El placer del pecado
Ir a estudiar la estatua de Rosto, le meterá en un mundo de placeres prohibidos.
Había llegado a la ciudad a primera hora de la mañana. Un taxi me trajo al casco antiguo, donde se encontraba la dirección que buscaba. El taxista, muy amable, me dejó al comienzo de la avenida, explicándome que desde hacía 2 años los vehículos no podían entrar ya que se había convertido en peatonal. Me indicó que el número 28 estaba a mitad del camino. Le pagué , dejando una pequeña propina por la indicación.
Nunca había visitado una ciudad de esta parte de Europa, pero me alegré de que me enviaran aquí. Lo poco que había visto hasta ahora me dejó gratamente sorprendido. Un aire clásico en los edificios y las enormes avenidas con árboles frondosos que las bordeaban. Sin duda , aprovecharía para hacer turismo cuando terminase mi trabajo.
Caminé la avenida hacia abajo, fijándome en los números que indicaban al lado de las puertas. De vez en cuando me paraba para observar los enormes ventanales y los tallados de las fachadas de las casas. Por el lado por el que caminaba, el derecho, se encontraban los números pares. Al pasar el número veintiséis, un enorme muro de ladrillo comenzaba. Lo seguí unos metros hasta que una vasta cancela de hierro partía en dos al muro. Hasta entonces no se vislumbraba el edificio al que me dirigía.
Busqué el picaporte de la cancela, que era una gran bola redonda de hierro. La así con la mano , la giré y empujé el portalón que pesaba una tonelada. Al abrir la puerta, me quedé asombrado por lo que estaba viendo: un basto jardín , que se extendía a ambos lados de un camino de adoquines, presidiendo la entrada de una hermosa iglesia.
Sin duda me había equivocado. Yo no buscaba una iglesia.
La Sociedad de Arte para la Conservación me había enviado para hacer un estudio y tomar todos los detalles de una escultura del siglo XIV que iba a ser restaurada, con el propósito de que después de pasar por la enfermería del arte, quedase al cien por cien fiel al original. Pero jamás me indicaron que el lugar donde se encontraba fuese una iglesia.
Entré y caminé por el camino de adoquines con el fin de recrearme y disfrutar de los fantásticos jardines, antes de regresar a la búsqueda del número 28. Los setos, perfectamente cuidados, formaban cuadrados , dentro de los cuales, el césped y las flores hacían de almohada para diferentes estatuas de gran tamaño: Hombres desnudos en diferentes posiciones, unos en posición pensante , otros de pie que mostraban su perfecta anatomía. Sencillas esculturas de mármol que mostraban todo el erotismo masculino. Mi vista se deleitaba con los cuerpos esculturales que se mostraban y los cosquilleos de mi entrepierna también mostraba el reflejo de lo que estaba viendo.
Me sorprendía que en un lugar sagrado hubiese este tipo de esculturas.
Al llegar a la puerta de madera que daba entrada a la iglesia, un indicador situado a la izquierda mostraba un número 28 tallado en piedra. No me había equivocado. Pasé dentro.
Una fabulosa nave de piedra, con enormes pilares de mármol bordeando el pasillo central, se abría abría ante mi. Aunque había hileras de asientos de madera como en todo sitio de culto y las paredes estaban llenas de pinturas, no existía ningún rastro de signo religioso. Aún así se respiraba la tranquilidad de un lugar sagrado. Me senté en un banco a admirar los enormes techos y cúpulas que coronaban los altos.
Al bajar la vista y mirar hacía donde estaría situado el altar, no podía dar crédito a lo que estaba viendo. Dos jóvenes estaban desnudos, y uno de ellos el más alto, estaba penetrando al otro con fuerza. Le envestía mientras le asía las caderas firmemente. Yo no salía de mi asombro. El que estaba siendo follado gemía con fuerza y cerraba los ojos en gesto de puro placer. El alto, aumentaba el ritmo a la vez que con su mano derecha le daba cachetadas en las nalgas. Miré hacía atrás , por ver si había alguien más contemplando el espectáculo, y al volver la vista a los jóvenes, estos habían desaparecido.
Una sensación extraña se había apoderado de mi estómago, miré a todos lados pero en toda la estancia sólo estaba yo. Por un momento pensé que todo había sido fruto del largo viaje y de no haber comido apropiadamente. Pero lo que había visto era de total nitidez.
