El placer de lo inesperado
Si esperaba alguna vez que mi primer encuentro con una mujer fuera todo tierno y de hermosas caricias, pues me equivoqué. Lo único rosa de mi encuentro fue la tanga que quedó tirada en el piso y el corazón de su vagina caliente en mi boca.
El placer de lo inesperado
¿Cómo negarle la entrada a lo inesperado? Son sólo cosas que piensas hasta después que pasaron y a veces ya no vale nada reprochar tu proceder. Aunque a pesar de lo que podrían pensar muchos sobre esto, yo no me arrepiento.
Ella llegó como pudo haber llegado cualquier otro día, con la confianza de quien conoces de hace mucho tiempo. Pero fue precisamente ese habernos conocido desde hacía tanto lo que hizo la sorpresa aún mayor.
Hablábamos de hombres y lo simples que se comportan a veces. Pensábamos en voz alta que tal vez nosotras les parecemos muy extrañas o complicadas y que no había nadie mejor para entender a una mujer que, en definitiva, otra mujer. Ésa búsqueda secreta de un hombre que cada una guardaba dentro sufrió un cambio sutil por lo poco que nos dimos cuenta hasta el momento, en cuanto llegamos a esa conclusión y fue cuando entonces alguna de nosotras, no recuerdo quién -porque estoy segura que las dos lo habíamos pensado-, dijo:
-Creo que comenzaré a considerar el volverme lesbiana.
Imagino que desde ese momento nuestras mentes ya no dieron marcha atrás.
¿Qué se sentirá besar a una mujer?
Aún no lo sé, pero debemos ser tan buenas o mejores que los hombres.
Pues nunca me ha gustado quedarme con dudas...
Y de pronto esos ojos marrones se quedaron fijos en los míos, fueron segundos, pero me pareció suficiente para comprobar que el resto de sus pensamientos ya estaban dedicados a imaginarme tocando su piel mientras dentro de mi estaba creciendo esa ansiedad que te avisa cuando alguien está demasiado cerca de tus labios. Entonces, en efecto, me besó.
El primero fue un beso lento y largo, me asustó de tan suave que encontré esa boca generosa, pero no pude apartarme, simplemente me dejé llevar y sonreí internamente pensando que me estaba saliendo con la mía cumpliendo una de mis fantasías más secretas y que, si iba a besar a una mujer, también iba a disfrutar haciéndola a mi manera, hasta que gozara tanto que no quisiera irse de mi cama durante al menos una buena temporada.
Con cierta impaciencia desabotoné la blusa, pero la impaciencia dio paso a la desesperación entre más se intensificaba el beso y en cuanto comprobé que la dulce piel morena de su cuello era cada vez más suave conforme iban bajando mis labios, mi mano comenzaba a buscar el broche del sostén, pero no quise desabrocharlo. Hubiera sido fácil, años de práctica con mi propia ropa interior, pero casi pude aspirar el aroma de la desesperación de ella porque la tocara más y decidí irme más despacio mientras ella ya acariciaba mi espalda por debajo de la blusa y daba ligeros mordiscos a mi cuello y mis hombros.
También pude sentir que en ella aún había un poco de miedo, porque noté que sus dedos llegaban a mi cintura y titubeaban, no sabía si seguir o no su camino, así que con firmeza moví su mano hacia mis piernas y entonces ella se atrevió a acariciarme con más libertad.
Para ese momento yo ya había perdido todo el pudor y el miedo y me decidí a desabotonar su pantalón. Mi coqueta compañera usa mucho pantalones de vestir negros y ceñidos, en especial el que traía puesto en ese momento, así que me decidí a darle una última vista a la prenda puesta antes de irla retirando de sus piernas.
Yo no soy muy alta ni de un cuerpo muy exuberante, pero siempre me han gustado mucho mis caderas amplias y fuertes, más he de aceptar que la cadera de ella me gustaba mucho también y que estaba seguida de un par de piernas fuertes pero no exageradas que ella mantiene con ejercicio regular, y un trasero que podría hacerse desear por muchos hombres tan sólo con verlo al caminar, así que yo me dispuse a aprovechar el privilegio de tocarlo mientras mi boca exploraba el nacimiento de sus senos morenos y redondeados.
Como ninguna resistiría mucho más con ropa me decidí a dejar que me quitara la blusa y le ordené que se quitara el sostén y la tanga. Le dio un poco de pena, pero no pudo negarse, al ver esa parte desconocida de mi que pide con autoridad lo que de verdad desea, así que no le quedó más remedio que obedecer. Entonces la hice que se recostara en medio de la cama.
