El peregrino y la aldeana
Un peregrino se tropieza con una malvada aldeana a la que le da su merecido
Llevaba vagando por los montes de la Gallaecia, ni se sabe el tiempo que de ello hacía, aunque ni a la perra perdiguera que me acompañaba parecía importarnos mucho, íbamos buscado cobijos aquí y allá para de este modo ir pasando el invierno, para en la primavera echarnos de nuevo a los caminos.
Cuando ya las negras nubes y los fríos se fueron montaña arriba, tanto Penca como yo nos pusimos en camino, pues necesitábamos sentir el calor primaveral que embargaba nuestros cuerpos, y ya nuestras intimidades pedían cuartelillo, Penca se rebozaba entre mis piernas y buscaba mi morcillona polla para sus matinales mamadas tras una buena paja.
Me contenía de clavársela a la perrita, pues aún era medio cachorra y no creo que le cupiera tanta polla, aunque ella insistía en sus revolcones tras chupar la lefa que desde mis enormes cojones subía cañoto arriba hasta crear el amplio manantial espermático que tanto le hacia gozar a Penca, que además era parte de su diaria ración de comida.
Al final , tras unos días andando fuimos ganando el valle hasta llegar a la Casa de Casimira, una inmensa aldeana, grande como un armario y con un culo como una mesa, al llegar a sus predios un perro al sentir nuestro olor y presencia, salió como una fiera hasta enseñarnos sus fauces, aunque mi querida Penca , pronto desbibujó su fiero semblante, sino llega a salir la Casimira que apareció en la puerta arreglandose los refajos y con azada en mano reclamando la presencia de su fiel guardián Nerón, este hubiera terminado siendo pasto de los zalameos amorosos de Penca.
Nos miró y nos examinó la Casimira de arriba abajo y adelante atrás, pues si mi color y olor a su Nerón, enardecieron su mala fechenda, a la campesina le dejaron un tanto descompuesta vernos allí a su puerta, una figura como la mía, grande y frondosa y negra como el carbón acompañado de aquella cadela perdiguera, menuda y blanca .
Tras la sorpresa y con la azada en guardia preguntó:
-. Quien anda por tierras y que quiere?
-. Soy un peregrino camino de Compostela, y quisiera si usted tiene a bien me diera un poco de comida y alojamiento, cualquier rincón me vale, pues hemos pasado el invierno en los montes, y a ha sido muy duro, y solo será una noche.
Se rascó la Casimira todo, la cabeza, el sobaco, y tras oler la grasilla, bajó la guardia un poco y comentó.
_. Esta bien en el galpón a vuestra espalda podeis quedaros tu y tu perra.
-. Gracias buena mujer.
En la destartalada cuadra nos fuimos acomodando entre la vieja paja invernal, y no tardó en aparecer la Casimira con unas frazadas y un tazón humeante de leche y un plato con unas sopas, y un calderillo de restos para Penca.
Mientras dábamos cuenta de ello, tanto Nerón como Casimira se sentaron enfrente observando como deglutíamos ambos nuestras viandas, a la vez que me pidió le contara mi aventurada vida de peregrino negro, de lo cual ya le habían llegado noticias.
La patrona dejaba ver, mientras comíamos parte de su muslamen blanco en la singular sentada, unas piernas rollizas y un muslamen perlado de pelos de extraña longitud, a lo cual debía ser aficionado el Nerón, que se relamía doblemente cuan do le llegaban los efluvios de Penca y a buen seguro que los de su ama.
Debía ser irresistible, pues cuando en un par de veces intentó meterse bajo las faldas de la buena aldeana, esta le soltó un par de buenos guantazos.
La aldeana era fea como picio, e inmensa como la mar occéana, y tampoco es que su cuerpo hubiera disfrutado en mucho tiempo del agua, viendo la roña en sus piernas y manos, y los aún marcados churretones de sudor de su cuerpo.
Hasta nuestra posición llegaba el olor mugriento de la aldeana, que tras recoger los bártulos se fue por la puerta de la cuadra mientras se rascaba sin pudor el nalgamen habiendo subido los refajos hasta dejar entrever aquel más que rollizo cuerpo.
