El placer del morbo
Una madre pilla a su hijo pajeándose (resubido y amplificado)
La familia García Torres está compuesta por tres miembros:
Sara Torres, la madre, tiene 36 años, tiene unas tetas grandes y algo caídas, un culo grande y respingón, unas piernas largas y torneadas, un vientre con algo de grasa, con el pelo liso y moreno, es muy guapa. Es la típica mujer que todos los hombres voltean a ver. Es ama de casa.
Emilio García, el padre, tiene 43 años, es un hombre alto y fornido, se cuida haciendo deporte, se dedicó a trabajar para una empresa importante, y tiene su propio negocio. Aún tiene bastante éxito con las mujeres, cosa que a su mujer le saca de quicio.
Álvaro García, el hijo, es el único hijo del matrimonio, es un muchacho normal, estudioso y deportista, algo introvertido, se cuida mucho físicamente sin llegar a ser atlético.
Eran una familia muy unida y cercana, no había secretos entre ellos, la comunicación en el núcleo familiar era muy buena. Sara, vestida con unas mallas muy ajustadas y una camiseta con amplio escote sin sujetador, se encontraba en su casa, esperando a su marido, junto con su hijo, que no paraba de mirarle las tetas de reojo. Emilio se había ido a trabajar como todos los días y llegaba a la hora de comer, se volvía a ir por la tarde y volvía para la cena. Como cada día, hablarían de sus cosas mientras comían y cenaban. Ese día, Emilio, que hasta entonces no se había percatado, se dio cuenta de que su hijo miraba mucho a su madre, embelesado y cuando siguió la mirada de su hijo se dio cuenta de qué miraba: el cuerpo de su madre, pero sobre todo sus tetas. A Emilio le pareció gracioso y como tenían mucha confianza en la familia, decidió tomárselo a cachondeo.
Emilio: ¿Dónde tienes los ojos, pájaro? – dijo riendo - ¡Deja de mirarle las tetas y el culo a tu madre que se los vas a desgastar! – dijo burlón.
Sara: ¡Deja en paz al niño! – regañó divertida a su marido creyendo que era una broma.
Emilio: ¿Crees que miento? – dijo mirando a su mujer a los ojos - ¡Tu hijo te estaba devorando con la mirada! – dijo señalando con sus ojos el bulto que asomaba por los pantalones de su hijo a su sorprendida mujer – Y no me extraña, estás buenísima, mi amor – dijo sonriéndole pícaramente y mirándola, queriendo comérsela.
Sara: ¿En serio me mirabas, cielo? – dijo algo incrédula de que su hijo se fijara en ella.
Álvaro: Sí, mamá – dijo abochornado y con la cabeza gacha - ¡Perdón! – se apresuró a decir antes de recibir un regaño.
Emilio: No pasa nada, campeón – dijo sonriendo mientras le daba un golpe amistoso a su hijo en el hombro – eso solo demuestra que estás creciendo y te fijas en mujeres, aún que la única que tengas delante sea tu propia madre – dijo restándole importancia – Debo felicitarte, ¡tienes muy buen gusto, hijo! – dijo guiñándole un ojo a su hijo con complicidad.
Álvaro: Gracias, papá – dijo sonriendo aliviado por librarse de una bronca.
Sara: Sí, tienes razón amor – le dijo a su marido – no pasa nada, cielo – dijo mirándole con una tierna sonrisa, halagada de que su retoño se fijase en su cuerpo.
A partir de ese momento, Álvaro no se contenía en mirar todo lo que quisiera a su madre y ella no le privaba la vista a su hijo, vistiendo igual que siempre, para no incomodarlo y para hacer que sea algo normal, pues no quería causar algún trauma a su hijo por privarle de las vistas y que se retrajera en sí mismo. Siempre habían tratado de ser lo más naturales posibles en casa, para que su retoño tuviera una buena salud, no solo física, sino mental, sin prejuicios de ningún tipo. Un día, después de unas semanas de lo ocurrido en la comida, Sara estaba tendiendo la ropa mientras era observaba por Álvaro desde la ventana de la cocina. Ella lo sabía y le sonreía tierna sin dejar de tender la ropa, agachándose y levantándose para coger la roa del barreño y dándole a su retoño una excelente visión de su culo y sus tetas libres de sujetador bajo la camiseta. Era tanta la calentura que tenía el muchacho que se fue al baño y se bajó la calentura a base de una buena paja en honor a su sexy madre. Sara entró a dejar la cesta de la ropa sucia en el baño, cuando al abrir la puerta se encontró con su hijo en plena paja.
Álvaro: ¡Mamá! – gimió mientras la miraba sorprendido por la interrupción, sin soltar su polla.
Sara: ¡Perdón! – dijo tras reaccionar, pues se quedó unos segundos observando la escena.
