El perfecto anfitrión

Me veo obligado a acoger en casa a mi tía Ramona. Ella acaba haciendo honor a su fama y me la acabo tirando… Cosas que pasan

1

La noticia cayó como una bomba. La verdad es que nadie se esperaba algo así. Mis padres fliparon, mis primos más aún y mi tío, al que le tocó el papel más ingrato en esta historia, el de marido cornudo, fue el que peor lo pasó.

Bueno, quizá mi tía Ramona, le podría disputar el puesto. A fin de cuentas, la mujer había pasado de ser un respetado pilar de la comunidad, como dirían en un telefilm americano, a un putón verbenero merecedor de todo el desprecio imaginable de familia, amigos y vecinos.

Todo había pasado apenas hacía un mes, cuando mi tío Carlos, viajante de comercio, adelantó dos días el retorno de un viaje a la zona norte del país, con la sana intención de sorprender gratamente a su esposa en su treinta aniversario de bodas.

¡Y vaya si hubo sorpresa! El resultado, como puede imaginarse, no fue exactamente el que el buen hombre esperaba. Desconozco los detalles, pero juntando versiones, rumores y retales de aquí y de allá, podría hacer un resumen aproximado.

El tío Carlos llegó a casa a media tarde. Abrió con cuidado la puerta, tratando de no alertar a nadie con el ruido de la cerradura. Sabía que ese día libraba la asistenta, así que esperaba encontrar a su mujer en el sofá del salón, en la planta baja del chalet en que vivían, haciendo calceta con Tele 5 de fondo, o, tal vez sesteando. Pensaba entrar con el ramo de flores que acababa de comprar en el aeropuerto y alegrar el día a su amada esposa. Tenía remordimientos por haberla descuidado por los negocios, etc. etc. Un clásico, vamos.

El caso es que, tras adentrarse cuidadosamente en el salón vacío, pudo ver la tele encendida, con un canal de vídeos musicales y la mesita de centro llena de latas de cerveza y un par de cajas de pizza sin terminar. Algo de ropa desordenada se extendía por el suelo. Sorprendentemente, no sólo ropa de mujer…

Llegados a este punto ya debería haberse mosqueado, pero sólo sintió sorpresa y una cierta curiosidad. Pensó en alguna que tal vez su hijo o su hija, ya emancipados, se habían dejado caer para visitar a su madre o le habían pedido permiso para usar el piso para algún guateque, mientras ella iba de compras o a visitar a alguna amiga. Nada que se salga de lo normal.

Así que, después de repasar la planta baja y ver que estaba desierta, encaminó sus pasos, escaleras arriba hacia los dormitorios.

Todavía con el ramo en la mano, avanzó cauteloso por el pasillo, ahora ya con la mosca detrás de la oreja al oír los inequívocos sonidos de un coito que llegaban nítidamente desde la entreabierta puerta de la habitación de matrimonio.

Aquí, en el momento en el que el cornudo abrió despacio la puerta y contempló el tálamo nupcial, perfectamente iluminado por la luz de la tarde que entraba a raudales por la ventana abierta (cómo supimos luego, la discreción no era uno de los fuertes de la tía Ramona), ya tenemos versiones para todos los gustos acerca de lo que vio el pobre hombre.

Desde que la tía estaba a cuatro patas de cara a la puerta mientras un chico joven la enculaba furiosamente, hasta que ya estaba concluyendo el acto, con la guarrilla recibiendo una espesa lefada en su jeta de puerca. Pasando por las versiones más moderadas: que era un polvo más clásico en la postura del misionero o que, simplemente, permanecían abrazados en la cama morreándose cariñosamente.

En cualquier caso, el tío Carlos se quedó tan petrificado como la pareja. En cuanto reconoció a su mujer, y descubrió que le estaba poniendo una enorme cornamenta con el mejor amigo de su hijo, compañero de la infancia, que jugaba en el mismo equipo de rugby y, para colmo, hijo de los mejores amigos de la pareja, su mundo se vino abajo. ¡Una Mrs. Robinson de libro, vamos!

En fin, un derrumbe en toda regla, a un nivel que ríete tú de las torres gemelas, que dejó la moral del tío Carlos a la altura del betún.

2

Lo que pasó después es bastante lógico, de cajón. El tío Carlos puso a su mujer de patitas en la calle. Y lo hizo a lo bruto, aquella misma tarde. Ella se tuvo que dar el piro con lo justo. Lo que pudo meter en una bolsa de viaje y para de contar.

La pobre adúltera intentó acudir a casa de sus hijos. Mi prima Laura, recién casada ni le cogió el teléfono. La noticia había corrido a la velocidad de la luz. Pablo, mi primo, que es de mi edad, y con el que tengo bastante confianza, sí que le contestó, pero básicamente para insultarla y avergonzarla.

