El perro de mi amo.
Mi amo me usa y yo intento complacerle en todo, recibiendo mi merecido si no lo consigo.
―Escucha, prepara tu culo, que en media hora estoy ahí.
―No puede ser, es que tengo una cita importante.
―No te estoy pidiendo permiso, qué te has creído. Cualquier cosa distinta a "sí, mi amo" no tiene que llegar a mis oídos. Me importa un carajo lo que tengas que hacer. Si no me estás esperando detrás de la puerta de rodillas y con la boca abierta para que yo te meta la polla hasta la garganta, te vas a enterar. Que sepas que tu respuesta tendrá consecuencias.
―Sí, mi amo.
Tengo apenas media hora para limpiarme por dentro y lubricarme. A mi amo le gusta que le limpie la polla mamándosela después de follarme, pero a mí me da mucho asco el sabor a heces, así que le quito el teléfono a la ducha y me hago un enjuague enchufándome la manguera en el ano con agua templada. Lo tengo que hacer tres o cuatro veces. Luego, si me da tiempo, me abro el culo con cuidado con un dildo enorme, porque mi amo no se para a considerar si me duele o no y, aunque no tiene la polla muy larga, sí que la tiene muy gruesa, y una vez me hizo una fisura.
Mi amo tiene algo más de cincuenta años, mide 1.85, tiene barba corta y bastante pelo corporal. Su oronda barriga no es colgona y va perfecta con el volumen de su cuerpo, a mí me encanta abrazarla cuando se la estoy chupando. Las manos son grandes pero bien cuidadas, como corresponde a un administrativo de una oficina de banca. Tiene mujer y un hijo, ni que decir tiene que ajenos totalmente a su doble vida, es más, su mujer lo domina absolutamente, por eso se busca otro mundo donde el que domine sea él. Y el dominado... pues soy yo. Mi destino es darle placer sin condiciones, no soy más que una cosa con dos agujeros por donde mi amo mete su polla hasta morirse de placer, "de gusto", como a mi amo le gusta decir.
Yo tengo cuarenta y cinco años, barba de unos diez centímetros con algunas canas y pelo largo y abundante, algo de pelo en el pecho y, eso sí, las piernas las tengo muy velludas. Tengo un poco de barriga.
Mi amo me tiene prohibido que me toque mientras me folla, así que me pongo un suspensorio, él dice que le desagrada ver mi pito babeante mientras se sienta sobre mi jeta para que le coma el culo.
Calculo que solo quedan unos minutos para que llegue, así que me coloco detrás de la puerta, de rodillas. Cuando se oye la llave en la cerradura, abro la boca.
Entra, cierra y sin decir hola me cae la primera hostia en la cara. Me agarra del pelo y hace que lo mire:
―Entérate, cacho de mierda, que sea la última vez que me pones pegas para que venga a violarte.
Me escupe en la cara. Luego se saca el cinturón y deja caer su pantalón y los calzoncillos, dejando libre su polla morcillona y sus enormes huevos colgones y peludos.
―Chupa, puta, o es que tengo que decirte lo que tienes que hacer.
Me da otra hostia.
―No te estoy oyendo, guarra.
―Sí, mi amo.
―Dame gusto, maricona, dale a la lengua en el capullo, cabrona.
―Mm mm mm―, intento decirle "sí, mi amo" con su polla dentro de mi boca.
Noto que la polla se le pone muy tiesa, entonces me agarra de los pelos y me hunde la polla hasta la garganta y me embiste sin misericordia, como si mi boca fuese el coño de la puta más arrastrada.
―¡Chupa bien, puta! ―, me grita mientras me da en la espalda varios latigazos con su cinturón.
Siento su capullo gordo chocar una y otra vez con el fondo de mi garganta. Luego para los empellones para que me recree con la lengua en la punta de su nabo. Paladeo su sabor a macho y sentir su polla llenar mi boca me da un placer enorme que me hace soltar gran cantidad de precum, mojando mi suspensorio.
―Vamos al dormitorio, tráete un cenicero.
―Amo, es que luego huele todo a tabaco.
Me da dos hostias.
―¿Qué te has creído, saco de estiércol, que me importas tú y tu puto olor a humo? Mira, ya estás mojado como una perra. (Me da otra hostia) Dime que eres mi perra.
―Soy tu perra, mi amo.
Otra hostia.
―¿Y qué más?
―Tu esclava, mi amo.
Voy a buscar el cenicero y cuando vuelvo ya está completamente desnudo. Me agarra de los pelos y me lleva dándome tirones hasta el dormitorio, donde me empuja y caigo al suelo.
Enciende el cigarro y se coloca delante del espejo. Le gusta verse fumando mientras se la mamo. Mientras fuma, tiene la mano libre sobre mi cabeza, le gusta sentir el ritmo de mis mamadas cuando se la chupo. Sigue así, muy excitado, hasta que se termina el cigarro.
―Me vas a comer el culo, cerda inmunda.
Se tumba del lado derecho en la cama y flexiona la pierna izquierda, dejando ver un ano rosado rodeado de pelo oscuro.
―Espera, esnifa popper, que me gusta cómo te vuelves loca mientras me lo comes.
―Es que me baja la tensión y me da taquicardia.
―Te gusta que te zurre, ¿no, puerca? ¿Acaso crees que me importa lo que te pase, chocho de puta? No te vas a morir por eso. ¡Esnifa, guarra, o te voy a dar hasta en el cielo de la boca con la polla!