Sara cerró la puerta del baño, aún sorprendida. Se sentó en el sofá del salón rememorando lo que acababa de ver: a su hijo, con los pantalones cortos de estar por casa bajados por los tobillos, sentado en la taza del cuarto de baño, con la polla bien dura y pajeándose con los ojos cerrados. Se imaginó en quién estaba pensando: en ella. No podía creer cómo se había desarrollado su hijo: tenía una polla grande para su edad y gorda. Pero le sorprendía que su hijo la viera sexualmente, una cosa es que la mire como mujer y le gusten las vistas y otra era que la viera como un objeto sexual. Decidió dejarlo pasar y no decirle nada, intentar normalizar la situación, puesto que no sería la primera madre en pillar a su hijo masturbándose ni sería la última. En eso pensaba cuando Álvaro salió del baño, completamente colorado, no había terminado su paja, después de la pillada se le había bajado la erección.
Álvaro: ¡Perdón por lo que estaba haciendo! – dijo cohibido.
Sara: No te preocupes, cielo. Masturbarse es algo natural y solo demuestra que mi niño ha crecido – dijo quitándole importancia – Anda, vete a hacer los deberes – dijo sonriéndole tierna – Mi hombrecito.
Álvaro, sorprendido por no ser regañado, se fue a su habitación a hacer los deberes. Allí pensó que sus padres no eran como los demás, eran más enrollados, le entendían mejor que él mismo, siempre le ayudaban y consolaban. Empezó a tener un deseo irrefrenable hacia su madre, deseo sexual. Hasta ahora solo le miraba sus tetas o su culo y se pajeaba con las vistas, pero ahora quería más, no se conformaba solo con eso. Quería tener a su madre de manera sexual. Pensó hasta dónde podría llegar: su madre pajeándole, follándosela, que se la chupara. Se terminó la paja que había dejado a medias en el baño recordando la cara de su madre al pillarle. Pensó en ir lo más lejos posible, al recordar lo que le había dicho su madre. Quiso probar suerte unos días más tarde, cuando provocó que su madre lo pillara pajeándose hasta 5 veces el mismo día. Le daba mucho morbo exhibirse ante ella y ver su reacción. La primera vez fue mientras se hacía el dormido. Su madre iba a despertarlo si se remoloneaba más de 15 minutos en la cama cuando le tocaba el despertador. Ese día, cuando fue a despertarlo, abrió la puerta de su habitación sin llamar como era su costumbre para despertarle y se lo encontró sin pantalones del pijama, desarropado, y con la polla en la mano pajeándose y gimiendo bajito “¡Mamá!”. Sara, tras unos segundos de sorpresa, se fue sin decir nada, luego de cruzar su mirada con la de su hijo y ver que la paja no cesaba.
Sara: Perdón, venía a despertarte – dijo nerviosa – Te espero en la cocina – dijo cerrando la puerta.
Cuando madre e hijo se cruzaron en la cocina, actuaron normal, salvo que Álvaro estaba morboso por lo ocurrido y Sara nerviosa por ser la segunda vez que pillaba a su hijo así y encima esta vez no paró. La segunda fue cuando llegó de clases. Sara llevaba unas mallas como siempre, pero esta vez llevaba un top muy ajustado sin sujetador, marcando pezones. El muchacho se fue a su habitación después de saludar a su madre y dejarla terminar de colocar la ropa en la suya, que estaba al lado, como siempre. Dejó la puerta a medio cerrar. Sara la vio así y pensó en preguntarle que tal el día, cuando le encontró igual que por la mañana, sentado en la cama, con los pantalones por los tobillos y con su polla dura en la mano y gimiendo “¡Mamá!”. Sara se fue sin decir nada, como pasó antes, luego de cruzar su mirada con la de su hijo, pero esta vez con una sonrisa pícara. Ni madre e hijo hicieron ningún comentario. Sara se sentía orgullosa de que su cuerpo levantara pasiones en su retoño. La tercera fue después de comer, cuando Emilio se fue a su negocio. Álvaro estaba en su habitación cuando escuchó a su madre ir hacia la suya. Esperó un rato y se fue hacia la puerta de la habitación de su madre y mirando en el espejo del mueble frente a la cama de sus padres, la vio acostada, vestida con un tanga y el top. Esa visión le puso muy cachondo, y sin que le viera su madre comenzó una paja en la puerta. Sara oyó ruido en la puerta y miró a ver que era, pillando a su hijo pajeándose mientras la veía a través del espejo. No dijo nada y lo dejó hacer.
Sara: Total, mientras solo miré y se pajeé, no tiene nada de malo - pensó.
