El placer de la infidelidad
Una mujer muy bella y adinerada es infiel a su marido, provocada de forma involuntaria por él mismo.
Yo era la hija menor de 4 niñas. Todas éramos muy bonitas. Habíamos salido a mi madre, alta, esbelta de formas libidinosas y de una belleza casi perfecta. Cuando mi padre murió y al ser mis hermanas más mayores, mi madre volcó todo su amor hacía mí y todo lo que yo deseaba intentaba conseguirlo. A los 9 años empecé a pasar modelos de ropa infantil por pasarelas, habiendo sido elegida en todos los castings que me presentaba, por lo cual me hice si cabe más coqueta, y hasta los 14 años ser la mas bella era casi toda mi aspiración.
A la edad de 16 años me presente en un concurso de Mises local. La verdad es que no tenía ninguna validez dentro del contexto de celebraciones de este tipo, pero gané, y mi ego se vio más engrandecido todavía lo que hizo que me ilusionara en seguir por ese camino para llegar a triunfar algún día. Empecé a ir a clases de dicción, aprendía a caminar con elegancia, como comportarme en público, como resultar agradable en una conversación, etc..
Hasta ese momento, los jóvenes tenían miedo de acercarse a mí y por ello me mantuve virgen hasta los 17 años, momento en el que un fotógrafo de una revista importante me llevó a la cama después de haber estado cenando en un restaurante lujoso y haber bailado hasta las tantas en una pequeña discoteca de la ciudad. Fue muy extraño para mí, puesto que en el estado de embriaguez en el que me encontraba yo y el grado excelso de excitación que tenía él, depararon una sesión de sexo muy nerviosa y atropellada, con lo cual no fue en exceso placentera.
A partir de ese día y con la veda abierta, me acosté con algún que otro pretendiente, siempre y cuando pensara que me podría valer para mejorar mi estatus dentro de ese mundillo, pero nada del otro mundo. Cuando cumplí 18 años me eligieron para un concurso provincial de Mises y no gané, lo cual hubiera sido un palo muy grande para mí si no fuera porque un modisto de ropa interior, no muy importante, me contrató para pasar sus modelos.
En el segundo de mis pases, estaban en primera fila Guillermo y su madre. Estaban allí porque él quería regalarle a su prometida parte de la colección en exclusiva, si al final le gustaba lo suficiente, pero lo que más le gustó, sin duda, fue una de las modelos, y esa era yo. Al final del pase, el modisto me dijo que había un cliente importante que había comprado mucho y quería que lo saludara.
Me mostré ante él muy recatada, pero agradable y coqueta y tanto a él como a su madre les gusté lo suficiente como para empezar un noviazgo que acabó en boda cuando cumplí 20 años, habiéndome respetado en cuanto a sexo se refiere hasta la misma noche de bodas.
Eran muy ricos y mi vida cambió por completo. Dejé de pasar modelos y me convertí en una verdadera ama de casa, aunque como trabajo efectivo solo me dedicaba a la cocina, con las clases que había tomado durante mi noviazgo. El resto consistía en controlar que el servicio de limpieza cumpliera con todas sus obligaciones y que todo estuviera perfecto. Un pequeño gimnasio y una piscina instalados en un pequeño pabellón situado en el jardín trasero de la casa, me ocupaban al menos 2 horas diarias, cultivando mi cuerpo, puesto que quería agradar a mi marido, pero sobre todo me gustaba a mi misma verme atractiva en el espejo.
Cuando mi suegro murió, Guillermo se encargó de todos los negocios de su padre, y empezó a viajar en exceso y yo me sentía bastante sola. Nuestras relaciones sexuales habían sido siempre muy formales, sin hacer nada fuera de lo normal, pero ahora se convirtió en una costumbre de solo los sábados por la noche. Era siempre la misma rutina, pero a mí me liberaba un poco de la depresión que ocasionaba estar siempre en casa. Siempre nos vestíamos elegantes y salíamos a cenar a los mejores restaurantes, con mucha etiqueta. Luego de disfrutar de esos platos, en el caso de ir acompañados de alguien, solíamos ir a alguna discoteca a bailar y ese era el mejor momento que pasaba en la semana. Luego al llegar a casa, nos duchábamos y hacíamos el amor, siempre él encima mío y apenas 10 minutos más tarde, tras eyacular, se solía dormir dejándome un poco fría e incomprendida, pero también me parecía normal, cuando tenía tanto ajetreo durante la semana que era comprensible su estado.
