El pirata que robó mi corazón [Lydia]
Relato de amor entre un pirata y su prisionera.
Turbada quedo a comenzar una nueva vida, diferente a esta que me mantiene aferrada a la Tierra, pues pretendo huir queriendo escapar de este mundo para unirme con mi amado para siempre. Morir es mi salvación
Presta me hallo en este afán de emprender esa nueva existencia adonde reunirme con el hombre al que amo, aquél que me llevara recluida y no ciertamente contra mi voluntad y al que ahora me uno en un amor que profeso con todo mi corazón, dispuesta a todo... por él.
Quisiera contar a cuantos no supieran de mi, cual fuera mi desdichada vida hasta que ese hombre se cruzó en mi camino, más tampoco tiene más menester que la asilada vida de una noble dama, hija de un acaudalado comerciante español y que en ese momento iba acompañaba por su más fiel servidor, en plena travesía por el Mediterráneo, conducida al encuentro de mi futuro marido, un poderoso hacendado del norte de Italia, con quién mi familia había decidido desposarme.
No negaré que fuera educada para tal necesidad y que mi vida a ello se prestaba, cual noble y sumisa hija que yo era, pero todo fue transfigurado por la suerte o la fortuna, en una fría y oscura noche de nuestra travesía por aquel inmenso mar. La oscuridad se llenó de luces, tal y como si millones de estrellas chocaran contra el casco de nuestra nave y la zarandearan sin cesar... Golpes, ruidos, disparos y un tumulto de hombres se apoderaron del navío y de su tripulación, quedando a su merced en apenas unos minutos. Todo fue tan raudo como el mismo desconcierto en el que se produjo.
Los gritos se escuchaban por doquier, atronadores y desgarradores lamentos de hombres valerosos en un intento vano por defenderse. Cayeron mal heridos o muertos a las manos de un grupo de piratas que nos había abordado a traición en plena noche. A su mando el temido capitán McCorney.
Desde niña gozaba de escuchar historias de un pertinaz y malvado pirata, que asolaba en todo Mare Nostrum con su gran crueldad, su enorme tiranía y su gran desprecio a cuanto se abría a su paso. Anduvieron en boca de la gente muchas de estas historias y más bien leyendas que se contaron de ese malhechor de los mares, tantas como naufragios y muertes dejó a su paso. Y allí me encontraba yo, apresada por él y sus inseparables hombres, en alta mar, con un destino incierto, colmada de intranquilidad y consternación.
Cuando ese pirata, que yo sospechaba descuidado, bárbaro y siniestro, se aproximó a mi camarote, pensé sucumbir a sus perversidades y que todo el mundo se me venía encima, pero todo se tornó inconmensurable cuando sus ojos se clavaron en los míos. No advertí en su mirada ojos de un infame y sanguinario lobo marino, los de un ladino y pérfido asesino sanguinario de los mares, sino la de un hombre apuesto, pacífico y sensible
Nunca antes había percibido el recogimiento bajo la mirada de unos ojos como aquellos, perversos y complacientes al mismo tiempo, a los que hechizadamente me sentía aferrada. A partir de ese instante, mis miedos se esfumaron, mis temores a la muerte y al castigo quedaron sofocados, obnubilada con la presencia de ese pirata al que mi corazón quedó cautivo, al igual que mi cuerpo.
Nadie podrá comprender mi turbación al recibir unas manos sosteniendo las mías con tanta gentileza, ni como dulcemente unos labios tiernos de noble y amable caballero besaban mi frente. No podrán creerme jamás si dijera que ese depravado pirata me trató como nunca antes ningún hombre de bien me consideró. Nada más allá de la realidad en la que me encontraba cuando aquel portentoso pirata me besó y yo le correspondí, como si nuestra unión hubiera surgido de la nada hacia la eternidad. El primer hombre que posaba sus labios en los míos era el temido Jack McCorney y no sentí ningún temor por ello, sino al contrario, el mayor de los placeres que pudiera descubrir. El amor surgió de mi corazón en aquella noche.
Debería haber odiado a aquel hombre que nos hacía frente, aquel que nos tenía secuestrados en plena travesía sin más interés que el desvalijo de nuestras posesiones y la de ultrajar nuestros cuerpos y eso era, precisamente, lo que yo deseaba entregarle ciegamente en aquel mismo instante. Sin embargo, ese hombre no me forzó, nunca me lastimó y fui yo quién concedió que me poseyera, quién aceptó ser suya aquella noche, por mucho que le pesara a cuantos hubiera al otro lado de mis aposentos, por todos cuantos aspiraran a haberme defendido de algo por lo que no estuve afrentada, sino entregada de voluntad propia y por puro placer.
Ese pirata me enamoró dulcemente, con su voz que era canto para mis frágiles oídos, no alcanzaba a odiarle, por mucho que lo quisiera, sino desearle con todas mis fuerzas y que mi corazón y mi alma sucumbieran a sus encantos.