Tras unos minutos y ante el pánico de que su madre le pillara en plena faena allí observándola, Álvaro se fue al baño a acabar la paja. La cuarta vez, fue mientras merendaba Álvaro en el salón. Sara estaba limpiando la cocina, cuando se asomó al salón para llamar a su hijo y encontrárselo en el sofá, con los pantalones por los tobillos y pajeándose mientras miraba algo en su móvil. Al principio pensó que era porno, pero cuando, curiosa, se asomó un poco más se dio cuenta de que era una foto que su hijo le había tomado esa misma tarde en la cama. Álvaro se corrió al poco tiempo ante la atenta mirada de su madre, que estaba sorprendida de la cantidad de pajas que se hacía su hijo en un día. No pensaba que calentara tanto a su hijo. Volvió a la cocina sigilosamente, con una sonrisa orgullosa de sí misma, de su cuerpo, y tierna por su retoño, y lo llamó desde allí para que le ayudara. La quinta y última vez, fue cuando Álvaro, se metió en el baño a lavarse los dientes para ducharse e irse a la cama, mientras Emilio veía la televisión. Sara fue a llevar unas toallas a su hijo al baño para cuando se duchara y lo encontró desnudo, pajeándose frente a la puerta, con la puerta medio abierta. Sus miradas se cruzaron y él no detuvo su paja. Esta vez no esperó a que su hijo acabara su paja, entró a hablar con él.
Sara: Cielo, ya sé que te he dicho que es normal pajearse, pero podrías cerrar la puerta, ¿no? – dijo entrando y dejando las toallas.
Álvaro: Sí, mamá – gimió, pero sin parar la paja - ¡Perdón! – se apresuró a decir antes de correrse mientras miraba lascivamente las tetas de su madre, soltando una gran cantidad de leche.
Sara: Pero ¿aún te queda leche? – dijo incrédula al ver la cantidad de leche que acababa de echar su hijo - ¡Pero si te has corrido por lo menos cinco veces hoy!
Álvaro: Es lo que tiene la juventud – dijo sonriendo travieso, morboso – lo necesitaba, y más después de aparecer así vestida, mamá – dijo señalando su ropa.
Sara: Siento calentarte tanto, hijo – dijo mirando su atuendo, pues llevaba solo un camisón transparente que no dejaba nada a la imaginación.
Álvaro: No te preocupes, mamá, así es más divertido – dijo riendo morboso.
Sara salió del cuarto de baño, dejando que su hijo se duchara tranquilo, pero ella no estaba nada tranquila. Le preocupaba que su hijo se masturbara tanto y más que pensara solo en ella para hacerlo. Decidió esa noche hablar con su marido. Pero antes, dejó bien ordeñado a su amado marido cuando se fueron a dormir. Ambos dormían desnudos.
Emilio: Bueno cariño, ¿quieres juerga o prefieres dormir? -dijo con una mirada traviesa.
Sara: Tu puta siempre quiere juerga - dijo cachonda perdida por como la miraba su marido.
Emilio besó a su mujer apasionadamente mientras la metía mano, sin aguantar la calentura. Le tocaba sus preciosas tetas y el culo. Sara se dejaba hacer encantada mientras ella también lo tocaba en el pecho y el culo. Cada vez estaban más calientes.
Sara: Mi amor, esto necesita cuidados de tu puta - dijo pícara, agarrando su polla.
Emilio: Y a qué esperas zorra ¿una invitación? - dijo cogiéndose la polla con la mano.
Sara, sonriente, complaciente, empezó a masturbarlo. Ambos se besaban lujuriosos, pasionales.
Sara: Mi amor, me encanta mi vida - dijo lujuriosa mientras la lamía.
Emilio: Vamos zorrita mía, demuestra lo bien que la chupas – le ordenó.
Sara: Agárrate mi amor que vienen curvas - dijo empezando a comerle la polla.
Emilio: ¡¡ Sara!! ¡Si mi amor, sí! ¡Qué bien lo haces, mi vida, sí, así puta! – gimió.
Sara: ¿Te gusta mi amor? - dijo parando de chupársela y volviendo a incrustarse su polla ahora más profundo, aguantando las arcadas.
Emilio: ¡Oh sí! Eres la mejor chupapollas ¡Sí! Vas a hacer que me corra, ¡puta! ¡Sí! – gimió.
Sara quería llevar a Emilio al límite, quería que la tratase como lo que se sentía, una puta, su puta, su mujer, su fiel esclava sumisa. No dejaba de chuparle la polla cada vez más rápido y profunda haciéndolo enloquecer. A Emilio le ponía como su mujer le hacía la mamada, duro, intenso, profundo. No tardó en correrse.
Emilio: ¡Sí puta, sí! ¡Te vas a llevar mi leche en tus tetazas! ¡Oh sí! ¡Toma leche, puta, tómala toda! ¡Oh sí, me vacío en tu boca de puta! ¡Sí, toma leche! – gimió.
