El peregrino y la fiesta del pueblo de Ordasiego
EL peregrino negro llega a Gallaecia y reparte sus favores por entre las maduras parroquianas.
El peregrino y la fiesta del pueblo de Ordasiego
Seguía con mi peregrinación perdido por aquellos profundos parajes de la llamada Gallaecia , dejando atrás avatares de todo tipo y naturaleza, llegué al pie de una vieja torre circular de vetusta construcción donde recliné mis cansados huesos y trepidantes tripas que pedían algo de comida y con esas maquinaciones y el rugir de tripas me quedé dormido.
A la mañana siguiente subía a lahora prima, desde la pequeña meseta hasta mi atalaya sones musicales que me recordaron mi paupérrima situación de peregrino de los caminos de la Gallaecia , y dado que la gazuza ya era una realidad más que imperante encaminé mis pasos hacia el poblamiento de donde provenía la jerinzonga musical.
Llegado a tales predios me encontré ante una parroquia disminuida pero no por ella menos festiva, esta se quedó por unos momentos muda al ver aparecer ante ellos mi asotanada figura de peregrino, si el menoscabo de la extrañeza de verse ante un peregrino de color negro como el tizón, repuestos del sorpresón todo siguió su ritmo, ante lo cual me fui a sentar al un pequeño prado ante la iglesia a la sombra de un negrillo, oyendo la zumbante musiquilla de ambiente festivo mientras contemplaba el barullo musical y no le quitaba ojo a una maciza aldeana de generosas formas que cuidaba de su musical arlequín que jugaba al pie de unas latas en las cuales ensayaba el primogénito sus cualidades musicales de tamborilero.
Pronto un parroquiano me acercaba un buen zumo de cebada y algunas viandas y me preguntaba acerca de dónde venía y a donde encaminaba mis pasos, de ese modo nos fuimos enzarzando en la conversa, comentándole por mi parte mi vieja condición de monje en peregrinaje, ante lo cual me confesó que algo había llegado a sus oídos acerca de un monje negro de grandes cualidades , y por tanto se ponía a mi servicio, puesto que era el sacristán de la vieja iglesia parroquial que en esta festividad no podía ser atendida por el viejo párroco que se había caído esa misma mañana, y no habían encontrado sustituto para la misa, para lo cual ya era tarde para celebrarla, aunque no tanto para el rezo de final de la jornada.
O sea que me vi comprometido para llevar adelante dicho rezo patronal a eso de completas, y por tal servicio me pagarían unas perras ala vez que el buen sacristán me invitaba a disfrutar de la casa del buen cura que era atendida por él mismo y su señora, y ante cuya mesa se me convidaba para la hora de nona.
Como no queriendo la cosa no le quitaba ojo a la aldeana madre que pronto notó, para su sonrojo, como la mano ruda del progenitor del vástago en medio de la una tufarada de alcohol se perdía por entre sus ropas a la vez que la mordía en el cuello, acción por la cual la jovena aldeana no parecía llevar las bragas puesto ante lo cual el aldeano quiso seguir con el juego , lo cual no pareció gustarle a la esposa tal vez las tufaradas de alcohol del marido. Se separaron de mala manera y creo que dejó en cierto estado de ansiedad a la campesina.
Yo no le perdía ojo a la buena aldeana, y cuando la tuve a buen tino le dejé ver la herramienta que me gastaba y crucé con ella algunas palabras acerca de buen tamborilero que tenía en casa, lo cierto es que no sabía muy bien cómo llevármela al huerto y en esas cavilaciones estaba cuando apareció el buen sacristán para indicarme que me dejaba la llave de la iglesia para que allí dejara mis cosas por el momento y me ofrecí como solitas en tránsito si quería oír a alguien confesión.
Por allí aparecieron prestas un par de viejas aldeanas más interesadas en verme de cerca que en confesar los pecados de su alma, tras ellas vi acercarse tímidamente a la generosa parroquiana con su vástago de la mano, a este pronto le puse a jugar en la zona del órgano, mientras me llevaba a su buena progenitora hacia un lugar más escondido de posibles miradas torvas.
Tras entrar en la sacristía, y hacer arrodillar a la parroquiana en un reclinatorio, me senté a escuchar sus palabras de confesión la cual pronto me puso en órbita al oir que se acusaba de pensamientos y actos impíos sobre el sexto mandamiento, y de no atender a su marido como debiera a lo que ella se prestaba de buena razón, pero la presencia del alcohol lo repudiaba, por lo cual no pude por menos que susurrarle una penitencia, unos rezos y que cerrara los ojos, y que rezara muy fuerte para poder ayudarla a echar fuera tales pensamientos, y que sintiera lo que sintiera, no dejara de rezar con las manos bien unidas por el rosario que le regalé.