Así que la tía Ramona tuvo que buscarse una pensión para pasar un par de días hasta que encontrase algo mejor. Llevaba el dinero justo, lo que pudo sacar del cajero antes de que su cornudo esposo le cancelase las tarjetas de crédito. Estaba literalmente en las últimas de pasta y con la mayoría de las puertas cerradas. Sus hijos, sus amigas, todos le dieron la espalda.

Evidentemente, llamó a mi madre, su hermana menor para pedir ayuda y alojamiento. Mamá cedió a regañadientes tras una bronca tremenda con mi padre. Él no era muy partidario de meter a un putón de ese calibre en casa. No creo que fuese porque le despertase tentaciones o algo similar. A fin de cuentas, mi viejo creo que no es precisamente muy fogoso ni está para muchos trotes sexuales. Imagino que pensaba que iba a complicar su tranquila vida de sofá y tele. Veía a su cuñada como una bomba de relojería que no iba a aguantar tranquila mucho tiempo sin complicar su plácida existencia matrimonial.

Y más, cuando iban conociendo detalles del currículum sexual de la tía Ramona. Por lo que se iba sabiendo, aquel polvete en el que la pescó su marido no fue precisamente flor de un día, la cosa venía de bastante tiempo atrás. Pero no adelantaré acontecimientos.

Al final, mi padre cedió y la tía Ramona se instaló provisionalmente en lo que era mi antigua habitación, en el piso de mis padres.

Mientras tanto, llamé a mi primo Pablo, su hijo, para ver cómo estaba de ánimos y que me aportase algo de información acerca del escándalo familiar.

Sus palabras, nada más descolgar el teléfono me sorprendieron por su dureza, pero, si lo pensamos bien, no era para menos:

-¡Una puta guarra, tío! ¡Eso es lo que es la muy zorra...! ¡Una puta guarra...! ¿Te puedes creer que se ha follado a medio equipo de rugby...? ¡A la mitad del equipo en el que juega su hijo! ¿Te parece normal?

No voy a mentir y decir que me impresionó o, cuando menos, me llamó la atención que mi primo hablase con esa crudeza de su madre; creo que me lo esperaba. Siempre había sido un chico muy sensible y vehemente y ahora tenía que enfrentarse a un asunto muy difícil de manejar y más aún de digerir.

El hecho de que la calificase abiertamente como una pura guarra, no hizo más que confirmar mis sospechas. Su hijo ya se olía la tostada desde hace tiempo. Algunos comentarios sueltos acerca del carácter o la forma de vestir y de comportarse de su madre, que ahora iba recordando de otras conversaciones con él, ya lo tenían bastante mosca.

La forma melosa y, por qué no decirlo, el estilo de calienta pollas, con el que trataba a los amigos y los compañeros del equipo de rugby de mi primo ya habían activado todas sus alarmas. Así que, el descubrimiento de la zorra de la tía Ramona, enculada por su mejor amigo, abrió la espita del barril de desprecio que se había ido acumulando en su atribulada mente durante años. Los insultos fluyeron a chorro por su boca y yo los escuchaba atentamente. Disfrutando en secreto de la situación.

A fin de cuentas, yo era un hombre y la tía, a pesar de sus cincuenta y tres años, era una buena levantapollas. Desde que tuve uso de razón sexual siempre me había gustado. De hecho, fue la destinataria de bastantes de mis pajas adolescentes. Tenía un cuerpo de jamona, algo gordita pero con mucho de todo lo que le gusta a un varón heterosexual sano: un culo grande y carnoso, caderas anchas, muslos macizos, tetas grandes y algo colgonas por la edad, labios carnosos de chupapollas y una melena morena ideal para sujetarla como rienda cuando tocase empalarla a cuatro patas.

Ese era su aspecto diez años atrás, cuando rondaba la cuarentena y era, como ya he dicho, la musa de mis pajas. Después, nos mudamos del pueblo y no volví a verla. Su imagen más reciente llegó a mí tan sólo gracias a algunas fotos familiares de celebraciones a las que acudían mis padres.

No parecía que los diez años le hubieran pasado factura. Pero ya se sabe que las fotos engañan. Así que, ya antes de que se desatase la crisis familiar, sentía una cierta curiosidad por volver a verla.

Como ya he dicho, sospechaba de sus andanzas por las insinuaciones que me soltaba mi primo ocasionalmente, con el que sí que mantenía bastante contacto desde que empezamos juntos la carrera. Pero ni siquiera al bueno de Pablo se le ocurriría pensar que había algo más que insinuaciones de una madura que intenta seguir pareciendo atractiva en el comportamiento de su madre. En la vida habría pensado que esa mujer de vida familiar impecable tenía un historial sexual que haría palidecer a Mesalina.

Y, claro, tras la última conversación con mi primo, para mí se confirmaba, sin duda, que la tía Ramona debía seguir estando bastante buenorra. ¡Follarse a medio equipo de rugby juvenil, por facilona que fuese, no era cosa de un adefesio!