Sara no se apartó, sino que siguió chupándosela aún más rápido y profundo hasta que sintió la corrida de Emilio en su garganta. La recibió toda, estoicamente, sin dejar de mirarle a los ojos con deseo. Se tragó toda la corrida gustosa, como un manjar., relamiéndose y lamiendo los restos de semen de la polla de su marido. Cuando Emilio terminó de correrse se colocó abrazada a él en la cama.
Sara: ¡Que rica leche mi vida! ¿Te ha gustado mi amor? - preguntó curiosa.
Emilio: Mucho mi vida, gracias por chupármela, lo necesitaba - dijo excitado y agradecido.
Sara: Lo que sea por mi hombre, mi amor - dijo amorosa y tierna - te amo y lo haré siempre. Soy tu mujer, tu puta, tu esclava sumisa, tu zorra, soy tuya, siempre lo he sido, te amo mi amor - dijo besándolo y restregándose cachonda.
Emilio: Por supuesto puta - dijo metiéndola mano y viendo lo encharcado que tenía el coño – pero esto no va a quedar así perra - dijo con deseo.
Emilio la empezó a tocar las tetas mientras la besaba apasionadamente. Sara se dejaba hacer encantada. Emilio la tocaba todo el cuerpo delicadamente, la besaba el cuello y bajaba a sus tetas, las comía, mordía, lamía, estrujaba, pellizcaba, le hacía de todo mientras con la otra mano la tocaba el coño. Emilio seguía a lo suyo sin dejar de comerle las tetas, empezaba a bajar poco a poco hasta su coño. Cuando llegó a su coño, abrió las piernas a su mujer, comenzó a lamerlo de arriba abajo hasta el culo disfrutando de los gemidos de su mujercita. Sara gemía de placer, estaba muy caliente.
Sara: ¡Sí! ¡Cómemelo, sí! ¡No pares, más, más! ¡Sí! ¡Qué bien usas la lengua, mi amor! ¡Más, más, no pares, así, sigue! ¡Me corro! – gemía agarrando su cabeza contra su coño encharcado y caliente.
Emilio le comía el coño con gula, con ímpetu, llevando a su mujer al límite una y otra vez. Sara se corría sin parar disfrutando de la comida de coño que le daba su macho. Emilio se tragaba la corrida de Sara con gusto. Luego de unos minutos Emilio volvía a estar duro como una roca al ver a su mujer tan excitada, por lo que dejó de comerla el coño y se colocó encima de ella, la penetró de una estocada, despacio para no hacerla daño.
Sara ¡Sí, mi amor, sí! ¡Fóllame! ¡Folla a tu puta! ¡Sí, así, no pares, sí! ¡Qué bueno eres follando a tu puta, mi amor! ¡Sí, más, más, no pares, más duro, más! ¡Me corro, sí! – berreaba.
Emilio se la follaba cada vez más rápido, a un ritmo salvaje, duro, sin descanso y sin dejar de comerla las tetas. Sara no aguantaba más y colocó a Emilio debajo suyo con habilidad y sin sacar su polla de su coño comenzó a cabalgarlo a una velocidad endiablada. Emilio seguía comiéndole las tetas y tocándole el culo. La calentura de ambos no tenía límites y estaban a punto de desbordarse.
Sara: ¡Si, mi amor como me gusta, sí! ¡Sigue mi amor, no pares, sí mi vida, más, más! ¡Me corro! ¡Vamos amo, dame tu leche en mi útero, dámela toda dentro de mi coño! ¡Llénale el coño con tu deliciosa leche a tu puta, amo! ¡Oh sí! – berreaba.
Emilio: ¡Toma polla, puta! ¡Qué buena estás, puta! ¡Sí toma polla, sí, que apretadito lo tienes y que gustazo follarlo, puta! ¡Oh sí! ¡Te lo voy a llenar de leche! ¡Sí! ¡Oh sí! ¡Te voy a llenar de leche! ¡Sí! ¡Me corro! – gemía.
Ambos se corrieron simultáneamente, cachondos, lujuriosos, amándose. Tras la corrida, copiosa y abundante de él dentro del coño de su amada mujer, y la corrida simultanea de ella al sentir su espesa y caliente leche llenándola, ambos se tumbaron en la cama abrazados.
Sara: Ha sido fantástico mi amor – dijo besándole.
Emilio: Si que lo ha sido, pero todo puede mejorar ¿no? - dijo sonriendo.
Sara: ¿Quiere más mi dueño? - dijo amorosa y contenta.
Emilio: Si - dijo mirándola con tanto deseo que su mujer pensó que se correría con la mirada intensa de su marido - mereces un castigo, uno ejemplar por ser tan puta: te voy a follar el culo - dijo con lujuria mientras le daba un azote.
