El placer de la dominada
Minirrelato sobre mi esclava y yo mismo
No protestaste cuando até tus manos juntas al saliente de la pared. Tus brazos tiraban hacia arriba de tus pechos, que también bajaban y subían por tu respiración nerviosa. La cinta negra que tapaba tus ojos limitaba tus sentidos, de modo que solo tu piel me notaba cerca. Deseabas tenerme cerca. Querías que me rozara contigo. Pero quería sobre todo sentir mis manos.
Agarré con fuerza tu nalga. Un pequeño salto se siguió de un leve gemido con el que acercaste tu sexo a mi entrepierna. Lo noté húmedo cuando mis dedos se pusieron sobre él. Te acercabas más. Di un pequeño cachete a cada uno de tus pechos y tus pezones se retorcieron sobre sí mismos ofreciéndose. Los pellizqué, Los mordí. Los apreté más con mis dedos y finalmente los aprisioné con pinzas de la ropa.
Te ordené darte la vuelta, hacia la pared. ¿Qué harías por tu amo? Pregunté mientras yo mismo traía tu culo hacía mí y bajaba mi bragueta.
No te opusiste. Más bien, me buscaste. Pero me separé. Protestaste y te mandé callar. Te ordené concentrarte para que me ofrecieras un coño más mojado. Sí, ya lo sabía, no podía estar más mojado de lo que estaba. Pero quería que me rogaras.
Y me rogaste. Y yo me serví de ti, tomándolo todo...