El Perfume

Su cuerpo y ese perfume suyo... (Un MicroRelato con cierto toque de Erotismo & Amor y algo de Sexo Oral)

EL   PERFUME

Acabé sucumbiendo a sus encantos, a su forma de seducir, a su mirada ardiente, a su suave pelo negro, a lo dulce de su cara al sonreír, a lo exquisito de sus labios... Traspasamos el umbral de la puerta de su dormitorio a trompicones, abrazadas, completamente desnudas. Su fragancia se confundía con la mía cuando nuestros pechos se juntaban, creando otra nueva y deliciosa.

Se tumbó en la cama. Cerca de ella permanecía yo de pie, mirándola, observando la perfección de su cuerpo de curvas delicadamente delineadas y su rostro de diosa sedienta de amor. Ante mis ojos tenía a la belleza hecha mujer. Le hice compañía sobre aquel confortable lecho. Recogí su largo flequillo detrás de su oreja izquierda para poder mirar sus brillantes ojos claros antes de que se cerraran al besarnos. Nuestros labios carnosos se envolvían el uno al otro y los lentos juegos de las lenguas fueron proporcionando la humedad necesaria para aquel largo y tierno beso.

Mis manos inexpertas temblaron al posarse por primera vez en sus firmes y redondos pechos. Su tacto de seda se convertía en carne viva latiendo con cada una de mis caricias. Emocionada por la sensación, la abracé nuevamente, notando, esta vez, la dureza de sus pezones contra los míos. Sus besos acabaron por liberar por completo mi deseo; ya sólo podía dejarme llevar por mis instintos más primarios. Abandoné su boca y deslicé mi lengua por su cuello, rodeé sus pechos, me detuve unos instantes en aquellos rígidos pezones y proseguí mi camino cintura abajo dejando atrás su ombligo, rumbo al cielo.

Me arrodillé entre sus largas y firmes piernas abiertas para ver todo lo que aquella mujer me quería ofrecer. Entre sus finos muslos yacía un rosado sexo con un hilito de negro vello en el pubis. En medio de los pequeños y finos labios se asomaba un excitado clítoris. Agarré con mis manos sus caderas y hundí mi cara entre aquellas preciosas piernas. Enseguida, mi lengua entró en contacto con su pequeño botón, jugando con él, moviéndolo de arriba a abajo, haciendo círculos, lamiéndolo, succionándolo suavemente. Dos de mis dedos se sumergieron en las húmedas profundidades de su sexo. Anduvieron por un túnel tan rugoso como cálido hasta detenerse en el lugar donde el camino parecía abrirse. No dejé ni un sólo instante de mover mi lengua por su clítoris, de hacer que mis dedos entraran y salieran de aquel pasillo, de masajear todo el interior de su palpitante sexo.

Algo grande parecía que empezaba a sentir ella cuando sus gemidos comenzaron a acelerarse, a intensificarse y, por momentos, su respiración se entrecortaba. Un pequeño grito ahogado y su sexo se convirtió en un manantial. Me afané para poder capturar con mi boca todo aquel maná que mi diosa me estaba ofreciendo. Sus manos temblorosas agarraban fuertemente mi pelo largo e impedían que mi cabeza se alejara de su entrepierna.

Con la esencia de su cuerpo en mi boca volví a besar su vientre, su pecho, su cuello, su boca... Repetí el camino de regreso a su sexo, pero ya su piel no estaba embriagada de aquella fragancia artificial. Su olor era distinto. Ahora estaba envuelta de su auténtico perfume: el perfume de mujer.

Casi sin darle tiempo a vivir su primer e intenso orgasmo, volví a saborear su sexo en pleno y a repetir mis movimientos, mis juegos, tanto con mi lengua como con mis dedos.  Pero ya era momento de explorar nuevos territorios. Sus ambiguos gemidos invadieron el aire cuando uno de mis dedos se alojó en su cavidad trasera. Algo de dolor, algo de placer, mucho por disfrutar...

El mismo temblor de piernas, unas manos apresando sábanas, una boca mordiendo una almohada, suspiros sin freno y el mismo torrente de fluidos manando de su sexo aterciopelado. Alcé mi vista para observar el momento de su gozo, el resultado de mi obra. Su cara, con el divino gesto del más absoluto placer, se llenaba de pequeñas gotas de rocío y varios de aquellos diamantes resbalaban por sus sienes. Le besé la frente y su boquita carnosa. Volvimos a abrazarnos, a enredar nuestros cuerpos, a amarnos. Éramos dos mujeres en celo deleitándonos con el vals de las olas chocando contra las rocas, vibrando al ritmo de una dulce pasión.

Aquel perfume de mujer confundiéndose con mi olor a hembra permanece entre mis más gratos recuerdos de alcoba.

MISSHIVA©