Sara: Es tuyo mi amor, úsalo cuando quieras mi vida - dijo sumisamente y deseosa de que lo hiciera.
A Sara le gustaba practicar el sexo anal y a Emilio le enloquecía, pero lo practicaban de vez en cuando. Emilio comenzó a comerle las tetas mientras Sara le masturbaba. Cuando Emilio, a los pocos minutos, tuvo la polla bien dura, se colocaron en posición de 69 y mientras Sara le comía la polla dejándola bien ensalivada para cuando la follara mientras le tocaba los testículos, Emilio le comía el coño y le metía dos dedos por el culo haciéndola gemir de deseo y anticipación. Él, después de unos minutos, le metía cuatro dedos por el culo, ella gritaba de placer. Emilio le mordía el clítoris mientras le lamía el coño haciéndola correrse.
Sara: ¡Oh sí mi amor, más, más! ¡Me corro! – berreaba.
Sara se corrió en la boca de Emilio mientras lo masturbaba. Cuando se corrió, Emilio la colocó a cuatro patas sobre la cama y se puso a jugar con su polla en su ojete. Cuando empezó a meterle la polla por el culo, Sara suplicaba más.
Sara: ¡Mi amor, folla mi culo, amo, dame bien fuerte por el culo! ¡Vamos mi amor, lo estoy deseando mi vida! ¡Folla mi culo! ¡Oh sí, dame, dame, dame más, mucho más, no pares! – gemía desesperada.
Emilio estaba muy caliente oyendo a Sara suplicar que se la follara por el culo. La penetró despacio, pero de una sola vez. Sara comenzó a gritar mientras Emilio la follaba despacio al principio para poco a poco aumentar el ritmo de la follada a un ritmo vertiginoso, endiablado, salvaje a petición de ella mientras la azotaba el culo y le pellizcaba los pezones.
Sara: ¡Azótame! ¡Oh sí! – berreaba.
Emilio complacía a Sara mientras la follaba el culo, prácticamente la taladraba el culo con su polla. Sara, con su experiencia, comenzó a contraer los músculos del recto y a absorber la polla de su marido, dándoles mucho más placer a ambos que, de nuevo, no tardaron en correrse.
Emilio: ¡Toma polla, puta! ¡Qué culazo tienes zorra, que estrecho! ¡Oh sí, toma polla! ¡Qué apretadito lo tienes y que gustazo follarlo, puta! ¡Oh sí! ¡Te voy a llenar el culo de leche, por puta! ¡Sí, me corro! – gemía.
Sara: ¡Sí, sí, sí! – berreaba.
Sara se corría una y otra vez, sin descanso, cuando sintió que Emilio la rellenaba el culo de leche caliente y espesa se corrió por última vez y ambos cayeron rendidos a la cama.
Sara: ¿Se ha quedado a gusto mi dueño, amo y señor? ¿O quiere más? - dijo deseosa y complaciente, pero cansada.
Emilio: No ha estado mal cariño, pero deberíamos descansar - dijo mientras la acariciaba tiernamente la cara.
Sara: Me tienes agotada, mi amor – dijo besándolo alegre y tierna.
Ambos se acurrucaron para dormir, pero Sara vio a su hijo espiarles en la puerta y juraría que se estaba pajeando, de nuevo. Se sorprendió por su aguante, aunque se dio cuenta de que no tardó en correrse cuando sus miradas se cruzaron. Cuando el muchacho terminó y se fue a su habitación, decidió hablar con su marido de lo sucedido con su hijo.
Sara: Mi amor, tengo algo que contarte – dijo seria.
Emilio: Dime – dijo curioso.
Sara: Hoy he visto a Álvaro pajearse, ¡seis veces! – dijo alucinada.
Emilio: ¡Vaya! Como se nota la juventud – dijo riendo - ¿Y todas se las hizo a tu salud? – dijo curioso.
Sara: ¡Sí! Todas se las hizo o espiándome, o con una foto que me ha hecho hoy – le dijo omitiendo lo que acababa de ver.
Emilio: No me extraña mi vida, estás buenísima – dijo besándola y agarrando su culo.
Sara: No me parece bien que se pajeé tanto – dijo preocupada – Sé que está en la edad y que es una hormona con patas, pero puede hacerse adicto, puede perjudicarle.
Emilio: Sí, yo pienso igual – dijo pensativo – Lo único que hay que hacer que se pajeé menos, porque si no cambia ese hábito, su vida sexual en el futuro se basara en eso: pajas.
Sara: ¡Eso no puede ser! – dijo preocupada – Hay que hacer algo.
