El placer de la venganza

Imaginate: poder volver de la muerte para ajustar algunas cuentas, y todas mediante el sexo. Un cuento raro, pero mejor animate a leerlo.

De pronto, sin el menor aviso previo, el voluminoso cuerpo cayó frente a la mirada atónita de todos los presentes. Se miraron unos a otros, sorprendidos de ver al gigante caer como un roble recién talado. Ninguno se acercó. Ninguno hizo el menor movimiento para ayudarle. Primero uno, y luego los demás, reanudaron las conversaciones, bebieron de sus frías copas de champagne, y siguieron disfrutando la velada como si nada hubiera ocurrido. No fue sino hasta mucho después que alguien tomó el teléfono y llamó a emergencias, cuando por supuesto ya era demasiado tarde y Robert Saxton ya había dejado de respirar.

Los titulares de los diarios al día siguiente cubrieron la noticia como se lo merecía, en primera plana y con los debidos respetos que un personaje de su envergadura merecía. La familia, los herederos y el personal de sus empresas publicaron las esquelas respectivas, aunque en el fondo, todos y cada uno de ellos se alegraron de que Saxton por fin los dejara vivir en paz.

Malditos sean todos! – juró Saxton viendo todo lo que sucedía tras su muerte, mientras flotaba en ese limbo sin forma y sin sustancia, en espera del inevitable juicio de sus acciones.

Tuvo tiempo suficiente para ver la alegría desbordante de la joven viuda, su tercera esposa, contenta de poderle echar mano a su incuestionable fortuna. A los dos hijos, herederos ambos de una excelente tajada de la misma, discutiendo ya acaloradamente la distribución de las empresas, y hasta el que fuera su socio en la mayoría de sus negocios brindando con su último y apuesto joven amante por la buena fortuna que su muerte le brindaría. Todos ellos juntos no merecían siquiera una sola de sus lamentaciones, aunque en realidad lo que único que verdaderamente lamentaba era no poder regresar para darles su merecido.

Una voz etérea, profunda e indudablemente inhumana le llegó de algún lugar no identificable.

Sé que deseas la oportunidad de volver – dijo sin mas, directa y llana.

Sí – aceptó Saxton sin dudarlo.

Y que aceptaras mis condiciones, sean las que fueren – continuó la voz.

Saxton en vida se había arriesgado a los negocios más peligrosos sin pensarlo demasiado, las cosas no tenían porque ser diferentes en este momento.

Por supuesto – aceptó al instante – cuál es el trato?

Regresar, con el cuerpo y el tiempo que requieras para cumplir lo que desees – dijo la voz.

Y a cambio? – preguntó Saxton conociendo las reglas de cualquier negocio.

Deberías saberlo ya – terminó la voz con lúgubre sonoridad.

Fiel a sus instintos Saxton aceptó el acuerdo y en el instante mismo de parpadear despertó en el inconfundible lujo de unas sabanas de seda, con el aromático aroma de una taza de café recién colado y la renovante sensación de haber dormido una noche de sueño reparador. Estaba en una habitación ricamente amueblada, en una antigua cama con dosel y el desayuno dispuesto en una mesilla junto a la cama. Tomó un sorbo de café, sintiendo el agradable y conocido sabor bajando por su garganta. He regresado, pensó jubiloso, y saltó de la cama con mucha mas energía de lo que a sus sesenta años estaba acostumbrado.

Su reflejo en el espejo fue la primer sorpresa del día. El guapo y viril hombre que le devolvía la mirada al otro lado era un completo desconocido. Atónito observó sus manos. Ya no eran aquellas grandes manos cubiertas con las pecas de la vejez, ahora eran manos fuertes y macizas. Se quitó la camisa del pijama. El pecho poderoso y trabajado, el abdomen plano y marcado de un fisiculturista. Ansioso se bajó los pantalones, y descubrió un enorme pene colgando entre sus piernas. Lo tocó con cierta repulsión, sintiendo que era el de otro hombre, pero reconoció la caricia de su propia mano, y pronto le invadió el orgullo de tener un miembro viril de aquellas dimensiones. Siguió acariciándolo, porque quería saber la longitud de su nuevo trasto en erección. No tenía una regla a mano, pero calculó que andaría por las 9 pulgadas. Sonrió como un niño con juguete nuevo y admiró orgulloso ante el espejo su nuevo y sorprendente cuerpo.