Nos amamos, prodigándonos una pasión desmedida, donde los cuerpos eran uno, donde las bocas se unían sin cesar, donde las caricias nos abordaban, las miradas nos seducían Nada a nuestro alrededor importaba, no había nada más en aquel lugar, que nuestra pasión y nadie podría deshacer nuestro idilio que era tan fuerte como el hierro, profundo como el mar donde nos hallábamos e inmenso como el cielo que nos guarnecía. A bordo de aquel navío fui suya, entregándome en cuerpo y alma, recibiendo de sus ojos el amor, de su boca su calor, de sus manos las caricias, de su cuerpo puro gozo el paraíso.
Nuestras bocas enceladas jugaban a unirse, nuestras manos exploraban inquietas cada rincón de unos ardientes cuerpos, el sonido de cientos de jadeos se hacían escuchar por doquier y sin embargo nada se opuso en el viaje a que disfrutáramos como únicos habitantes del mundo, sin nada más que nuestro insondable amor. Miles de caricias fueron más intensas en contacto directo con nuestra piel. Jack, mi pirata, me hizo ver el cielo cercano a la Tierra. Mis senos fueron apresados por sus dedos, su boca trazó un dibujo de ríos de lava que abrasaba mi cuello, mi cintura mis caderas , la lengua que entregaba el fuego de la pasión fue abordada por la mía, exultante y fogosa. Cuerpos desnudos y dichosos se soldaron, como nunca imaginé, entregándose al amor en plena fusión, en el más puro amor adhiriendo nuestros sexos y nuestros alientos
Esa luz que inundó mi noche para convertirla en día, se apagó cuando mi valeroso guardián, aquel que presto me dirigía al encuentro con mi nuevo esposo, hizo frente al fin a mi hombre mi pirata, dándole muerte a traición con su espada sin tiempo a defenderse, justo cuando se hallaba en mi lecho, desnudo, desamparado y adormecido.
Sostuve su cabeza en mi regazo, intentando despertarle de ese pesado sueño en el que se hallaba. Ni mis zarandeos, ni mis gritos pudieron hacerle abrir los ojos. Me aproximé a su oído para suplicarle que no me abandonara, que no me dejara desolada y desventurada en este turbador mundo. Mi voz, cual arrullo, susurró desesperada:
Amado mío:
Hallada a tus pies me encuentro, con mi alma dolorida de no teneros a mi lado. No podéis imaginar cuan afligido puede encontrarse mi corazón por no poder sentiros nuevamente. Despertad, adorado mío, la desdicha y el infortunio han llegado ávidamente hasta mí. Mi mente nubla todo color al no poder habitar junto a vos en este lecho de muerte en el que os encontráis ahora y sino recibo vuestra respuesta, así deseo dejarme llevar, desgarrada por un amor que se encuentra desvanecido. Reclamo a los dioses y las ninfas sean bienaventuradas y me lleven a reunirme con el hombre al que amo. Ruego, sean prestos a tal menester.
¿Qué fue de vos, amado amante? ¿Y que será de mí tan desventurada?
No podré sentirme atada a vuestro cuerpo ni que mi alma rebose gozosa de teneros. Sufriré eternamente si no pudiera recordar vuestro dulce olor, el sonido de una voz que me turbó para siempre y del mismo modo que vuestras manos rozaron mi rostro por primera vez o vuestra boca halló refugio en la mía.
Podré sentir esos momentos vividos como si de un recuerdo indeleble se tratara, pero nada me concierne que vuestro amor, sentir que dos cuerpos desnudos se exploren como hicieron esta misma noche. Aspiro volver a renacer de esas caricias, aquellas que me estremecieron, las mismas que me condujeron al más agudo placer beber de esa boca que me atestó el alma, acariciar esa piel que me embriagó, dormitar junto al hombre adorado al que quiero unirme para siempre.
Dulces cánticos me trasladan a vos me llaman, me arrastran veloces y es ahora cuando escucho vuestra llamada, el reclamo de una voz que me quiere junto al ser que idolatro.
¿Qué será de mí sin vos? ¿Qué tendré como consuelo en mi soledad? ¿Qué dará luz a mi camino sin vuestra presencia?
Mi corazón perdió la paz, amado mío, siento como se apaga mi esperanza sin teneros fundido a mi cuerpo, que mis uñas se hundan en vuestra espalda fornida, mi pirata admirado Que las voces de nuestros goces se escuchen por los rincones de este barco. Que el aroma de vuestra lengua deposite en la mía el más apreciado elixir. Nada me reconfortará como antaño, nada me une a esta vida, sino es con vos.
Quiso la fortuna que nuestro amor sea entregado a los dioses y así sea, pues me dono entera a él para siempre. Esta es su espada la que atraviesa mi corazón, para que nada lo perturbe, para amaros por fin en libertad y con toda mi alma.
Muero pues y ahora pervivo a vuestro lado.
Lydia