El plan (3)
Por fin llega el momento de ejecutar el plan, pero... ¿Saldrá bien? Y, si sale bien, ¿estaré preparado para las consecuencias?
- Será mañana. - sentenció Silvia.
Era jueves. Concretamente, dos días después del martes en el que Manu me confesó su inactividad sexual. Una vez más, me había tirado a la hermana de mi amigo. Después del polvo nos habíamos quedado tumbados, desnudos y en silencio, hasta que ella lo rompió con esa tajante afirmación.
- ¿Mañana? - repetí, con la sangre de mi cuerpo todavía tomando el camino de regreso hacia el cerebro.
- Supongo que saldréis, ¿no?
- Sí, claro. Como todos los viernes.
Normalmente, cada fin de semana salíamos de fiesta juntos Manu, Carol, Sofía y yo. Sofía era muy fiestera y, como se llevaba mejor con los chicos que con las chicas, solía salir con nosotros. Carol se apuntó en cuanto empezó a salir con Manu, y como tanto Sofía como yo le caímos bien siguió viniendo. De vez en cuando se apuntaba algún otro compañero de clase, pero la mayoría salía por su cuenta con otra gente (cosa que yo hacía los sábados).
- Pero Sofía se irá al pueblo, ¿no? - dedujo Silvia.
- Cierto. - confirmé.
Aquel fin de semana se celebraba una fiesta en el pueblo de Sofía, y todos los años viajaba allí para disfrutar de esos días.
- Así que estaréis los tres solos... - continuó Silvia.
- Sí... - intentaba, sin éxito, seguir la lógica de la chica.
- Así que perfectamente podría llamar a mi hermano e inventarme algo para que venga a casa y te deje a solas con esa zorra...
- ¡Oh! - caí al fin.
- Exacto. A esa relación no le quedan ni 48 horas... - dijo satisfecha, más para sí misma que para mí.
- ¿Y cómo pretendes que se entere tu hermano sin delatarme yo?
- Eso déjamelo a mí. No será la primera vez que le abro los ojos con algo así...
Esa última frase me inquietó un poco, pero preferí dejarlo estar. Además, con la tontería nos estábamos retrasando un poco, y teníamos que vestirnos, arreglar la habitación y ponernos con la Wii antes de que llegara su hermano.
- ¿Tiene que ser ahora? - gritó Manu a través de su teléfono móvil, para hacerse oír sobre el ruido de la discoteca en la que nos encontrábamos. - Joder, Silvia, ya te vale. Me vas a deber una bien gorda.
- ¿Qué pasa? - pregunté, también con un tono elevado, en cuanto colgó.
- La gilipollas de mi hermana. Que se ha dejado las llaves en casa y no puede entrar. - respondió cabreado. - Mira que nunca llega a casa antes de las 5, pero precisamente hoy que se deja las llaves le da por volver a las 2.
- ¿Tienes que ir a abrirle? - intervino Carol, que había estado escuchándonos.
- Qué remedio. - se quejó mi amigo. - Como tenga que despertarse mi padre para abrirle la puerta es muy capaz de castigarla un mes entero. Que no le vendría mal, pero supongo que me toca hacer de hermano enrollado...
- Vaya. - fingí lamentarlo. - ¿Quieres que te acompañemos?
- No hace falta, seguid pasándolo bien. - respondió tal y como esperaba. - Si voy rápido estaré de vuelta en menos de una hora.
- ¿No prefieres que te acerque con el coche? - volví a hacer una sugerencia que sabía que rechazaría. - Es de tu padre, al fin y al cabo.
- Tío, acabas de beberte 2 cubatas, ni loco te vas a poner a conducir ahora.
Manu cumplió mis expectativas, pues yo ya sabía que siempre tenía mucho cuidado con esas cosas. Siempre que salíamos de fiesta con el coche me obligaba a estar al menos un par de horas sin beber nada antes de coger el coche. Dado que tampoco es que yo bebiera demasiado, esas dos horas solían bastar para encontrarme totalmente sobrio al momento de ponerme al volante.
- Da igual, voy corriendo y en tres cuartos de hora o así estoy aquí.
- Vale, como quieras.
- Lo único, déjame un momento las llaves del coche, que tengo las de casa dentro.
- Espera, que te acompaño, que yo también tengo que recoger una cosa. - añadí.
Manu se despidió de su novia con un pico y nos encaminamos juntos hasta el coche, donde el recogió sus llaves y yo...
- ¿Condones? - se sorprendió mi amigo al verme sacarlos de mi mochila.
- Ajá. - respondí con una media sonrisa. - Algo me dice que voy a triunfar esta noche.
- Qué cabrón eres... - rió inocentemente.
Cerramos el coche, nos despedimos y salió a paso ligero en dirección a su casa.
Yo volví a entrar en la discoteca y busqué a Carol con la mirada. No se encontraba en el rincón donde la habíamos dejado. Al cabo de un rato la encontré, bailando, sola, aunque de vez en cuando algún chico se le acercaba.
