El Peregrino: Aquí te cojo aquí te follo.
Un peregrino se pierde por la Galicia profunda y encuentra como salir de ello y saciar su sed...
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Llevaba ya tiempo peregrinando por esos caminos de Dios, con el rabo bien tieso y sin poder mojarlo, más allá de alguna ocasional pajilla tras ver los delicados encajes de algunas compañeras peregrinas o algún furtivo felpudo tras la clásica meada tras la mata de turno.
Llevaba esa mañana una sed de carajo, y no acababa de encontrar un rico manantial, ni una escasa fuente en la etapa escogida, de mi particular camino Finis Terrae.
Con esos pensamientos entré en un villorrio de cuatro casas, buscando donde saciar la sed de y hete ahí que al doblar la esquina en una de aquellas misérrimas casas, vi mi salvación en la personificación de un grifo manante, al que me tiré como naufrago tras el salvavidas: estaba a punto de chupar aquel generoso tubo, cuando unas voces llamaron mi atención.
Bien creí que me iban a poner de chupa dómine por invadir los predios de aquellas gentes, pero no aquella mozarrona subida en años, gruesa y medio abandonada, haciendo juego con aquel villorrio, la cual me conminaba a acercarme hasta su puerta.
Me acerqué dudoso, aunque mi bragueta debió ser todo un revoltijo a juzgar por la mirada escrutadora de la buena señora que debió hacerme una radiografía al milímetro a lo alto y a lo ancho y en los puntos esenciales.
Me preguntó si era peregrino, a lo cual afirmé con cierto reparo por aquello de ver por donde me salía la buena señora, la cual me indicó que estaba fuera de la ruta, ya que esta iba como de unos de kilómetros más arriba, “no poco, pero tampoco mucho, pero hay un trecho”, o sea todo muy a la gallega.
Me invitó pues a tomar agua el pozo que estaba más fresca y era mejor para la salud y recobrar fuerzas.
Entró en la casa y salió con una cazuela para para poder sacar del brocal el preciado líquido y cuyo emplazamiento era un estrecho hueco que se entreabría entre el lavadero y una rustica fontana a la cual nos fuimos acercando, la aldeana delante de mí, mostrando una generosa grupa bajo una horrible falda llena de lamparones y un el jersey que dejaba adivinar unas buenas tetas de matrona de familia numerosa.
Olía la buena señora a establo, a ganado y sus vestidos indicaban eso: trabajo, sudor y mucha dejadez por sacar adelante las cuatro tierras, “que daban lo que daban” según me refería la aldeana.
Llegados al brocal quise yo tomar la delantera apara ayudarla a subir al caldero del pozo, cuando la señora rápidamente tomó la delantera, con un soberbio roce que ya me puso a cien, se inclinó la mujer sobre la boca del brocal, a la cual creyendo que se iba agujero abajo, la sujeté como bien pude, aunque mi herramienta vergona ya había encontrado el hueco donde acomodarse.
En esas estábamos cuando se desarmó la tormenta y empezó a jarrear agua como si del diluvio universal se tratara, al mismo tiempo que salía a la puerta de la casa un cachazudo paisano metido en años, para ver que sucedía llamando voz en grito a su María, la cual pronto le envió para adentro no fuera a mojarse con tanto vendaval.
Se volvió la señora, una vez comprobado que su marido se había ido al interior de la casa, y me dio de beber indicando que lo hiciera despacio, que el agua era muy fría y que no había que hacerlo con prisas.
Acabado de sorber las aguas de la cazuela, se volvió a inclinar la buena mujer sobre el brocal al igual que a la vez anterior, y ya no me resistí, que fuera lo que Dios quisiera.
Eché mano bajo aquel faldón, pillando una cacho braga de la cual tiré buscando la “cona” de la señora, que no solo de dejó hacer, sino que se abrió de piernas y haciendo que subía más agua, a la vez que dejaba que mi mano y mis dedos jugaran con aquella basta pelambrera y los canosos labios de su “cona”.
Debía llevar tiempo sin probar cacho, y debí tocar la tecla “g”, pues echó mano a mi paquete que estranguló como si en ello le fuera la vida, mientras yo le metía media mano en el chumino., Olía a lo que olía, y el lengüetazo que le dí al cuello, me supo a salobre, pero el hambre nos apretaba, tanto a mi como a ella
Me abrí la bragueta y dejé que cogiese el vergajo, ya estaba lanzado cuando de pronto se sintieron los pasos de su marido reclamando de nuevo a su María, indicando que el guiso se quemaba, motivo por el cual tuvimos que desistir de más maniobras.