3

El caso es que la tía, de patitas en la calle y sin un puto duro, se vio obligada a mendigar a su hermana (mi madre) un techo para refugiarse hasta que pudiera encontrar un curro o un lugar dónde caerse muerta... En cuanto al curro, ¡me partía el pecho! La verdad es que lo veía difícil no, lo siguiente. Sí tenemos en cuenta que no había dado un palo al agua en su vida... ¡Cómo no se pusiese a chupar rabos para sacar unos cuartos...! No sé yo...

Mi madre, de natural bondadosa, la aceptó en casa. Como ya he dicho, provisionalmente la instaló en mi antigua habitación. Supongo que mi madre no tenía ningún tipo de recelo de que su hermanita, con los antecedentes que traía, intentase montárselo con mi padre. Bueno, yo, desde la distancia, y conociendo al manso cabestro de mi padre, que no parecía muy dado a las acrobacias sexuales (si es que aún se le levantaba la picha, claro), y estando al corriente de los gustos, más bien cañeros, de la tía Ramona, compartía la opinión de mi madre. No había nada que temer. Sí la tía quería que la empotrasen seguro que se buscaría al macho necesario en lugares con más testosterona que en el hogar de mis padres.

Por mi parte, yo andaba loco por verla, sobre todo ahora que estaba en horas bajas. Evidentemente, para ver si merecía la pena intentar algo con ella a pesar del parentesco. Parentesco que, por otra parte, me daba bastante morbo.

Por problemas laborales, durante las primeras semanas estuve fuera de la ciudad y no pude acercarme a ver a mis padres y, de paso, echarle un ojo a la jamona.

Acababa de regresar y me disponía a visitarlos, cuando un WhatsApp de mi madre me suplicaba si podía acoger unos días a la tía en mi piso. Al parecer iban a hacer obras en los bajantes de la comunidad y tenían que romper parte de la pared de mi antigua habitación. Se quedaban sin espacio para ella. Me pareció, también, que estaban algo cansados de la convivencia con una invitada forzosa en un piso tan pequeño. Al parecer, la tía Ramona había adoptado una actitud, por decirlo finamente, poco colaborativa con las tareas de la casa. Vamos, que no daba un palo al agua… Y mis padres estaban empezando a estar hartos de su gorroneo.

¡Vi el cielo abierto! Me hice de rogar un poco, y, después, lógicamente, acepté. Estaba a punto de meter a la puta guarra (tal y como la definió, acertadamente, su hijo) en casa... ¡Emoción, intriga, dolor de barriga!

4

Cuando apareció ante el umbral de mi puerta, acompañada de mi madre, llevaba solo una pequeña maleta con sus escasas pertenencias. Como prácticamente había tenido que salir por patas no pudo arramblar con toda la panoplia de zapatos y vestidos que llenaba sus armarios. Afortunadamente, era verano y se pudo apañar con un par de leggins, un vestidito corto y unas cuantas camisetas (a cual más hortera). Completó el ajuar con un buen surtido de tangas que, como tuve ocasión de comprobar posteriormente, ocupan poco sitio y, además de hacer la función de ropa interior, son perfectos para apartarlos y follar a una guarra sin tener que quitarlo, para un aquí te pillo, aquí te follo.

De aspecto, la tía Ramona estaba estupenda, un polvazo. De ánimo... Bueno, la verdad es que bastante de capa caída. No me extraña. Este destierro que le había caído encima, no creo que se lo esperase...

Me saludó, algo abochornada, con un tímido beso en la mejilla. Si no hubiera estado mi madre presente habría aprovechado para estrujarla bien y frotar la cebolleta, pero preferí dejar que las cosas fueran fluyendo a su ritmo.

Quizá hasta yo estaba algo sensible ese día, y la tía Ramona me transmitió una cierta sensación de fragilidad y desvalimiento. Supongo que sí no fuera un depredador, su aspecto lastimero y vulnerable me habría inspirado compasión. Pero ocurrió lo contrario. Verla con las defensas tan bajas, la cabeza gacha y avergonzada de aquella manera, sacó a flote mis peores instintos asesinos. Sólo esperaba el momento en que mi madre abandonase la casa para empezar mi ofensiva.

Mi madre, sin disimular demasiado el alivio por quitarse de encima el marrón de alojar a la "apestada" de la familia, se largó enseguida.

Como buen anfitrión, le enseñé mi pequeño apartamento a mi invitada. Como última etapa, la llevé a la que iba a ser su habitación. Un pequeño estudio junto a mi dormitorio. Poca cosa, pero lo suficiente para pasar unos cuantos días. La habitación disponía de un pequeño armario para colocar sus trapitos, un sofá cama bastante pequeño, suficiente para ella (era bajita, no creo que llegase a uno sesenta), una mesa de estudio y una silla. Era un cuarto interior, sin ventanas y, por la configuración del piso, había que atravesar mi habitación para acceder allí. Lo cual me iba de coña, así podía controlarla mejor.

