El placer de la fotografía

De como una sesión fotografica se convierte en un escenario de depravacion entre un maestro y su alumna.

La siguiente narración es una de mis más íntimas confesiones, una fantasía que nunca creí que se hiciera realidad, está algo larga pero tengan paciencia, se pondrá mejor.

Tengo 18 años, recién estudio el bachillerato, en el colegio donde asisto nos dan talleres de artes, siempre me ha llamado la atención la fotografía así que decidí tomar ese curso aprovechando que estaba ahí.

Mi maestro, a pesar de ser un señor maduro, era muy apuesto, sus manos eran fuertes, tenía una barba de candado que le quedaba bastante bien, no tenía un gran cuerpo pero se veía que le gustaba cuidarse, era muy alto, yo muy bajita, le llegaba al pecho, tal vez un poco más abajo, de tez blanca, de cabello muy negro, de ojos negros, penetrantes, era una persona muy misteriosa, le encantaba el arte, y bueno, a mi me encantaba él.

Ahora me describiré yo, yo mido aproximadamente 1.56, soy delgada, apiñonada, de cabello muy largo y castaño, se ondula un poco en las puntas, tengo unos senos muy bonitos, son medianos, redondos y suaves, mis pezones son grandes, de atrás no resulté muy dotada, pero tampoco estoy mal, digamos que tengo de donde agarrar.

Bueno, comenzando ya de lleno con mi relato; mis primeros días de clase con él fueron típicos, pero nunca dejaba de mirarlo, él solía voltear y sonreírme de vez en cuando, a mi me apenaba mucho eso porque sentía que me había descubierto. Nuestra relación no mejoraba mucho, siempre trataba de mantener su distancia de maestro-alumna, así que me di por vencida sin si quiera intentar algo.

El último día de clases me pidió que me quedara al terminar su clase, a lo cual conteste gustosa que sí, me dijo que tenía un proyecto en puerta, y su proyecto era de fotografía de desnudo, me dijo que yo le parecía una modelo excelente y que me agradecería mucho el que aceptara posar para él. Al principio me sorprendió, no esperé jamás que el hubiera examinado mi cuerpo, ambos teníamos ese placer por la fotografía de desnudo, así que no se me hizo mala idea, sin pensar en nada más que en la sesión le dije que si.

Quedamos en una fecha, yo sabía que él era casado y por la forma de actuar en clases nunca creí que pudiera haber algo más allá de lo que era nuestra relación como maestro-alumna, pero pasaría una tarde entera con él y eso me hacía feliz.

Llegó el día, yo estaba normal, como si nada, llegamos a su estudio, el cual estaba ya preparado con almohadones rojos y cortinas y cosas que suelen utilizar como escenografía, me pidió que dejara mis cosas en una silla.

-¿Nerviosa? – Me preguntó

-No, bueno, tal vez un poco, pero estoy bien –Le contesté algo agitada.

-Bien, tu tranquila –me dio una toalla y continuó- al fondo está el baño por si gustas ir alistándote,

Tomé la toalla y me dirigí hasta el baño, todo era tan normal para mí, me quité la ropa, la doblé y la dejé ahí mismo para después cambiarme, o vestirme más bien, salí y él estaba listo ya con la cámara, las primeras poses que me hizo hacer eran completamente artísticas pero después de 2 rollos, pasaron a ser un poco más atrevidas.

-Quiero que te recuestes en esos almohadones, quiero que quedes de frente a mi y abras tus piernas un poco, mantén una más arriba que la otra – Me decía mientras yo trataba de hacer todo lo que me pedía.

Desconfié un poco de aquellas posiciones y miré hacia donde estaba su miembro, no se veía excitación alguna así que seguí confiando en que era completamente arte, pero el que mi maestro no sintiera excitación no impedía que yo sí la sintiera, era un cosquilleo hermoso que de pronto me sacaba miradas de lujuria y depravación, la siguiente posición era de rodillas, con una mano atrás para sostenerme y la otra sujetando mi cabello, al abrir mis piernas para acomodarme sentí la suavidad de aquél almohadón que no se salvó de quedar algo mojado con mi vagina, con el pretexto de estarme acomodando logré rozarme algunas veces, solo recuerdo lo delicioso que era.

Terminó la sesión y mientras él guardaba todo me dirigí al baño a vestirme, después de cerrar la puerta me llevé las manos a mi culito, completamente mojado y ardiendo en deseo, quería calmar un poco esas ansias que mi maestro había causado, recordé que él seguía afuera y si me tardaba más de lo debido sospecharía, así que me apresuré y me puse mi tanguita roja, no había terminado de ponérmela cuando escuche un abrir y cerrar de puertas y una mano que detenía a la mía e impedía que me pusiera la tanga, después una voz me susurró al oído.