Me levanté y me acerqué al lugar donde habían estado los jóvenes. La luz que pasaba por las vidrieras, iluminaba el suelo , tiñéndolo de diferentes colores. La puerta que se encontraba a un costado se abrió y un hombre con sotana , pero sin alzacuellos, salió a mi encuentro.
-¿ Es usted el Señor Luján?-me preguntó con aire más de afirmación que de pregunta- le estaba esperando.
Asentí con la cabeza y me acerqué a él. No debía de tener más de treinta años y unos rizos morenos poblaban su cabeza dando un aire rebelde a su cara. Me dio la mano con fuerza y con una sonrisa en la cara me demostraba que estaba contento de conocerme. Yo también le sonreí.
-Estoy un poco perplejo, no me imaginaba que la estatua de Rosto se encontrase en una iglesia-le comenté.
-Suele pasar a los que no son de esta ciudad. En realidad este edificio actualmente no tiene consideración de iglesia. Durante el siglo pasado, el estado eclesiástico dejó de hacerse cargo de unas cuantas capillas debido al decreciente interés en la fe. Era muy costoso mantener todos estos edificios. Algunos se adaptaron para instituciones locales como ayuntamientos o hospitales. Y otros como este se vendieron a particulares. Actualmente en toda la ciudad sólo existe la catedral como lugar para la oración.
Hablaba claro y firme. Con un sensual movimiento de labios y masculinos gestos de manos.
-¿Le apetecería ver el resto antes de ir a ver la escultura?
-Me parece bien.-vino a mi mente la imagen de los jóvenes y estuve a punto de comentárselo , pero me pareció demasiado agresivo para un sacerdote.
Paseamos por las diferentes salas, y me estuvo explicando el origen de las diferentes pinturas que adornaban las paredes. Era de una riqueza enorme. Nos detuvimos en algunos rincones y charlamos sobre el potencial artístico de la época. Todo un despliegue de imaginación.
El sacerdote, que se había presentado como Salvador, respiraba sensualidad por todos lados. En la manera de moverse, de hablar y de mirar. En algunos momentos no podía mantener la mirada cuando me miraba directamente a los ojos, me excitaba.
-Ahora subiremos al campanario. La vista de la ciudad es magnifica.-Su interés por mostrarme todos los rincones aumentaba al ver que yo le prestaba toda la atención.
Nunca había sido una persona demasiado fogosa en asuntos sexuales, pero mi libido aumentaba por momentos y se estaba disparando. Sentía el calor que me invadía, y no dejaba de mirar a Salvador, que con su sotana cubriéndole por completo, intuía un atlético cuerpo.
Detrás de una puertecita estrecha, comenzaban la escalera de caracol ,de escalones de piedra, que subía al campanario. El iba delante de mí dejando a la altura de mi cara su trasero. No se porqué, pero me excitaba cada vez más. Tenía ganas de llegar arriba y tomar un poco de aire fresco. Había cientos de escalones , o eso me pareció, la subida se me estaba haciendo eterna.
Al llegar arriba , la brisa fresca chocó de bruces con mis mejillas ardientes, respiré hondo.
Salvador (¿o el padre Salvador?) no tenía señales de agotamiento, debía de estar acostumbrado. Me sonrió y me señaló las vistas. Entre las columnas, el paisaje era increíble. A la derecha se veía la gran plaza y rodeando esta, un enjambre de casas con sus tejados a dos aguas. Desde luego, es cierto que las iglesias siempre estaban situadas en los mejores sitios.
-Son unas vistas preciosas.-le dije a Salvador. No pude resistir el desviar la mirada hacia un bulto que sobresalía de su entrepierna. Si mi mente no me engañaba , el cura estaba teniendo una erección, y no se cuidaba de ocultarla. No debía de llevar nada de ropa interior , porque su polla apuntaba directa a mi. Giré la cabeza y miré hacia las campanas que colgaban. Todo lo que me estaba pasando era muy extraño.
-Si mira por el otro lado, podrá ver el río y la otra parte de la ciudad, donde se encuentra la catedral.-dijo con total naturalidad.