Era tarde, y mientras se acomodaba, empecé a hacer la cena. El plan para la velada era simple: cena, sofá, tele y luego pues puede que sí o puede que no. Así y todo, tenía un plan B para salir con unos colegas y mojar el churro en algún puti club de la zona si la velada con mi tía salía en plan mojigato…

La tía Ramona llegó al comedor, después de ducharse, ataviada con una camiseta y un pantaloncito corto de pijama que parecía dos tallas más pequeño que la suya. Sus muslos se exhibían poderosos. El pantaloncito se le remetía por el culo, dejando escapar sus glúteos, pugnando por liberarse, y apretando bien el coño, marcando un perfecto cameltoe. En cuanto a la camiseta, digamos que tampoco dejaba mucho margen a la imaginación, las tetas tensaban la tela y los pezones se erguían empitonados. Se había puesto cómoda… Vamos, que iba sin sujetador. En fin, una gozada.

Durante la cena, la tía me contó que, desde que pasó "aquello" (palabra textual) no había podido hacer casi nada de ejercicio y había engordado tres o cuatro kilos por los "nervios". Y por comer, deduje yo, viéndola zamparse el bocata de chistorra que le había preparado.

El caso es que, para mí gusto, aquellos kilos de más no sobraban en ningún caso. Estaban muy bien puestos.

Tras la agradable cena, regada con abundante Rioja (me interesaba entonarla bien y la verdad es que no se hizo mucho de rogar a la hora de llenar la copa), nos fuimos al saloncito.

Me senté frente a la tele, a un lado del sofá, esperando que ella se pusiera junto a mí. Pero la muy cabrona prefirió hacerse la estrecha y se apalancó, marcando muslazos jamoneros, en un sillón al lado de la tele a pesar de no ver bien la pantalla. Quizá pensaba que pegarse tanto a mí era tomarse muchas confianzas. A fin de cuentas, a pesar de ser su sobrino, no me había visto desde que era un chaval. Y verme allí, como un tío hecho y derecho igual a los tipos que se había estado follando desde Dios sabe cuándo, podría poner en marcha algún que otro instinto animal de esos que no hay que activar en familia.

No sé si me explico. Quiero decir que me dio la sensación de ella percibió que la estaba mirando con un ánimo bastante más sexual que familiar y, claro, un putón verbenero de su calibre, tras un mes de abstinencia forzada, era incapaz de contenerse ante cualquier insinuación masculina, por mucho que se tratase del hijo de su hermana al que había sujetado en brazos siendo niño…

En fin, tras esta pequeña digresión, continúo con la historia de aquella divertida velada.

Pues nada, que me hice el loco. Me limité a poner cara de póker y alternar vistazos a la pantalla con panorámicas de sus piernas para irme entonando. Supongo que sí, que ella se percató de algo, pero lo disimuló bien, desde luego. Tantos años poniendo los cuernos al buenazo del tío Carlos tenían que haber dado su fruto en el arte del disimulo.

Así, contemplando el muslamen de la jamona, y para ir calentando motores, cogí el móvil y, haciendo un poco el tonto, mientras la putilla estaba despistada mirando la pantalla, le hice una foto a sus cuartos traseros, que, como he dicho, pedían polla a gritos.

Después, le mandé la foto a mi primo con un mensajito:

"¡Hey, tronco! Mira a quién tengo por aquí... La verdad, con esa pinta me están entrando ganas de follármela hasta decir basta..."

Poco después me llegó la respuesta: un par de emoticonos como de cabreo y unas palabras bastante duras del hijo de mi invitada:

"Menuda pinta, la muy puta... Pues, qué quieres que te diga... No me extrañaría un pelo que te la follases. Lo único que harías sería confirmar un hecho: soy un hijo de puta... Ja, ja, ja! No sé, tío, si me estás pidiendo permiso (la verdad es que no era el caso, pensaba hacer, literalmente, lo que me saliera de los cojones), no hay problema. Toda tuya. La puedes reventar a pollazos. A ver si así se le quitan las tonterías..."

Solté una carcajada tras leer el mensaje. La tía Ramona separó la vista de la pantalla y me miró inquisitiva.

-Nada tía, un colega por WhatsApp, que me da el visto bueno para una cosa... O eso cree él...

La tía sostuvo mi mirada esperando más explicaciones, pero recibió la callada por respuesta.

5

Tras veinte minutos contemplando el incómodo escorzo con el que la tía Ramona contemplaba la tele, con mi polla morcillona y expectante, decidí pasar al ataque.

-Oye, tía, ¿ves bien la tele? A ver si vas a pillar tortícolis por mirar la pantalla así, tan de lado… No sé yo.

-No, no... De verdad, estoy bien, sobrino.

