El perro - Relato corto

Una historia vista desde tres perspectivas. Ojalá les guste

El perro – Relato corto

Es de mañana. Me levanto de la cama en mi amplia recámara. Mis pies desnudos se posan en la mullida alfombra y me encamino a la ducha. No es necesario desvestirme, pues duermo desnudo. La luz de la mañana se filtra por las ventanas de mi habitación y acaricia mi cuerpo: Primero mis piernas, desde las firmes y venosas pantorrillas hasta los sólidos muslos, luego el bajo vientre y el abdomen, un six bien marcado, finalmente mi pecho y mi rostro. Entro a la ducha y me baño con agua apenas cálida. Nada como un regaderazo fresco para despertar.

Salgo y sólo entonces presto atención a mi fiel compañero: Mi perro duerme como de costumbre en una jaula dispuesta en la esquina de mi habitación. De hecho ya está despierto. Me mira con esos ojos grandes y oscuros. No sé qué tipo de mirada es. Tímida? Temerosa? De admiración a su amo? No me importa. Sus ojos son hermosos, como todo él. Me mira con insistencia. Pero aún no es el momento para dedicarme a él. Salgo de mi habitación y bajo a la cocina.

Preparo el desayuno. Me deleito con el café, amargo y negro, los huevos revueltos con jamón y una ensalada de frutas. Un batido de proteína para completar. Aún estoy desnudo. La atmósfera tibia de mi casa no obliga a usar ropa alguna y tampoco hay miradas indiscretas aunque si las hubiera, a mi, honestamente, me daría igual, pues encontrarían un cuerpo bien trabajado que es mi orgullo.

Hoy es sábado. Mi único plan es relajarme. Quizá ir a nadar a la playa, tomar un buen almuerzo en el muelle. Pasear por el centro y comprar un libro o dos… Pero no. Antes de eso, es necesario encargarme de algo. Había dicho que me ocuparía de mi fiel mascota. Ayer en la tarde lo observé y me di cuenta que ya requería un buen baño. El travieso había estado jugando todo el día y se encontraba sucio y desalineado. Había pensado en lavarlo en ese momento pero yo también estaba cansado, así que lo dejé pasar la noche así. Yo soy un fan de la limpieza, de forma que creo que la única razón por la cual tolero que mi mascota se ensucie tanto es por el amor que le tengo y porque sé que los animales son así. No se les puede pedir que actúen como humanos civilizados. Son bestias. Pero aun así, a esta bestia, a este perrito mío, lo quiero. Y por ello lo primero es arreglarlo.

Subo de nuevo a mi habitación. Mi perrito sigue en su jaula, lo sorprendí comiendo. Debió escuchar mis pasos al subir la escalera, por lo que, fielmente, se puso con la cabeza bien alta y mirándome con sus lindos ojos, atento. Pero yo sé que comía, pues alrededor del hocico tiene manchas que lo delatan.

Lo preparo para salir. Le pongo su correa especial y abro la jaula. ¿Porqué lo hago así? Bueno, mi perro me ama pero en su afán de demostrarme su amor, no dudaría en lanzarse sobre mi, derribarme y quizá llenarme de lengüetazos… es más de lo que mi gusto por la limpieza puede tolerar. Con la correa especial evito este problema. Sale de su jaula y se queda ahí, esperando mis órdenes. Es tan obediente. Lo llamo al cuarto de baño. No al mío, por supuesto, al que tengo reservado para él. ¿Cómo le llamo para que acuda? Mi perro no tiene nombre. Sé que es raro que las mascotas no tengan nombre pero a mi me gusta así. Y es más raro quizá, considerando que en un tiempo sí tuvo nombre pero cuando llegó conmigo eso cambió. Él es mi perro y simplemente le llamo así. Él es listo y ha aprendido a saber cuando lo llamo. Entramos al cuarto de baño y fijo su correa a la pared. De nuevo, sé que es un travieso y cuando lo baño podría encabritarse y mojar todo.

Dispongo todo para la primera parte del proceso de baño. Lo llamo la limpieza interna. Ustedes lo encontrarán curioso pero mi perro es tan listo que ha aprendido a que debe hacer sus necesidades sólo una vez al día, en la mañana. Si no fuera porque obviamente es un animal, podría pensar que es casi una persona de tan inteligente que resulta para algunas cosas. Sólo algunas. Para otras es graciosamente estúpido. Terminada la limpieza interna, viene la limpieza externa. Agarro una manguera a presión y lo baño de pies a cabeza. El agua no está fría, por supuesto. Me gusta cuidar a mi mascota y no me gustaría que se enfermara. Pero tampoco está especialmente caliente y comparada con la que acabo de usar para mi ducha, decididamente está mucho más fresca. El animalito lanza bufidos, que yo interpreto como qué está contento, pues se está lavando y quitando esa suciedad que trae por todo el cuerpo. Luego uso un potente secador para secarlo a fondo.