Pronto encontró en la habitación las cosas necesarias para salir a la calle. Un nombre, dinero en efectivo, las llaves de un auto y la determinación para llevar a cabo sus planes. Primero la viuda, decidió sin dudar.

La encontró departiendo alegremente con dos de sus amigas en el lujoso ambiente de su restaurante favorito. Hermosa y joven, con lo último de la moda cubriendo su escultural cuerpo, no pudo evitar recordar el deseo hirviente con que la poseía cuando vivía y la cara de mortal resignación de la maldita cada vez que se veía asaltada por el legitimo deseo de su marido. Veamos que dices ahora, zorra descarada, pensó mientras se sentaba en una mesa cercana en el caro restaurante. Para ser una viuda tan reciente, la muy hija de puta reía con absoluto desparpajo. Miraba a su alrededor como si estuviera eligiendo entre todas las miradas atentas de los hombres a su alrededor. Por supuesto, la arrogante belleza del nuevo Saxton llamó su atención, y sonrió coqueta al ver que él también la miraba. Qué fácil había sido todo. Pronto las amigas tuvieron que irse y Saxton se presentó con aplomo. Ella le invitó a sentarse y una hora después ya estaban en la que fuera la casa de Saxton en su vida anterior.

Vives sola? – preguntó el hombre probando una respuesta.

Afortunadamente sí – contestó ella desabotonando ya su vestido – mi odioso marido tuvo el buen tino de morirse a tiempo y dejarme disfrutar de mis mejores años en libertad.

Él sonrió como un eco a sus hermosos y bien alineados dientes, aunque sintió hervir su sangre con su cínica respuesta. Ella estaba ya en ropa interior. Los senos desbordando el suave y fino tejido del corpiño, y las redondas nalgas cubiertas apenas por el encaje sinuoso de sus bragas. Se subió a la cama, mostrando las esculturales piernas y más arriba, el rincón de su sexo de pronto tan deseado.

Saxton se desnudó rápidamente, seguido por la mirada de deseo en los ojos de ella. Cuando se quitó los calzoncillos, ella se acercó presurosa a admirar aquel trofeo.

Es tan grande – comentó.

Te gusta, gatita? – dijo él.

No me llames así – reclamó ella – que así me decía mi marido pensando el muy idiota que me gustaba.

Saxton sintió deseos de matarla en ese mismo momento, pero en vez de eso desfogó su furia arrancándole el corpiño y apresando con rudeza sus lechosos y abundantes pechos.

Calma, cariño, yo también te deseo – dijo ella volviendo a incorporarse para tomar su enorme pene con las manos.

Chúpamelo – pidió él, sabiendo lo mucho que detestaba ella hacerlo.

La mujer se lo llevó a la boca con total complacencia. La muy perra. Abrió la boca como una serpiente y se lo comió hasta casi hacerlo desaparecer en su garganta. Saxton sintió el estallido de placer bajando desde la cabeza hasta los poderosos y henchidos huevos.

Eres una puta – le dijo, y al parecer ella estuvo de acuerdo con aquel calificativo, porque continuó mamándole el pito con creciente pasión.

Saxton estiró una mano para acariciar los perfectos globos de sus pechos. Los pezones entre sus dedos eran ardientes botones que él manipulaba a su antojo, retorciéndolos de pronto con repentina fuerza.

Espérate, bruto, me lastimas – se quejó ella.

Saxton la empujó sobre la cama y ya de espaldas le arrancó los calzones con rudeza. El pubis depilado de su esposa fue una increíble sorpresa.

Y esto? – preguntó sin poderse contener, recordando la salvaje y peluda concha que allí había antes.

No te gusta? – dijo ella cerrando sus blancos muslos, procurándose placer con el roce de su misma carne.

No, no es eso – dijo él mirando la maravilla de aquella vagina rasurada, cerrándose como una hermosa ostra.

A mi marido le encantaban los pelos – confió ella – y yo no quiero nada que me lo recuerde.