-No, en serio, tía. Mejor te sientas tú aquí... Nos cambiamos. Que para algo eres la invitada. –Trataba de ser amable, cariñoso y, sobre todo, neutro. Bajo ningún concepto quería asustarla… Todavía.

-No, no... -así y todo, ya se estaba levantando. -No hace falta que te cambies. Me siento a tú lado.

¡Bingo! Aplaudí interiormente, pensando en que el sofá tenía la anchura perfecta para apretujarme bien con la rolliza jamona.

Cinco minutos después, tenía las tetazas de la guarra empujando mi costado, el culo y su muslamen al alcance de mi zarpa y el intenso y afrodisíaco olor a hembra cachonda entrando directamente por mis fosas nasales.

La cerdita llevaba tiempo sin follar y en una guarrilla acostumbrada a ser taladrada intensamente y con asiduidad, como ella, el menor avance se vería recompensado con un terreno fértil y presto a recibir una buena ración de tranca.

Así que, dicho y hecho, sin demasiadas sutilezas dejé que la tía se recostase sobre mi cuerpo (se dejaba querer la pobrecilla... ¡menuda pájara! como si yo no supiese lo que andaba buscando). Con poco disimulo, fui deslizando la mano sobre su orondo pandero, así, como el que no quiere la cosa.

Me empecé a poner palote. No sé si se dio cuenta. En cualquier caso, se mantuvo bien arrimada, aunque mis intenciones cada vez eran más cristalinas. Aproveché para darle un par de palmadas en el culazo y, después, dejé mi mano sobándoselo e iniciando una aproximación bastante más directa a su entrepierna.

-¡Gastas un buen culo, eh, tía!

Ella alzó la vista entre tímida y sorprendida, pero se dejó hacer. Luego, empezó un soliloquio sensiblero para intentar hacerse perdonar su zorrerío.

-Sé lo que os han contado de mí. Y qué pensáis que soy una mala esposa -una puta guarra, para ser más precisos-. Pero quiero que sepas que no es cierto. Yo quiero a tú tío. Y a tus primos. Lo que pasa es que, claro, con tu tío trabajando fuera... Allí sola, sin los chicos... La casa se me venía encima... Y, ya sabes...

-No, no lo sé. Ni me importa, en realidad. Lo único que sé es que te pescaron con una polla encajada en el ojete y berreando como una cerda... Y parece que el chaval aquel no fue el primero que te pasabas por la piedra...

Ella me miró atónita. Mientras tanto, mis dedos habían llegado al interior de su short y atravesado la fina tira del tanga...

-¿Cuánto hace que no te comes una buena polla?

La tía Ramona levantó la cabeza con los ojos como platos y me miró sorprendida. No sólo por mis palabras, bastante bestias e irrespetuosas (cierto, la guarra no me merecía demasiado respeto; salvo como hembra follable, claro está), sino también por la potente erección que se marcaba en mi pantalón y por mis audaces dedos, que se movían, como Pedro por su casa, yendo de su apetecible y apretadito ojete a su coño húmedo que empezaba a reclamar polla. Era evidente que la puta de mi tía mantenía unos intensos reflejos sexuales y le bastaba poca cosa para entonarse.

Mantuve, impertérrito a su mirada, introduciendo el índice en su caliente coñito, no sin antes comprobar el estado de arreglo de su pubis: perfectamente depilado, como lo llevan las guarras actualmente. Era obvio que la cerdita seguía manteniendo sus partes nobles en perfecto estado de revista a pesar del exilio que le había tocado vivir. ¡Menuda elementa! No me extraña que mi madre estuviese hasta el gorro de ella. ¡Fregar los platos ni de coña, pero repasarse los pelos del chichi, vamos, día sí, día también…! Aunque, claro, nunca se sabe cuándo se va a presentar la ocasión de que te taladren y conviene ir preparada, ¿no, tiíta?

-Tampoco te estoy haciendo una pregunta tan difícil, zorrita -insistí-, sólo se trata de si recuerdas cuándo fue la última vez que te comiste un buen rabo...

-¿No te parece que te estás pasando? -reaccionó-¡No te permito que me hables en ese tono y con esa falta de respeto! –Pero no se apartó ni un milímetro, no.

-¡Corta el rollo, cerda! -detuve de cuajo su reacción de dama ofendida. Y, ya puesto, redoblé el masaje entre su clítoris y su coño que ya chorreaba descontrolado-¡Déjate de cuentos chinos y escucha bien! Aquí, las normas las pongo yo. El respeto lo marco yo. Y si te hago una pregunta, la contestas. Además, tal y como tienes el chocho, tampoco parece que te moleste demasiado el tema del que estamos hablando ¿O me equivoco?

Pegó un grito justo cuando, mientras le largaba el discurso, le metí el pulgar en el ojete. Me sorprendió la facilidad con la que entró a pesar de que no estaba muy lubricado de flujo. Se veía que mi adorable tía estaba más que acostumbrada a recibir visitas por la puerta trasera.

