El pequeño melón
Edu se bajó el bañador y el pene quedó erecto, poderoso. Me pareció que no iba a caber en la pequeña abertura del melón, pero se acercó y empezó a mover el capullo por la pulpa. Ahora empujó el pene hacia el centro del melón, haciendo que las pepitas se desparramaran sobre la mesa.
Necesitaba un rato a solas, lejos del jaleo de la casa. Con tanta gente reunida en un espacio que se había hecho pequeño, aquello era una cacofonía de voces, chillidos, vajillas chocando y muebles arrastrándose. Pero yo ya había encontrado el rincón perfecto en la finca de mis tíos: un cobertizo que hacía las veces de almacén. Así que salí de la casa con los cascos puestos y entré en la pequeña construcción. Una cortinilla hecha con tela de saco separaba la parte más iluminada, con frigoríficos y congeladores, de la zona donde se apilaban latas de conservas y algunas verduras. Entré en esta zona de penumbra. El olor a cebollas y tierra impregnaba todo, haciendo que nadie entrara hasta ahí si no era necesario, pero yo sacrificaba mi olfato a cambio de tener algo de intimidad. Cerré los ojos y el zumbido de los motores empezó a relajarme. Hasta que alguien entró. No me apetecía hablar con nadie y esperé a que esa persona se marchase en cuanto cuando cogiese lo que había ido a buscar, así que me quedé quieta, oculta en la oscuridad.
Como no se iba, miré a través de la tela y vi que era mi prima María, acompañada de su primo Edu. Mi prima era algo mayor que yo, y Edu algo mayor que ella. Ignorantes de mi presencia hablaban distraídos, mencionando que dentro estaban todos ya para la siesta, usando comentarios despectivos de nuestros padres y hermanos, burlas de las que me libré, afortunadamente. Mi prima se acercó a la cortina que nos separaba, abriendo lo justo para coger un pequeño melón que estaba apilado con otros a un par de metros de mí. Volvió a la zona luminosa. Edu se había sentado sobre un congelador y María se puso frente a él, sentada en el borde de una mesa. De esa forma fui testigo de cómo iniciaron un juego peculiar sin reglas ni objetivo.
María abrió el melón haciendo una pequeña cuña. Con la navaja fue partiendo el gajo a cuadritos, repartiéndoselo con Edu. Miró el melón abierto junto a ella.
— Parece un coño —dijo divertida.
El comentario también hizo reír a un nervioso Edu y, a salvo en mi puesto, miré si su paquete reaccionaba a esas palabras, comprobando que algo se movía en su bañador. Mi respiración se hizo muy profunda, como la de ellos. María cogió el melón y lo puso entre sus piernas, a la altura de su sexo.
— ¿Has visto un coño alguna vez?
— Sí, claro —dijo Edu, a la defensiva.
— Quiero decir uno de verdad, no en fotos.
Edu no contestó, enrojecido. María comenzó a pasar los dedos por la raja del meloncito, chupándose los dedos. Hundía las yemas en las pepitas y rozaba la pulpa lentamente.
— ¿Quieres hacerlo tú?
— Sí...
María le cogió la mano y usó los dedos de Edu en esa dulce caricia, como si le estuviese tocando la vulva realmente, como si le estuviera metiendo mano sin tocarla. María hizo que Edu lamiese sus propios dedos. Creo que Edu y yo esperábamos que mi prima los lamiese también, pero no ocurrió así. Desde mi sitio podía ver los pezones erectos de María, que atravesaban el bikini y la camiseta. Edu tenía el pene marcando completamente el bañador. Mi prima acercó aún más el melón a su cuerpo.
— ¿Crees que te cabría ahí?
— ¿Cómo?
— La polla. ¿O es muy estrecho? —Edu se recompuso, muy excitado.
— Lo puedo intentar. ¿Quieres que lo haga?
— ¡Claro!
María también estaba muy excitada y su voz sonaba entrecortada, como la de Edu. Su primo se bajó el bañador y el pene quedó erecto, poderoso. Me pareció que no iba a caber en la pequeña abertura del melón, pero se acercó y empezó a mover el capullo por la pulpa. Se apartó y se alejó unos pasos para poder echar el pestillo del cobertizo. Mi prima apoyó una pierna en el respaldo de una silla y abrió más las piernas, colocando el meloncito de forma que tenía un contacto más eficiente con su sexo. Ahora Edu empujó el pene hacia el centro del melón, haciendo que las pepitas se desparramaran sobre la mesa. María se acercó más al borde para facilitar la penetración simulada de Edu y sujetó mejor el melón para que aguantase las acometidas de su primo.