Saxton sintió la misma pero renovada furia que minutos antes le asaltara. Maldita, mil veces maldita, pensó volviendo a la carga. La tomó de los tobillos y separó el tesoro entre sus piernas. La vulva, desprotegida y abierta era una herida rosa imposible de evitar. Metió la cara entre las paredes de sus suaves muslos y olisqueó el perfume de la húmeda cavidad. Hambrienta, su lengua salió a investigar el conocido sabor de aquel sexo y lo devoró con ímpetu salvaje.

Tranquilo – se quejó ella deteniéndolo por los cabellos, pero él continuó implacable.

Los sonidos guturales parecían los de un animal salvaje alimentándose. Hubiera querido desgarrarla, comérsela viva, pero el punzante deseo, duro entre sus piernas parecía mandar sobre todos los demás deseos. Se incorporó preparándose para montarla.

Aun no estoy lo suficientemente lubricada – dijo ella poniendo su delicada mano ante el velludo pecho, como si en verdad pudiera contenerlo.

El no hizo el mínimo caso. Se metió entre sus piernas y las abrió con la fuerza de sus rodillas. El grueso pene cabeceaba frente a la pequeña entrada, el glande acomodado ya entre los rosados labios.

Que te quites, imbecil! – dijo ella alarmada ante la fuerza de su deseo.

Él la ensartó de todas formas. Las resecas paredes no fueron ningún impedimento, ni disminuyeron el goce salvaje de penetrarla. Ella en cambio se quejó dolorida por la súbita introducción.

Déjame, maldita sea – dijo ella empujándolo fuera con todas sus fuerzas, sin lograr que se saliera.

El la tomó por el grácil cuello y con la otra mano le cubrió la boca. La cabalgaba con furia, con el deseo explosivo que lo devoraba, y ella, muñeca de suave carne, no pudo opacar su recia y salvaje conquista.

Toma, querida esposa – decía él con cada violento empujón, rebotando contra su carne, perforándola una y mil veces, sin soltar su cuello ni su boca, y en los desorbitados ojos de ella, tal vez con el último aliento de vida, adivinó tal vez un tardío reconocimiento.

El placer de la venganza era tan dulce como el placer del sexo, pensó Saxton al vaciarse dentro del cuerpo tibio, de pronto tan suave y laxo.

La dejó tendida en la cama y la olvidó en el instante mismo de salir de la que una vez fuera su casa. Ya tenía otro objetivo en mente, y ya ideaba la forma de alcanzarlo. Esa noche, entre las sabanas de seda trató de pensar en como castigaría a sus desalmados hijos, pero el sueño le venció sin poder decidirlo aun.

El aroma del café, una repetición de la mañana anterior. Se estiró en la cama satisfecho, recordando aun el placer que había obtenido de su viuda poco antes y un ramalazo de deseo invadió su cuerpo. Metió la mano entre las sabanas, buscándose la gruesa verga para darse un merecido placer matutino. Alarmado, descubrió que el pene había desaparecido, encontrando en su lugar solo un hueco entre sus piernas.

Saltó de la cama asustado para correr al espejo. La imagen de una rubia mirándole atónita le llenó de asombro. Igual que el día anterior inspeccionó primero sus manos, ahora suaves y finas, marcadas por translúcidas venas azules recorriendo las blancas muñecas. De nuevo se quitó la camisa del pijama, para descubrir asombrado la presencia de dos untuosos pechos coronados por pequeños y rosados pezones. Los tocó con cierto recelo, y una agradable sensación bajó por su suave vientre hasta abajo, región desconocida. Corrió al baño en busca de un espejo y quitándose el pantalón se sentó sobre la orilla de la cama, con el espejo frente a sus piernas totalmente abiertas. El pubis claro y rubio dejaba ver mas abajo los acaramelados labios vaginales, ahora parcialmente abiertos. Curioso, acercó uno de sus dedos para acariciarlos. El resultado fue un agradable y desconocido calorcillo corriendo por su piel. Cayó de espaldas sobre la suavidad de las sábanas y llevó a cabo algo mil veces visto en sus amantes o en las películas, y que ahora podía conocer de primera mano. Una mano en el pecho, la otra entre sus piernas, descubriendo el placer de ser una mujer.

El resultado fue tan sorprendente que casi olvidó el motivo de su nueva figura. Tuvo no uno, sino varios orgasmos en aquel joven y nuevo cuerpo que también ahora era su cuerpo. Parecía no tener limites, quería tener todos los orgasmos del mundo, uno tras otro, suaves a veces, increíblemente poderosos otras, pero siempre tan centrados y localizados que la realidad parecía disolverse en otra cosa distinta y cambiante cada vez.