Yo ya no aguantaba más mis ganas de morderle los pezones y comencé a lamerlos como una poseída. Era fascinante ver la cara de una mujer debajo de mi deshaciéndose del placer y poco después del ligero dolor que mis dientes le causaban. Aunque supe que le dolía un poco no me detuve, la hice que me provocara lo mismo con sus dedos mientras mi cuerpo comenzaba una danza impaciente entre sus piernas incluso con un poco de furia. Fui bajando a su abdomen y explorando con mi lengua la superficie tersa de sus caderas que ya también comenzaban a moverse impacientes para que mi boca o mis manos las encontraran y las atrajeran hacia mi.
Si esperaba alguna vez que mi primer encuentro con una mujer fuera todo tierno y de hermosas caricias, pues me equivoqué. Lo único rosa de mi encuentro fue la tanga que quedó tirada en el piso y el corazón de su vagina caliente en mi boca.
Sabía a limón y miel y fruta dulce... En realidad no puedo describir la clase de paraíso sádico y torcido que encontré entre sus piernas. Estábamos tan mojadas y ella tan caliente que yo tan sólo quería meter dentro mi lengua para no salir más, pero podía notar sus gemidos a cada una de mis caricias y sus palabras "No te pares, por favor no te pares". Tan sólo por pura maldad y para placer mío me detuve escasos segundos para besar sus muslos y luego reanudé mi tarea.
- Hazlo más adentro, méteme tu lengua- me decía. Pero no lo decía como en las películas porno donde todos gritan y aparte gimen gritando otro tanto, sino con una voz más tenue, de verdad suplicando que no me detuviera porque entonces el mundo se pararía también.
Fue cuando, sin previo aviso, metí dos de mis dedos sin dejar de lamer su clítoris rosa y pude notar lo fácil que se deslizaron dentro de ella, así como un aumento en el tono de su voz que de pronto cesó para darle lugar a una respiración más acelerada, casi tanto como la mía, que sólo recibía caricias leves en respuesta pero que estaba agitada de tanto que me excitaban sus reacciones.
En menos de un minuto después sentí que su cuerpo comenzaba a temblar, le estaba causando un orgasmo muy placentero, tal vez más de los que un hombre le había hecho sentir -como ella misma de lo confesó poco después- y entonces mi mano libre, que había seguido dedicada a sus senos, la coloqué en su abdomen para poder sentir mejor cada una de las contracciones de su vientre y su cuerpo, mientras mis labios se mojaban, un poco más si cabe, del líquido de su placer.
Sin dejar de acariciarla y con cierta firmeza retiré mis dedos y subí para reclamar un poco de las atenciones que yo le había dado. Todavía no recuperaba el aliento cuando la hice que me besara de nuevo y que probara mis dedos bañados con su sabor antes de que me lo acabara yo todo de tanto lamerlos. Entonces me tiré a su lado en la cama y la hice que me comiera los senos, que los lamiera bien y los recorriera todo alrededor, para terminar succionando mis pezones como yo lo había hecho hacía un rato. La tenía sujeta del pelo, sin herirla (aunque me hubiera gustado tomarla con un poco de más fuerza), pero la guiaba por mis pechos llena de deseo de que me tocara.
Le ordené que me penetrara con sus dedos, cosa que me gusta demasiado que hagan mis amantes, y entonces me entregué al movimiento arriba y abajo de mi cadera para sentir sus dedos más adentro y más fuerte. Yo ya no podía estar más excitada, o eso creía hasta que dejó un momento mis pezones y se puso a acariciarme con la lengua todo el vientre.
Puedo decir todo lo que yo hice porque recuerdo muy bien cómo la hice sufrir y gozar al mismo tiempo, pero no puedo recordar cada paso que ella siguió para mi después porque llegó un momento en que me perdí por completo en las nubes que inundaban mi cabeza y ya no supe más hasta que la tormenta se calmó un poco y pudimos recostarnos en la cama después a meditar un poco todas las cosas nuevas de nuestras vidas.
Ya había recuperado la imagen de mi de siempre, llena de pensamientos profundos y menos impulsivos, pero en ningún momento sentí que lo que hicimos hubiera estado mal porque la pasamos bastante bien al final. De hecho ahora que escribo estas líneas siento de nuevo esa ansiedad de tenerla cerca, de sus ojos marrones llenos de deseo. Tal vez considere hablarle para invitarla a pasar esta noche conmigo...