-E... enten... Entendido, sobrino...

-¿Y...? ¿Qué más...? Te he hecho una pregunta muy concreta. Cuál es la respuesta...

-El último día... Fue cuando tú tío me... Me encontró con aquel chico.... Aquella fue la última vez que me… que me comí una polla…

-¡Huyyyy! Pues hace un montón... Tranquila, tía, que a partir de hoy, vas a recuperar el tiempo perdido.

Dicho y hecho. Me bajé de golpe el pantalón, la polla saltó como un resorte, y agarré a la puta de los pelos enfrentándola a su destino. Cara a cara con mi tranca.

En el fondo, no me sorprendió que resultase tan fácil, estaba claro que la tía Ramona tenía madera de furcia. Además, el tema se le daba la mar de bien.

Minutos después, sin pestañear, se comía mi polla hasta los huevos, forzando la mandíbula hasta límites insospechados. Le iba marcando del ritmo sujetando su melena.

En cuanto cogió carrerilla, cerraba los ojos, concentrada, dejando escapar alguna lagrimita por el esfuerzo, aguantando a duras penas las arcadas. Babas y espesos regueros de saliva chorreaba por el sofá. Menos mal que era de piel sintética, fácil de limpiar. Para aumentar el morbo, de vez en cuando, lanzaba algún grueso escupitajo tratando de acertarle en la jeta. Cosa difícil, sobre todo cuando la puerca se fue animando y empezó a acelerar.

-¡Pero qué cerda eres y qué bien la chupas, so zorra! -creo que esa fue la frase más fina y elegante que le grité, entre salivazo y salivazo. Hubo otras, pero algo más vulgares.

Intenté aguantar la eyaculación al máximo. Quería disfrutar y que la primera corrida con la puta de mi tía fuese memorable.

Mientras la cerda se curraba su ración de esperma, con la mano libre iba pajeando su anhelante coño. A base de tirones le había bajado el ajustado short y roto la tira del tanga. Mis dedos, ágilmente, se movían entre el clítoris, su húmedo coñito y aquel ojete de lo más acogedor.

De vez en cuando, para acrecentar mi excitación, me acercaba los dedos a la nariz y olfateaba el afrodisíaco cóctel oloroso que desprendían los cuartos traseros de la jamona.

Era una gozada. Y ella debió de darse cuenta de cuánto me hacían disfrutar sus efluvios, porque mi polla pegaba un respingo cada vez que el aroma de su sabroso culo inundaba mi pituitaria.

6

Íbamos a todo trapo cuando sonó el teléfono. Ella se detuvo con la polla embutida en la boca e hizo un amago de detener la acometida. No sé lo permití. Estaba demasiado cachondo. Saque la mano con la que la estaba masturbando y mantuve su cabeza en movimiento con ella. Con la otra mano cogí el móvil para ver si merecía la pena contestar o era algún pelmazo.

Era mi madre. Supongo que quería saber cómo iba la cosa con la "invitada". Dudé un instante, pero al final, por morbo, decidí contestar. Sin interrumpir la mamada, claro.

De ese modo, sujetando con fuerza el tarro de mi tía para que siguiese a lo suyo, empecé una conversación con mi madre bastante surrealista.

-¡Hola, mamá!

-Hola hijo, ¿cómo va todo? ¿Cómo está tu tía?

-Bien, muy bien, la tengo aquí al lado, viendo el "Sálvame"

La tía seguía a su ritmo, soltando babas por mi polla y levantando los ojos a la espera de mis instrucciones.

No aflojé el ritmo y, tapando el micro del móvil, le lancé un escupitajo que se estampó en su frente, escurriéndose rápido por la nariz. Ella lo aguantó estoicamente y mantuvo el ímpetu de sus movimientos.

-Tú hermana pregunta si estás bien, guarra.

Ella emitió un gemido gutural que traduje al instante a mi madre.

-La tía está estupendamente. La verdad es que se está portando muy bien. A ver si lo que cuentan de ella es una trola...

-Bueno, no sé... A mí me parecía muy fuerte, la verdad. Pero si lo dicen hasta tus primos...

-Yo no me lo creo. Además, me parece fortísimo que hasta sus hijos hablen de ella como si fuese una puta, con perdón. Aquí, la verdad, se está portando divinamente. Con una educación exquisita, vamos. Se nota que fuisteis a un colegio de monjas.

-No, yo no –respondió mamá-, yo fui a la Escuela Nacional. Ella sí que fue con las monjas…

-Se le nota, ya te digo…-insistí, mientras presionaba con fuerza la cabeza para que se tragase mi rabo hasta los huevos.

La tía Ramona, agradecida por la inesperada defensa que acababa de hacer de su persona, redobló sus esfuerzos, contradiciendo mis palabras. Porque, las cosas como son, otra cosa, no lo sé, pero puta era un rato.