Me quedé un rato contemplándola. Iba tan bien vestida como siempre, con una blusa de tirantes con un ligero escote, una chaqueta fina por encima y unos pantalones apretados que marcaban estupendamente su buen culo, que movía de forma hipnótica al ritmo de la música. No tardó en provocarme un comienzo de erección.
Me decidí y me acerqué hacia ella por la espalda, sumergiéndome en el mar de gente, procurando que no me viera. Cuando finalmente estuve detrás de ella, la agarré suavemente por la cintura y me pegué a su cuerpo, procurando que notase mi empalmada en su culo pero, al mismo tiempo, sin ser demasiado evidente.
Ella no se inmutó, siguió bailando y ni siquiera se dio la vuelta, por lo que supuse que debió pensar que era otro de los numerosos chicos que la rodeaban, que había decidido ir un paso más allá. Y, aparentemente, eso no le suponía un problema.
Seguimos así unos segundos, hasta que me atreví a avanzar un poco más y empecé a apretar de forma notoria mi paquete contra su trasero, haciéndole patente mi ya completa erección.
Sorprendentemente, su única reacción fue acentuar sus movimientos, prácticamente restregándome las nalgas alrededor de mi polla. Completamente envalentonado, subí lentamente mis manos por su vientre y finalmente alcancé sus pechos, momento en el que, aunque de forma tranquila, finalmente se resistió, agarrándome los antebrazos con sus manos y devolviéndo las mías a su cintura.
- ¡Tengo novio! - me gritó la muy calientapollas.
- ¡Lo sé! - exclamé yo en su oído, revelando finalmente mi identidad.
De pronto, fue como si mis dedos quemaran, pues Carol se apartó rápidamente y se dio la vuelta, mirándome perpleja.
- ¡Dani! ¿Qué coño haces?
- ¿Que qué hago? ¿Y tú qué, no has hecho nada? - repliqué, con cierto cabreo encima.
- Yo... Yo estaba bailando. - se excusó. - Has sido tú quien le ha tocado las tetas a la novia de su amigo.
- Ya, bueno, me pregunto que opinaría mi amigo de que su novia vaya por ahí restregándose con las pollas de otros.
Carol se quedó sin respuesta pero, no solo eso, sino que percibí que miraba hacia abajo, hacia mi entrepierna, con la boca ligeramente abierta. Creo que fue en ese momento cuando cayó en la cuenta de que la polla con la que había estado “jugando” era la mía.
- Mira, mejor me voy. Dile a Manu que no me encontraba bien y discúlpame por haberme ido así. - me mandó, antes de encaminarse hacia la puerta.
Yo, obviamente, fui tras ella. En cuanto abandonamos el local, la alcancé y la agarré por el brazo, tirando de ella hacia mí.
- ¿Quieres que te disculpe también por lo puta que eres? - le dije en voz baja, más tranquilo, recordando cuál era mi objetivo.
- Déjame, imbécil. - gruñó, soltándose de mi mano y volviendo a alejarse.
- ¿Sabes por qué Manu no quiere acostarse contigo? - le solté, consiguiendo que se detuviera y me escuchara. - Tiene miedo de que se la veas porque la tiene pequeña.
- ¿Qué? - se sorprendió, dándose la vuelta para mirarme.
- Lo que oyes. Y debe tener razón en preocuparse, porque a juzgar por cómo “bailabas” antes conmigo, debes tener muchas ganas de un buen pollón.
- Tampoco la tienes tan grande... - intentó picarme.
- ¿No? - respondí con sorna. - ¿Quieres que me la saque y lo comprobamos?
Otra vez se quedó muda. Reacción que interpreté como un “sí”.
- Voy al callejón de detrás de la disco. Si quieres verla, ven conmigo. - la provoqué, agarrándome el paquete.
Me dirigí al susodicho callejón y, apenas 10 segundos después, apareció Carol como una autómata.
- Sabía que vendrías. - dije de forma burlona.
- Me la enseñas y me largo, fantasma, no te creas que he caído en tus redes. - refunfuñó, pero la forma en que miraba hacia mi entrepierna no respaldaba sus palabras.
Con parsimonia, desabroché la bragueta de mis vaqueros y, finalmente, eché hacia abajo el calzoncillo, liberando mis 19 duros centímetros, que en ese momento debían estar rozando los 20 porque pocas veces en mi vida la había tenido tan tiesa.
- Joder... - no lo dijo a viva voz, pero esa fue la palabra que dibujaron sus labios.
- Está muy oscuro, ¿por qué no te acercas para verla mejor? - sugerí.
Ella obedeció, acercándose sin prisa pero sin pausa. Una vez estuvo lo suficientemente cerca, rápidamente le agarré la mano y la llevé hasta mi polla. Ella, lejos de resistirse, la agarró con gusto.
