El placer del esposo de mi madre

Una chica de 18 consuela a su padrastro mientras su madre sale con otro. En agradecimiento, él le descubrirá el mundo del sexo.

Me llamo Eva, o Evita para los amigos y familiares, y hace tres meses cumplí 18 años.

Nací cuando mi madre, Sara, tenía 19 años, estando ella sola. Mi padre biológico desapareció del mapa cuando se enteró de que yo venía en camino. No sé mucho más de mi madre antes de eso, supongo que no le gusta recordar ese tiempo. El caso es que para poder mantenerme y vivir con cierto grado de independencia entró a trabajar en unos grandes almacenes.

La he visto sufrir, pero siempre ha hallado la manera de seguir adelante. Ella no lo sabe, pero recuerdo muy bien las visitas de algunos supervisores a casa, para "charlar con ella". Eran charlas muy ruidosas, que siempre tomaban lugar en su habitación. Se suponía que yo dormía, pero los gemidos y jadeos que oía se han grabado en mi mente.

Los ascensos en el trabajo llegaban regularmente, hasta que, un día, llegó a casa con un señor diferente. Lo recuerdo bien. Yo tenía 7 años y me sorprendí de que no me mandara inmediatamente a dormir. Los tres cenamos y hablamos largo rato, sin que ni mi madre ni yo pudiéramos quitarle ojo. Había algo mágico alrededor de él. Inspiraba tranquilidad, simpatía, felicidad. Recuerdo que estaba contenta por la sonrisa que mi madre lucía.

No sé cuánto tiempo, pero no mucho después se casaron, y Daniel fue mi nuevo padre. De hecho, siempre le he llamado papá. Así lo considero. Pensé que podríamos ser una familia feliz, estando los tres juntos.

Ahora, diez años después, las cosas habían cambiado bastante. Desde mi cuarto podía ver a mi madre, maquillándose, vestida de un provocador descarado. Yo ya sabía para qué se preparaba, aunque ya era imposible adivinar con quien.

Buenas noches, preciosa – me dijo, mientras salía -. Hoy volveré un poco tarde, creo. No te acuestes muy tarde, ¿eh? - me costó trabajo devolverle la sonrisa. Ya no me parecía la madre luchadora que tanto me quería.

Salió hacia el salón dejando la puerta del pasillo abierta. Oí como le decía algo a papá y él le respondía con voz triste. Sentí como el corazón se me apretaba.

Daniel había sido un tesoro para nosotras. Durante años crecí siendo feliz, viendo como se cuidaba, y me cuidaban. Me habían dado dos hermanos, dos chicos preciosos a los que quería muchísimo. Ambos tenían la belleza de mi madre y el encanto de papá. Me levanté de la cama y fui a su habitación. Los dos pequeños dormían plácidamente. Les di un beso y les arropé un poco, pues no hacía tanto frío.

Salí cerrando la puerta, quería hablar con Daniel, quería animarlo y verle sonreír, aunque no sabía cómo. Lo vi sentado junto a la ventana, mirando cómo un coche se alejaba mientras él apartaba sus ojos para fijarlos en el hielo del vaso justo antes de llevárselo a la boca.

¿Otra vez se ha ido? – pregunté, sin saber que decir.

Si. Con el mismo – su voz estaba rota, triste. Me sentí conmovida. No podía creer que mi madre fuera tan perra como para dejar al que tanta felicidad le había dado por un cabrón cualquiera. No podía entenderlo, y eso me causaba dolor y rabia.

¿Por qué hace esto? – le dije, sin comprender a mi propia madre. Ella sabía que se sentía, su novio le hizo lo mismo, dejándola preñada a los diecinueve -. Ella pasó por lo mismo, entonces, ¿por qué te hace esto?

Me acerqué a él mientras me miraba. Sus ojos tristes me recorrían, como buscando la manera de verme sin pensar en mi madre. Me parezco a ella, me han dicho alguna vez, aunque en algunos sentidos realmente espero que no sea así. Me senté frente a él, esperando su respuesta.