Me coloqué detrás de su trasero y cuando piadosamente estaba rezando le abrí un poco las piernas, cuya tarea dejo hacer, por cuyo motivo seguí avanzando metiéndole un par de dedos en su mojado chumino que pronto se abrió para solazarme en aquellas bajuras que empezaban a rezumar olorosos caldos de los que sorbí a lengüetazos, lo cual hizo que la aldeana se abriera aún más, y sobre todo cuando mi pulgar se puso ensalivado sobre su ojete.
Echaba ésta el culo atrás buscando un mayor contacto, ante lo cual me remangué el hábito y le fui acercando a mi querido Armagedón que convenientemente ensalivado y lleno de sus lefas le encañoné sin más miramientos. Fue sentir el pollonazo en toda su cona , y abrírsele la boca buscando aire, tras esto se echó atrás buscando más polla lo que obtuvo al instante con un intenso mete y saca en el cual nos caímos del reclinatorio uno dentro del otro corriendo las lefas por entre nuestras piernas, aunque yo agarrado a sus buenas tetas que pedían más guerra.
Estaba a punto de trajinarme su suculento ojete, mojado como estaba, de hecho estaba rebozando la cebolleta sobré él, cuando el vástago con una voz y lloro infernal reclamaba a su madre, que se levantó rauda y veloz en pos de su retoño, dejándome con la polla en la mano, y toda su lefa rodando por mis carnes.
Volví al prado de la fiesta donde los parroquianos estaban solazándose con buenos tragos, me acerqué al sacristán para recordarle que la manduca nos esperaba, este no parecía muy inclinado a dejar tales actividades, pero me lo llevé un poco arrastro porque las tripas ya me pedían pitanza, y tal y como me había prometido el buen sacristán no era cosa de despreciar el estar sentado ante una mesa llena de condumios. Al llegar a casa me encontré con el ama de la casa y señora del sacristán totalmente enfurruñada por la tardanza de su señor y también por el estado de este.
La calmé como pude, dejando al buen sacristán en la mesa, y ayudando a la buena mujer en las tareas de dar de comer a su buen sacristán y la prole de hijos que por allí pululaban, aunque para mi que allí había hijos de muy distinto padre.
La buena señora no dejó de tratarme con deferencia que debía a los clérigos, pero me examinaba como los tratantes ven a sus animales, al menos así me sentí yo, en el trasiego de la cocina ya tuvimos cierto encontronazos físicos entre tanta prisas e idas y venidas, la tensión subió cuando nos sentamos a comer aquellas abundantes viandas patronales regadas de buen vino que tanto Pedro como su señora trasegaban a buen ritmo, tras ello vinieron los dulces y los licores a cargo del buen párroco recluido en su cama ubicada en el piso del sótano donde la sacristana le bajó las viandas y las medicinas recetadas y yo fui a visitarlo unos minutos ayudándole a llegar al cagadero.
Cuando regresamos, Pedro ya estaba roncando sobre la mesa, por lo cual ayudé a la buena señora a recoger todo aquel maremágnum de platos y cacerolas en donde se situó la buena sacristana en cuclillas ante el barreño de fregado, dejando ver unos perlados muslos llenos de rizosos pelos negros y su abundante tetamen. Estas estampas me pusieron en tensión algo que la buena sacristana no perdió de vista.
No queriendo zaherir la hospitalidad brindada le pedí a la buena señora que me indicara donde estaba mi camastro, pues me gustaría echar una cabezada antes de los oficios de vísperas .
Me indicó que en el primer piso estaban mis aposentos y me pidió secando sus manos sobre su bata que le ayudara a llevar al sacristán a su cama, ubicada también el sótano de la casa, allí dejamos al aldeano que se agarraba a las pezoneras de su esposa intentando en su borrachera meterle mano al chocho, rauda ante el panorama pronto dejó en cueros al buen sacristán aunque este no soltaba en su borrachera la mata de pelos de su paisana, su buena polla no obedecía a ordenes pues el vino ya había dado cuenta de sus cavales.
Me fui a la habitación indicada que en medio de aquella calorina y en la corría el fresco, no tardando mucho en llegar las ensoñaciones dado el alcohol trasegado y los meneos de la aldeana y lo visto sobre sus carnes prietas, me puse en pelotas a gozar del aire fresco en medio de un profundo sueño lleno de pollas y chuminos abiertos.