Emilio: Lo primero es privarle de privacidad. Si no puede hacerse la paja mejor – dijo pensando – tenemos que estar uno siempre con él para evitar que se masturbe tanto. Pero eso sí, una paja o dos como mucho al día se la dejaremos hacer, no es bueno que deje de hacérselas de la noche a la mañana, sino el remedio puede ser peor que la enfermedad.
Sara: Me parece bien – dijo de acuerdo – Estaré con él todo el día. Buenas noches, mi amor, que descanses – dijo besándolo amorosamente.
Emilio: Buenas noches, mi vida, que descanses – dijo devolviéndole el beso.
Ambos se quedaron dormidos pensando en lo mismo: cómo conseguir que su hijo dejara de masturbarse tanto.
A la mañana siguiente, tanto Emilio como Sara no dejaron solo ni un instante a Álvaro, cosa que a él le extrañó. Durante la comida, cuando llegaron Álvaro y Emilio de sus rutinas diarias, hablaron con Álvaro.
Emilio: Hijo, ¿te puedo hacer una pregunta? – dijo curioso.
Álvaro: Sí, claro, dime – dijo mientras de reojo veía las tetas de su madre moverse al preparar la mesa.
Emilio: ¿Cuántas pajas te haces al día? – dijo curioso.
Álvaro: ¿Qué? – dijo atragantándose con su propia saliva.
Emilio: Te he preguntado que cuántas pajas te haces al día. No me mires así, lo digo por curiosidad – dijo de manera natural.
Álvaro: Pues no sé, papá. Depende del día – dijo nervioso.
Sara: Ya, pero cuántas, hijo – dijo sorprendiendo a su hijo.
Álvaro: Pues no sé. Unos días me hago 4 otros me hago 9 – dijo pensando.
Emilio: ¡Eso son muchas pajas, hijo! – dijo algo sorprendido – Mira, las pajas son buenas, te ayudan a desahogarte y a conocerte mejor. Pero cómo bien sabes, mucho de algo bueno se convierte en algo malo. No deberías hacerte tantas, si acaso 1 o 2 al día - explicó.
Álvaro: Pero es que no lo puedo evitar, papá – dijo excusándose.
Emilio: ¿Por qué? – dijo curioso e intentando que Álvaro confesara – Vamos, no te preocupes, no te pongas nervioso, solo queremos saber que excita tanto a nuestro hijo para ayudarte mejor.
Álvaro: Bueno, pues, la verdad es que no puedo, porque – dijo nervioso evitando mirar a su padre – mamá me pone mucho – confesó – No lo puedo evitar, es mirar su cuerpo y me pongo cachondo – se excusó raudo intentando que no le regañaran – No sé qué me pasa, me da mucho morbo y a parte está muy buena.
Emilio: No te preocupes, campeón, estoy orgulloso de ti, de tus gustos y de lo valiente que eres – dijo guiñándole un ojo – No cualquiera admite delante de sus padres que le pone su madre.
Sara: Sabemos que eres una hormona con patas, cielo – dijo divertida – pero debes controlarte. No queremos que te obsesiones – dijo tierna.
Álvaro: Lo sé, mamá – dijo apenado – Pero no puedo evitarlo, me concentro en los estudios y me viene la imagen de tus tetas o tu culo, mamá – dijo explicándolo, mirándolos nervioso y apenado – y no puedo evitarlo – dijo mirando apenado a su madre.
Emilio: Como ya te dije el otro día, no pasa nada, campeón – dijo sonriendo mientras le daba un golpe amistoso a su hijo en el hombro – es normal, es la única mujer que tienes cerca y ya vemos lo buena que está – dijo sonriéndole a su mujer y codeando con complicidad a su hijo – Pero no debes hacerte tantas, cuantas más pajas te hagas y más te obsesiones, peor será en el futuro, pues te costará tener buen sexo con una chica y eso te perjudicará a la larga – dijo serio - A partir de ahora cuando tengas ganas de hacerte una paja, ven con mamá o conmigo y haremos otra cosa. Es lo más sano.
Álvaro: Está bien, papá – dijo serio.
Sara: Pero como hemos hablado tu padre y yo, te dejaremos hacerte 1 o 2 pajas cada día, tú elijes cuando – dijo seria mientras su hijo asentía.
A partir de ese día, Álvaro se pajeaba por la mañana y por la noche, al levantarse y al acostarse, ya que el resto del día se encontraba custodiado por sus padres. Al principio no avisaba a sus padres, pero después de que no dejaran de atosigarlo durante todo el día, tenía que decirles que se quería hacer al menos una paja, y generalmente se lo decía a su madre antes de ir a su habitación o al baño. Al principio le daba vergüenza, pero con el paso de los días le daba morbo que su madre supiera que se estaba pajeando, y por la sonrisa pícara de ella y su mirada a su polla, pareciera que a ella también le daba morbo saberlo. De hecho, a Sara al principio le parecía gracioso saber que su hijo iba a pajearse pensando en ella, después de comérsela con la mirada durante casi todo el día, pero con los días comenzó a darse cuenta de que le ponía cachonda, le daba mucho morbo provocar a su hijo, pues no dejaba de usar ropa cómoda por casa o a veces demasiado cómoda, pero sin enseñar nada. Bastante compungida, habló con su marido al respecto una noche tras hacer el amor salvajemente.
