El piso 11
Una historia de sexo en verano
El piso 11
Miro mis pechos bronceados por el sol del verano y recuerdo como le gustaban a Ramón. El recuerdo de aquel día me excita muchísimo. Fue hace dos meses atrás, cuando se me ocurrió hacer una fiesta para inaugurar mi departamento e invitarlo. Desde que me lo presentaron me sentí atraída por su figura atlética, su sonrisa bailando en el rostro y sus comentarios siempre alegres. Pero, por sobre todo, y antes que nada, el bulto que se insinuaba en su entrepierna, que no hacía nada por disimular.
Mis amigos me dicen arenita, un diminutivo que da la impresión de inocencia. Y me encanta que así lo piensen, pues soy todo lo contrario. Para mí el sexo es el motor de mi vida, ante el cual me rindo y al cual le entrego mis mejores energías. Y mis amigos lo saben.
Por eso supongo que cuando me presentaron a Ramón, éste estaba en antecedentes de mi “curriculum”, ya que no desconocía que mis amigos se comentaban entre ellos las proezas que habían tenido conmigo y lo fácil que era hacerme llegar al orgasmo, el que, cuando me alcanzaba, era un verdadero espectáculo de movimiento y gritos. Es que mis sensaciones en la cama alcanzan niveles de increíble erotismo cuando el hombre sabe tocar en mí las teclas precisas.
Y yo esperaba que Ramón supiera tocar el piano, para darle un concierto que no olvidara fácilmente.
Ese día había muchos amigos en casa. Busqué a Ramón, pero no lo encontré, por lo que decidí ir a la piscina para poder respirar algo de aire fresco.
Cuando llegue a la piscina me senté en la orilla y metí los pies en el agua. Estaba muy helada, lo que provoco que mi cuerpo tuviera una contracción que me recorrió completa dejando mis pezones duros a punto de salirse a través de mi blusa. Fue entonces cuando sentí que me tocaban el hombro, me asuste un poco, pero al verlo me sonreí maliciosamente, pues el hombre al que buscaba me había encontrado sin yo proponérmelo. Me pregunto si se podía sentar a mi lado a lo que yo asentí gustosa.
Se sentó a mi lado y nos quedamos en silencio un rato, como si ninguno de los dos quisiera romper el hechizo de ese momento.
Me pregunto si tenía frio, mientras miraba mi blusa. Su mirada era descarada, sin recato, pero hice como si no me hubiera dado cuenta, aunque por dentro me sentía muy complacida porque las cosas desde un principio apuntaban a lo que yo deseaba, Supe que se había dado cuenta de mis pezones a punto de salirse de mi corpiño, lo que me éxito muchísimo.
No pude evitar mirar su entrepierna, en parte por curiosidad y en parte para transmitirle a Ramón que su deseo era compartido. Tenía un bulto considerable, que se marcaba muy bien en sus jeans.
- Te asienta mucho esa blusa, Arenita
- Gracias, dije con cierto rubor, más que nada para que él supiera que era consciente de que me miraba los pezones hinchados y duros.
Y su bulto era cada vez más pronunciado.
Comencé a sentir como se hinchaba mi clítoris y mis líquidos empezaban a lubricar toda mi vagina, por lo que tuve que hacer un par de movimientos para lograr disimular mi excitación. El igual lo noto.
Sin decir palabras, los hechos se fueron sucediendo rápidamente.
Me tomo por la cintura acercándome hacia él, sentía su mano tibia recorrer mi costado rozando suavemente el contorno de mis pechos, para ese entonces no podía disimular mi excitación, la respiración se me aceleraba cada vez más. Lo único que quería era comerme ese miembro que estaba delante mío. El ya había notado mi excitación y me dijo “ven, vamos a otro lado para que estemos mas cómodos”. Me pare y lo guié al ascensor, donde maqué el piso 11. Sabía que ahí tendríamos privacidad y comodidad.
Cuando se abrió la puerta del ascensor nos encontramos en un recinto completamente vacío, pues aún no había sido entregado para ser ocupado.
“Este piso aun no está habitado y podremos estar tranquilos”, le dije, plantándome frente a él, con mi boca semi abierta, húmeda de deseo. Se acercó y me estrecho fuertemente, haciéndome sentir todo su miembro entre mis piernas. Me besó y desabrochó mi pantalón. Metió su mano y se apoderó del bulto que hacía mi vulva bajo el bikini. Su mano constató la humedad que me invadía, producto de la excitación. Buscó por debajo de la tela hasta encontrar mi clítoris, lo acaricio y no pude evitar gemir de placer.
- Mmmm, qué exquisito, mijito.
Siguió pasando sus dedos de adelante hacia atrás provocando espasmos en mi clítoris y luego en mi vagina.
- Así, siiiii. Asíiiiii
Me miró y se sonrió. Me sacó los pantalones y sumergió su cara entre mis piernas. El placer fue máximo. Sentía su lengua jugando y dando lametones a mi hinchado clítoris, mientras con sus manos jugaba con mis pezones torciéndolos para después volverlos a su lugar.
- Mijito, asíiiiiiii. Gauuuuuuuuuu. Ricoooooooo
El seguía pasando su lengua por mi túnel cada vez con más fuerza, como si mis gritos de gata en celo le dieran más energía, hasta que el orgasmo me llegó, generando en mi cuerpo una reacción descontrolada, moviéndome enloquecida entre estertores de placer.
- Papiiiiiiiiiiii. Ricoooooooooo. Aghhhhhhhhh
Tomé su cabeza y la hundí contra mi vagina tratando de sentir todo ese musculo dentro de mí, mientras él apenas podía respirar. Yo gemía desesperada. Se dió cuenta que yo ya estaba lista. Se levantó y me besó el cuello, el lóbulo de la oreja y luego los pezones que aun estaban erectos.
- ¿Ves como me tienes?
Me dijo. Tomó mi mano y la llevó hasta su miembro que estaba a punto de romper ese pantalón con tal de salir. Lo toqué y me arrodille. El se apresuro a sacarlo del pantalón y lo dejo frente a mi cara. Lo observe, grande, rosado con un capullo exquisito, lo tome con mi mano derecha y lo metí en mi boca succionando mientras salía, mi mano izquierda tocaba la entrada de su ano provocando espasmos en Ramón que a ratos tomaba mi cabeza para que fuera más intensa la succión, trabaje largamente en su capullo, rozándolo solo con los labios y luego con la lengua completa, después me lo metía completo en la boca para sacarlo lentamente y con mucha succión, cuando me di cuenta que estaba a punto de terminar le dije “dámelo, dámelo”, me saco la cara y apunto hacia mi boca. Un chorrito cayó en mi cuello, otro en mi escote y un poco en la comisura de mis labios, lo lamí tratando de comérmelo todo, volví a lamer su miembro y me levanté.
Nos besamos y bajamos a la fiesta.
No hay duda que soy una tremenda chupavergas.