La verdad es que dormimos como benditos y cuando nos despertamos nos encontramos a la Casimira con un distintas viandas para nuestro desayuno, leche caliente, pan , mil y manzanas, a cambio seguir en esas condiciones durante algunos días , con alojamiento y comida, si la ayudaba con el tejado de la casa y algunas otras trapacerías. Y así fue como me quedé con la Casimira casi que diez malditos días.
Allí me vi trabajando frente a la mujerona, que sudaba como la madre que la parió, terminamos el arreglo del tejado, durante cuyos trajines fui viendo y hasta palpando como sin querer sus magras carnes, y como la primavera y el deseo apretaba no mue importaba echarle un buen polvo para ir desentumeciendo a mi buen Bartolo, pero la señora nos trataba a todos a golpes y malos modos, no le importaba mi tamaño ni los dientes de Nerón, que recibía más coces que caricias
Observaba que el buen Nerón en cuanto la señora se iba a trabajar a la huerta y esta se doblaba sobre sus frutos, para lo cual se remangaba algo el faldón, el buen Nerón intentaba meterse debajo del faldamento lo cual le costó algún que otro azadazo, aunque alguna vez lo logró lo que la buena aldeana necesitada, o sea que le chupasen sus intimidades, pensando que nadie la observaba, y así pude presenciar a Nerón metido todo su hocico en las oscura gruta de Casimira, a la vez que iba dejando ver el trabuco que el can se gastaba.
La cosa no fue más allá y tras una buena lamida, el premio fue una patada por todos sus esmeros, viendo aquello me dediqué a espiar a la buena mujer, y observé que de vez en cuando llamaba a Nerón , se metía con él en casa con todo cerrado y allí pasaba un rato, hasta que salía el perro con todo el mondongo fuera y morado, y llorando lastimosamente.
Así fue como llegada la noche, una de ellas se acercó Nerón hasta nuestro cobijo donde Penca le ayudó con sus lamidas a que aquello tuviera mejor cariz, tras la paliza que le había dado la Casimira.
Me temía que la buena señora se servía de Nerón para apaciguar sus ardores y una vez logrado echaba al can fuera tuviera o no la polla recogida, la mala leche de la aldeana era de órdago.
A la tarde siguiente al suceso, nos fuimos al huerto con una solana de mucho cuidado, y en los trabajos me rocé con Casimira, dejándole notar que bajo mis ropas había otro buen mondongo, se revolvió de mala ostia y me cogió el badajo con las ropas y me amenazó con la hoz segar mis partes.
Me separé de ella a la velocidad del rayo y allí la deje en medio de la calorina externa fuerte de madre, al igual que la interna, pues la señora echaba espumarajos por aquella boca de mala ostia que estaba. Tomé pues la decisión de que aquella misma tarde me iría de la casa de la Casimira
Andaba esta con un cesto un buen montón de verduras camino de casa y debió trastabillar, pues cuando estaba preparando las cosas para irme, sentir un grito y lamentos, corrí hasta la casa y vi que la aldeana ante la puerta dio un resbalón saliendo disparada escaleras abajo, la socorrí, pero la malvada señora estaba más ida que otra cosa, y daba ayes a cada segundo y manotazos para que nadie la tocara.
Cargué con ella como pude, y no pudiendo llevarla a su cama situada en el primer piso, la dejé acostada de medio cuerpo encima de la mesa con las piernas colgando, para que no se me cayera le ate las manos a las otras dos patas, mientras rebuscaba por aquella pordiosera casa con que curarla de sus heridas.
Encontré un frasco de mercurio cromo y unas vendas y trapos, y cuando llegué a la vera de la mesa, ya estaba Nerón bajos sus faldamentos chupando a más no poder, y al cabo de un segundo este estaba intentando montarla con el trabuco armado.
Le quedaba la garrula muy alta para tal faena, y encima estaban todos aquellos faldamentos, por lo cual aparté a Nerón, para que este gozara de su ama, a modo de venganza, pues debía medio catarla solamente.