-No digas una palabra a nadie, ¿crees que no me he dado cuenta de que quieres que te coja? –Cuando terminó de decir esto sentí como algo muy duro se restregaba en mi culito –Ahorita mismo te voy a dar tu merecido cabrona –Sentí como su lengua lamió mi cuello, con una de sus manos me hizo a un lado la tanguita de mi vagina y con la otra me la acarició.

-Mira nada mas putita, estás bien mojada, pero qué culo tan más antojable, ya hasta lo tenías listito para que te la metiera ¿verdad?

Yo no decía ni una sola palabra, estaba excitadísima pero también tenía temor, era una parte de mi maestro que no conocía, se había transformado completamente en un hombre duro de carácter, depravado a más no poder, como el hombre de mis sueños.

Me fue bajando la tanga lentamente, al mismo tiempo iba lamiéndome la espalda, hasta llegar a mi culo caliente, lo masajeó un rato y me abrió las piernas.

Subió rápidamente y ahora sus manos estaban, una acariciando uno de mis pezones y la otra acariciando mi clítoris que cada vez se ponía más jugoso.

-Te gusta mucho, eres una perra, de inocente no tienes nada.

Me volteó de una manera brusca, me llevó una de mis manos a su pantalón, y me dijo: -Quítamelo, y observa la verga que te va a romper el culo.

Uy solo de recordar hace que me vuelva a mojar, no era mi primera vez, pero sí la primera con un hombre maduro, le quité desesperadamente el pantalón y al momento de bajárselo completo vi que una cosa enorme estaba lubricada, quería comérmelo, no aguanté más y me lo metí a la boca, no me cabía completo, pero la mayor parte de ese pedazo de carne la succionaba con fuerza, escuchaba la respiración agitada de mi maestro, me tomó de los cabellos y con fuerza hacía que entrara y saliera su verga de mi boca.

Después de un rato me levantó, me cargó y así en sus brazos, abierta de piernas me encajó su miembro hasta el fondo, me llevó en esa posición hacia donde estaban los almohadones rojos, me recostó ahí, me abrió de piernas nuevamente y me la metió con fuerza, yo gemía de placer como nunca, me volvió a voltear y así como una perra en cuatro patas me embistió, sus manos sujetaban mis caderas para hacer un movimiento rítmico y delicioso.

De pronto escuchamos que alguien tocaba la puerta, así hincada me pegó a su pecho y me tapó la boca:

-Shh, no digas nada mi perrita, deja que se vayan- me decía sin dejar de penetrarme.

-¿Jorge sigues ahí? –preguntaba una mujer, era su esposa quien lo buscaba, él lo sabía pero no dejó de penetrarme, eso lo puso aún más caliente, la excitación de que en cualquier momento podía escucharnos, a mi también me prendió mucho más ese detalle y no pude aguantar mis gemidos.

-¡Cállate putita! Si nos descubren se acaba tu placer, así que más te vale que te aguantes tus gemidos – me soltó la boca, tomó uno de los cojines y me lo metió en lugar de su mano – Muerde esto, así podrás gemir y no se escuchará tanto.

La persona que tocaba la puerta se desesperó y como las luces estaban apagadas terminó por retirarse.

Jorge se dio cuenta de eso y me retiró el almohadón

-Ahora si muñequita, grita todo lo que quieras, ábrete más chiquita, ¡qué apretadita estás! Hasta pareciera que eres virgen, ¡uy mi vida qué ricura!

Cada vez entraba más fuerte y rápido, me daba mis nalgadas y yo gritaba de placer, en una de esas lo metió completamente, no pude evitar venirme y bañar su verga con un chorro de líquido vaginal que salió de mi.

Eso lo excitó mucho más, enseguida tomó mis senos y los apretó muy fuerte mientras su ritmo no paraba, las embestidas eran cada vez más húmedas, mas depravadas, me volvió a levantar hacia él, sin dejarse de mover, me susurró al oído:

-Esto es lo que querías ¿verdad? ¿Quieres lechita gatita?

Yo no paraba de gemir y gritar, estaba por venirme por segunda vez, solo pedía que se viniera en mi culo mojado, y después de acelerar su ritmo, con un grito de placer arrojó su lechita en mi culito, después lo esparció y lo masajeó un rato, me di la vuelta y con mi lengua tomé el resto de placer que su verga aun guardaba para mi.

Al comienzo del siguiente curso acudí a la inauguración de la exposición con las fotografías que me había tomado, la cual llevaba por nombre "El placer de la fotografía".

Por supuesto él estaba ahí, al verme llegar se acercó a mí y con una sonrisa pícara me dijo:

-¿Lista para nuestra siguiente sesión?