El Peregrino Negro y Doña Virginia.
Un peregrino negro que vagabundea por la Galicia Profunda remediando variados males y ansiedades.
El Peregrino Negro y Doña Virginia.
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No sé si lo dije, creo que no, en mi encuentro con la señora María, debió impresionarla mucho el que un negro anduviera por aquellos andurriales y encima con concha en ristre, y lo mismo debió pensar Doña Virginia al escrutarme desde los visillos de su ventana cuando paré a descansar bajo sus ventanas.
Pero no adelantemos acontecimientos.
Volví, tras él toma y daca con la señora María, a ponerme en movimiento y con unas buenas etapas en soledad y pocas ganas ya de caminar, pues ya faltaban las fuerzas y las viandas, y por tanto, al llegar a la pequeña villa gallega de Dedocamera a eso del medio día y sin poder mendigar ni un mendrugo de pan, me fui al final del pueblo y me senté ante el cruceiro de Doña Virginia, de la cual ya me habían hablado en cuanto a sus labores caritativas y dedicaciones a la iglesia y a los peregrinos.
Sentado debajo del cruceiro, saqué el pequeño saco de las viandas con un trozo de pan y otro de queso, ero todo lo que me quedaba, y lo dispuse sobre su envoltorio junto a mi mochila adornada con la vieira peregrina, con la intención de que mi color no fue un obstáculo para nadie, de ahí que llevase otra concha peregrina sobre el sayón que utilizaba como tal a la forma clásica de los viajeros, lo cual siempre despertaba alguna que otra compasión más.
No tardó mucho en verse un remolineo de visillos en las altas ventanas de la casona de Doña Virginia, la cual salió a los pocos minutos, presentándose como tal señora y dama de alcurnia de la villa, a la vez que me preguntaba por mi condición y color, y como no, el objeto de mi peregrinación, a la cual le referí lo que pude, acomodando el sayón para sugerirle a la señora lo que debajo podía haber debajo, dado que pronto olfateé que su chumino hacía tiempo que no probaba cacho, pues según me contaron hacia cinco años que había muerto su rico marido.
La señora en cuestión, ya metida en años y en carnes, blancas como el mármol, de formas delicadas y boca carnosa y de rubios pelajes, me indicó que me bajaría un plato de caldo gallego y algunas viandas, incluso antes, me invitó a pasar unos momentos a su huerto para que en la fontana que adornaba el jardín me pudiera asear un poco.
Y así fue, como me lavé cara y manos, y levanté el sayón para lavarme los pies y piernas, enseñando más de lo preciso, pues adivinaba que la Señora Virginia me estaría vigilando, por lo cual dejé el pecho al descubierto para lavarme y que me diera el sol en el cuerpo en aquella aparente soledad, realizando luego una buscada meada en un discreto rincón del huerto, pero no tan guardado como para que no se apreciara lo que tenía bajo el sayón y en las manos.
De nuevo bajo el cruceiro, no tardó la buena señora en aparecer con lo prometido, de lo cual di buena cuenta para su satisfacción, la cual me mostró dándome unos duros para el viaje, envuelto en un papelito.
Parecía quedar claro que la comedia que había montado no había hecho su efecto, y me fui camino al pueblo para comprar un poco de tabaco dados los espléndidos duros aportados por la beata Doña Virginia, y fue al desenvolver estos cuando pude leer que me invitaba a dormir en su casa, eso sí, me daba claras instrucciones para que lo hiciera de forma discreta ya que estaba sola y carecía se servicio, ya que les había dado vacaciones ya que se iba a su casa de la capital, y dada la situación me indicaba que debía entrar por la parte de atrás de la casa, por los huertos y jardines y buscar un cirio rojo encendido que me vería en la ventana debajo de la puerta trasera de la casa.
Así fue, esperé el anochecer y me fui a los huertos para buscar las señales indicadas, tras lo cual llegado a la puerta no me hizo falta picar pues me fue franqueada la puerta por la misma Señora Virginia la cual cerró rápidamente y me hizo pasar al primer piso de la casa y por un amplio pasillo a media luz me hizo llegar a una de las habitaciones traseras de la casa, y a salvo de miradas indiscretas.