Me alcanza el bote, esnifo, y a los pocos segundos siento que me lo quiero comer entero, que quiero tener todo su cuerpo para mí. Mi polla está como el campo del Valencia, "Mestalla", y echando más líquido preseminal que el Manneken Pis.
Empiezo con recelo a rozar su ano con la punta de la lengua, temo que sepa a mierda, pero no, ha debido lavarse con agua. No sabe a jabón, pero tampoco sabe mal, ha sudado un poco, pero está limpio y el sabor de mi propia saliva empieza a reemplazar el sabor a culo de macho que encontré al principio. Ahora el efecto del popper hace que le pegue lengüetazos casi desde la comisura de las nalgas hasta terminar en el escroto. Meto la punta de mi lengua en su ano tanto como puedo y la hago vibrar justo en la entrada. Me trinca del pelo y me aprieta contra su culo, mientras gime de placer. Se da la vuelta, boca arriba, levanta las piernas sujetándoselas con las manos para dejar su culo, los huevos y la polla tiesa expuestos para que se los lama.
―Lame como la vaca que eres, bujarrona.
―Sí, mi amo.
Empiezo por darle lametones largos que empiezan por debajo del culo, pasan sobre su ano rosado y húmedo, siguen sobre los huevos gordos y peludos y terminan por su polla gorda subiendo hasta el capullo que parece una ciruela. Hago esto nueve o diez veces.
―Cómeme los huevos.
―Sí, mi amo.
No me agrada mucho comerle los huevos a mi amo, tiene mucho pelo muy áspero, pero sí me encanta el roce de la piel de su escroto en la cara. Como son gordos y colgones, estrujo mi cara contra ellos y los voy lamiendo poco a poco. De vez en cuando, meto uno de ellos entero en mi boca pero con muchísimo cuidado para no hacerle daño, no quisiera que mi amo sintiera algo distinto a placer cuando me viola.
De pronto, me tira de los pelos hacia arriba con la mano izquierda, levantándome la cabeza, y con la derecha me da una, dos, tres, cuatro, cinco hostias bien dadas en la cara.
—¡Aaaagh! ¿Por qué, mi amo?
—¿Porque me da la gana? ¿Porque me gusta? ¿Porque te lo mereces? A ti qué te importa, qué pregunta es esa, algofifa de váter, eres lo peor de lo peor. Cómeme el nabo, que me vas a hacer más preguntas estúpidas.
En cuanto me meto su polla en la boca, empieza a darme con el cinturón en la espalda, una buena tanda de correazos. Me vuelve a tirar de los pelos hacia arriba y cierro fuerte los ojos, esperando más hostias.
—¿No tienes nada que decir?
—Sí, mi amo, gracias, mi amo—. Hostia. —Gracias, mi amo—. Hostia. —Gracias—. Hostia. —Gracias.
—¿Quieres hacerme alguna otra pregunta?
—No, mi amo.
—¿Qué quieres que te haga ahora? A ver si aciertas.
—Quiero que me violes el culo hasta que me lo partas.
Me arrea una hostia.
—Has acertado, puta—. Hace una mueca de sonrisa, como diciendo que me ha pegado porque, de todas formas, dijera lo que dijera, pensaba pegarme. —Ponte a cuatro patas, perra asquerosa.
Él nunca se pone lubricante ni condón. Me mete su dedo gordo en la boca y lo mueve para hacerme babear. Acto seguido, me empuja la cabeza hacia su nabo tieso.
—Úntalo bien de baba, basura, que si no te va a doler.
Me hace poner a gatas, escupe sobre mi agujero y siento su nabo empujar contra mi ano. Le está costando metérmela, pues su pija es bastante gorda. Cierro los ojos e imagino su fresón maduro intentando entrar en mí. Imagino cómo se deforma un poco en el empuje, cómo el capullo terso y brillante se abre paso entre las paredes de mi esfínter, cómo los pliegues del recto friccionan su gordo nabo, cómo su vaivén masajea mi próstata produciéndome un placer inmenso...
—¡Aaaah, qué gusto más grande, puta, quiero correrme en tu boca, pero no puedo parar!
Siento sus bolas chocar contra mis huevos, me pega empujones rudos, enérgicos. De repente, se deja caer sobre mi espalda, agarra mis tetas haciéndome daño y grita como un demente, a la vez que noto su leche caliente inundar mi culo.
—¡Tooooma, puta, toma, toma, hija puta, toma cabrona!
Yo me dejo caer, sintiendo todo su peso sobre mí, cosa que me encanta, todavía su polla dentro de mi culo.
Antes de que se le ponga morcillona, la saca de mi ano y se tumba boca arriba.
—Límpiamela con tu boca, rata mugrienta, a ver a qué te sabe tu propio ano.
—Sí, mi amo.
Y me la meto en la boca hasta el fondo de la garganta.
—Mueve tu lengua, guarra de mierda, limpia todos mis rincones.
—Sí, mi amo.
Me da una hostia que hace que se me salga se polla de mi boca, ya casi flácida.
—Déjame dormir un rato, puta perra—. Me da un empujón que me hace caer de la cama. —Quédate ahí en el suelo, por si me hace falta un felpudo cuando me levante, mierda de vaca.
—Sí, mi amo.
Y nos quedamos los dos dormidos, él sobre la cama, yo sobre el frío suelo, como la puta perra que soy. Porque me lo merezco.