Finalmente satisfecho o satisfecha, pensó de pronto, decidió que era hora de dejar ese maravilloso juguete que era su cuerpo y ponerse en acción. Esta vez le costó un poco de trabajo decidir qué ropa ponerse. Tenia el cuerpo, pero no el gusto de una mujer. Finalmente, guiado por el instinto, eligió un tenue vestido azul y zapatillas a juego. Se peinó lo más natural posible y se maquilló ligeramente tratando de recordar cómo lo hacían las mujeres que habían pasado por su vida. El resultado, con la natural belleza de su nueva figura, era sorprendente.

Salió en busca de los muchachos, sin saber aun que haría con ellos. Los encontró en el club, como sabía que sucedería. Los dos eran un par de golfos, y ahora además eran ricos, así que no podían hacer otra cosa que holgazanear, y no se equivocó.

Tony, el mayor, estaba jugando una partida de tenis mientras Adam, el menor, lo miraba sin mucha atención, sobre todo cuando vio aparecer a la escultural rubia del vestido azul. Saxton se sentó cerca, cruzando sus largas piernas, de pronto incómodo ante la inconfundible mirada de deseo de su propio hijo.

Porque tan sola? – preguntó el muy idiota y Saxton se avergonzó de tener un hijo con tan poca imaginación.

Así acostumbras hacer tus conquistas? – preguntó sin poderse contener y con tono de regaño.

Huy – dijo el muchacho – amaneciste muy sensible hoy, preciosa.

Saxton lo miró con cara de fastidio y arregló su melena rubia con un sensual movimiento de su exquisita mano de uñas rojas.

No es eso – aceptó de pronto sonriente e invitadora – sólo que creo que eres demasiado joven para saber tratar a una mujer como yo.

Eso crees tu, preciosa – dijo galante el chico – ya tengo 20 años y sé muy bien como tratar a las mujeres hermosas como tú -–dijo aproximándose burdamente.

Saxton lo empujó a un lado, un poco asqueado de su cercanía.

Mira, no eres mas que un niño que seguramente aun depende de papi – dijo ella manteniéndolo a distancia.

Para nada – dijo el orgulloso – al viejo, afortunadamente, ya me lo quité de encima.

Cómo? – preguntó ella con rabia contenida.

Sí – dijo el estúpido sin notarlo siquiera – el desgraciado se murió y ya no volverá a molestarnos ni a mí ni a mi hermano con sus insufribles regaños.

Eso dices ahora – dijo ella – pero después lo vas a extrañar.

Adam sufrió un ataque de risa tan estruendoso que Tony dejó de jugar y se acercó a ver que ocurría.

Extrañarlo? – dijo finalmente – era un hijo de puta que dedicó su vida a los negocios y jamás le importó nada que no fuera él mismo. Tuvo lo que se merecía y por mí se puede pudrir en el infierno.

Saxton no sintió mas que una rabia fría corriendo por su escultural cuerpo. Aquel par de zánganos no podían ser sus hijos, ni merecían mejor suerte que la que le deseaban a su propio padre. Cruzó de nuevo las piernas, capturando la atención de Tony, mucho más experimentado a sus 25 años y que sabía mucho mejor cómo tratar a una mujer. Inmediatamente le llamó a un mesero y le ordenó una jarra de zumo de naranja con champagne, y le invitó una copa. Ella lo miró con destellantes ojos azules, dejando que el vestido se subiera y revelara sus finos muslos. Los muchachos la bebían con sus ojos, y ella los deleitó con el amplio escote, dejándolos adivinar el contorno de sus pezones en la transparente tela de su vestido.

Porque no me acompañas a mi departamento? – invitó Tony después de que se bebieron la jarra.

Ella sonrió sin decir que sí, pero dejando la promesa de aceptar flotando en el aire.

Y yo? – se quejó Adam con un hermoso mohín en su cara aun de niño.

El hermano lo fulminó con la mirada, dándole a entender que él no era más que un estorbo. Sin embargo el chico estaba también capturado por la rubia belleza y no iba a rendirse tan fácilmente.