La buena señora, enlutada y con buenas maneras me recomendó que antes de pasar a cenar le diera mis ropas pues olían “bastante fuerte”, le dije que me era imposible atender a su petición a riesgo de quedarme desnudo, pues mis calzones y demás camisas y chaquetas, podían oler peor.
Me pidió que aguardara un momento, y regresó con un viejo camisón de su marido, pues se había deshecho de todas sus ropas en favor de los pobres, y solo le quedaban un par de camisones, y por tanto me requirió me cambiase y le entregase todas mis pertenencias para proceder a su lavado.
De este modo se alejó, yo creo que poco, y dejando la puerta entreabierta, para que yo me desvistiera y pusiese aquel sayal blanco, que marcaba líneas y dejaba marcados volúmenes a poco que uno se esforzara en dejar patentes algunas cuestiones.
Me lavé en el pequeño cuarto de baño de la habitación y me puse el sayal cedido por el ama de la casa, y me fui pasillo adelante con todo el cargamento de mis ropas para el lavado, que entregué puntualmente a la señora Virginia, la cual presurosa y un tanto nerviosa creo que por mi presencia como por el acto de entrega de tales prendas, debido al por mi buscado roce de de manos y cuerpo, y así nos fuimos ante el artefacto de lavado, metiendo como pudimos tal ingente cantidad de elementos que s fue hasta difícil cerrar la puerta.
Pasamos a la cena, durante la cual me dio algunas indicaciones a cerca de mi presencia en la casa, durante la cual no podía salir de la casa, ni asomarme a las ventanas principales de esta, dada la delicada situación de estar sola y sin servicio, y me indicó a su vez que podía quedarme hasta el domingo, en ese momento era viernes, pues ella el lunes a primera hora se iba a la capital.
Por otro lado, me hizo la confidencia de su vida y estado de viudedad, y que no me asustara si durante la noche oía ruidos, pues resultaba que padecía de un fuerte sonambulismo, y que no se me ocurriera despertarla de tal estado, pues podía sufrir un grave percance al decir de su médico, y de su buen amigo el párroco de San Juan el Evangelista.
Tras la cena me obsequió con una copita de licor espirituoso, que pronto la puso pizpireta y locuaz y hasta diría yo que un tanto atrevida, lo ideal para mis propósitos de hacerme con los favores de la señora, para lo cual arremangué un poco el sayal por debajo de las rodillas de tal maneral que mi anfitriona pudiera intuir o ver lo que había bajo el sayal y entre mis piernas.
Nos entretuvimos hasta las tantas, hablando de nuestras cosas y vidas, de como un negro era peregrino, aunque le oculté algunas cuestiones delicadas, en ese tiempo fui estudiando sus cuerpo y maneras y lo que se podía esconder bajo aquellas negras vestiduras, y cuya entalladura puede admirar cuando nos llegó un raro olor procedente del cuarto de lavado, y era que el tambor de la lavadora se había atorado con tanta ropa, y no había manera de abrir la puerta ni de sacar la ropa.
Ante tal eventualidad la corriente eléctrica se fue y me tuve que coger a ella hasta la zona del piso de abajo donde estaban las velas, lo cual aproveché para algún y como yo soy negro era aún más difícil verme, por lo cual le dí algún que otro encontronazo , alumbrados ya por unas velas nos fuimos cada uno a su habitación, la primera a la suya, y al final de pasillo la mía y allí cada cual se acomodó para un reparador sueño, del cual desperté a eso de las tres de la madrugada, cuando oí la voz de Doña Virginia llamar a su marido: Don Mamerto.
Abrí la puerta de mi habitación y osculté el pasillo se podían apreciar sobras y luces moviéndose y a Doña Virginia saliendo de su habitación, por lo cual de un salto me metí en mi cama, muy expectante por lo que pudiera suceder.