El hecho de que no me hubiera quedado embarazada todavía, lo ponía de mal humor y le hacía pensar en lo peor, no poder tener un vástago que mantuviera los negocios de la familia y eso empezó a notarse en su trato hacia mí que a pesar de ser siempre respetuoso, denotaba cierta amargura. Empezó a viajar a lugares más lejanos y a prolongarlos en el tiempo. Ahora no era extraño viajes de 20 ó 25 días y a lugares como Japón donde había abierto nuevo mercado.
Tenía yo 29 años cuando se fue a aquel país por casi 1 mes de estancia. Iba a firmar un contrato multimillonario con un empresario japonés y aunque solía hacerse de otra forma habitualmente, en este caso quería ser él personalmente quien dirigiera todo el desarrollo del contrato. Nada más pensarlo, me dejaba deprimida. Aunque él no estaba en casa apenas, por lo menos me veía en la obligación de preparar una buena cena, y tenerlo todo a punto para cuando llegaba. Tras unos largos en la piscina, se duchaba y acudía bien vestido al comedor, donde ambos cenábamos y contábamos cosas que nos hubiera ocurrido durante el día y luego el se acostaba y yo recogía todo y me sentaba a ver algo en la televisión.
Teníamos tres coches, pero aquel día por cuestión de equipaje cogí el Mercedes. Lo llevé al aeropuerto y lo acompañé pacientemente durante el tiempo de espera. Me dijo que me deseaba, que estaba muy bonita. Me besaba continuamente, y recuerdo que le pedí que se quedara, pero llegado el momento embarcó y vi el avión salir rumbo a su destino con mi marido dentro.
Me llamaba por teléfono todos los días. En la tercera llamada notó en mi tono de voz un poco de tristeza, y contra su pensamiento habitual, me instó a que saliera a cenar fuera. Me dijo que me comprara algo de ropa, que viera alguna película y me metiera en el mejor restaurante, en definitiva que me distrajera.
Estuve pensando un poco de tiempo, y al final me decidí por hacerle caso. Me dirigí primeramente a una boutique especializada en ropa más juvenil que la que yo usaba debido a mi estatus. Compré un vestido azul con pequeños adornos moteados que me llegaba apenas a medio muslo. Cuando me lo probé me vi muy atractiva. Se veían unas bonitas piernas, una cintura estrecha y una medida justa de caderas. Mis pechos no son muy grandes, pero por la forma del vestido se hacían notar en todo su esplendor. El siguiente paso fue comprarme unas sandalias de tacón que elegí entre por lo menos 20 modelos diferentes y por último compré un sujetador sin tirantes, color azul, puesto que con ese vestido que apenas se sujetaba con unas pequeñas cintas de la misma tela, se hubieran visto las tiras del sujetador, y un tanga a juego. Era la primera vez que lo usaba y me gustó sentirme casi desnuda por debajo del vestido. Pagué, me empaquetaron todo lo que traía puesto, lo dejé en el maletero del coche y me dirigí a una peluquería cercana muy de moda, y que yo todavía no había visitado nunca.
Me hicieron un bonito peinado en mi media melena de color negro, Me sometí a un tratamiento de estética y maquillaje, que resaltaban el color de mis ojos azules y me dieron un toque rojo con el pintalabios que me hicieron ver preciosa en aquel espejo. Tras pasar por la pedicura, pagué con la tarjeta el importe y fui caminando bajo las miradas atentas de muchos hombres, hasta un restaurante que estaba en pleno auge en ese momento.
Cené frugalmente pero con platos muy selectos, regados con un buen cava. Lo hice muy pausadamente, sintiendo el nerviosismo del camarero cada vez que me servía un plato. También recuerdo al Maître que casi me acosaba por complacer todos mis deseos. Dejé una buena propina junto a la tarjeta y creo que más de uno de ellos tuvo que aliviarse tras mi marcha.
Me sentí muy bien, deseada como en mi adolescencia y primera juventud. Andaba con mucho garbo, casi como si estuviera en una pasarela y eran pasadas las 12 de la noche cuando llegué a mi coche. Sentada en él, conduje a más velocidad de la que hubiera debido, pero me sentía liberada. Conduje en dirección a mi casa, pero todavía no me apetecía llegar tan temprano.