No lo sé, Evita – me confesó -. El sexo es poderoso, puede transformar a la gente.

Su comentario trajo a Quique a mi memoria. El chico con el que salía, con quien había tenido mis primeros contactos y experiencias. Era cierto, él había cambiado.

Sí, bueno… - comencé, no muy segura de si quería continuar -, algo de eso sé, aunque no mucho.

Me miró de nuevo, con una expresión interrogante que me hizo sonreír.

Bueno, hay un chico con el que he estado saliendo. Y… ya sabes… nos gustamos.

Decenas de recuerdos volvían a mi mente. Recordé perfectamente sus besos, sus caricias, las primeras sensaciones de esa clase. Me gustaba recordarlo, aunque me ponía un poco nerviosa al hacerlo.

Papá seguía mirándome como si quisiera que fuese un poco más explícita. Me daba vergüenza, pero decidí seguir. Un poco apenada le conté cómo en su coche, mientras nos enrollábamos, le pajeé hasta que se corrió en mis manos. Preferí no contarle que comencé yo, calentada por sus caricias y besos, la que buscó su polla. Siempre que querido saber más acerca del sexo, pero el recuerdo de mi madre desapareciendo con tantos hombres en su cuarto hacía que me avergonzara de siquiera pensar en probarlo. Tampoco le conté que, en realidad, se corrió en mi boca. No pude evitar lamer esa verga cuando vi el modo en que gemía. Quería sentir algo de eso.

y ahora no hace más que presionarme para que lo hagamos –terminaba mi relato. Era cierto, ambos éramos vírgenes, al menos eso decía él-. Parece como si ese sentimiento lo controlara.

Cuando volví a mirarle vi un brillo en sus ojos que me recordó a Quique. Se estaba excitando. Me estaba mirando de un modo muy extraño, y entonces me percaté que mi camiseta ceñida y la faldita que vestía podían no ser de ayuda.

Pues ahí ves el poder que tiene el sexo. Hay que tener cuidado, puede ser traicionero –su voz sonaba extraña. Estaba luchando para ocultar su incipiente calentura, pero sus ojos le delataban.

¿Cómo es hacer el amor? -me sorprendí al preguntarlo. Claro que quería saberlo, pero no es el tipo de pregunta que le haces a tu padre, aunque en realidad sea tu padrastro.

Pues depende. Se puede hacer el amor o tener sexo solamente. Si se hace por vicio el placer es sólo físico y desaparece al instante –claramente se refería a mi madre-, por eso muchos necesitan más y más. Si se hace por amor el acto forma parte de toda la relación, y la sensación es diferente –esto último lo dijo en un tono muy extraño. Me di cuenta que por mi espalda paseaba un cosquilleo parecido al que sentía cuando acariciaba a Quique. Decidí seguir un poco.

Entonces, ¿siempre que se haga por amor está bien? – pregunté para continuar con el tema, y profundizar en esos sentimientos.

Sí, pero no debes confundir el amor con el deseo.

A mamá le pasa eso, ¿verdad? –me atreví a hacer la conexión-. Busca sexo sin amor.

Si –dijo apenado, volviendo a mirar al vaso-. Eso es lo que le pasa -. Su tristeza pudo conmigo y le abracé, intentando consolarle.

¿Por qué no buscas a alguien que te haga feliz? ¿Alguien que te haga sentir mejor? –era lo único que no comprendía, porqué seguía siendo fiel a la zorra de mi madre.

No puedo, pequeña. La amo, aún ahora, la quiero –comenzaba a comprender -. Yo quiero alguien que me ame, es lo que realmente necesita la gente. Además, no puedo abandonar a tus hermanos.

Me apenaba verlo así, pero comprendí la importancia de los sentimientos. Me eché un poco hacia atrás para mirarle a la cara, y sin querer, mi mano cayó sobre su regazo, notando una polla hinchada bajo la tela del pantalón. Creí morirme de vergüenza, aunque al mismo tiempo sentí ese cosquilleo multiplicado por diez en mi espalda.