Rodeamos el circulo que formaba el campanario, y pasamos hacia el otro lado por el estrecho pasillo que dejaba libre las campanas. La vista era fabulosa, pero yo pensaba en el bulto que acababa de ver. Salvador se puso detrás de mi y apoyó su mano derecha en mi hombro mientras me indicaba con la izquierda.
-allí, las cuatro torres que se pueden ver al fondo, pertenecen a la trasera de la catedral, donde se encuentra el claustro.
Se pegó más a mi, por el poco espacio que había libre. Noté la dureza de su miembro presionando mis nalgas. Me explicaba diferentes cosas a las que yo no estaba prestando atención. Sólo estaba pendiente de cómo el roce me estaba poniendo a mil.
Su brazo derecho bajó desde mi hombro hasta mi cadera y empezó a acariciarme las nalgas, apretando con su mano de vez en cuando. Yo me dejé hacer, esclavo de la excitación. ¿era un religioso el que me estaba provocando de esta manera?.
Mis manos estaban apoyadas en el borde del muro que protegía a los visitantes de una caída segura. Y mi vista fija en el río, no me atrevía a devolverle la mirada.
Se pegó por completo, acomodando su polla entre mis nalgas y con sus manos empezó a desabrocharme el cinturón. No hablaba , pero podía notar su aliento caliente haciéndome cosquillas en la nuca. Metió sus manos por dentro de mi pantalón, que estaba holgado, y cogió con sus ardientes manos mi polla. Empezó a moverla despacio, hasta que se puso dura como una roca. Deslizó las manos al interior de mis muslos y los acarició y los asió con fuerza a la vez que presionaba más su verga contra mi culo. Estaba cachondo a morir. Yo seguía mirando al fondo, con un cierto rubor de excitación y de culpa por el lugar en el que me encontraba y con quien me encontraba.
Me bajó los pantalones y se separó de mi. Notaba el aire fresco que rozaban mis nalgas y oí el ruido de la tela de la sotana al ser levantada. De nuevo se pegó , pero esta vez, aparte de la dureza, noté el fuego del miembro presionando el agujero de mi culo.
Se había echado un poco de saliva, porque la sentí húmeda. Mi agujero se abrió para darle paso. Y él la metió hasta el fondo de un tirón. La respiración se me paró por un momento y comencé a disfrutar de la dureza de su polla dentro de mi.
-Te voy a follar hasta que revientes!!- me susurró al oído con su voz firme, pero sensual.
Empezó a mover sus caderas taladrándome con su polla. Parecía que por momentos mi culo se abría más, como si su miembro creciera en grosor. Rasgándome las paredes del ano. El placer me invadía y me abandonaba al calor de su cuerpo.
-¡más,más....!por favor más...........!- y él me daba más fuerte. Yo me masturbaba ,estrujándomela , con la misma fuerza con la que me sentía follado.
La gente paseaba por las calles de abajo, y yo gritaba de placer en el mismo cielo siendo poseído por un demonio vestido de ángel.
Su polla se hinchó dentro de mi y dando sacudidas me inundó el culo de leche caliente. La sacó y su liquido goteaba y se escurría por mis muslos.
Me giró y le miré la cara por primera vez desde que comenzó. Su rostro de niño malo con los rizos alborotados por el esfuerzo, sonreía. Se agachó y se la metió en la boca , tragándosela hasta la base de mis huevos. Movía con destreza la lengua que chupaba todo el tronco de mi verga. Yo sentía que me corría e hice un esfuerzo por sacarla de su boca, pero el no me dejaba hacerlo. Apoyado con las manos en el muro, mi polla estalló dentro de su húmeda y caliente boca. El tragó la leche sin dejar de chuparmela, y mi cuerpo era recorrido por orgasmos intensos.
Se levantó y dejó caer la sotana hasta que le cubrió por completo. Me besó en los labios.
-Te espero abajo-me dijo. Y comenzó a descender las escaleras.
Yo esperé unos minutos a tomar un poco de aire y a colocarme la ropa. Por un momento fui consciente de lo que había sucedido. Di una última bocanada de aire y me dispuse a bajar.
Al llegar a la sala grande que daba paso a las escaleras del campanario, me encontré sólo.
<<¿dónde se había metido Salvador?>>
(fin de la primera parte)