Pasé por una discoteca en la que se indicaba que había una fiesta de boys. Un autobús estaba derramando de una en una a unas 50 chicas que supuse que iban de despedida de soltera, todas ellas excitadas y con unas ganas de marcha que me contagiaron, aparqué mi coche en el parking, y miré tranquilamente mientras entraban todas al local. Iban ligeras de ropa y ligeramente embriagadas. Bajé del coche y me colé entre toda la multitud que se arremolinaba en la entrada y casi sin darme cuenta estaba dentro del local.
En esos momentos ya estaba casi abarrotado de muchachas histéricas que tomaban en su mano una copa vacía y unos camareros muy ligeros de ropa las iban llenando de botellas de cava que se abrían a discreción el la barra del local. Yo tomé una de esas copas y en unos instantes la tuve llena del dorado líquido. Me dirigí a una zona de columnas, bastante apartada de la pista, y de pie, apoyada en una de las columnas situadas en la parte más oscura, decidí tomarme aquella copa, ver algo del espectáculo y marcharme a casa.
Estaba muy excitada y pensaba darme un baño relajante y luego acostarme completamente desnuda y acariciarme la vulva hasta que no pudiera más. Solo de pensamiento ya notaba ligeramente humedecida la pequeña tela de mi tanga. Coincidió con la primera actuación, cuando aquel señor elegantemente vestido, de unos cuarenta y pocos años, se acercó a mí intentando entablar una conversación. Me desentendí de él y se puso apoyado en la otra cara de la columna que ocupaba yo.
El primer boy, estaba completamente desnudo y en plena erección tras la manipulación de la que estaba siendo objeto por las muchachas más lanzadas. Llevaba un spray de nata en la mano y en un momento dado se roció el pene en toda su longitud con aquella cremosa espuma y ofreció a una de las chicas situadas en primera fila, que no dudó un instante en comerse hasta el último resto de nata que le quedaba. En ese mismo momento sentí la mano en mi nalga derecha, por encima del vestido y de una manera suave, solo posándola.
Aquello me excitó y aunque en mi mente se acumulaban las formas de desaparecer de allí sin armar escándalo, pero sobre todo dándole a entender que se había equivocado de chica, tardé tanto en reaccionar que él pensó que no me importaba y ahora mientras la tercera chica lamía la nata del pene del boy, la mano se comenzó a mover, masajeándome la nalga con mucho tacto y dulzura.
Un escalofrío resbaló por mi espalda hasta sentir como mi piel se erizaba por todo el cuerpo. Me quedé quieta notando su caricia hasta que se atrevió a bajar la mano por la parte posterior de mi muslo y encontró la piel desnuda. Se entretuvo un rato en ese trozo para luego subir lentamente sin dejar de acariciar cada centímetro que avanzaba hasta posarse de nuevo sobre mi nalga pero sin telas de por medio.
La humedad entre mis piernas era ya una realidad pues notaba como empezaba a resbalar algo por el interior de mis muslos. La mano siguió igual de delicada, sin prisas, pasando de una nalga a otra, acariciando cada centímetro. En ese momento una de las chicas se había engullido casi por completo el pene del boy y su boca aparecía pegada casi literalmente al vientre del muchacho y las demás coreaban a la atrevida como si estuviera batiendo el record nacional de algún deporte.
Un dedo de la mano, empezó a bajar por la fina tira del tanga, recorriéndolo en todo su camino hasta llegar a la parte posterior de mi vulva, para comenzar el camino a la inversa. Aquella sensación casi me hace gritar y noté una nueva oleada de jugos invadir mi vulva. El dedo en su recorrido inverso rozó las dos pequeñas medialunas de mi ano que no llegaba a tapar la tira del tanga y tras un pequeño toqueteo, la mano desapareció de allí.
Me quedé consternada, deseaba que siguiera. En aquel lugar, de esa forma tan distante que no obligaba a más, con aquel espectáculo en la pista, pero en realidad solo fueron unos segundos, puesto que enseguida, regresaron no una si no las dos manos, subiendo por los costados de mis muslos, perdiéndose otra vez debajo de mi vestido y llegaron a mi cintura, todo ello con mucha parsimonia y acariciando siempre de forma tan excitante que unido a lo que sucedía en la pista, estaba originándose mi primer orgasmo.