Sara: Mi amor, tengo algo que contarte – dijo nerviosa.
Emilio: Dime – dijo serio.
Sara: Verás, la verdad es que estoy asustada – dijo seria y nerviosa.
Emilio: ¿Por qué? – dijo curioso.
Sara: Cada vez que Álvaro va a hacerse una paja, mi cuerpo reacciona – dijo ante la incomprensión de su marido – ¡me pongo cachonda al saber lo que va a hacer y sabiendo que yo lo he provocado! – le aclaró entre susurros.
Emilio: No te preocupes, mi amor, es normal sentir morbo – dijo acariciando su cara restándole importancia – yo también siento morbo al saber que nuestro hijo te mira con ojos de hombre – le confesó.
Sara: ¿También te pones cachondo? – susurró sorprendida.
Emilio: Sí – le confesó – me pone mucho. Al principio me parecía divertido que nuestro hijo se pajeara y te usara como musa de sus pajas, y pensando en las perversiones que te haría en su mente, pero luego me daba morbo, me imaginaba cómo te follaría él o cómo lo calmarías tú - explicó.
Sara: ¿En serio? Yo me pongo cachonda, pero no he pensado en hacer nada – dijo seria.
Emilio: Lo sé, mi amor – dijo besándola – pero creo que algo deberías hacer – dijo pensativo.
Sara: ¿Yo? ¿Estás loco? – dijo sorprendida por lo que imponía su marido.
Emilio: No, mi amor, escucha. Nuestro hijo está pasando por una etapa en la que es una hormona con patas y tú estás muy buena y vas provocando, siempre usando poca ropa - explicó.
Sara: Pues entonces a partir de ahora me tapo más y listo – sentenció.
Emilio: No funcionaría - negó.
Sara: ¿Por qué? – dijo curiosa.
Emilio: Álvaro ya te ha visto medio desnuda, taparte ahora completamente no le privará de calentarse al recordar las formas de tu cuerpo – dijo serio - Además de que le podría causar inseguridad con las mujeres al verse rechazado por ti, la musa de sus pajas y su mujer referente.
Sara: ¿Entonces? – dijo preocupada.
Emilio: Mira, te lo digo por el bien de nuestro hijo – dijo serio - Sé que muchas veces él mismo provoca que le veas pajearse o situaciones para verte desnuda, tú me lo has dicho. Pónselo fácil y haz lo que tengas que hacer para que se le pase las ganas de pajearse. Es por el bien de nuestro hijo – le aclaró - ¿O es que no quieres tener nietos el día de mañana?
Sara: Sí, claro que quiero – dijo seria - De acuerdo – dijo después de pensarlo unos minutos – que sea lo que tenga que ser.
Pero Sara no estaba conforme con la conversación con su marido, por eso, al día siguiente, por la tarde, estando solos, pidió cita con un psicólogo de la ciudad y llevó a su hijo con ella.
Psicólogo: Hola, buenas, tardes, cuéntenme – dijo serio.
Sara: Buenas doctor, verá lo que ocurre es que mi hijo está obsesionado conmigo, sexualmente - explicó sin rodeos – Se masturba varias veces al día y siempre se calienta conmigo.
Psicólogo: ¿Eso es verdad? – dijo serio.
Álvaro: Sí, doctor, no puedo evitarlo, no sé qué hacer o que me pasa, simplemente mi cuerpo reacciona a mi madre – explicó.
Psicólogo: Y ¿a usted le molesta? – dijo estudiándola.
Sara: Molestarme no, me da morbo calentar a mi propio hijo – confesó – Pero ni mi marido ni yo sabemos que hacer para que no se traume, no se estanque en esa obsesión, que salga con chicas y sea un chico normal.
Psicólogo: Sinceramente, señora, su hijo es un chico normal – dijo serio – El 90% de los adolescentes tienen deseos sexuales hacia su madre.
Sara: ¿Pero alguna forma habrá de ayudarlo para que deje esa obsesión? – dijo preocupada.
Psicólogo: Simplemente dejarlo pasar, es una etapa de su vida, todo fluye y pasa, lo único que hay que tener mano izquierda, como usted dice, para no traumatizar al muchacho – explicó – Por ejemplo, si está acostumbrado a verla desnuda, no deje de hacerlo, pues puede tomárselo como una negativa y repercutirá en su autoestima.