Está dura – dije-, ¿estás excitado?

Sabía que lo estaba. Y de algún modo yo también me estaba calentando. Pero quería oírlo de sus labios, aunque ahora mirase hacia otro lado. Me acercaba para apremiarle a responder cuando él giró la cabeza para mirarme. Nuestros labios coincidieron y ese mero roce hizo que mi corazón se parase por un instante. El cosquilleo de mi espalda bajó desde mi nuca hasta mi pecho y mi vientre. Esto era nuevo.

Siempre me dices que me quieres –murmuré, sin saber muy bien qué pretendía. Supongo que quería incitarle para que hiciera algo. La situación era muy extraña. Mi reflejo en la ventana parecía mi propia madre sentada a mi lado.

No de ese modo –respondió apresurado.

Sabía que él lo veía. Sabía que mi cuerpo le recordaba a mi madre, a esa Sara que conquistó de joven y con la que por mucho tiempo fue feliz. Los gemidos que mi memoria almacenaban se mezclaban con la imagen de Daniel y mi madre juntos. Noté como mis pechos eran recorridos por un cosquilleo similar.

Te recuerdo a ella, ¿verdad? – dije clavándole los ojos-. A mamá –si así era, quería despertar esos sentimientos-. Yo también te quiero. Me has cuidado siempre. Mamá te hace daño, pero yo no quiero verte triste –era cierto, pero la verdad es que no podía obviar el cosquilleo que revoloteaba mi cuerpo. Parecía que se preparaban para algo.

Sin decir nada me abrazó, con ternura, haciéndome sentir cómoda y cuidada. Me relajé apoyando mi cabeza sobre su hombro y sentí sus labios en mi cuello. Todo el cosquilleo difuso se concentró en la zona del roce erizando los vellos. Contuve la respiración disfrutando de la sensación hasta que papá me besó el cuello. La sensación se derramó por mi cuerpo, contrayendo mis muslos y pechos que se endurecieron casi al instante. Un millón de cambios ocurrieron en mi cuerpo del que se escapó un levísimo gemido que me sorprendió. Ya había oído algo parecido, de pequeña. Cuando me di cuenta tenía frente a mí sus ojos inquisidores, rogándome que le permitiera continuar. Con un hilo de voz le pedí que siguiera.

Su lengua entró en mi boca, haciéndome temblar, al tiempo que sus manos tanteaban mi cintura. Su húmeda boca me besaba como no sabía que fuera posible, y mientras mis pechos se endurecían y mi vientre se contraía traté de responderle con mi lengua, a pesar de mi poca experiencia. Su abrazo se intensificó, permitiéndome notar que su miembro estaba lleno, inmenso, llamándome.

Soy virgen, papá –confesé, en cuanto pude reunir algo de aliento. El me dijo que lo sabía, y con su tierna mirada me calmó.

Sentí entonces su mano en mi cara, bajando hasta mi cuello. Mi mano no podía contenerse más y palpaba sus piernas buscando la verga que podía notar en mis muslos. Cuando la encontré sus manos estaban tirando hacia arriba de mi camiseta, y sin poner escusas levanté los brazos.

Mi corazón latía desbocado, excitado a más no poder, mientras las firmes manos de papá me cogían de la cintura para lamer mi cuello y pecho. Sentí sus manos subir por mi espalda para desabrocharme el sujetador y deshacerse de él con sus dientes. Mis pechos cayeron frente a él, duros, con mis pezones pidiendo ser lamidos.

No podía dejar de gemir al sentir su lengua mojar mis pezones, mordisquearlos suavemente. La experiencia de sus años le daba un control absoluto sobre mí, acariciando, pellizcando y apretando mis senos con dedos y labios.

Sentí, de pronto, que me alzaba. Me colgué de su cuello mientras me llevaba a la cama, con suma dulzura. Al mover mis piernas me di cuenta de lo mojada que estaba. Con Quique me había excitado, pero no tenía nada que ver con esto.

