El Plan

Un vejete jubilado cree haber encontrado un método infalible para acostarse con jovencitas.

EL PLAN

Mi historia comienza hace más de dos años, cuando cumplí mi edad de jubilación. Yo me consideraba aún en forma, todo un chaval, pero parece que la Ley y la empresa tenían otra opinión. Así que, estando sano, me vi apartado de la sociedad, como un trasto inútil que han usado hasta romperlo.

Me resistía a tan triste destino, y, como quiera que tenía que consolar mis penas de algún modo, “a falta de pan, buena era una paja”, que decía un amigo mío. El problema era que eso no bastaba, en especial porque desde siempre he sentido predilección por las chicas jóvenes, y claro, yo me encontraba bien, pero el espejo no decía lo mismo.

Claro, mi posición económica no era mala, por lo que la primera opción, la más fácil, para satisfacer mis libidinosas intenciones era recurrir a un servicio de pago, o lo que es lo mismo, irme de putillas. Pero nunca he creído en el sexo sin algo de amor, y aunque no me cabía duda que las meretrices mostrarían cariño al dinero no lo tenía tan claro que igual sucediera con mi persona, por lo que descarté el plan.

Una segunda opción que me planteé fue frecuentar discotecas, bares, disfrutar de la noche en ambientes juveniles. Pero nuevamente el espejo se reía de mí, y no hacía más que recordarme que sólo sería un viejo baboso sin ninguna posibilidad de comerme un colín, al menos uno joven.

De repente, mientras estaba en mis cavilaciones esperando un autobús, di con la solución a mis problemas, y diseñé mi plan. La idea era simple y, en aquél entonces, me pareció simplemente genial. Recordando las noticias cuando hablan de una operación policial, decidí bautizarla como “Operación Chochete”, y se dividía en varias fases:

a)    La primera era fácil. Consistía en visitar las paradas de buses cuyo destino fuera la universidad e ir eligiendo presas.

b)    La segunda tampoco era complicada. Consistía en controlar los horarios de la presa, saber cuándo y con qué destino cogía el autobús.

c)    Verificada la habitualidad de la presa, ahora la cosa se complicaba. Tenía que hacerme el encontradizo, operación que calculé debía tomar varios días o semanas. Había que conseguir que la chica en cuestión, la presa, se fijara en mí, aunque sólo fuera por pesado. De este modo, todos los días la esperaría en la parada de origen y luego me bajaría en la de destino, como si fuéramos juntos. Y si podía, haría también el camino de vuelta.

d)    Una vez que me había hecho visible, había que trabajar la confianza. Se trataba de decir, “Buenos Días”, “Qué mal tiempo hace”, “Cuánto tarda el bus”. Iniciar una conversación.

e)    A medida que ganara confianza, sería el momento de culminar el acecho. Aparecería conduciendo mi flamante deportivo, que me costó una pasta y decían era un “Imán de coñitos”, pasar por la parada y al verla, decirle, “Oye, guapa, ¿te llevo?”, con la esperanza depositada en que me reconociera, supiera que tenía su mismo destino, y que era medianamente de fiar. ¿Quién desaprovecharía esa oportunidad de ir en un elegante coche y no en un sucio y apestoso autobús?

f)     Finalmente, tenía que conseguir que se sintiera atraída hacia mí, al menos lo justo para que pudiera yo satisfacer mis bajos instintos. Para eso pensaba utilizar mis mejores armas de seducción, que desde luego no podían ser las físicas. Podría, eso sí, demostrarle que era un hombre experimentado, rico, que podría llevarla a cimas no soñadas, aunque en realidad sólo pensara la manera de beneficiármela y aliviar un poco de lefa sobre la chiquilla.

g)    Y, finalmente, culminaría mis intenciones, follándomela como a una perra.

Me convertí en un habitual usuario de los autobuses públicos, y comencé la caza.

La primera chica que captó mi atención era una morenita muy bajita, que parecía tímida, pero tenía un buen culo, que es lo que yo buscaba principalmente. Para que nos vamos a engañar. Llegué sin problemas a la fase d), pero una vez allí, pasé dos meses intentando sacarle aunque sólo fuera una respuesta amable. Total, que tiempo perdido.

Luego le tocó a otra, cuyo aspecto me pareció demasiado joven, pero cómo iba a la Universidad di por hecho que era una persona adulta. Craso error. Cuando llegué a la Fase e), y decirle si la llevaba, se puso a gritar histérica, llamándome violador, abusador de menores, pervertido, y amenazando con llamar a la Policía. No me maté con el coche de milagro de la velocidad a la que salí huyendo.

La siguiente, simplemente me volvió loco nada más verla. Era alta y rubia, con un buen par de tetas, muy guapa y atrevida. Con ella llegué a la Fase e), y aceptó viajar conmigo. El problema es que, al tercer día de recogerla en la parada, ya no venía sola. Se trajo a su novio, a su prima, a su abuela del campo, e incluso llegué a hacerle una mudanza. Total, que me convertí en un vulgar pagafantas.

Todo iba sobre ruedas, y nunca mejor dicho, con la cuarta. Pasamos la fase e) sin problemas, y ya en la fase f) intimamos en el coche, nos reíamos, hasta que me dijo que su padre era profesor de Kárate. Una cosa es querer tirármela  y otra jugarme mi integridad física, así que nuevamente frustrado tuve que aliviarme en solitario.

Ya empezaba a sospechar que mi plan era descabellado, no tan genial como inicialmente me pareció, así que me dije si el problema no estaba en que ponía el listón demasiado alto. Así que, decidí reducir mis expectativas con la siguiente chica, que no me pareció inicialmente atractiva, andaba un tanto desgarbada, pero bueno, qué más daba, si total, sólo quería follármela. Llegué a la fase f) a velocidad endiablada, y cuando ya estaba a punto de culminar la fase g), toqué su entrepierna, y hay cosas para las que Dios no me ha preparado. No hay sitio para dos pollas en esta ciudad, forastero. La verdad, debo reconocerlo, a punto estuve de decirme que, que más da. Pero pasé a  la siguiente.

Seguí intentándolo, ahora ya iba a por la sexta. No era fea, aunque solía vestir bastante desarreglada. Pero mi listón ya estaba por los suelos. Llegamos a la fase e) sin problemas, y me frotaba ya las manos (con el pene, claro) pensando en pasar de fase, cuando me di cuenta  de mi error. Esa chica no conocía la higiene ni de pasada. Me tomó dos semanas conseguir eliminar su olor de mi coche.

Después de eso, mis esperanzas se habían casi esfumado, cuando, entonces, la vi. Era la cosa más hermosa que haya visto jamás, simpática, alegre, y con una boquita que soñé rodeara mi arrugado pollón. Habíamos pasado con creces la fase f), e íbamos de cabeza a por la Fase g). ¿Cuántas veces me habré maldecido por no haber podido controlar mis instintos? Le dije, qué tal si me la chupaba, y cuando la chica, fue a abrirme el pantalón, hacía por lo menos ya tres horas que me había corrido. No pude convencerla de que ese accidente no era lo habitual.

Y, ahora, aquí espero, dos años después de iniciado mi loco plan, esperando el autobús, un poco más pobre, y mucho más cansado.

Pero, un segundo, ¿Qué es lo que veo ahí? Sí, definitivamente, con esa voy a llegar a la fase g).