.

Me senté junto a ella y se sacó la mano de debajo de su camisón para agarrar mi rabo. Empezó a moverla a lo largo de éste, subiendo y bajando muy despacio y luego algo más rápido. Estar allí, sintiendo cómo una mano extraña me la meneaba y viendo sus pequeños y sensuales pies y sus piernas algo rellenas pero libidinosas, hizo que inevitablemente mi excitación aumentara exponencialmente. Mamá no paraba de masturbarme, cada con más vigor y decisión y, sin darme cuenta, pasé el punto de no retorno y una sensación abrumadora se hizo con mi cuerpo. Un primer disparo de esperma salió de mi polla y cayó sobre el camisón de mamá a la altura de sus grandes tetas. El segundo cayó a la altura de su barriga y los siguientes sobre mi barriga y en la mano de mamá. Me quedé totalmente relajado, aunque sintiéndome muy extraño. Había sido mi madre la que me había hecho aquello...

-¿Te ha gustado que te masturbe yo? –me preguntó mientras se limpiaba la mano en un pañuelo.

-S...sí –dije yo medio tartamudo.

-Echas mucho semen, eso me gusta... –comentó.

Los dos nos quedamos mirándonos un rato.

-Si quieres, a partir de ahora puedo hacerte yo las pajas –me dijo.

-Me encantaría –contesté.

-La tienes muy grande y dura, me encanta hacerlo, aunque sea una locura que seas mi propio hijo. Yo creo que hay que disfrutar si estamos los dos solos y nadie lo va a saber...

-Pero tú no estás disfrutando mucho.

-¿Que no? Me ha encantado hacerte esa paja.

-Ya, pero tú no te has...

-¿Que no me he corrido? –preguntó mamá dejándome estupefacto con su forma de hablar.

-No, pero aun así me ha encantado. Aunque podría ser mejor, claro...

-Supongo, pero no podemos seguir adelante, ¿no?

Mamá guardó silencio durante un breve espacio de tiempo.

-¿Por qué no? ¿Te refieres a que no podemos follar? –me preguntó sorprendiéndome de nuevo con su lenguaje.

-Eh... sí, a eso.

-Si a ti te apetece... A mí desde luego me gustaría, porque llevo años sin hacerlo.

-A mí me encantaría, pero necesitaremos condones, ¿no?

-Claro, pero esos se pueden comprar. Es bien fácil.

-Sí.

De nuevo, silencio. Los dos estábamos pensativos, sintiéndonos extraños por todo aquello. Lo que era una aberración para el 99% de la humanidad lo estábamos discutiendo allí con total normalidad, sin remordimientos.

-Llevo años deseándolo contigo, cielo... Me da vergüenza decir estas cosas, pero aunque sea tu propia madre no he podido evitar excitarme cuando te veía salir del baño y a veces te veía el culo o el abdomen. No te puedes imaginar las veces que me he masturbado pensando en verte desnudo encima de mí...

No sabía qué decir. Mamá me la había empinado otra vez con sus palabras.

-Otra vez se te está empinando... Los chicos de tu edad sois una delicia, os recuperáis al instante. El sueño de una madre cuarentona...

Yo sonreí.

-¿Quieres que busquemos una farmacia de guardia y compremos los condones? –le propuse.

-¿Lo dices en serio? –me preguntó mamá entusiasmada.

-¡Claro que sí! ¿Vamos?

-¡Venga! Vamos a vestirnos.

Decidimos vestirnos cada uno en su cuarto para no caer en tentaciones peligrosas y cogimos corriendo el ascensor para ir al garaje del edificio donde vivíamos. Mamá se había puesto las sandalias de tacón bajo que se había comprado aquel día, una falda y un chaleco. Estaba tan sexy que mi erección no bajó un ápice en intensidad. Me quería abalanzar sobre ella y comérmela, pero tenía que controlarme, tenía que mantener la calma y ver qué pasaba.

Montados ya en el coche, miramos en el cartel de la farmacia más cercana a casa dónde estaba la más próxima de guardia y nos dirigimos a ella. Fui yo quien se bajó para comprar los preservativos y cuando volví mamá me sonrió, se acercó a mí y me dio un beso en los labios.

-Ahora vámonos a casa, que te voy comer entero en mi cama –me dijo en voz baja y seductora.

Cuando nos metimos en el ascensor para subir a casa (vivíamos en una novena planta) no pude aguantar más y me lancé sobre mamá. Agarré sus tetas y besé su boca con gran vigor. Ella respondió a mi beso y con las manos apretó mi culo para que el duro bulto que había en la parte frontal de mis pantalones hiciese presión sobre su coño, escondido detrás de la falda. En un momendo dado, pulsé el botón para parar el ascensor tiré de la falda de mamá hacia abajo mientras le sobaba el culo. Mamá, siguiéndome la corriente, desabrochó el botón de mi pantalón y me lo bajó hasta las rodillas; mi polla quedó libre otra vez. Luego, mamá se bajó las bragas y se quedó con ellas y la falda por los tobillos. Yo estaba que me iba a dar algo, así que mamá abrió la caja de condones y sacó uno. Lo sacó del plástico y, apresuradamente, me lo puso.

-Métemela ahora, cielo, que no puedo esperar ni a llegar a casa... –me urgió.

Mamá se agachó y puso el culo en pompa delante de mí. Casi no cabíamos en el ascensor, pero sí lo justo para follar. Mi polla cubierta por el látex estaba entre las nalgas de mamá, así que me moví un poco y encontré con facilidad su agujero. Una vez dentro de su cálida vagina, empecé a estrellarme contra su culo ardientemente, sin cuartel. Necesitaba aliviar mis huevos y saciar la sed de hombre de mamá, así que me convertí en un animal copulando como loco. El morbo de estar haciéndolo en un ascensor a las dos de la madrugada, además, nos tenía más calientes aún, de modo que mamá se corrió casi a los tres minutos de metérsela yo. Gimió como una loca y me rogó que no me detuviera, y eso fue precisamente lo que hice, seguir metiéndosela frenéticamente hasta que yo mismo me corrí y llené de esperma el condón. Saqué entonces mi rabo del coño peludo de mamá y me quité la goma. Mamá se subió rápidamente la falda y las bragas y se quedó como si nada hubiera pasado, aunque estaba algo despeinada y con la cara sonrojada. Luego me subió los pantalones mientras yo le hacía un nudo al condón y lo tiraba por el hueco del ascensor.

-Es el mejor polvo que he echado en mi vida, te lo juro –me dijo sonriendo y con el ascensor ya en marcha.

-Y el mío...

-¿Quieres que sigamos ahora en mi cama?

-Es que no tienes elección –le dije sonriendo maliciosamente.

Mamá se rió y el ascensor se paró en nuestra planta. Yo miré su cuerpo, sus tetas, sus piernas, su culo y sus sexis pies y me sentí orgulloso de haber penetrado la vagina de aquella mujer, de aquel ser que tanto me excitaba. Sabía que ahora, en cierto modo, me pertenecían, que mi polla podía disponer de aquel chocho lleno de pelos y caliente y que éste podía gozar todo lo que quisiera de mi rabo y de mi lengua. Aquello prometía...