Sigue la última fase del acicalamiento, para asegurar que su vello esté en la mejor condición. Es un proceso largo y no tengo ganas de describirlo ahora. Simplemente lo peino aquí, le corto un poco allá, lo necesario para que esté lindo y bien presentado. Por último tomo una jeringa y le aplico una inyección en los cuartos traseros. Quizá dolorosa pero necesaria para mantenerlo con salud y en buenas condiciones.

Termina el baño y regreso a mi mascota a su jaula. Quizá en la tarde juegue con él un poco pero por ahora el sol ha terminado de salir, iluminando las copas de los árboles que se ven desde mi ventana. Me visto para poder salir. Antes de cerrar la puerta de mi habitación volteo a verlo. Él aun me mira con esos ojos hermosos. Quizá un poco mareados por causa de la inyección? Me doy cuenta que soy egoísta. Dejarlo ahí sin nada que hacer. Tomo un control remoto y activo su “máquina de diversión” como yo le llamo. Inmediatamente él da un brinquito de alegría y lanza un ladrido. Sonrío, se ve tan tierno cuando está alegre. Y siempre se alegra así cuando activo su máquina. Le da cosas que hacer, para no extrañarme. Yo lo quiero mucho así que no le dejo la máquina mucho tiempo, media hora a lo mucho. Prefiero jugar personalmente con él. Sin embargo hoy es un día precioso así que quizá me demore. Si es así, hoy, por primera vez desde que llegó conmigo (apenas hace 3 semanas), se quedará solito más rato. Pobre… bueno, la máquina le ayudará a estar entretenido unas 2 o quizá 3 horas…

Salgo y le dirijo una última mirada. Él salta y lanza sonidos de felicidad en su jaula. Es tan tierno…


Escucho un ruido. Un leve crujir. Es el colchón de su cama. Unos gemidos de alguien que se estira perezosamente, queriendo despertar poco a poco. Lo veo levantarse en la penumbra desde mi lugar. La luz apenas comienza a entrar pero es suficiente para ver su cuerpo desnudo. Es muy alto, musculoso. Me da miedo pero no tanto por su aspecto como por lo que puede hacerme. Apenas he dormido. Mi cuerpo está entumido y mi mente cansada. No es que no haya querido dormir, por supuesto, pero son las condiciones las que no me permiten un descanso digno.  Lo veo dirigirse a su baño. Escucho la regadera y alcanzo a ver vapor saliendo por la puerta entreabierta. Que ganas me darían de un baño caliente. Estoy desnudo, sucio, aterido y asustado. Que ganas de tomar un baño caliente. Mis piernas duelen. Mi boca duele. Otras partes de mi cuerpo también duelen…

Él sale y me ve. Yo me apresuro a ponerme en postura, esa que le gusta. Cuando está de buen humor no se fija mucho pero cuando no lo está y ve algo de la postura que esté mal puede ser el inicio de un buen castigo. Afortunadamente hoy parece estar de buen talante. Sale de la habitación.

Yo me muevo y trato de estirarme en la medida que me lo permite la reducida dimensión de la jaula. Tengo hambre. Tengo sed. Me acerco al cuenco de agua y bebo. Me acerco al cuenco de alimento y como. Al principio eran tareas imposibles. Hoy aun me cuestan pero cada día mejoro. Quizá algún día lo haga con suficiente habilidad para lo mancharme tanto… leve consuelo

Él tarde en volver. Lo oigo y me pongo en postura. Ya sé que sigue: el “baño”. Me pone la “correa especial” y vamos a la bodega esa que tiene atrás de su cuarto, un cuartucho de hormigón apenas iluminado por un foco. Me llama: “Ven acá, perrito”. Y debo obedecer. Apenas 3 semanas… en tres semanas he perdido todo, hasta mi nombre… David Rojas… qué ajeno suena, incluso a mí…

Hacemos la rutina ya conocida de “limpieza interna”. O mejor dicho la hago yo. Al principio la hacia él pero le disgustaba notablemente, de forma que fue de las primeras cosas que me obligó a hacer. Ahora lo manejo bien. El proceso es mecánico y si me concentro, puedo olvidar el carácter humillante del mismo.