Mejor vente conmigo – invito también – te juro que te la vas a pasar muy bien.

La competencia entre los hermanos era feroz, y ambos trataron de ganar el premio.

Tranquilos – dijo ella seductora – porque no vamos los tres?

Ellos la miraron con incredulidad, aun sin querer dar su brazo a torcer.

Les aseguro que la diversión se multiplica – dijo ella subiendo aun más el ruedo de la falda, dejándoles ver que en la cúspide de los muslos, allí donde ellos esperaban ver la tela de su ropa interior no había sino suave carne satinada, y el remolino de rizos rubios los dejó mudos y atontados.

Como si fueran de piedra, ambos la miraron abrir los muslos lentamente, revelando la suave y húmeda cavidad de su vulva, con los rosados labios apenas entreabiertos. La uña furiosamente roja de uno de sus dedos, ascendió lentamente por el muslo, y fue a parar a la suave cueva, rodeándola por los bordes con interminable lentitud para terminar entrando en la intimidad del sexo finalmente. El dedo salió brillante de humedad y ella lo paseó por la nariz de ambos, jadeantes ya de deseo.

Aceptan? – dijo felina y los muchachos la siguieron al auto como dos corderitos directos al matadero.

El departamento de Tony era de una estudiada elegancia. Se notaba que había gastado una buena parte de su recién heredada fortuna amueblando aquel rincón con una única finalidad, seducir. La mejor parte era la recámara, llena de espejos y con una cama tan amplia que podían caber allí fácilmente cinco personas. Ella se recostó en la cama, sabiendo que los chicos la deseaban, olvidándose ya de cualquier parentesco con aquellos jóvenes que de pronto no eran sino dos vergas erectas que la deseaban. Las entrepiernas de ambos mostraban ya la silueta inconfundible de su deseo, y ella sintió el poder que siente toda mujer deseada.

Vamos, muchachos – les animó – no sean tímidos y quítense la ropa.

Ellos se miraron, tal vez un poco incómodos de hacerlo uno frente al otro, pero estaban ya mas allá de cualquier consideración, y casi al unísono comenzaron a quitarse las prendas. El primero en terminar fue Adam, que saltó a la cama con una verga de muy buen tamaño y ya erecta dispuesto a desnudarla. Un segundo después el vestido azul quedaba tirado a un lado de la cama, y Adam se prendía ya de sus generosos pechos, lamiendo los sensibles pezones como si fuera un bebé, y ella sintió el deseo naciendo de aquella boca golosa y bajando hasta su sexo, húmedo ya a pesar de todo.

Tony se unió poco después. Su cuerpo mas maduro y fuerte, pero con un pene de menores dimensiones que el de su hermano menor. Se acomodó entre sus piernas, dispuesto a descubrir el regalo que había entre ellas. La sensación de su boca pegada a su sexo fue algo para lo que ella no estaba preparada. Se había masturbado esa mañana, pero aun no había tenido oportunidad de probar aquel nuevo y destellante goce. Se quedó sin aliento bajo el ataque de aquellos dos muchachos empeñados en hacerla suya y se retorció de placer con sus ansiosas caricias.

Intercambiaron posiciones una y otra vez, alternando entre sus pechos, sus nalgas y su vagina, y ella tuvo varios orgasmos en el proceso. La fuente parecía no dejar de manar y se olvidó de todo lo que no fuera placer. De pronto, la verga de Tony llegó hasta su boca. No había pensado en aquello, pero ya era tarde para los arrepentimientos. La tomó entre los labios, consciente de su dureza y su sabor, disfrutando a pesar de todo de tener el pulsante miembro del hijo dentro de la boca. Después vino la de Adam, celoso de no recibir el mismo tratamiento y la aceptó también, mas gruesa y mas grande, y más inquieta también.

Fue entonces que Tony se acomodó entre sus piernas, dispuesto a penetrarla. Ella saltó de la cama, soltando la verga de Adam, alejándose para buscar el vestido azul tirado en el piso.

Que pasa? – preguntó Tony con la verga en la mano, viendo alejarse el codiciado objeto de su deseo.

Nada, que ustedes no son sino un par de idiotas que no saben complacerme – dijo ella fría como el hielo.

Los muchachos estaban mudos de asombro, mirándola pero sin entender ni una sola de sus palabras.