- ¿Te gusta? - pregunté, conociendo la respuesta.
- Esto no está bien... - musitó en voz baja, sin apartar su mirada de mi erección y empezando a masturbarla con un lento movimiento de muñeca.
- Esto está de puta madre, Carol. - la rodeé con mi brazo izquierdo y agarré con firmeza su culo. - ¿Sabes lo que no está bien? Que un pibón como tú esté a dos velas porque el pichacorta de su novio no tiene la autoestima suficiente para echarle un buen polvo.
Esa frase fue el pistoletazo de salida definitivo. En cuanto pronuncié la última palabra, los dos nos abalanzamos como locos a los labios del otro, comiéndonos la boca casi con desesperación. Ella no soltaba mi mástil y yo no soltaba su popa. Con mi otra mano volví a alcanzar sus pechos, sabedor de que en esta ocasión no me la quitaría de allí.
Finalmente, tras unos cuantos minutos así, subí la mano de su trasero hasta sus hombros, y la empujé suavemente hacia abajo, indicándole cual quería que fuera el siguiente paso.
- Espera. - me interrumpió. - Ni loca me pongo de rodillas en este suelo.
- ¿Y qué propones? - pregunté, perdiendo ligeramente la compostura.
- Mmm... Tienes las llaves del coche, ¿no?
Esta vez fui yo el que se quedó con la boca abierta.
- ¿Q...quieres que te folle en el coche del padre de tu novio?
- No. Pero quiero que me folles. - concedió.
- Vale, vamos. - la apresuré, más cachondo que en toda mi vida.
Una vez en el auto, abrí una de las puertas traseras y me tumbé en los asientos, al mismo tiempo que me libraba definitivamente de mis pantalones y calzoncillos. Carol entró detrás de mí, cerró la puerta, se descalzó los tacones y se colocó de rodillas sobre mis piernas. Agarró mi polla y la colocó en posición vertical, paralela a su cara.
- Es enorme. - susurró con una expresión a medio camino entre el placer y la impresión. - No sé si voy a poder.
- Claro que vas a poder. Hasta ahora todas han podido, y no han sido pocas. - dije con suficiencia.
Carol entornó los ojos, como diciendo “no tienes remedio” y, acto seguido, engulló mi glande. Poco a poco fue atreviéndose con más, aunque la mayor parte del tiempo la pasaba dando pequeños lametazos. No era ni de lejos tan buena felatriz como Silvia, pero el morbo de ver a la preciosa novia de mi amigo mamándome la polla compensaba con creces.
- Ven, quítate esto. - dije al cabo de un rato, atrayéndola hacia mi pecho y, acto seguido, deshaciéndome de su ligera chaqueta.
Ella solita se quitó la blusa, dejando a la vista un sujetador blanco y elegante que contenía un buen par de tetas, redondas, firmes y bastante grandes. Se lo desabroché mientras nos volvíamos a morrear y, cuando finalmente liberé sus pechos, me lancé como loco a devorarlos.
La giré y la puse boca arriba, quedando yo encima. Seguí comiéndole las tetas un rato y, poco a poco, fui bajando por su vientre, hasta toparme con su ajustado pantalón. No sin esfuerzo, lo desabroché y lo bajé hasta sus tobillos, llevándome su ropa interior por el camino.
- Disculpa el bosque, llevaba tanto tiempo sin follar que últimamente he pasado bastante de depilarme. - explicó en cuanto expuse su pubis.
- No seas tonta, me encanta así. - afirmé.
Empecé a besarle los muslos y a hacer recorridos por la zona con mi lengua pero, antes de que pudiera completar el sexo oral, me interrumpió.
- Métemela ya, por favor. - gimió, con los ojos cerrados.
- Tus deseos son órdenes para mí. - concedí.
Y, sin más miramiento, me coloqué en posición y, con suavidad pero con rapidez, la penetré hasta el fondo. El gemido que soltó debieron oirlo desde dentro de la discoteca.
Durante unos minutos estuvimos follando en esa posición, a ritmos variados que yo imprimía con mis caderas. Sinceramente, a mí se me olvidó por completo que aquella mujer era la novia de mi amigo, se me olvidó Silvia y su plan, se me olvidó todo. En aquel momento, solo sabía que estaba echando el mejor polvo de mi vida con una chica preciosa.
Sin embargo, pronto me bajarían de mi nube de sopetón.
Carol y yo seguíamos copulando apasionadamente, los dos con los ojos cerrados, cuando unos toquecitos en la ventanilla más cercana a nuestras cabezas nos trajeron de vuelta al mundo real. Y cuando miramos a través de ella, del mundo real bajamos directamente a los infiernos.
La que había llamado era Silvia, que sonreía con una maldad inusitada incluso para ella, y detrás de ella se encontraba Manu, en estado de shock, observando destrozado como me tiraba a su novia en el coche de su padre.
Continuará...