El placer de morir
El amor está en el aire y te tengo desnuda sobre mi cuerpo. Te agitas y un escalofrío me recorre desde el centro mismo de la entrepierna, ascendiendo por la columna, erizándome la piel...
Respiro. El humo del tabaco asciende y se asemeja a la niebla densa, que revolotea alrededor de tu cintura mientras te aferras a mí y descansas sobre mi pecho. Tus cabellos obscuros, enmarañados, sueltos sobre la arena…, me hacen cosquillas de vez en cuando. Sonríes, me observas. Arrugas de a pocos la nariz y repasas el borde de mis labios y mis mejillas con las puntas de tus dedos. Me toqueteas la cara con fervor. Eres demasiado apasionada como para vivir encerrada, presa, dócil. Susurras y el aroma a ron que emana de ti me provoca espasmos repentinos. Sólo oírte y verte mover los labios de esa manera hace que te quiera, y que te quiera con locura, que te quiera ahora y para siempre. ¿Por qué tenías que llegar precisamente hoy, cuando tengo que escapar? El sonido tranquilizante del mar me hace pensar que no sucede nada, que puedo quedarme contigo, pero el móvil resuena y vibra alrededor de mi cintura; es un aviso. La policía está a cien kilómetros de aquí, de nuestra playa, de nuestro lugar y yo no quiero. No quiero que me veas aquí, ahora, con la cabeza pegada al suelo y los brazos vueltos hacia atrás mientras me atan. No quiero que me visites mientras me encarcelan, mientras me juzgan, mientras me condenan. Esta vida no es para ti y ya ha sido suficiente, porque tú no mereces esto. Te beso en los labios mientras cierro los ojos. No me gustaría recordar aquel gesto como el último, si es que estoy en lo correcto y te alejas, si es que no me quieres y me olvidas; pero no sucede. Acercas tu rostro hacia el mío, nuevamente, me besas con ternura y te abrazo por la cintura, como siempre he querido. Ahora has sido tú quien ha dado el paso y me arrepiento. Esto complicará aún más las cosas pero no pude evitarlo. Eres hermosa desde alma, desde dentro, en lo profundo, y yo me muero por ti como no tienes idea, como no te has imaginado. Necesito sentirte aquí, tan cerca, y poder rozar tu piel con la mía pero casi no hay tiempo, aunque poco me importa. La arena es nuestra y la playa está vacía. El amor está en el aire y te tengo desnuda sobre mi cuerpo. Te agitas y un escalofrío me recorre desde el centro mismo de la entrepierna, ascendiendo por la columna, erizándome la piel. Te beso el cuello y recorro tu cuerpo de a pocos, despacio; no quiero que notes lo nerviosa que estoy ahora mismo. Llego hasta tu abdomen y me sumerjo, allí, donde el placer se guarda y emites un sonido leve, casi imperceptible. Me gusta verte así, como ahora, con la espalda arqueada y la cabeza hacia atrás mientras observas al cielo. ¿Lo ves? Está nublado. Sonríes y te muerdes de a pocos el labio inferior mientras gimes, intensa y yo sólo te miro, como siempre, desde antes. Te detienes tres segundos y caes rendida. No dices nada, sólo me besas, me besas y no me opongo, no me resisto. Te colocas frente a mí y dices que me quieres, que me vas a echar de menos. Quizás lo suponías o ya lo esperabas, pero me abrazas y aprovechas para decirme que vas a estar siempre conmigo, que irás a visitarme, y es justo esto lo que no quiero, lo que no necesito. Te beso en la frente, tomo una ducha y me coloco la ropa sin prisas. Subo al auto y me despido, aunque no quiero. Enciendo el motor y vibra el móvil; eres tú. Estoy a tan sólo dos pasos, te observo por el espejo y sonríes. Piso el acelerador, tu voz me alcanza, «buen viaje al infierno», explota; no lo siento. Mi cuerpo calcinado continúa sobre el asiento, pegado a él como una mosca mientras tú haces al fin lo que siempre te ha gustado: actuar.