Estas loca? – dijo Adam rompiendo el prolongado silencio – piensas dejarnos así? – señaló su verga erecta y la no menos dura de su hermano.

Así es – dictaminó ella poniéndose ya el vestido.

No eres mas que una puta zorra – dijo Tony rencoroso.

Exactamente – concordó ella – tan zorra que solo hay una cosa que en este momento puede excitarme.

Que? – preguntó el estúpido de Adam cayendo en el juego fácilmente.

Algo que nunca, en mi larga experiencia he visto – dijo ella con estudiada lentitud.

Sólo dilo – pidió Tony, tratando de mostrar que tenía más mundo que su hermano.

Ella acercó un taburete frente a la cama. Se sentó. Las piernas abiertas y el ruedo del vestido cubriendo su sexo, acariciándose suavemente sobre la tela.

Dos hermanos – dijo mirándolos fijamente y sin dejar de acariciarse – que se quieran.

Los muchachos se miraron, sin entenderla, pero deseándola de todas formas.

Pues nos queremos – dijo Adam, tan estúpido como siempre.

Cállate, idiota – le reclamó Tony, comprendiendo hacia donde iba aquella loca mujer.

Al menos un beso – pidió ella subiendo el ruedo de la falda.

Tony parecía un perro en celo. Casi podía oler el suave sexo a pesar del metro y medio que los separaba.

Ven – le dijo al hermano – que esta puta quiere que nos besemos.

Adam lo miró sin saber si hablaba en serio.

Estas loco, cabrón? – le dijo cuando la idea por fin maduró en su cerebro.

Quieres cogértela o no? – dijo Tony señalando a la rubia, que ya se estaba metiendo un dedo en la vagina.

Adam sintió la dolorosa punzada del deseo latiendo en todo su cuerpo. Se acercó a Tony con torpeza, poniéndose frente al hermano pero sin animarse aun a tocarlo. Tony tampoco se veía muy feliz, pero lo tomó por los hombros y le planto un fugaz beso en los labios.

Así no – dijo ella volviendo a soltar el ruedo de la falda, cubriendo nuevamente la gloriosa vista de su rubio pubis.

Tony se acercó de nuevo, cubriendo con los labios la boca de su hermano, que se echó hacia atrás repeliendo el beso.

Eso es pura falsedad – dijo ella desde su puesto de observación – sin pasión, sin ganas, igual de burdo que ustedes dos.

La crítica acicateó a los muchachos y su remedo de beso. Tony volvió a la carga, abrazando con fuerza a Adam, metiéndole la lengua en la boca. El muchacho tuvo un instante de duda, pero poco a poco comenzó a aceptar la inquieta lengua que exploraba el interior de su boca.

Eso es – alentó la rubia – así es mucho mejor.

Finalmente se separaron. Los ojos turbios, aun sin entender que jodidos estaban haciendo los dos en la cama, besándose frente a aquella endiablada mujer. Pero ella les premió con la suculenta vista de sus senos, ahora desnudos fuera del vestido y con dos dedos brillantes de humedad entrando y saliendo de su rosada concha.

En vez de estos dedos podrían entrar sus ricos y duros penes – dijo provocadora.

Adam hizo el intento de acercarse pero ella lo detuvo.

Pero antes quiero que le acaricies la verga a tu hermano – ordenó.

Adam se negó primero, pero Tony casi le puso la verga en la mano.

Acaríciala y ya no discutas – le aconsejó – ya casi esta lista, mírala – señalo a la rubia, retorciendo los pezones con sus largas uñas rojas.

Pero entonces tú también hazlo – dijo Adam aceptando acariciar la caliente tranca de su hermano.

Tony aceptó, tomando con la mano la gruesa herramienta de Adam, sorprendiéndose con el agradable tacto de la suave y caliente piel de la verga de su hermano.

Se siente rico – dijo Adam sincero y Tony tuvo que aceptar que era cierto.

Se acariciaron cada vez con mayor confianza, y sabiendo como hombres lo que otro hombre disfruta, se acariciaron mutuamente los testículos, sin necesidad que ella lo pidiera. Minutos después la escucharon de nuevo, aunque ya se imaginaban cual sería su siguiente petición.

Mámense las vergas mutuamente – dijo ella con suave pero excitada voz.