Levanté las faldas a la malvada aldeana, vaya tufareda despedía el horno de la señora, a la cual no le hizo ascos el buen Nerón empeñado en encalomarse a su dueña, aunque de un principio le valió correrse sobre una de las patorras de la buena señora. Dejé hacer al perro para que este se satisficiera a su capricho.
Nerón, erre que erre, en querer hacer suya a la hembra humana, la escena era deliciosa, la Casimira con todo su faldamento por encima, el perro intentando que su buen vástago y de buena entalladura entrara por donde pudiera, pena de trabajos, me dio lástima el perro, por lo cual empujé un sillón orejero hasta detrás de la buena señora, para que de este modo el perro subirse y pudiera hacer suya a la Casimira .
Viéndose Nerón más alto, y pudiendo amarrar a la madura con sus patas delanteras, se la insertó hasta la bola, pues pronto se oyeron renovados ayes pero de dolor y placer, pues el buen Nerón le alcanzó en todo su esplendor la diana vaginal en la cual se fue adentro hasta que creyó necesario. La bola debió sentirla la buena señora en toda su potencia, pues la condenada se retorcía de cojones, aunque quise ignorar el sentido.
Pronto Nerón se bajó de trabucarse a Casimira y buscó a Penca para la limpieza de su príapo.
Curé a la aldeana, todavía medio desmayada, y le envolví su magra cabezona con los faldamentos, que ella pensaba que eran su mortaja dadas las desdichadas lamentaciones que soltaba.
Pronto volvió limpio uy lustroso Nerón y con renovados ímpetus a querer trasegarse a la aldeana, en esta ocasión para completar la faena, le ayudé un poco más para que la venganza fuese completa, le saque el inmenso tetamen sobre la mesa, que salía por los lados de la aldeana, mostrando unos bueno pezones, luego me fui a su trasera y abriendo sus nalgamen dejé que Nerón se refocilara con aquellas menestrales carnes a las que regué con una buena meada, se subió el perro a sillón y le ayude a encañonar su buen instrumento en el oscuro ojete de la señora, merecedor como no podía ser menos de tan buena culeada con bola incluida
Allí se cebó el buen Nerón , cuando sintió el buen agujero caliente y estrecho en la cual se vació a su entero capricho, cuando estaba en ese impase de estar cogido con la bola, me puse un poco de mantequilla en la punta de Bartolo , y con perro en mi hocicos se la ensarté en pleno choco a la Casimira, que bramaba no sé sí de placer o de dolor, dos poyazos en sus estrechos canales, pues si que pese a ser un armario de señora, su orifico era estrecho y suave, por mi santa madre que le dí zurriagazos hasta más no poder.
La aldeana en su santa oscuridad pedía al diablo la dejase en paz, me corrí como un desesperado en aquel buen chochazo que la en su bondad divina me había ofrecido la providencia.
Tras salirme, deje que Penca y Nerón se diesen un festín con las lefas y las cagarrutas que la señora iba soltando.
Preparé mis pertenencias para irme, pero antes , y ya que Nerón le había limpiado la cañería trasera, de nuevo embadurné a Bartolo con la rancia mantequilla de la casa, y le puse a tono dejando que los perros con sus lamidas dejasen el príapo en condiciones, y así fue, me subí al sillón y sin contemplaciones metí la polla hasta los mismos huevos en su culito estrecho, me acoplé a su culo de armario cogiéndole las tetas por los pezones y me vine en ella tras unos buenos meneos de los cuales la señora volvía a bramar como una loca, no sabía si llorando pro tanta violación, o porque quería más polla, me importó un bledo. Esa era la venganza.
Como Nerón no quería dejar a su ama, embadurné a esta con el resto de la mantequilla, aflojé un poco las cuerdas, lo justo `para que Nerón se le subiese a la grupa unas cuantas veces, al menos hasta que Casimira se diese cuenta de que n o estaba en el limbo de los muertos sino ensartada por su propio perro.
Y de allí nos fuimos cagando leches y con algunos ahorrillos de la señora.
Gervasio de Silos