Al poco rato oí a la Señora Virginia pasearse por la casa hasta dar con mi habitación, yo me hice el dormido, sintiendo que la Doña se acercaba a la cama, y palpaba esta hasta dar con mi persona, arrastró las ropas, me levantó el sayal y ya con el rabo empinado sentí como lo masajeaba y lo chupaba cual sabroso helado, a la vez que entregada a los gemidos clamaba por su añorado Mamerto, y que este la hiciera suya.
La muy ladina no sé si era sonámbula o se hacía, yo por mi parte la deje hacer sin apenas tocarla no fuera que tuviera un raro incidente.
Creí que me haría correr a base de pajeos y chupadas en las cuales la buena señora parecía no ser tan recatada como debiera ser una beata, y tenía estilo, o sea que practicaba, y tanto, pues cuando quise darme cuenta la beata se subió a la cama y se empaló hasta que no quedaba más del mástil que estaba bajo su chocho, y allí se tragó todo el príapo mientras subía y bajaba con este lubricado de una buena mamada que me había echado, no me atreví ni a moverme, ni a palparla, por temor a despertarla y a quedarme sin el polvo que me estaba arreando, pues levantaba la grupa hasta casi sacarse el vergajo y luego se dejaba caer tras otro par de buenas embestidas de menor calibre, y decía que ¡“gorda y larga la tienes hoy Mamerto¡
Y dale que te pego, hasta que no tardé en soltarle la lechada, que ya era casi merengue, pues desde lo de la señora María no había probado chumino ni ojete, ni femenino ni masculino.
Tras el trasteo y otra profunda chupada me limpió el vergón, y de esta manera la sonámbula se fue a su habitación, a la cual seguí con la pequeña velita y sin hacer ningún ruido vi que se metía en la cama y sin más empezó a roncar.
Al día siguiente por la mañana, encontré a Doña Virginia ante mi cama, para indicarme que en una hora y media vendría el técnico de la lavadora y que era prudente que no me viera danzar por la casa. Ella tenía que ir a misa por tanto el técnico estaría solo en la casa, aunque la explicación sobre aquel motón de ropa era difícil de explicar, me recomendó no dejarme ver.
Desayunamos juntos y me preguntó si había sucedido algo durante la noche , a lo cual le dije que la había sentido por el pasillo llamando al Señor Mamerto, pero nada más, yo creo que me miraba con cara picarona.
Sonó el picaporte y salió Doña Virginia a recoger al jovencito técnico al cual le explicó lo sucedido, aunque sin extensas explicaciones, y salió a su misa de 10. Quedé encerrado en mi habitación con la puerta entreabierta, y por ese motivo oí jurar en arameo al técnico por deshacer tanto entuerto y tanta ropa extraña, luego algo que me sorprendió fue oírlo suspirar de placer.
Me acerqué al cuarto del lavado y allí estaba el cabroncete con un sujetador de Doña Viginia cogido del tendal en la cara y mis calzoncillos, ambas prendas de pasan de su boca a su fina verga que asomaba por entre la bragueta.
Dejé que el chaval se medio desahogara lo cual iba camino de ello cuando se bajó los pantalones y metía su cabeza en la lavadora para empaparse de olores de la ropa a medio lavar.
La estampa era genial, ver aquel mozuelo ponerse a tono y mostrar su culete por cuya regaña pasaba su ensalivada mano mientras se refocilaba con las ropas, me puso becerro, por lo cual me ensalivé bien la morcilla y cuando más entusiasmado estaba el mozalbete me fui a su grupa y sin dejarle sacar la cabeza de la lavadora, le enculé a base de bien, el jodido estaba entrenado, pues ante el ataque por sorpresa y no dejándole sacar la cabeza de la lavadora y viendo que aquello iba en serio, se dejó hacer, señal de que ya había probado polla a base de bien, le dí de pollonazos hasta que me corrí en su culete, dejándole de rodillas con la cabeza en la lavadora y medio desmayado del susto y del polvazo que le habían arreado y la marca de mis uñas en su espalda y nalgas cuando me corrí.