Esta vez ya ni discutieron. Se tumbaron en la amplia cama, acomodándose de tal forma que cada uno pudiera tomar el pene del otro en su boca. Comenzaron a besarse y a lamerse las respectivas vergas, primero con cierta torpeza, pero poco a poco ganando en confianza y descubriendo una natural pericia para hacer gozar al otro. Pronto estuvieron peligrosamente cerca del orgasmo.

Saxon los dejó entonces. No quería matarlos, decidió, eran sangre de su sangre, por muy hijos de puta que fueran, y se conformó con dejarles con la culpa y la vergüenza de lo que eran capaces de hacer, ya fuera por dinero o por sexo.

Se retiró satisfecha a dormir, olvidándose de ellos por toda venganza, pensando ya en la suerte de su socio y ansioso por saber con qué cuerpo despertaría al día siguiente. Lo primero que hizo al despertar con el aroma del café flotando en la lujosa recámara fue meter una mano entre sus piernas. Se alegró de sentir un par de bolas y un pene. Ser mujer era un placer, pero se sentía mucho mejor como hombre. Se paró ante el espejo, y de nuevo se sorprendió con el cambio. Los hermosos ojos de un joven moreno lo miraban. Sus espesas pestañas y los suculentos labios, la piel morena y tersa, de una exótica belleza árabe. Se desnudó. El pecho lampiño y suave, y más abajo un sexo decepcionantemente pequeño, aun en erección. La sorpresa la descubrió al darse la vuelta, donde encontró el mas hermoso par de nalgas que hubiera visto nunca, tersas, suaves y firmes, dos perfectos y moldeados glúteos capaces de causar la admiración de casi cualquier hombre o mujer. Sabía que su socio era un pederasta empedernido, y aquel cuerpo era la carnada perfecta.

Decidió esperarlo frente al edificio donde estaban sus antiguas oficinas. Por un momento rememoró el poder que había ejercido en aquel lugar. Nada le era imposible, todo lo conseguía. Algunos hombres lo miraban al pasar. Sus miradas de admiración le gustaron, pero no aceptó ninguna, hasta ver a William Barton descender de su negra limusina.

Esperas a alguien? – preguntó el viejo ladino con mirada voraz, viendo el hermoso rostro moreno de aquel joven de exquisita figura.

A mis amigos – contestó el chico de 16 años con el desparpajo propio de la edad.

Para ir a dónde? – preguntó el tipo sin dejar de mirar su cuerpo disimuladamente.

A almorzar una hamburguesa – dijo fastidiado el muchacho mirando la calle, como si de verdad fueran a aparecer los chicos en cualquier momento.

Si quieres yo te invito – dijo el hombre, tal y como Saxton esperaba que dijera.

No sé – contestó con estudiada duda que el otro aprovechó inmediatamente.

No se diga mas – dijo tomándolo por el codo y haciéndole entrar en el edificio.

Saxton sabía que un piso arriba del despacho, el viejo sucio había rentado una oficina que le servía para encuentros como aquellos, y justo allí lo llevó aquel día.

Y la hamburguesa? – dijo Saxton sabiendo que la única carne que allí vería sería de otro tipo.

Ahorita la encargamos – dijo el vicioso desanudándose la corbata – pongámonos cómodos.

El chico no hizo nada. El hombre se acercó y comenzó a quitarle la camisa, besando de inmediato sus oscuras y pequeñas tetillas.

Te gusta esto, putito? – le preguntó con ronca y excitada voz.

No mucho – dijo el muchacho, pero en realidad, y para su sorpresa, sí lo estaba.

Pues intentemos entonces esto – dijo el hombre desabrochando los pantalones del muchacho.

Encontró el pequeño pero ya turgente pene del chico y de inmediato se lo metió en la boca.

Que cosita más rica tienes aquí – dijo satisfecho con el hallazgo, lamiéndolo diestramente.

Muy a su pesar, Saxton reconoció que su antiguo socio sabía mamar la verga excelentemente. Lo malo era que no se contentaba únicamente con eso. Las manos ansiosas ya le buscaban el trasero y rápido descubrió la maravilla que eran sus nalgas.

Déjame ver – pidió dándole la vuelta, obligándole a inclinarse un poco.

No, eso no me gusta – dijo el muchacho al sentir sus ardientes besos en las nalgas.