Su boca siguió recorriendo mi torso, haciéndome gemir más y más intensamente. No podía evitar asociar lo que ahora sentía con los gemidos que recordaba de mi madre. Y quería más, mucho más.

Desabroché los botones de su camisa, deseando acariciar su pecho, y él se apartó un poco, subiendo sus besos hacia mi boca. Conseguí quitarle la camisa y acariciarle mientras lo atraía hacia mí. Quería sentirme pegada a él. La sensación de estar envuelta en sus brazos, mis pechos pegados al suyo, y su boca ahogando mis gemidos de placer… jamás la olvidaré.

Sequía queriendo más, y bajaba explorando la línea de su pantalón, sin querer bajar más, pero tentado ese culo que me llamaba a ser sobado. Lo atraje más a mí, quería sentir la firmeza de su polla sobre mi coño, quería frotarme contra él.

Papá adivinó mis intenciones y se separó un instante para bajar su mano, recorriendo mis muslos provocándome temblores. Apenas podía abrir los ojos de la intensidad del placer que constantemente recorría mi cuerpo. Simplemente no podía explicarlo.

Todo ese placer se concentró en mi vulva al sentir el roce de sus dedos. Un nuevo gemido, concentrado, corto y profundo, me mostró que aún me quedaba mucho que sentir. Abrí mis piernas para darle acceso total a mi zona más íntima. Él, delicadamente, retiró las braguitas para cubrir toda la zona con su cálida mano.

Sentir sus dedos atravesar mi carne me arrancó la respiración, haciéndome gemir más intensamente. Noté movimientos suaves, yendo de un punto a otro, cada cual me calentaba más. Mis caderas se movían, cuando me di cuenta ya no podía evitarlo. Acompañaba las caricias de papá con leves oscilaciones que me hacían disfrutar de lo lindo.

Sólo sabía sentir, el vello de su pecho rozaba mis pezones manteniéndolos firmes, sus dedos desvirgándome, entrando dentro de mí, su mano rozando mi clítoris, una combinación perfecta que me arrancaba gemidos, le pedía más, le besaba y mordía el cuello intentando devolverle algo del placer que me daba. La velocidad del acto era increíble, mis muslos estaban mojados por mis fluidos.

Eché hacia atrás la cabeza para respirar un momento y entonces lo vi. Papá, con su torso desnudo, una mano rodeándome, protegiéndome, con la otra dándome placer, amándome. Me besó recorriendo mi boca. Su mirada aún impresa en mi retina junto con todas las sensaciones provocó una explosión que tensó mi columna vertebral. Mi vagina se contrajo varias veces, aprisionando sus dedos dentro de mí, y sentí que todo mi cuerpo se coordinaba en un grito, derritiéndome en fluidos que bañaron su mano. Apretaba mis piernas, apretaba su culo sintiendo su polla en mi pierna. Perdí la consciencia del mundo y me perdí en el éxtasis.

Volví en mí unos segundos más tarde, gimiendo aún buscando el aire que me faltaba. ¿Eso era sexo, sexo con amor? Quería más, y sin soltarle saqué su mano de mi coño palpitante, victima todavía de los espasmos orgásmicos. Llevé sus dedos mojados del fruto de mi placer a mis pezones como rocas, para mojarlos y acariciarlos, mientras me deshacía de las braguitas empapadas y la falda arrugada.

Dejé que me acariciase mientras me recuperaba, y me estiré, buscando su miembro con mi mano. Quería más, de hecho lo quería todo. Tenía que dejárselo bien claro.

Quiero sentir lo que es el amor y el sexo –le dije, intentando reflejar todo mi deseo en mis ojos-. ¡Quiero sentirlo hasta el fondo!

Sus ojos parecieron sonreír mientras le desabrochaba el cinturón y me libraba de su ropa. Miré su polla, brillante de sus propios fluidos, morena, firme. La cubrí con mis manos para acariciarla, pajeándola ligeramente. Cerré los ojos intentando imaginar que sería tenerla dentro de mí, y cuando pensaba en tragármela sentí como papá tiraba de mí.