Sara: Está bien – dijo seria.
Luego de esta conversación con su marido y después con el psicólogo, Sara pensó en cómo hacer para que su hijo dejara de pajearse y descubriera las delicias del sexo. Le dio morbo ser la “profesora sexual” de su propio hijo, ser la mujer que le adentrara en el mundo del sexo. Al día siguiente estuvo todo el día pensando en cómo hacerlo. Antes, a ella le daba morbo sentirse observada por su hijo, ponerle cachondo con su cuerpo, eso le daba morbo. Ahora había avanzado, el imaginarse tras lo que dijo su marido, las perversiones que se imaginaría su hijo mientras se hacía una paja a su salud le calentó sobre manera, le daba más morbo aún. La oportunidad se presentó al día siguiente, estando solos en casa. Álvaro estaba en el salón sentado mirando a su madre planchar. Sara hoy iba vestida más cómoda por casa, con una bata anudada a la cintura, corta, le llegaba por medio muslo y debajo no llevaba sujetador. Pensó que el primer paso para que la situación avanzase y que su hijo quisiera dejar de pajearse tanto era que tuviera un gran orgasmo y para eso debía calentarle mucho, por lo que ella misma, sabiendo lo exhibicionista que era su hijo, le invitaría a pajearse delante suya a la primera oportunidad.
Álvaro: Mamá, voy al baño a ducharme – dijo con un bulto considerable entre sus piernas que su madre llevaba rato notando, mirándole de reojo.
Sara: Cielo, sé lo que vas a hacer, y no hace falta que te vayas al baño – dijo nerviosa y morbosa.
Álvaro: ¿Qué? – dijo sorprendido y evitando tapar su erección, le gustaba hacerse notar con su madre.
Sara: Sé que te vas a hacer una paja y siempre te las ingenias para que te pille haciéndotela, imagino que te dará morbo, ¿no? – dijo pícara.
Álvaro: Sí – confesó abochornado.
Sara: Bueno, pues a partir de ahora, cada vez que te hagas una paja, te las puedes hacer delante de mí y así ahorras tiempo de espera para que te pille – dijo traviesa - ¡Venga! – dijo al ver que no reaccionaba – aprovecha y hazte una buena paja a mi salud – dijo sonriendo pícara y excitada.
Álvaro reaccionó morboso y excitado y se volvió a sentar en el sofá. Sara le miró y vio cómo su hijo, con un entusiasmo del que va a explorar algo nuevo, se desnudaba de cintura para abajo dejando ver su polla grande y gruesa, aún no como la de su marido, pero pensó que en unos años le alcanzaría.
Álvaro: ¿Puedo mirarte mientras? – dijo morboso – Eso me pone – reconoció.
Sara: Siempre que quieras, cielo – dijo sonriente mientras se ponía delante de su hijo, desabrochando su bata.
Sara dejó caer su bata, llevaba un culotte como braga únicamente, mostrando sus largas piernas y sus grandes tetas caídas. Sara vio cómo su hijo, con una calentura indescriptible se empezó a pajear frenéticamente sin quitarle ojo a sus desnudas tetas, mirándola con deseo. Sara se dio cuenta de que su hijo iba a correrse muy pronto, pero le dejó hacer, a sabiendas de que su hijo lo necesitaba. Álvaro se corrió como un loco mientras miraba a su madre.
Álvaro: ¡Oh sí, me corro! ¡Qué buena estás, mamá, que buena estás! – gimió.
Sara vio cómo su hijo se corría bestialmente, lanzando una cantidad de leche enorme que cayó al suelo y en su torso y piernas. Esa visión, de su hijo pajearse y verlo echar tanta leche estando excitado por ella, la puso muy caliente. Cuando Álvaro terminó de correrse y mientras a ella le entraba una calentura enorme, le pasó una toalla recién doblada y lo mandó a la ducha.
Sara: ¡Qué barbaridad, hijo, qué cantidad de leche! ¡Has puesto todo perdido! – dijo asombrada y morbosa – Anda, vete a la ducha y lávate, mientras yo lavo tu destrozo – dijo guiñándole un ojo – y cuando venga tu padre espero que estés tranquilo – dijo sonriendo pícara mientras se cerraba la bata de nuevo.
Álvaro: Tranquila mamá, que lo estoy. Gracias – dijo dándole un beso en la mejilla, cerca de la comisura de los labios.
Sara no calmó su calentura, sino que cuando se fue a la cama con su amado marido no paró hasta dejarlo seco, morbosa y excitada. Álvaro no se hizo ninguna paja más ese día, pues su corrida fue tan grande que cayó agotado. Luego de ese incidente, Sara pensó que la mejor opción para que su hijo dejara de pajearse era ella, debía de darle placer a su hijo para que dejara las pajas. Su marido tenía razón.