Noté que ahora estaba situado a mi espalda. Las dos manos, casi al unísono tiraron de ambas tiras del tanga y lo bajaron hasta que ayudado por mi desaparecieron. En ese momento una muchacha algo rellenita estaba tumbada en la pista, y el boy como si hiciera flexiones introducía el pene en su boca, sin profundizar demasiado para no provocarle arcadas, pero el griterío en el local subió hasta un tono escandaloso. Estaba yo mirando la escena cuando note un dedo recorrer lentamente desde atrás hacia delante por toda mi rajita, lo hacía por el centro, como notando mi humedad.
Mi cerebro mi obligó a abrir un poco más las piernas para facilitarle las cosas y empezó a moverse en un sentido acariciando mi labio izquierdo para volver acariciando el otro. El dedo recibía mi flujo mientras tan dulcemente deambulaba perdido en mi coño. Me sorprendí yo misma pensar en mi sexo llamándolo coño, pues nunca utilizaba ese nombre ni siquiera en el pensamiento. Un nuevo boy había aparecido en la pista. Vestido de policía levantó el revuelo entre la masa que ahora estaba mucho más excitada y con ganas de marcha. El cava había corrido lo suyo hasta el momento.
El dedo proseguía implacable hurgando en mi sexo. Por un instante había penetrado un poco en el interior, produciéndome una oleada de placer intensa, y salió para despacio llegar a mi clítoris. Lo tocó unos instantes tras los cuales la mano desapareció otra vez. Enseguida noté que se había colado por la parte delantera del vestido y ahora se entretenía acariciando mi escaso vello púbico, recién rasurado el día anterior, y se situó directamente en mi parte más sensible masajeándola de forma que rápidamente llegué a mi primer orgasmo. Mis piernas temblaban. Todo mi cuerpo temblaba en sí, y tuve que reprimir un grito de puro placer.
Se incorporó apartándose de mi sexo e incorporado empezó a besar mi cuello por detrás, mordisqueando ligeramente el lóbulo y mi cuerpo se derretía. Bajó la cremallera del vestido, y en unos segundos mi sujetador desapareció. Noté que me lo ofrecía y como pude lo introduje en mi bolso. Volvió a subir la cremallera y ahora me acariciaba los pezones por encima del vestido, mientras se apretaba detrás de mí restregándose contra mis nalgas.
De momento ladeó mi cabeza y sin dejar de pellizcar mis pezones, me besó en la boca. La entreabrí ligeramente y su lengua penetró en un beso sensual que me provocó un segundo orgasmo que el notó ahora de lleno con mi respiración agitada y los espasmos de mi cuerpo. Tras esto, me cogió de la mano y me llevó hasta una escalera que llegaba al primer piso. Allí, desde bajo se veían unos espejos circundando la sala, que parecían un adorno, pero cuando abrió un pequeño cuarto situado en el centro de esa planta, vi que se trataba de reservados y que cada espejo en realidad era un cristal por dentro y en la situación que estaban se veía hasta el último detalle de lo que acontecía en la pista.
Había una barandilla de metal, de parte a parte del reservado aproximadamente a 30 cms del cristal. Me apoyé allí, viendo ahora desde muy cerca como una muchacha que recordé como la primera que había lamido la nata del boy, estaba sentada en una silla que habían subido al escenario y abierta de piernas se dejaba tocar el coño por encima de la braga, mientras ella hacía una mamada de impacto delante de todo el mundo. Percibí el sonido de la sala a través de dos altavoces situados en el interior del reservado, por lo que supuse que el reservado estaba insonorizado.
Sus manos bajaron la cremallera de mi vestido quitándomelo lentamente, besando cada trozo de mi cuerpo que quedaba libre, y pronto estaba tan desnuda como cuando vine al mundo. Sus manos acariciaban y sus labios me besaban desde arriba hacía bajo y llegaron a las nalgas, y pasaron sobre ellas y se pegaron a mi sexo por detrás y yo me incliné hacia delante y su boca, finalmente, penetró ávidamente en mi cueva y su lengua se movió circular y profundamente y estallé en un orgasmo y mi voz surgió en un grito, que no coartó en ningún instante y mis piernas temblaban y me tenía que sujetar fuertemente a la barandilla para no caer al suelo. Tras unos instantes, vi aparecer su pelo entre mis piernas. Había cambiado de posición y ahora había tomado mi clítoris con su boca, y la lengua lo machacaba produciendo un éxtasis total y un nuevo grito surgió de mi más profundo interior y su cara se vio inundada de mi jugo.