Me dejó la señora María en aquellas trazas ante el brocal, y se fue a la casa a ver que sucedía, pero antes se acercó a los corrales y abrió las puertas dejando que las gallinas y las ovejas salieran de su encierro, pese al vendaval.
Y yo allí con el príapo en estado de revista, la vi irse hacia la casa arreglando bragas y falda, a la vez que le montaba la de dios es cristo a su marido al que recomendó echarse un rato dado su estado, y que además ella tenía que ir en busca de los animales que se habían escapado, indicando que tardaría un poco, ya que iba según ella, a poner al peregrino en el camino para que no se perdiera en el monte.
Salió la buena señora y viendo que me estaba metiendo el rabo en la bragueta, me hizo señas de que la siguiera hasta los establos, y si que había hambre, pues fue entrar en la cuadra con olor a heno y estiércol y ponerse de nuevo grupa en alza sobre unos fardos de paja, simulando llamar a las gallinas.
No lo pensé dos veces, tiré la mochila, solté el cinturón y me abalancé sobre la grupa, la muy cabrona ya no llevaba bragas, por lo cual le metí un zurriagazo hasta los mismos huevos: ¡“Santo Dios que pollón se gasta, ni el borrico la tiene tan buena ¡
Le dí como para el zorro, me hizo sudar la gota gorda porque no quería nada más que la machucase una y otra vez, y la corrida fue espectacular la cual exprimió la muy cabrona cogiéndome por debajo de los huevos, y tirando para meterse lo que restaba de rabo y me corriese a todo trapo.
Terminada la follada, se restregó com la mano la “cona” y me dijo que tenía buen sabor el alimento, se lo untó por las tetas que sacó por fuera del gran jersey , y me dejó darle unos buenos lametones aquellas grandes aureolas y pezonazos que se pusieron tiesos como postes.
Allí me dejó de nuevo tirado, mientras se iba a por las ovejas, mientras yo entretuve al vergón para que no perdiera mucha entereza, y en ello estaba cuando la ovejas entraron raudas y detrás de ellas la María, que ya se preparaba para otro vergonazo, pero le dije que se arrodillara y me hiciese a una buena mamada, a lo que contestó “que ella no hacía cochinadas”.
Me revolví e hice que la María se tragase la polla entera sí quería que la montase de nuevo, ante tal taxativa y viendo el percal, chupó lengüeteó cuento puedo, hasta ponerme becerro, y tras ello le di vuelta como a ella le gustaba, pues tampoco era cuestión de follarla de frente viendo su bigote.
Ya a cuatro patas, se subió la falda hasta la cintura se arremangó el jersey, para que le cogiera las dos buenas tetazas, y así iba la cosa del folleteo, pero al ver la grupa ya al descubierto, aquel canal lleno de babas y esperma rodando por la regaña, le tiré un buen escupitajo y le rebocé todo lo que pude hasta dar con el botoncito de la felicidad, metiéndole media mano hasta los higadillos.
Los bramidos era de órdago, ahora si que le iban las cochinadas, y sobre todo cuando con el pulgar apreté su ojete, entonces sí que dio un fuerte respingo, por lo cual enfilé el vergón bien ensalivado por el canalillo del ojete y la rebosante “cona”, y cuando ella creyó que me iba dentro de su chocho, y tras lengüetearle el ojete que se abría cual flor de otoño, se la encalomé en todo el culo.
Quedó estupefacta y boquiabierta, y lo siento porque no tuve compasión, pues se la metí de un golpe hasta el tope, creo que nunca le habían tocado el culete, y menos que se la metieran por ese negro agujero.
Berreaba y bufaba la muy cabrona, aunque bien se movía la buena aldeana después de un buen trozo de meter y sacas, se dejó hacer hasta que me fui dentro de ella hasta la última gota en un dueto de berridos y corridas, que culminaron en un buen apretón de los pezones que le supieron a gloria, viendo como tiraba de mi para que no me saliera, y allí quedamos tendidos tras tan intenso encuentro carnal.
A los pocos minutos, se fue la señora María a la casa y me trajo un pan y unas viandas y me indicó el camino a tomar con un “graciñas meu neno, ya sabes donde vive una servidora”.
Así fue y así lo cuento
Gervasio de Silos