El Picnic

Una joven esposa aprovecha que todo el grupo, con cual está de picnic, se embriga para hacer una rápida escapada y tener sexo con alguien que no deja de mirarla.

El Picnic

Digamos que era como si todos en el grupo hubiéramos organizado un concurso para ver quien bebía más cerveza, el bullicio que hacíamos daba la impresión de molestar a los demás, por eso nos habíamos corrido a un costado del camping con esa excusa, a mí me pareció lo ideal porque en el montón estaba Ricardo, un chico hermoso, algo tímido pero no por ello dejaba de mirarme. Fue el último cumpleaños de alguien que festejamos juntos, un año después yo ya habría dejado a mi marido para lanzarme a sobrevivir un tiempo en lo que pude, por así decirlo, y salvarme.

Lo cierto que Ricardo no dejaba de mirarme y a mí, en secreto, no me caía mal que me mirara así que cuando se desató la orgía de cerveza yo me sumé fingiendo hacerlo sin desenfreno pero sin perderle de vista a ese bombonazo. Mi marido quedó completamente borracho apenas comenzamos, las botellas continuaban pasando de una mano a la otra en tanto no dejábamos de reir, cantar y brindar.

Despacio me fui alejando de mi esposo como si nada, él continuaba bebiendo como todos los demás. Ricardo parecía cuidarse en tanto yo continuaba fingiendo que no paraba de beber junto a los demás esperando que llegara el momento que mi marido estuviera absolutamente perdido. Cuando eso sucedió decidí alejarme del grupo con la excusa que necesitaba el baño, no tardé en descubrir que Ricardo, de un modo muy discreto, me seguía.

El lugar era un camping del sindicato de los telefónicos, alguna vez mi marido había sido uno de ellos pero la desición presidencial en su momento lo dejó desempleado, asi que los baños estaban algo alejados de donde nos encontrábamos pero no bien entré fui e hice lo mío, una vez afuera no tardé en encontrar a Ricardo que salía también del baño, fingí sorpresa, me colgué en su cuello con mis brazos, él puso sus manos en mis caderas, sonreí, pregunté alguna bobada, me la respondió, hizo un comentario subido de tono como para probarme, por supuesto lo dejé pasar y le seguí el juego.

Luego dijo que estaba bonita y borracha, agradecí su comentario, una de sus manos se posó en una de mis nalgas, por encima del jean, me acurruqué contra su cuerpo lo cual lo animó a profundizar sus caricias, tanto que sus dedos jugueteaban bien debajo de mi culo, entre mis piernas para subir, despacio, siguiendo la raya entre mis nalgas. Le dí un corto beso en los labios, fue a besarme pero me negué haciendo a un lado mi boca; igual él usó su otra mano para tocarme entre mis piernas, esta vez por adelante, siguiendo la costura del pantalón.

Fingiendo recato hice que se detuviera con la excusa que alguien podría vernos, él fue de la misma idea pero le costaba horrores contenerse, tal vez estaba dispuesto a desistir cuando le dije que teníamos que ir a un lugar de por ahí donde nadie nos viera. Tenía muchas ganas de estar conmigo pero jamás pensó que la cosa iba a ser tan sencilla por eso casi lo asustó mi propuesta y temí, en verdad, que así fuera y saliera huyendo de ahí. Para evitar que eso sucediera hice que su mano se hundiera por debajo de mi blusa, corriera mi corpiño y acariciara uno de mis pechos donde no tardó en descubrir la erección de mi pezón.

Susurré a su oido que tenía que ser rápìdo y a la vez cómodo, que en ese mismo instante teníamos que ir a un lugar donde yo pudiera sacarme todo. Para que no quedaran dudas al respecto me quité el corpiño primero por una manga y luego por otra una vez que me lo desprendí. Después de eso levanté la blusa dejando ante sus ojos mis pechos desnudos de los cuales no tardó en llevarse a la boca alternando en uno y otro los endurecidos pezones, entre tanto sus manos, con torpeza de principiante, desprendía mis jean y bajaba el cierre.