Fueron unos instantes de tanto placer que pensaba que no podría seguir ni un minuto más, pero aquello no había más que comenzado. Se incorporó y se puso tras de mí, tomándome de ambos pechos, pellizcándolos, acariciándolos, en suma poseyéndolos, no se por cuanto tiempo, pero noté que estaba desnudo y su pene rozaba mis nalgas. Me giré agachándome para tomarlo en mi boca. Era muy grande, posiblemente el doble que el de mi marido pero me sorprendí a mi misma aflojando mi garganta y recibiéndolo por completo en mi boca. Tras unos escarceos, me levantó y me besó en la boca sin dejar de acariciar mis pechos y me llevó al sofá que estaba situado en la parte contraria de la baranda.
Allí me penetró. Lo sentí llenándome por completo, En ningún momento dejó de besarme y tocarme los pechos mientras su pistón se movía implacablemente en mi interior, arrancándome gritos solo ahogados por su propia boca. Mi vulva estaba llena y los orgasmos empezaron a sucederse de forma casi ininterrumpida, costándome saber donde estaba el final de uno y el principio del siguiente. Coincidiendo con uno de ellos, levantó mis piernas, hasta casi ponerlas sobre mis hombros y en ese instante noté una cantidad inmensa de semen que inundaba mi matriz. Eso provocó que mi cuerpo se convulsionara, como si de un ataque epiléptico se tratara, y quedé allí, tendida y completamente rendida.
Había cerrado los ojos, y noté como me tapaba con el vestido y tras darme un beso largo, llamó por teléfono pidiendo una botella de cava. El se vistió para recibir al camarero que tras dejar la bandeja y el recipiente de hielo con la botella, salió. Abrí ligeramente los ojos y vi que junto a las copas había un frasco de contenido líquido transparente. Sirvió el cava, tras abrir la botella y me ofreció una de las copas. Bebimos sin hablarnos. El sabía perfectamente que no quería hacerlo, que prefería que todo fuera igual de anónimo.
Sus manos retiraron el vestido que me cubría, y empezó a acariciarme los pechos. Yo permanecía pasiva, dejando que sus manos recorrieran la piel, haciendo hincapié en los pezones, que ya volvían a presentar una erección absoluta. Los pellizcaba, siempre en ese punto justo que no me producía dolor, y su boca se junto nuevamente a la mía mientras su mano derecha se dirigió a mi clítoris y a mis labios vaginales que volvieron a reglarle con los jugos que parecían haber desaparecido de su interior.
Ahora ya volvía a estar muy excitada y me tomo de la mano y me hincó de rodillas en el sofá descansando mi cabeza en el respaldo. Acarició mi pelo y mi espalda, recorriéndola a lo largo de mi columna vertebral, para llegar a mis nalgas. Allí se entretuvo rozando mi ano, ligeramente, con mucha suavidad. A mis pensamientos vino la idea de que mi marido nunca me lo había acariciado y sin querer empecé a notar como volvía a estar lista para un nuevo orgasmo.
En un instante noté como algo frío recorría el exterior de mi pequeña rosa, y supuse que sería el líquido del pequeño frasco. Instintivamente levante un poco mi cuerpo, arqueándolo lo suficiente para facilitar sus movimientos y sus labios se pegaron a mi clítoris en esa posición, y un dedo penetró con extrema facilidad entre los pliegues de mi ano. Su lengua se movía con maestría y la mezcla de ello más el dedo me arrancaron el enésimo orgasmo de la noche.
A partir de ese momento y hasta que un segundo dedo se unió al primero, volvía a encadenar los orgasmos, hasta llegar a ser como si todas mis terminales nerviosas estuvieran conectadas a una máquina. Tras ingresar el segundo dedo, me vinieron sensaciones como si fuera a defecar, y no se si hice algún comentario en cuyo caso no lo recuerdo, pero le oí a él decir que no me preocupara, que solo era una sensación pero que no iba a pasar nada.