Proseguí la conversación con mi madre con bastante desinterés. Tenía ganas de terminar el polvo tranquilamente y la interrupción empezaba a sobrarme.

Mi madre me pidió un par de veces que le pasase el teléfono a su hermana, pero como no tenía ganas de distraerla de su artesanal trabajo, le conté que se había ido al baño. Mi madre es demasiado inocente como para interpretar el chapoteo que resonaba en el micro, de la húmeda mamada que me estaba haciendo la puta de su hermana, como un ruido que no viniese de la tele…

Al final, me despedí de ella, tiré el teléfono con fuerza al otro sillón y le arranque la polla de la boca a la cerdita antes de que la disolviese a lametones.

Había llegado el momento de culminar la jugada.

7

La tía jadeo, recuperando el aliento entre toses. Chorreaba babas. Tenía la camiseta empapada en saliva y sudor, la cara húmeda y sudorosa... Y aquella mirada perdida, con los ojos vidriosos, que me ponía la polla a mil. Había llegado el momento de ponerla de cara a la Meca, aunque hubiese ido a un colegio católico...

Estaba sorprendido de lo colaboradora que estaba resultando ser mi querida tía. Tenía claro que follar le encantaba, aunque me sorprendió que fuese una entusiasta del sexo cañero de ese calibre. Pero, vamos, ahí la tenía, arrodillada en el sofá, con la cara aplastada contra el cojín y sus manitas abriendo las cachas del culo, con un entusiasmo que para sí querrían algunas porno actrices de esas que pululan por la red.

La panorámica me puso cardíaco. El ojete, tan perfectamente depilado como su coñito, aparecía hipnótico sobre aquella babosa vulva que pedía polla a gritos.

Sobre la rabadilla, en una letra cursiva, parecida a la de la Coca Cola y uniéndose a un tribal que rodeaba su cintura, tenía tatuada la palabra Sinner, justo sobre el culo. No lo había visto antes y estuve tentado de preguntarle. Pero no quería distracciones.

Días más tarde me contaría que era un recuerdo que se había hecho para complacer a un joven amante al que le gustaban esas cosas. Cuando le pregunté qué le había dicho el tío Carlos cuando lo vio, me respondió con crudeza que, para opinar sobre el tatu, el pichafloja lo tendría que haber visto, y hacía años que no la veía en pelotas. Era perder el tiempo, al pobre hombre no se le empalmaba el rabo y ella, de natural fogosa, no estaba por la labor de ser paciente. Aquel duro alegato me aclaró bastantes cosas.

Pero, volviendo al aquí y ahora, como dirían los budistas, la mirada anhelante de la tía y un “¡Venga, a qué esperas, ¿no quieres follarte a la puta de tu tía?" me sacaron de mi letargo.

Dudé unos segundos pero, al final, coloqué el capullo en su coño y empujé de golpe hasta el fondo. Creí que en una primera sesión, petarle el culo podría haber sido excesivo.

-¡Toma, puerca!-grité guturalmente.

Ella, encajó la polla sin pestañear, pero no llevaba ni una embolada, cuando girando su cara me gritó:

-¿Eres maricón o qué? ¡Reviéntame el culo!-y, ya bajando el tono, prosiguió más melosa- Por favor, me gusta más por el culo... Además, tienes la polla muy ancha... Me gusta que me llenen…

Pues nada, dicho y hecho. Siempre he sido un caballero y, cuando una dama me pide algo, suelo complacerla siempre que esté en mi mano… o en mí polla. Aunque la dama en cuestión sea más puta que las gallinas y su petición resulte pecaminosa en grado superlativo.

Entonces, saqué el rabo chorreante de su chumino, me agaché unos segundos para preparar la ofensiva y, con la ayuda de la tía, que se abrió bien las cachas del culo, le pegué dos buenos lametones al ojete, lancé un denso escupitajo que esparcí bien, y coloqué el capullo en la pole position.

-¿Preparada, cerda?

-¡Dale caña, cabrón!

Agarré su melena y, con furia, le clavé la tranca hasta los huevos, al tiempo que tirando bien del pelo arqueé su voluptuoso cuerpo.

El berrido que pegó la muy puta no tenía nada de humano. Me asustó hasta a mí, por lo que detuve al instante las emboladas. Pero fue una falsa alarma. Enseguida, la tía empezó a menear el pandero empalándose ella misma en mi tranca, lo que me animó a taladrar su cálido y acogedor agujerito con más fuerza.

Ella gemía, gritaba y sollozaba alternativamente. Y todo sin dejar de decir: "¡Sí, sí, sí...! ¡Dale, dale! ¡Más fuerte...!"

Entre que ya, de antes, iba más caliente que el pico de una plancha y que la sorprendente actitud de mi tía me estaba acelerando hasta límites insospechados, no aguante ni tres minutos taladrando el culo de la puerca.