Luego viene el lavado propiamente dicho. Todos mis músculos se tensan, sabiendo lo que vendría, pero es una precaución inútil cuando esa agua helada cae sobre mi piel, a alta presión, limpiándome pero dejándome aún más frio. Afortunadamente después me seca. El secado es quizá uno de los pocos momentos de mi actual existencia que considero placentero y me aferro a las sensaciones que me provoca. Aunque dure tan poco. Luego viene el acicalamiento. Que en estos días dura también muy poco. Por obvias razones, el primero dia duró mucho y luego se fue acortando. Me inyecta como acostumbra.

Me regresa a su habitación y reingreso a la jaula. Me vuelve a asegurar. Veo con desaliento que prepara la máquina. No puedo evitar estremecerme de miedo cuando la prepara. Deja todo listo. Se viste y se prepara para salir. Al activar el dispositivo vuelvo a sollozar al sentir mi cuerpo los efectos de la máquina, tan contradictorios entre sí. Mi mente se nubla un poco por la estimulación de la máquina y de la droga que me pone. No sé porque lo hace. Aún sin drogarme me tendría bien controlado. Quizá por precaución adicional. Pero quizá lo haga por pura maldad de quitarme aún más las posibilidades de huir. Alcanzo a darme cuenta que se va. Las sensaciones aumentan y ya no pienso en nada, solo siento… siento… siento…


La mañana abre. La cama King size es ocupada por un solo individuo. Las cortinas son translúcidas y dejan pasar poco a poco la luz del sol naciente, iluminando esa habitación amplia y develando los muebles elegantes y modernos. Hay un aire de orden, de limpieza, de pulcritud. Sólo un detalle descontrasta con la imagen: En un rincón, hay una jaula. Es grande para que quepa ahí un gato o un perro. De hecho hay algo en ella pero no es un animal. Es el cuerpo de una persona, que se encuentra ahí, desnudo aparentemente. Conforme la luz invade la habitación, la persona en la cama se levanta y se estira, lanzando los gemidos de quien ha dormido plácidamente. Es un hombre de unos 40 años, alto, fornido. No lleva nada de ropa, de forma que a la creciente luz del cuarto se pueden ver sus formas, masculinas y atléticas. Camina al baño adyacente y desde acá se escucha cómo se baña.

Mientras en su recámara, la luz ya aumentó y nos permite ver al ocupante de la jaula. En efecto, es otra persona, desnuda como el otro pero hasta ahí acaban las similitudes. Este es más joven. Veinte años quizá. Es delgado pero de músculos definidos, de piel moreno claro, cabello castaño. O quizá la vista nos engaña. Es difícil saber los colores, pues todo el cuerpo está cubierto de lo que parecen ser costras secas… También vemos que, estrictamente, no está del todo desnudo. Lleva en los tobillos una especie de grilletes. En el cuello un collar de piel. Sus manos están enfundadas en una especie de guantes, también de piel. Finalmente, su pene y testículos parecen estar envueltos en un dispositivo metálico, una jaula de castidad.

Se despierta y se incorpora lentamente. Y ahora se ven más detalles: Lleva un ring gag en la boca y de su ano sale un largo apéndice en forma de cola. Se ve también parte de su pecho. Ambos pezones ostentan una especie de pinzas negras. Quizá de plástico, quizá de metal. El ring gag brilla un poco por causa de la saliva. Toda la cara está llena de saliva, seca y fresca. Ahora se explica que su cuerpo esté lleno de costras secas. Pero no son sólo saliva, pues son blancuzcas y algunas ligeramente oscuras.

El mayor termina de bañarse y ve al joven sometido en su jaula, con ese dildo negro metido en el culo y la boca babeante. Ríe y sale. El joven queda solo, tratando de moverse, lo cual es difícil. Primero porque la jaula es pequeña. Segundo porque tiene cadenas cortas que unen cada tobillo su muleca respectiva, limitando su rango. En un par de rincones hay dos cuencos, uno con agua de dudosa potabilidad, pues está algo turbia y otro con una pasta marrón. El muchacho agacha la cabeza, enchueca el cuello y de alguna manera consigue acercarse lo suficiente al tazón con agua para sorber y beber a poco su contenido. Luego sigue el tazón de comida. Ahí es más fácil pues basta acercar el rostro lo suficiente para que con la lengua jale pequeñas porciones, si bien no puede evitar mancharse el mentón, la nariz y las mejillas.