Cuando el mozalbete quiso reaccionar yo estaba encerrado a cal y canto en mi habitación, y en ese mismo instante llegaba la Señora Virginia, ante la cual fue difícil explicar algunas trazas del muchacho y algunas de sus prendas por el suelo, se puso Doña Virginia como un basilisco y le dijo que ya hablaría con Don Ramiro el párroco de San Juan Evangelista, y tras pagar el arreglo de la avería echó a cajas destempladas al muchachuelo, el cual no acababa muy bien de saber que había pasado y quien le había dejado el culo como un bebedero de patos y chupado luego su verguita desde atrás… había en todo eso algo celestial de lo que tenía que dar cuenta a Don Ramiro¡
Doña Virginia tenía la mosca detrás de la oreja, y no me puso buena cara cuando salí de la habitación para ayudarla con la comida, pero la fui calmando y enardeciendo con mimos, y tocamientos como sin querer, y expresándole con besos y taimados abrazos por su gran entrega a los necesitados, se medio resistía, pero se dejaba hacer la muy taimada ..
Acabada la comida y concluida la colada cada, uno se fue a realizar su respectiva siesta, durante la cual vi como Doña Virginia me espiaba..., como hacía calor me quité el sayal y me puse en pelota picada encima la cama, dejando ver el príapo que la Doña se había encargado de probar la noche anterior, sentí los finos jadeos del pajoteo femenino y dejé correr la cosa para idear algo a la llegada la noche, pues no me entusiasmaba la idea de ser usado como un semental al que estrujar.
De nuevo se reprodujo en la cena, los mimos temas y formas que la vez anterior, eso sí con algo más de licor espirituoso de por medio, y algún que otro pequeño arrumaco sin importancia para agradecerle tanto cariño hacia mi persona.
Llegado el tiempo de dormir dejé que las cosas transcurrieran como la noche anterior, que fue un calco con las llamadas Mamerto y las licenciosas peticiones, por tanto, encendí la lamparilla de noche a la que cubrí con un pequeño velo, para que hubiera más intimidad y dejé que la sonámbula hiciera su trabajo, esperé a que la susodicha buscara mi cuerpo, se paró un poco al ver luz, pero siguió con su “simulación” , pero esta vez llegó sin camisón o sea con unas bragas de encaje negro y un bonito sujetador, se sentó en la cama y empezó a masajear el bulto de mi cuerpo buscando con ansia el trabuco, que estaba más bien quedo.
Se inclinó para una profunda mamada, pero la paré para quitarle con suavidad el sostén y las bragas dejando aquel blanco cuerpo libre de ataduras y perlado de pelillos rubios en los sobacos y en el pubis, se dejó hacer suavemente como buena sonámbula, la eché en la cama y le coloqué debajo de su barriga una de las almohadas, para poder follarla a lo perrito, como a mí me gusta, pasándole antes el rabo desde la chocha al ojete, cuando ya la tenía medio preparada me eché encima para iniciar un mete y saca, momento en que despertó de su sonambulismo, quiso revolverse pero ya era tarde mi vergón la iba taladrando, a la vez que yo le decía cochinadas al oído sobre lo bruja que era y lo buena que estaba.
Se dejó hacer, y me confesó que lo que más le gustaba en era hacerlo con la verga morcillona, y no tiesa como una estaca, por lo cual la dejé hacerme una buena mamada antes de volver meterla, la lechada como siempre cargada hasta los topes, lo cual sirvió para que le entrara de forma estupenda en su apretado pero elástico chocho de baronesa gallega, me confesó que le gustaba la idea de estar haciéndolo con Mamerto, a pesar de mi color, y que la polla de su marido la tenía reproducida en un molde para su uso personal y también era de buen tamaño, y que siempre había soñado con tener sus dos agujeros llenos, por lo cual si esperaba un poco se iba por la polla de Mamerto para su culito o chocho, mientras yo me ocupaba del otro agujero.