Me corrí como una bestia parda y me desplomé sobre su espalda con la polla aún dura incrustada en su culo, vaciando, espasmódicamente, la leche que todavía le mandaban mis huevos.

Ella apretaba el culo ronroneando mientras yo mordisqueaba su cuello. Aproveché para hacerle un buen chupón que la dejase bien marcada. Se dejó hacer complaciente mientras con su manita se acariciaba el húmedo coño.

Tras unos minutillos recuperando el aliento, cuando mi polla, algo más blandita se escurrió de su culo, me fui incorporando y le di un par de sonoras palmadas en las nalgas. No pude resistirme a piropearla, si se quiere entender así.

-¡Joder, tía, eres una de las mejores putas que me he follado! ¡Menuda fiera!

Ella, que ya se estaba girando, me miró con indisimulado orgullo y, con una sonrisa resplandeciente, me respondió:

-¡Gracias, cariño! Ahora siéntate, que te voy a dejar la polla reluciente. Te voy a hacer una lavada de bajos tan buena que te vas a ahorrar la ducha.

Yo, flipaba, pero obedecí… No, si al final la que iba a mandar en la casa iba a ser ella…

Aún jadeante me coloqué en el sillón con las piernas bien abiertas y la polla pringosa y húmeda, recién salida del culo de la puerca. Un penetrante olor a puta inundaba la habitación.

Ramona, ni corta ni perezosa, se aculilló y empezó una lamida de polla, que, por cierto, tampoco dejó de lado mis huevos y mi ojete. Me dejó el rabo reluciente y casi preparado para un segundo asalto. Mientras me hacía el trabajito se pajeó con furia, hasta correrse en un par de minutos escasos.

El caso es que la muy cabrona consiguió entonarme de nuevo, cosa que no quería, porque, como dije, se me estaba haciendo tarde. Tenía otros planes y prefería dosificar a mi tía. A fin de cuentas, iba a tenerla en casa unos cuantos días más. Así que me levanté y contemplé desde arriba la jeta sonriente y orgullosa de la putilla, que se ganó un cachete cariñoso como el que se les da a las mascotas cuando se portan bien. Eso sí, no me privé de acompañar la caricia con un denso escupitajo que se esparció por su mejilla, resbalando lentamente hacia la boca.

La muy zorra, impertérrita, mantuvo la sonrisa alzando la cabeza con orgullo y sacando su lengua de lagarta para rebañar mi saliva.

¡Cómo me ponía la muy puta! Visto lo visto, al salir de la habitación hice una llamada para anular mi cita. Después fui a echar una meada, empujando la polla casi erecta para, como suele decirse, no mear fuera de tiesto.

Volví al salón con unas cervezas. Quería hacer una pausa hasta el segundo asalto. Pero, visto el cuadro que me encontré, dejé, ipso facto, las latas en la mesa y enarbolé mi gruesa polla para reventar a la zorra, que estaba pidiendo tranca a gritos.

No es para menos, si se piensa en ello. La encontré arrodillada a cuatro patas, recogiendo con la lengua el cóctel de leche y fluidos que había resbalado de su culo cuando me estaba limpiando la polla. ¡Menuda imagen! ¡Culo en pompa, tetazas aplastadas contra el suelo y el estimulante sonido de la lengua y sus labios de chupapollas sorbiendo los restos de fluidos que se esparcían por el parquet! (Por cierto, menos mal que es sintético, no sé yo si la madera hubiese resistido un cóctel semejante sin dañarse…)

Soy más bien frío y distante pero, en esta ocasión, no estaba preparado para resistirme a un estímulo semejante.

Ramona, la puta guarra, como la llamaba su hijo, giró la cabeza al oírme entrar y, todavía con la lengua fuera de lamer el suelo, me miró a los ojos y se limitó a preguntar:

-¿Qué, sobrino, seguimos...? ¡Tú puta quiere caña...!

¡Cómo negarse! Es lo que tiene ser un buen anfitrión.

8

Hace un par de semanas que ocurrieron los acontecimientos que os he descrito. Mis padres ya terminaron la obra en casa, pero nadie parece interesado en que la tía Ramona vuelva allí. Mis padres no están por la labor de acogerla, ella parece que está la mar de contenta en mi casa y a mí, ¿qué queréis que os diga…? Tener una puta full time, a plena disposición y a la que le encanta hacer de todo (…y gratis), pues no tiene precio, como el anuncio ese de la Visa Mastercard…

Ahora mis planes son seguir disfrutando de mi entrañable tía y, con el tiempo, ir ampliando horizontes… Me apetece bastante hacer un trío con alguna otra jamona, compartir mi zorra con algún colega (hasta he pensado en el bueno de mi primo, pero no sé yo si se escandalizará o algo así) y proponerle retos cuanto más cerdos mejor. Ella parece bastante dispuesta y receptiva, así que el futuro se presenta la mar de halagüeño.

En fin... En esas estamos.

FIN