Un ruido lo pone alerta. Deja de comer y se pone en una posición curiosa: Las dos manos enfundadas en guantes una junto a la otra, los codos apoyados en el piso. Baja la cabeza hasta que el mentón toca las muñecas y alza la cadera tanto como puede, levantando el culo taponado. El hombre mayor entra. Toma lo que parece un control remoto y activa un botón. Un pequeño zumbido se activa y dos pequeñas luces rojas se activan. Una en el collar que el joven tiene en el cuello y otra en el dispositivo de plástico y metal que le cubre los huevos y la verga. Muestra el control al joven, con un ademán silencioso pero lleno de significado para los dos. Saben que el mecanismo de control está activo. Abre la jaula. El joven sale lentamente de ella, pues tiene los músculos entumidos. Su rostro se ve mejor ahora. Es atractivo, a pesar de que tiene grandes ojeras que enmarcan sus grandes ojos marrones. Marrones al igual que las manchas de alimento que cubren su cara, algo diluidas en el mentón debido a la saliva que le mana constantemente a través de la boca que no puede cerrar.

Sin palabras, el joven gatea hacia una puerta y ambos ingresan a una habitación de concreto desnudo. El mayor ata una correa fija en la pared al collar del joven, una cadena corta. Toma una de sus manos y con una llave abre el guante que la aprisiona. Hace lo mismo con la otra y se aparta unos metros. El joven se quita los guantes y se frota un poco las manos. Es el único momento en que puede estirar los dedos, totalmente entumecidos por estar tanto tiempo encerrados. Por supuesto que no está en capacidad de intentar nada: Sigue atado de los tobillos y del cuello. Luego de un momento, apenas suficiente para que recupere algo de movilidad, se mueve hacia un orificio excavado en el suelo, de donde sale un aroma desagradable. Se pone en cuclillas, toma el plug de cola de perro y de un rápido movimiento lo saca. Vacía su vejiga y su intestino, poniendo gran cuidado en que todos los desechos caigan dentro del agujero. Luego alcanza una manguera cercana y se lava el culo. Primero por fuera. Luego, usa algo de la abundante saliva que sale de su boca para lubricar la espita de la manguera y la introduce en su ano. Se hace un enema rústico un par de veces, para asegurarse que queda bien limpio. Luego limpia el dildo y el área alrededor del agujero para eliminar restos de residuos. Ordenadamente regresa la manguera a su posición inicial, ensaliva el dildo y, entrecerrando los ojos, se lo inserta en su culo, se enfunda una de las manos en los guantes y tiende la otra a su amo, manteniendo la mirada baja. El mayor le coloca el otro guante y vuelve a cerrar con candado ambos guantes. Acto seguido, toma una manguera distinta, más gruesa, apunta directo al indefenso cuerpo del joven y abre la llave. Un fuerte chorro de agua fría lo baña. El joven aúlla al sentirlo y casi cae al piso por la presión. El chorro lo recorre por todas partes. Finalmente se detiene. El mayor agarra una secadora y la enciende. Una corriente de aire cálido alivia al joven, que poco a poco deja de tiritar. Sus ojos revelan un alivio y por primera vez se nota cierto sentimiento de alegría.

Ahora el hombre adulto se arrodilla frente al joven, con una maquinilla de afeitar y la pasa por varios rincones de la anatomía del otro. Realmente no hay mucho que afeitar: El joven carece de vello en todo el cuerpo, siendo el único pelo el de su cabella y sus cejas. Terminada esta parte de la rutina, viene la siguiente parte: Toma una jeringa y sin demora, la clava en el glúteo del chico, quien apenas parpadea, como sabiendo que eso ocurriría.

Los dos vuelven a la habitación y el adulto obliga al joven a regresar a la jaula. Cierra la puerta. De un armario saca algunos cables y caimanes. Conecta uno de ellos a un extremo de la jaula de castidad del joven. Luego adhiere otros dos a ambos lados del plug de cola de perro. Un par más va a cada una de las pinzas que decoran sus pezones. El joven no parece reaccionar. Se balancea en cuatro patas ligeramente, entre adormilado y confuso, por efecto de la droga que le inyectaron hace poco.

Los cables ya están listos. El adulto activa un botón. De inmediato el joven salta y bufa, aturdido por la corriente eléctrica que empieza a torturar sus genitales, ano y pezones. El plug en su culo empieza a vibrar rítmicamente. El joven gime, bufa, grita conforme la intensidad y el ritmo de los choques eléctricos varían pero el ring gag convierte todos sus sonidos en un mismo mugido animal. El adulto ya se fue, ya sale de casa… en la habitación, el perro que antiguamente fuera David Rojas y que desde hace tres semanas fuera secuestrado y esclavizado alucina en un desvarío de éxtasis y dolor sexual…