Los dos dedos ya entraban y salían con facilidad cuando los sacó y volví a notar que había más líquido añadido, y cada tanto los sacaba para poner más. No se cuanto tiempo pasó pero ya sistemáticamente sentía los orgasmos cada cierto tiempo y tras uno de ellos, que casi me hizo salirme de sus caricias, me puso de lado y de espaldas en el sofá, y pasó un brazo por debajo de mi cuello, tomando mi pezón izquierdo entre los dedos. Ahora me pellizcaba el pezón y el pecho, ora uno ora el otro, y me besó tiernamente en los labios y pasaba su lengua por mi cuello, y dirigió su pene a mi pequeño agujero, pero yo no iba a impedir que hiciera lo que ya tenía pensado.
Penetró suavemente, arrancándome un pequeño grito cuando el glande penetró en mi interior. Lo dejó allí dentro, sin dejar de besarme y de apretar mi pecho con su mano. Noté que añadía más crema, y penetró un poco más. Una vez allí asegurado, su mano derecha, se dirigió a mi clítoris, y tras colocarme en una mejor posición, empezó a acariciarlo, notando que pese al intenso dolor un nuevo orgasmo llegaba con total intensidad. En ese momento apretó un poco más notando como se resbalaba por dentro de mí, y el orgasmo aplacó el dolor, y me dividí en dos cuerpos diferentes, uno de los cuales padecía un intenso dolor, y el otro un todavía más intenso placer.
Poco a poco se fue moviendo en mi interior. Lo hacia con suma delicadeza, pero a mi ya no me importaba que pudiera hacerme daño, pues mi cuerpo respondía a todo con más momentos climáticos, cada uno mas intenso. Parecía tener más de dos manos. Una estaba en mi pecho constantemente, pero la otra esperaba que llegara el orgasmo, para proceder a lubricar un poco más su pene, cuando estaba fuera de la funda que lo abrazaba.
El movimiento fue cada vez mas fluido, y tras cinco o seis penetraciones lentas y profundas, venían unos segundos de mete-saca intenso, para volver a ser las penetraciones lentas de nuevo. Así, en esos cambios casi matemáticos de ritmo, mi cuerpo se abandonó por completo y el dolor, todavía intenso en ocasiones puntuales, se convirtió en un orgasmo fuerte y continuado que me arrancó gritos de placer mientras durante unos minutos me martilleó el culo como si quisiera hacerme saber que todo eso era suyo. Al momento coincidimos los dos en un clímax máximo de placer y mis intestinos se llenaron de su semen, mientras creí romper la tela del sillón al retreparme en él con mis uñas, en un estado semejante a la locura.
Acabó pero no se salió. No dejó de besarme, de beberse mi respiración, de mortificarme con sus caricias en mis pechos, que acariciaba, apretaba o pellizcaba cada vez con más intensidad, pero yo no podía sentir ningún dolor con ello. Noté que no se había bajado ni siquiera un poco su tamaño, y empezó a moverse lentamente de nuevo. Seguía lubricando un poco más y empezó de repente sin dejar de acariciar mi clítoris, con otro mete-saca antológico y mi cuerpo me volvió a traicionar y el placer se hizo otra vez patente en todo mi cuerpo.
En un momento noté un olor fuerte y temí lo peor, pero él si lo notó, no hizo ninguna referencia, excepto que empezó de nuevo a taladrarme como la vez anterior, volviendo la vorágine orgásmica. No se cuanto tiempo estuvo así, y noté como me levantaba, la sacaba con mucho cuidado, produciéndome un fuerte dolor que obvié, y me puso inclinada contra la barandilla, pudiendo así ver que la fiesta era ahora una especie de orgía con muchachas vestidas tocando y mamando a boys desnudos. Eran 5 o 6, por lo que supuse que ahora habían salido todos en el umbral del número final.
Noté como volvía a aplicar crema en mi ano, y en esa posición apunto con el glande en la entrada y de un solo envite se coló hasta el fondo y empezó a follarme desesperadamente y mi cuerpo ya no me respondía. Sentía placer y al mismo tiempo un ardor en mi recto y en mi ano, tan intensos que parecían orgasmos diferentes sumados a los que estaba sintiendo yo misma. Cuando me tomo de la cabeza y me enderezó, la penetración se hizo más profunda y dolorosa. Me besó en la boca, juntamos la respiración, y esperó pacientemente a que el clímax subiera al máximo apogeo para volver a correrse en mi interior.
