El placer del después.
Después de haberla montado le da de beber.
Sentada entre sus piernas, su cabeza descansaba en su entrepierna. Él mesaba suavemente sus cabellos. Su ajustada camiseta de tirantes remarcaba notoriamente la dureza de sus pezones, quizá aún enrojecidos por los apretones recibidos mientras él la follaba salvajemente por detrás.
No era la primera vez que la había poseído así, como un potro desbocado montando a la yegua; pero ese día….tuvo algo de distinto; por primera vez, y la había montado muchas, al tiempo que notaba como su leche inundaba su culo, le pidió a gritos que la enculara más, que la partiera en dos, que le rompiera el culo y oírla gritar de esa forma provocó, confesaría después, el orgasmo más intenso que había podido sentir nunca.
Su grito volvía machaconamente a su cabeza e inevitablemente su polla se puso dura y ella empezó a sobar su entrepierna. Con una mano, agarraba sus huevos y los masajeaba; con la otra, movía su polla cadenciosamente, arriba…abajo, arriba…abajo.
Se deleitaba él metiéndole los dedos en la boca; dedos que ella chupaba lascivamente sabiendo que él se excitaría aún más; sabiendo que acabaría pidiéndole con desesperación que se la comiera como sólo ella sabía hacerlo.
Su polla había pasado por muchas bocas, femeninas e incluso masculinas, pero nunca nadie se la había mamado con la intensidad y la habilidad que ella lo hacía; tales eran, que sabía que en el momento en que entrara en su boca estaba ya perdido si ella no lo evitaba apretando fuertemente sus huevos para evitar que se derramara.
Y cuando sintió que ya no podía aguantar más el sobeteo de sus manos, el ya frenético ritmo de subidas y bajadas, cuando su grito al ser enculada volvió a resonar en su cabeza, su voz rota le pidió que se la mamara; agarró su cabeza y le metió la punta de la polla en la boca. Ella, se apresuró a apretar sus huevos hasta hacerlo gritar en una mezcla de dolor y placer; mientras lo hacía, movía su boca sobre su polla, recorriéndola toda, haciendo que entrara en su boca hasta tocar la campanilla, atragantándose, con lágrimas en los ojos y aguantando la náusea, babeando, succionando con fuerza cada vez más deprisa.
Notando que se tensaba, que ya no era suficiente con apretarle los huevos para retenerlo, dejaba de comérsela pasando a juguetear con sus huevos; los acariciaba, se los metía en la boca, los soltaba y bajaba su puntiaguda lengua a su culo, que recorrió una y otra vez hasta que estuvo dilatado. Volvió entonces a su polla, que entró hasta la garganta y le arrancó a él el gemido que ella conocía y presagiaba la inminente explosión; justo en ese momento, hizo que uno de sus dedos entrara y saliera de su culo provocando la salida descontrolada de leche que ella se apresuró a beber.