Podía ver aquella polla entrando y saliendo, recorriendo el interior de la fruta y saliendo por la parte superior. Los testículos tocaban la pieza, aplastándose en ésta cuando embestía más fuerte. Todo brillaba. Edu se sujetaba a la mesa para no arrastrarla en los empujones, y María movía el melón para que los golpes de la verga fuesen más eficientes en el contacto con ella. Edu se animó a tocarle los pechos a mi prima, pero al cabo del tiempo, ésta le retiró las manos y las llevó a la mesa.
— ¡Me estoy follando un melón! —dijo Edu, eufórico.
Rieron. María recolocó una vez más el meloncito, y al tocar la carne viscosa que había salido con las pepitas, la recogió y la metió en la rajita. Al hacerlo, tuvo que rozar el pene de Edu porque éste le cogió la mano para que no la retirase. Tras varias sacudidas, y en cuanto su mano quedó libre, mi prima volvió a sujetar el melón por los lados. Parecía claro que ella no quería tener un contacto directo. Yo, en cambio, estaba embelesada viendo la polla y los testículos brillar, deseando agarrarlos y mamarlos. Nunca había estado con un chico y jamás se me hubiese ocurrido presenciar algo así.
— Sujétalo bien ahora —anunció Edu.
Ambos asieron con fuerza la dura piel y Edu acabó corriéndose entre unos diminutos gruñidos. Sacó el rabo y se escurrió la polla, haciendo que saliesen unas últimas gotas. Las recogió con un dedo y lo acercó a mi prima.
— ¿No quieres un poco?
— ¡Más quisieras!
Un cambio de posición hizo que me crujiese una rodilla y ambos miraron hacia mi lado asustados. Los vi muy nerviosos y salí de la oscuridad, avergonzada. Edu se había puesto el bañador en un abrir y cerrar de ojos. Mi prima estaba que no sabía qué hacer, o decir.
— Vine para poder escuchar música tranquila... —no contestaron y Edu se acercó a la puerta— no diré nada, de verdad...
— ¡Podías haber dicho que estabas aquí! —dijo mi prima algo enfadada. Edu descorrió el pestillo y abrió la puerta.
— ¡Tampoco sabía lo que ibais a hacer! —me defendí. Me había acercado a ella y miré el melón, todavía entre sus piernas. La polla de Edu había hecho que el corazón de la verdura estuviese limpio de pepitas y brillante, dejándolo minuciosamente romo.
— ¿Lo has visto todo? —dijo María, más conciliadora.
— Sí, qué pasada.
— ¿Todo, todo?
— Sí —dije prestando atención al melón. Toqué entonces su superficie, el lugar donde antes había estado el pene, y donde ahora había semen diluido con el néctar de la fruta. Era suave y meloso. Me pregunté si follar sería igual, una polla dura y poderosa contra una superficie húmeda y sedosa.
Mi prima cortó entonces una rodaja y la acercó a mi boca, poniéndome a prueba. Le cogí la mano y acerqué el gajo con restos de esperma. Metí un poco entre mis labios para chupar un poco antes de darle un pequeño bocado. María y Edu se miraron. Volví a repetir bocado mirando a los ojos de Edu. Después le ofrecí a mi prima para que también saborease el gajo, pero tal y como esperaba, me rechazó y no insistí.
— ¿Nos enseñas tu melón? —mi prima seguía muy juguetona y ahora yo era su juguete.
Me quité el pantalón y me desprendí de la braguita del bikini. Sólo podía pensar en la hermosa polla de Edu. María se bajó de la mesa y me hizo subir. Mi culo se empapó con el zumo de melón que había caído gracias a las embestidas del muchacho e instintivamente miré el pantalón mojado de María, con las pepitas pegadas a su trasero. Aquella visión me excitó. Me quité la camiseta y el resto del bikini. Me sentía cohibida al estar desnuda, pues mi prima tenía un cuerpo más formado que el mío, más femenino, con más curvas. Pero mis pechos y mi vulva quedaron a la vista de Edu, algo que también incomodó y excitó a mi prima por partes iguales.
Edu encajó la puerta y volvió a asegurar el pestillo, acercándose a nosotras. Me sujeté al borde de la mesa y abrí las piernas, sintiéndome muy guarra y también muy vulnerable. Edu se acercó y se puso frente a mí, mirando mi sexo con atención. Realmente era el primer coño que el muchacho veía, y era la primera vez que yo lo enseñaba. Mi prima puso las manos en mis muslos y me abrió aún más las piernas, pero no me sentí intimidada. Ni siquiera me dio la impresión de que quería acariciarme, aún cuando abrió mis labios con mucho cuidado. Cortó otro trozo del gajo mordisqueado por mí y lo pasó por mi vulva, primero por los labios exteriores, luego en la rajita, concentrándose en el clítoris y evitando la vagina. Me lo puso en la boca. A diferencia del bocado con semen, en este sí pude reconocer mi propio sabor.