En eso estaba cuando sentí que mi polla era succionada por la buena sacristana, que abriéndose la bata se echaba sobre mi después de mamarme el floripondio y ponerlo fino, trepó como digo sobre mi causando un intenso sube y baja sobre mi polla por la raja de su chumino, lo cual hizo que se Armagedón pusiese en .
La buena señora metió su mano derecha bajo se pernil para buscar mi vástago y encalmárselo ella misma en el chocho el cal se tragó a Armagedón en un santiamén, estaba claro que estaba acostumbrada a las buenas pollas, tanto de su marido como del anciano cura párroco, por otra parte pude ver que estaba bastante bien armado y con los cuales mantenía en lo que podía desde hace años un menage a trois con ambos sacristán y cura, el cual los unió bajo su casa para poder fornicar más y cortar habladurías d paternidades.
Lo cierto es que una vez que las ropas de la señora Casilda se fueron por un lateral de la cama, he de decir que pese al intenso olor de humo que despedía la buena señora, esta estaba jamona pero muy apetecible, eso sí recubierta de pelos hasta las orejas.
La puse tras el buen trasiego que me endiñó al modo de los perros, y como tal la monté con Armagedón como bate, lo cual le gustó pues no parece que dicha postura la hubiera usado mucho, le cogió gusto y pedía que la focicara más y más fuerte hasta que me corrí como un burro en su interior, hasta el mismo útero; en esa posición y tras salirme de ella me entretuve en regarle el ojete perlado de pelos, con la lechada que aún andaba rodando por mi bálano.
Eso pareció no disgustarla y pronto echó mano atrás para abrirse los cachetes de las nalgas, presentando un admirable canal por el cual hacer correr a Armagedón , que resbalaba cual jabón entre las manos mojadas, se reía la Casilda al sentir como el pollón se deslizaba y más cuando unos dedos gordos y largos se deslizaron por su chumino para ponerlos en su boca para el chupeteo, cosa que la satisfizo hasta al punto que ella misma colocó a Armagedón en su regaña para que también probara esos caldos.
Ante tal oferta, no descuidé la tarea de abrirme paso por entre su dilatado ojete la cual pronto franqueó la entrada, y de una estocada le metí la cabezota de Armagedón, y de otro pollonazo un pollonazo le entró todo el eje hasta inundar culo de Casilda a la cual lleve quinto cielo con el traqueteo del meter y sacar todo el mástil, nos dimos un respiro cuando por la puerta asomó la parroquiana de la confesión del mediodía, la cual venía a traer a su vástago para que jugara con los de Casilda.
Tan pronto ésta volvió de la encomienda, se unió al grupo tirando las ropas a un lado quedando en bragas, las cuales su amiga y amante Casilda se entretuvo en ir bajándoselas a la vez que le metía sus dedazos en el culo y en el coño, pues la aldeana ya venía bien sufaltada, pues no en vano su marido le había echado un polvo aunque en malas condiciones y los restos de sus lefas se podían encontrar entre su amplia pelambrera.
Tener aquellas dos jamonas refocilando por la cama, pendientes de mi potente rabo era algo así como un regalo de dios, lo que no desaproveché, pues las dos hambrientas aldeanas pronto se encargaron del menú, pues cuando una se metía todo el salchichón en el chumino bien a palo seco o con ayuda de la manteca de cerdo, la otra refocilaba por entre ambos en busca de chupar bien el culete de su amiga, o mis henchidos huevos. Ambas eran unas adiestrada folladoras, como pude comprobar pues no solo se lo hacían entre ellas, sino que al pobre cura párroco lo tenían más que seco de tanto ir a la noria de su polla, sin olvidar sus respectivos y cornudos maridos
Lo cierto es que sus abultados chochos perlados de buena pelambrera eran toda una golosina, e la cual yo ahora estaba dado cuenta de ella, y puedo decir que les iba que las enrabara por el chumino, como el culo, ambos se abrían como jazmines en primavera y cuyos agujeros fui regando a base de buenas corridas a base de riegos de semen negro que ellas se encargaron de ordeñar a base de bien.
Acabada la fiesta del folleteo, me fui a Vísperas , con los dos cornudos presentes, y para sonrisa de alguna que otra beata a las cuales ya debía de haberles llegado la noticia de que en la parroquia ya había un gran nabo para sus cazuelas.
Gervasio de Silos