Tras la leve ausencia llegó vestida como de criada con delantalito y cofia, dejando sus buenas tetas al aire y dejando que su culito fuera venerado por mi traviesa y larga lengua que le fue taladrando su esfínter sin mucho problema, estaba claro que la señora sabía satisfacerse a capricho, como así sucedió, bien ocupando yo un agujero y la reproducción de Mamerto el otro, se corría la condenada a raudales, mientras le daba marcha al consolador marmetiano, allí donde hubiera espacio.
Terminé corriéndome en ella, y sobre ella, y allí nos quedamos emparejados en forma de cuchara por algunas horas, cuando se despertó la tenía atada de pies y manos, se asustó un tanto, creyendo que la iba a violar y a robar, pero le dije que era un juego y que quería follarla atada, que era una imagen muy seductora y más vestida de aquella guisa, a lo cual se entregó con sumo placer.
A eso de la media tarde ya repuestos de tanto trasiego, tras una larga siesta, picaron a la puerta principal, y resultó se su amigo el párroco, un hombre mayor metido en años, y el mozalbete mecánico, que como buenos compinches venían a ver que sucedía en la casa y con la damisela en cuestión.
Estaba claro que el buen párroco Ramiro estaba mosca y aunque estaba pasado en años y en enardecimientos nos estaba dispuesto a tragarse cuestos celestiales del mozalbete, por lo cual a él que le gustaba que le mamaran la polla, y degustar la de otros, como lo hacía con regularidad con la del mozalbete, además de ser enculado, aunque no estaba para muchos trotes, aunque Doña Virginia era capaz de ponerlo en órbita.
Tras pedirle que diera explicaciones, Doña Virginia fue a buscarme a la habitación para ser presentado, eso aún sin mis ropas y con el maldito sayal que ahora denotaba mi herramienta al recordar el tremendo enculamiento que le hice sufrir al mozalbete, el cual ponto metió su mano al bolsillo para empezar a tocarse la poronga.
El señor cura me saludó afectuosamente también tomando medidas a la herramienta, Doña Virginia me levantó el sayal, y el buen cura se puso de rodillas extasiado ante tamaña naturaleza de la Providencia, la cual pasó degustar escondido bajo el sayal, mientras por mi parte morreaba a Doña Virginia, y le metía por entre sus ropas la mano buscando su pringosa chocha, ofreciendo esta sus ya liberadas tetas al mozalbete para que este se las fuese chupando a capricho.
La tarde- noche la pasamos follando entre unos y otros, con las pollitas de cura y del mozalbete poco pude hacer, más allá de las mamada y unos simulacros de folleteo anal, ya que dada mi gran nalgada era casi imposible que ellos pudieran taladrarme como me hubiera gustado, pero disfruté sintiendo aquellas pequeñas lombrices jugando en mi ojete, eso sí terminamos estableciendo una especie de récor por ver a quien se la clavaba más y mejor, aquellos bujarrones sabían hacer gozar y jugar a los complementos, pues mientras yo me trajinaba a Doña Virginia , por en medio siempre estaban sus pollitas y sus hábiles lenguas, era todo un cuadro digno de ver y sentir, estar dándole estaca a doña Virginia y sentir que tus huevos son masajeados y chupados mientras follas es algo celestial., y ya no digo cuando sacas la polla recalentada y un nuevo salibeo te la dejo en plan de volver al tajo o, te ayudan a enfilar a los agujeros con mano amiga que aprieta y masajea. Tranca para ello había.
Este fue el trio de amigos que me trajiné durante un largo fin de semana, tras el cual me fui cargado de viandas y de buenos duros, que todos ellos tuvieron a gala darme para ganar mi silencio y mi fidelidad, me ofrecieron quedarme al servicio de Doña Virginia ante la cual me presentaría en la capital y con ella regresaría al pueblo en busca de más experiencias.
Quedé en pensarlo y les enviaría una misiva cuando tuviera algo decidido, mientras tanto el lunes, recuperado de tanto trajín y también mis ropas, seguí mi peculiar peregrinaje
Gervasio de Silos