Cuando salió de mí, me arrodillé y enseguida me tumbé en el suelo enmoquetado. Estaba allí casi sin conocimiento cuando lo noté limpiando mí en dolorido ano con una toallita humedecida. Uso varias hasta que comprobó que estaba todo limpio y luego procedió a asearse el personalmente. Vi como su pene estaba bastante sucio con restos pegados y me ruboricé pensando que había invadido mi intimidad hasta el último extremo. Ni siquiera mi marido había entrado nunca sorprendiéndome en alguna situación embarazosa. Cuando acabó me tomó entre sus brazos y me abrazó. Estuvimos así mucho rato, hasta que oí por los altavoces que la fiesta había acabado.
Me susurró al oído si quería que fuéramos a otro sitio, y yo le dije que debía de volver a casa que esperaba a mi marido. Me puse el sujetador que había recuperado del bolso y luego el vestido. Empecé a buscar por toda la estancia mis pequeñas bragas, pero no las localicé. El me dijo que creía que habían quedado en la planta baja, pero me percaté que asomaba la tirita de uno de sus bolsillos, pero me encantó que se llevara su trofeo.
No quise que me acompañara al coche, entendió mis motivos, y me vi conduciendo lentamente en dirección a mi casa. Cuando llegué, eran las 6 de la mañana. Me fui directamente al baño, llene la bañera y procedí a desnudarme. Mi cara denotaba todo el placer que había sentido. No podía ni siquiera calcular la cantidad de orgasmos que había tenido y mi ano empezaba a dolerme de verdad. Mi pecho izquierdo tenía infinidad de pequeñas moraduras y mis pezones estaban, sobre todo el izquierdo al rojo vivo. Esperaba que cuando volviera mi marido hubieran desaparecido por completo. Mi sexo estaba de verdad irritado y al mínimo contacto sentía como una especie de quemazón.
Una vez en la bañera, un pensamiento me asustó de tal manera que casi salgo de la tina. La primera vez se había corrido en mi vagina y yo no tomaba ningún anticonceptivo, dado que buscábamos con ahínco un hijo. Decidí solucionarlo al día siguiente, pero ahora no podía hacer nada.
Cuando me desperté al mediodía siguiente, el servicio había ya limpiado y se había ausentado. Había una nota que ponía que me habían dejado dormir. Tenía tal molestia en el ano y en el recto que me costaba ya no solo caminar sino el hecho de sentarme, levantarme o simplemente inclinarme. Tomé una ducha higienizando sobre todo esas partes, y luego puse algo de crema que me alivió lo suficiente. Tenía una extraña sensación de ganas de evacuar, pero recordé que todavía conservaba su semen en mi interior y deseé conservarlo más tiempo.
Visité un médico que tras un buen pago me recetó la píldora del día después, y una vez tranquila volví a casa a recordar punto por punto lo que había acontecido después de la llamada de mi esposo.
Cuando volvió, ya no quedaban restos en mi cuerpo de aquella vorágine sexual, pero la primera vez que hicimos el amor, no pude ni siquiera atisbar un poco de placer, y me vi a mi misma quebrantando mis principios y fingiendo un orgasmo.
El sábado siguiente teníamos que acudir a una fiesta que daba un gran cliente de mi marido. Me puse un vestido largo que me sentaba excepcionalmente. Una vez allí, mi marido me instó a que conociera al magnate organizador del evento. Cuando lo vi, me quedé helada. Allí estaba él, de pie, con una sonrisa en los labios y creí notar en sus ojos el más profundo deseo.
En un momento en el que me ausente a los lavabos, me entregó solapadamente una nota, que una vez sentada en el inodoro leí con manos temblorosas que apenas podían sujetar el papel. Me indicaba una dirección, la fecha del próximo miércoles, el nombre de un hotel y un número de habitación que tenía alquilada de forma permanente. Había una pequeña nota final en la que me decía que me presentara muy sexy.
Aquella noche comencé a advertir a mi marido que me dolía mucho la cabeza y él me trajo un vaso de agua y una aspirina. Le dije que no me apetecía nada y me metí entre las sabanas. Tenía que empezar a pensar que ropa me pondría el miércoles.