Levántate –me dijo. Se sentó en la cama, ligeramente inclinado. Su preciosa verga apuntaba hacia arriba, como pidiendo ser usada-. Siéntate sobre ella –me dijo con ternura y deseo-, yo te ayudaré.

Me entró miedo, pero no quería parar. Pasé sobre él abriendo mis piernas, y mientras él sujetaba mi trasero bajé poco a poco hasta sentir la punta de su polla. Otro escalofrío recorrió mi espalda.

Ahora relájate, pequeña, que ahora viene lo mejor – susurró suavemente. Su polla palpitaba, moviéndose pocos milímetros que comenzaba a hacer estragos a pesar de la levedad del roce. Poco a poco me dejó caer, llenándome de su poderosa carne.

Al principio sentí algo parecido a sus dedos, me relajé sintiendo el placer, pero en cuanto sentí el grosor de su miembro, cuando sentí cómo me abría, comencé a temer y me dolió. Mis virginales músculos intentaban acostumbrarse al tamaño de la polla. Papá pareció notarlo e intentó salir, pero yo lo paré.

¡¡No!! – grité-. Sigue, dámelo todo. No la saques ni un milímetro.

Pareció obedecer, manteniendo la punta de su verga dentro de mí. Comenzó un breve mete y saca que consiguió darme suficiente placer como para olvidar el dolor inicial.

Poco a poco entró, dándome placer y dolor a ráfagas, a veces más, a veces menos. Era una sensación extraña que no quería que cesase. Le abracé fuerte, apretando los labios y abriendo mis piernas para que entrase mejor. Al tenerla dentro entera, suspiré y comencé a moverme, un poco hacia arriba y un poco hacia abajo. Quería sentirla toda, y comencé a subir y bajar. Olvidé poco a poco el dolor, centrándome en el placer que comenzaba a sentir.

Parecido a lo que sus dedos me hicieron sentir, saber que era su polla lo que me estaba metiendo me calentaba mucho más. El grosor mantenía tirante y sensible mis entrañas, sintiendo cada movimiento que daba.

Perdí el control y comencé a saltar literalmente sobre su polla. Entraba y salía, ya me daba igual. Quería correrme de nuevo, y ver cómo él se corría. Mis pechos botaban frente a mí rozando su cara. Soltó mi culo para volver a mis tetas, acariciándolas y saboreándolas mientras se dejaba follar. La excitación era tal que no podía más y me corrí de nuevo. Estaba fuera de mí, me supo a poco y cuando intentó sacar la polla para no correrme casi rompí a llorar.

Nooo!! Másss!!! Dame más, hasta que no pueda moverme!!!!

Me miraba sorprendido, sudando. Estaba rojo, tremendamente excitado. Sabía que cuando se corriera no lo olvidaría nunca, y quería que se vaciara dentro de mí.

Me tumbó y casi con violencia sin dejar de ser dulce separó mis piernas. Apoyó una de ellas en su hombro y con la otra le rodeé. Sus brazos a mis lados se apoyaba, y su brillante polla me poseyó de nuevo.

Mis ojos no veían nada, sólo escuchaba mis gemidos, buscando desesperadamente un nuevo orgasmo, esta vez quería compartirlo con él. Pude verme a mí, o a mi madre, no lo sé, follando con mil hombres, rellena de carne de mil formas diferentes, gimiendo sin parar, trayendo de vuelta cada recuerdo que la puta de mi madre grabó en mi niñez.

Pensando en eso, vi como la puerta se abrió. Del revés vi a mi madre, con un hombre detrás que le sacaba un pecho de la blusa y le acariciaba el coño bajo el pantalón. Noté como papá paraba por un instante, pero con mi pierna le forcé a continuar. Quería que terminara dentro de mí, y que la zorra de mi madre viera cómo él podía amar. Como me quería a mí, cómo me follaba.