Claro que sí, ricura – dijo el hombre, mas fuerte que él y obligándole a permanecer en aquella posición.

Saxton sintió que los besos se tornaban en suaves mordidas y pronto, la lengua sinuosa lamía su ano. El chico brincó como una anguila fuera del agua.

Eso no – dijo decidido, pero el hombre no le hizo el menor caso.

Mas fuerte que él, desventaja con la que Saxton no contaba, el socio lo mantuvo en la misma posición, metiéndole la lengua en su pequeño y fruncido ano cada vez con mayor fuerza, resoplando excitando con el inesperado regalo.

Por favor – pidió Saxton con sincera preocupación al verlo abrirse la bragueta, pero de nuevo no tuvo respuesta.

El socio ya estaba mas allá de todo entendimiento. Le acomodó la verga entre las juveniles y hermosas nalgas y lo penetró. Aquello no formaba parte del plan, aunque en realidad no tenía ninguno. El dolor de ser traspasado por aquel pene le impedía pensar con claridad y no pudo hacer otra cosa que aguantar con los dientes apretados y esperar. Apenas cinco minutos después el socio resoplaba y satisfecho se vaciaba en su apretado interior.

Fue estupendo – dijo el hombre y Saxton se preguntó si hablaba en serio. La cosa no había durado mas que un par de minutos, y al verlo respirar con tanto afán cualquiera diría que hubiera durado horas.

Le costó recuperar el aliento casi un cuarto de hora. No había duda que estaba en muy mala condición física.

Aquí trabajas? – preguntó el chico subiéndose los pantalones mirando la vacía oficina.

No, un piso mas abajo – explicó el otro con cierto esfuerzo todavía.

Y quien es tu jefe? – preguntó Saxton sondeando el terreno.

No tengo – respondió orgulloso el otro – soy el dueño de la compañía.

Con algún socio, por supuesto – dijo el chico.

No – aclaró – tenía uno, pero era un desgraciado y lo mandé a la mierda.

Saxton hubiera querido hacerle tragar su opinión, pero ya era tarde para eso. Lo pensó mejor y decidió entonces quitarse los pantalones.

Que haces, niño? – preguntó el hombre viéndolo desnudarse.

Hace calor aquí – dijo inocentemente, meneando las nalgas al irse despojando de sus ropas.

El resultado fue una nueva erección en el hombre, pendiente del insinuante movimiento del chiquillo, paseando su desnudez por toda la oficina. Le llamó de nuevo deseoso, a pesar de no sentirse bien del todo. De pronto obediente, el chico se acercó, permitiéndole que de nuevo le chupara su pequeña verga erecta. El resultado fue un deseo ascendente y tan voraz como el primero. El chico se dio vuelta por propia determinación, plantándole frente al rostro sus bellas y turgentes nalgas, abiertas ya para sus besos. Resuelto, esperó hasta que el hombre jadeara de nuevo de deseo, y se sentó sobre su regazo, buscando esta vez su verga por su propia cuenta.

La respiración se volvió tensa y rasposa en la garganta del hombre. Debía parar, pero el deseo lo consumía, y dejó que el hermoso chico se atornillara a su sexo y comenzara a cabalgar sobre su verga. El pecho le ardía ya por el esfuerzo pero continuó hasta que el doloroso latido de su corazón le hizo detenerse.

Bájate – le dijo – me siento muy mal, creo que debo ver a un médico.

El chico no hizo el menor caso, aferrado de pronto a sus caderas, subiendo y bajando sobre el erecto mástil de carne, sin dejarse tumbar por el cada vez más desesperado y debilitado hombre, y no se bajó hasta verlo ponerse rojo, luego morado y finalmente blanco como la cera.

Llama a un médico – pidió todavía con el último hilo de voz, que por supuesto Saxton fingió no escuchar.

El bello muchacho cerró la oficina al salir, y en los pasillos llenos de gente, la gente ni siquiera lo notó.

Saxton durmió esa noche satisfecho, pero con la duda de descubrir cual sería el nuevo cuerpo que le aguardaba al despertar el día siguiente, ahora que sus objetivos estaban cumplidos y su sed de venganza estaba saciada.

Más le hubiera valido no despertar. El nuevo cuerpo iba a ser algo casi imposible de narrar.