Edu se acercó más, pero María le dijo que yo no era su melón. Me preguntó si quería seguir y le dije que sí. Los siguientes trozos de melón que me acariciaron el clítoris acabaron en la boca de Edu o en la mía. Mi prima me pidió que me tocara las tetas, pero en la posición en la que estaba sólo podía tocarme una, pues tenía que sujetarme a la mesa. Empecé a gemir más seguido y mi prima volvió a preguntarme si quería seguir. ¡Claro que sí! Apreté un pecho para que el pezón quedara apuntando a Edu, así que se acercó desobedeciendo a María y me lo pellizcó suavemente, justo en el momento en que un orgasmo intenso me recorrió del coño hasta la nuca, haciendo que el trozo de melón se cayese de los dedos de María. Le apreté la mano y ella acarició mi vulva y mi entrepierna con cariño.
— ¡Vaya, a Edu le ha gustado tu numerito! —me dijo María.
Edu tenía la polla gorda otra vez. María se puso detrás de él y le bajó el bañador. Esta vez sí le tocó el pene, agarrándolo y apuntándolo hacia mi coño, trayendo con él al chico. María me preguntó si todavía era su meloncito y le dije que sí. Entonces me hizo bajar de la mesa, poniéndome el torso sobre ésta, con los pies tocando el suelo, las piernas bien abiertas. Sentí el frío plástico en los pechos, pero la parte donde antes había estado mi culo ahora calentaba mi vientre. María me abrió las nalgas con precisión. Sentí el capullo recorrer el coño y el ano. Empujó justo ahí.
— ¡Por ahí no es! —dijo mi prima.
María tuvo que bajar el pene hasta la entrada de mi vagina. Y entonces sí. Esta vez entró. Sentí un pequeño desgarro, pero reprimí el gemido de dolor. Sabía que tenía que aguantar un poco, que alguna vez tendría que pasar por ese trance. Poco a poco, Edu fue follándome más seguido. Sentía su polla abriéndome en canal, envuelta en un ligero dolor pero con un fondo de placer. Me convencí de que a partir de esa primera vez las demás vendrían sólo con placer, y tomé la determinación de no parar entonces. Las manos de mi prima dejaron de sujetar mi trasero y entonces Edu agarró mis caderas mientras me penetraba.
Cuando me di cuenta, sólo se oían mis gemidos y los de Edu. Apenas sentía ya alguna molestia. El clítoris rozaba el borde de la mesa cada vez que la polla entraba hasta el fondo y me estaba viniendo otro orgasmo, sabiendo que este iba a ser mayor que el anterior. María me preguntó si era mi primera vez, y le dije que sí. Edu aumentó el ritmo, excitado por ser mi primer hombre, por desvirgarme. Luego le preguntó a Edu, y éste reconoció que era la primera vez que follaba. María nos dijo que como era la primera vez de los dos, no había riesgo de embarazo. Sabiendo que mentía, su comentario nos enfrió al momento. Edu bajó el ritmo hasta casi parar y dejó de agarrar mis caderas con fuerza, retirando las manos lentamente. Eché las mías hacia atrás y le cogí las manos, volviéndolas a subir.
— Sigue —rogué.
La polla se mantenía dura dentro de mí. Volvió a follar con ritmo, volviéndome la molestia que había dejado atrás. Pero en cuanto las embestidas fueron firmes, me quedé a solas el placer, hasta que el roce del clítoris en la moldura de la mesa volvió a llevarme a las estrellas, arrastrando a Edu, que eyaculó justo después. Agarré sus manos muy fuerte e intenté apretar la vagina para él, mientras éste se vaciaba, manteniendo el pene todo lo más adentro que pudo, acabando en varias embestidas más. Aquello mantuvo los ecos de mi orgasmo más tiempo del que nunca he vuelto a sentir jamás.
Cuando sacó el pene, pude darme la vuelta al fin. Edu estaba exultante, feliz. Creo que yo también tenía la misma cara que él. María no sabía cuándo parar y me dijo que chupara la polla del chico, pero le dije que no sabía y que me enseñara ella. Por supuesto, aquello puso punto y final al sexo. Me limpié la entrepierna, dejando en la servilleta una mezcla de melón, semen y sangre. Al salir nos dimos un manguerazo los tres, vestidos, jugando y riendo. Así éramos entonces. No obstante, el resto de los días que estuvimos en la casa de María fueron algo tensos, pues evitábamos vernos alguno de los tres a solas y, una vez en casa, hasta que no me bajó la regla no pude dormir tranquila.