Papá aumentó el ritmo, rompiéndome, haciéndome insensible al dolor y dándome sólo placer. Oí sus gemidos, le vi mirando fijamente a mi madre, y supe que ella se estaba viendo a sí misma 10 años más joven.

Dejé de reprimir mis gemidos y los sumé a los de papá. No tardamos mucho en corrernos, sentí los latigazos de su semen llenando mis entrañas, rebosando mi coño, mezclándose con los fluidos de mi tercer orgasmo. La corrida de papá fue monumental, multiplicó por diez la intensidad del placer.

Jadeando, sintiendo aún su polla latir dentro de mí, miré a mi madre, que permanecía atónica. El cabrón que le estaba metiendo mano no sabía dónde mirar, ni siquiera se atrevía a soltar a mi madre.

Puta –le dije a los ojos-. Eres una zorra.

¿Qué dices? – me miró, sorprendida a la par que avergonzada-. ¿Y tú, que estabas haciendo? –preguntó a Daniel.

Papá se levantó, aún goteando la mezcla de nuestros fluidos por su polla. Me incorporé como pude, recuperando el aliento y me sorprendió ver que mantenía su erección. Quique la perdió justo después de correrse, y papá tenía bastantes más años que él. Me di cuenta que el clímax para él no había llegado aún.

Agarró a mi madre de la mano y la lanzó al centro de la habitación. Con los pechos al aire, y el cinturón abierto, su cara reflejaba miedo, había perdido el control.

Así que este gigoló ha empezado el trabajo, ¿no? –le dijo, en un tono que nunca había oído-. Pues ahora lo voy a terminar yo. Ya estas calentita, ¿no?

Mamá lo miró, y su mirada cambió. Creo que sabía que iba a ocurrir, y vi como sus pezones recobraban su dureza, antes perdida por el shock.

Mámamela –ordenó-. Limpia de mi verga mi semen y el olor del coño de tu hija.

No sabía cómo era posible, pero ver a mi madre arrodillándose frente a mi padre, metiéndose en la boca esa polla, firme y desafiante, me volvió a excitar.

En serio, cuando lo pienso me preocupo, pero en ese momento no quería ser menos, y me acerqué al rubio que antes sobaba a mi madre. Aún permanecía congelado en la puerta.

Me levanté, y al acercarme sentí la mezcla de fluidos resbalar desde mi coño por mis piernas. Sabía que se impresionaba. Me incliné, recogí los líquidos con mi mano y pasé mi mano húmeda por un lado de su cara. Luego pasé mi mano por su cuello para acercarlo a mí y lamer su cara afeitada, recogiendo de nuevo los líquidos. Mi otra mano se ocupó en comprobar que su polla era inmensa, y estaba durísima, pidiendo guerra ya.

Pareció reaccionar, y sin decir nada comenzó a acariciarme. En ese momento me di cuenta, ya no había amor. El amor se había satisfecho. Pero aún queríamos sexo, y esta vez lo usaríamos para vengarnos. Papá por lo que mamá le hizo, y yo por… que mas da. Quería seguir, y si papá se estaba follando a su esposa, yo pensaba arrancarle toda la leche a este tipo, que tengo que reconocer está bueno.

Mientras pensaba en esto, oí un gemido ahogado, tremendamente excitante a la vez que misterioso. Cuando me di la vuelta a mirar a Daniel y a mamá, sentí cómo el pantalón del rubio caía a mi lado, sus manos me agarraban con fuerza y su voz, grave y sensual susurraba:

Si quieres sexo, yo te enseñaré de qué va esto.

Sus manos se movieron y me arrancaron un gemido sin yo siquiera saber la razón. Sentí que me levantaba y me llevaba a la cama. Miré sobre sus amplios hombros buscando a mis padres. Estaban ahí, frente a mí, y lo que estaban haciendo chocó contra mi mente y me bloqueó por unos segundos. Esa visión se grabó a fuego en mi retina.

[[[[ Decidan con sus comentarios lo que sucederá después. Aún queda por saber que ocurre con Sara y con el "rubio" ]]]]