Por momento sus dientes me hacían daño y sus dedos, con demasiada urgencia, pugnaban por entrar en mi sexo que comenzaba a humedecerse y no por los restos de la orina precisamente. Adiviné su urgencia, su temor era que fuera a arrepentirme de repente, a salir corriendo, a padecer un agudo ataque de culpa el cual me haría volver, a las apuradas y sobre todo culpable, a los brazos de mi marido en plena borrachera. Sin darle margen a que dudara de mis palabras le dije que no había otra cosa en ese momento que no deseara más que estar con él, todo esto en un tonito que ya no fingía ser el de una chica ebria de cerveza. Fuimos hasta la camioneta en la que habíamos venido, estaba estacionada debajo de unos árboles, muy alejado del resto y en especial del grupo de amigos que continuaba vaciando botellas.

No bien entramos en el furgón nos desnudamos, me dejé caer de espalda porque deseaba aprovechar esos impulsos de excitación en Ricardo y hacerlo que se sumergiera entre mis piernas, que su lengua iniciaran el camino hacia el absoluto goce que tanto deseaba. Ni por un momento pensé en mi marido, yo sólo pensaba en mí y en la furiosa necesidad de sentirme gozada y ser capaz de despertar en el otro el placer de estar con una mujer. Y no me defraudó, sin pestañar se comío mi sexo, su lengua urgueteó dentro mío, por los costados, por encima de los labios, en mi clítoris.

Para evitar que se me escapara crucé mis piernas en su nuca, en tanto con mis manos lo llevaba de un lugar a otro, ahí donde tanto lo deseaba. No me importó cuando su rostro adoptó un pálido color violeta, ni cuando las venas de los ojos se le inyectaron de un rojo intenso en su mirada; pero no hacía nada por huír, nada. Sus manos acariciaban mis piernas y yo levantaba mis caderas de manera tal que si hubiera podido metérsela en la boca por completo, o mejor aún, si tan sólo él hubiera tenido una lengua ancha y dura como la de un caballo no lo habría soltado jamás aún cuando muriera por eso.

Yo gritaba desesperada, con una voz ronca, con la cara desencajada, con una sucesión de rictus de inconfundible gozo. Como pudo Ricardo me metió dos dedos, los movía dentro mío, pretendía llevar el ritmo de un pene pero le era imposible, el principio de asfixia entorpecían sus movimientos y yo, claro, me negaba a soltarlo hasta que no alcanzara mi felicidad traducida en un orgasmo. Quiso meter un tercero pero por el culo, de un manotazo se lo impedí, tenía un culo aún virginal, no virgen del todo pero sí sin que nadie jamás, hasta ese día y el último de casada con mi primer marido, me lo enculara sin ningún tipo de piedad.

Mi orgasmo fue como una explosión, arquée mi cuerpo con tal violencia que arrastré a Ricardo al hacerlo, no se como caí de costado en tanto la lengua de aquel divino ser no dejaba de moverse por todas partes, en especial, en mi clítoris. Exhausta me derrumbé, Ricardo se acomodó entre mis piernas y de un envión enterró su endurecido sexo dentro mío sin darme el gusto de mamárselo por un rato. No tardó en acabar sin dejar de darme bomba, soltaba su leche pidiéndome disculpas, que no había podido controlarse; por supuesto que no me importaba, yo sólo quería gozar y que él hiciera lo mismo conmigo.

Quise retenerlo un poco más adentro, le pedí que no se saliera pero lo hizo y antes que pudiera reaccionar ya se estaba vistiendo. Quise saber a dónde iba, dijo con los demás, que alguien extrañaría nuestra ausencia y bien podía ser mi marido. Traté de impedírselo con el argumento que todos, a esa altura, estaban demasiado borrachos para saber quien y donde estaban cada uno de ellos mismos. No atendió razones, se levantó y se fue, así de simple, sin esperarme.

Me quedé tumbada en el suelo de la camioneta, sintiendo como el esperma de Ricardo comenzaba a fluir. Nada me parece tan hermoso como sentir el esperma chorrearme, por eso me quedé así, saboreando en mi piel aquel líquido pegajoso y blanco correr. Me masturbé, me hice una paja que casí me mata, después me vestí como pude, pasé por el baño otra vez y luego me sumé al grupo que, como era de esperar, era la fiel imagen de la patética juventud postmodernista promediando los 90.

Ricardo evitó mirarme el resto de la jornada, cuando quise decirle algo me evitó y yo creí conveniente hacer lo mismo después, cuando nos fuimos hacía rato que yo me había autoconvencido que lo que pasó entre él y yo no fue otra cosa que un producto de mi imaginación. Además mi marido no dejaba de vomitar y ya con eso tenía bastante para preocuparme.-