El peón, su hermano y yo I

Una noche en un lodge de la provincia de Misiones. Primera parte

El peón, su hermano y yo I

Decidimos pasar nuestras vacaciones en Misiones, estábamos cómodamente instalados en un lodge, al norte de la provincia disfrutando de los sonidos de la naturaleza: el trinar de las aves, el particular sonido que emiten las chicharras para atraer a su pareja y que inevitablemente me lleva e evocar mi infancia, en los tórridos veranos de Misiones, con siestas prolongadas y sabor a sandías.

Al segundo día de nuestra estadía, esos sonidos que tanto me gustaban comenzaron a ser tapados por otro, bastante menos agradable, producido por la moto guadaña del peón que se dedicaba a mantener el césped en los lugares más abiertos del lodge en el que estábamos alojados.

Ante la imposibilidad de evitar oír tan desagradable sonido, me senté en el deck a leer; al principio pude lograrlo, pero luego el peón fue acercándose cada vez más al lugar donde me encontraba y el ruido comenzó a hacerse más intenso, en un momento levanté la vista del libro y comencé a observarlo esperando que terminara con su labor.

El movimiento cadencioso de vaivén que hacía con su herramienta de trabajo llamó mi atención, comencé a mirarlo más detenidamente,  ya que el hombre se encontraba muy ensimismado en lo que hacía, girando alternativamente su torso a la derecha, a la izquierda, a la derecha nuevamente, yo lo miraba sin disimulo ya que él no estaba conciente de mi presencia.

Mediría un metro ochenta y cinco aproximadamente, vestía ropa de trabajo color beige y calzaba unas botas de goma que dejaban entrever unos enormes pies dentro de ellas, el calor lo hacía transpirar, tenía dos grandes aureolas oscuras en su camisa, en la zona de las axilas, producto de su transpiración que sin dudas era copiosa.

Observé sus manos, grandes, de dedos gruesos que se cerraban sobre los agarres de la moto guadaña con firmeza, las mangas largas de la camisa tapaban sus brazos, indudablemente para protegerse del intenso sol de la media mañana.

Pude observar el color de sus manos, de un tono dorado oscuro, brillante por el sudor y salpicada por las briznas del césped que cortaba y se adherían a su piel mojada y algunos vellos que asomaban por debajo de los puños de su ropa.

Cuando cambiaba sus pies de lugar, a medida que avanzaba hacia donde yo estaba, podía notar le firmeza con la que pisaba el suelo, estaba, sin dudas ante la presencia de un macho con todas las letras.

Inevitablemente la excitación comenzó a apoderarse de mi, el peón se acercaba cada vez más, en un momento levantó la mirada y nuestros ojos se encontraron, sus ojos claros de un verde intenso me sorprendieron gratamente, en ese momento pude notar que era un hombre hermoso,  de no más de 30 años.

Sus movimientos eran rítmicos, a la izquierda, a la derecha, a  la izquierda nuevamente,

realizaba su trabajo con maestría y se movía con absoluta confianza, estaba en su medio, seguro de sí, eso me excitó aún más.

Decidí cortar el hechizo que me producía y me incorporé para dirigirme al bar a pedir un aperitivo, el barman que atendía en ese momento sonrió con picardía, sin dudas se había dado cuenta que, a pesar que estaba alojado con mi mujer, yo me había extasiado mirando al peón sin darme cuenta que estaba sentado en la línea de visión del barman.

Éste tampoco estaba mal, al contrario, quizá más joven, quizá más acostumbrado a moverse en otro nivel de gente pero con algo que lo asemejaba al hermoso peón, quizá la manera de hablar, tan particular propia de la zona pensé; el martini comenzó a hacer su efecto, me  sentí muy contento y curioso.

Cuando se hizo el mediodía, me encontré con mi esposa y fuimos al restaurante a almorzar, algo liviano por el calor, luego mi mujer se dirigió a la cabaña a dormir la siesta y yo decidí dirigirme a la pileta.

El sonido de la moto guadaña volvió a acompañarme, pero ya no me resultó molesto, aproveché los anteojos oscuros para mirarlo con descaro mientras fingía dormir en la reposera, la tarde transcurrió plácida entre el agua, el sol y el inconfundible aroma del pasto recién cortado.

Serían más o menos las cuatro, cuando el peón dio por finalizado su día laboral, guardó sus herramientas y lo vi perderse en una picada, que pasaba totalmente desapercibida, solo la pude descubrir porque el peón se introdujo en ella, de lo contrario nunca la hubiera visto, imposible descubrir estos detalles con los ojos acostumbrados a las formas propias de la ciudad.

Luego de un tiempo prudencial me enfundé en unos bermudas, colocados sobre la sunga verde brillante que había tenido puesta todo el día, y con disimulado interés avisé a mi esposa que iría e explorar los alrededores y que no se preocupara si tardaba.

Caminé hacia la picada, angostísima senda, abierta en el monte, ni bien me introduje en ella el calor se hizo mucho menor, la vegetación tupida y enmarañada prácticamente no permitía la entrada del sol, el ámbito, al que no estaba acostumbrado, me produjo cierto temor, pisaba con precaución fijándome muy bien donde lo hacía.

Comenzó a invadirme el temor irracional que tengo hacia las serpientes, pensé en regresar, el monte me producía inquietud, pero el recuerdo del peón me hizo desistir rápidamente de la idea., al cabo de unos doscientos metros, la vegetación comenzó a hacerse menos espesa, podía volver a ver más claridad, eso me infundió confianza, continué.

Llegué a un claro, donde pude adivinar una vivienda de madera bastante humilde y cual no sería mi sorpresa al ver, un poco más abajo un arroyo y dentro de él, desnudo, al peón bañándose. Me detuve, traté de no hacer ruido y me dediqué a observarlo, se enjabonaba con energía, su cuerpo mucho más claro de lo que imaginé estaba cubierto de un fino vello dorado, que comenzaba en el cuello, se hacía más espeso en el pecho, menos abundante al acercarse al ombligo pero terminaba en una gran mata de pelos alrededor de su hermoso pene, más oscuro, con el prepucio que cubría su cabeza.

El jabón hacía abundante espuma alrededor de tan hermosa pija y el hombre la lavaba con esmero, tanto esmero que la hermosa pija comenzó a crecer, se puso morcillona, de un golpe el hermoso macho giró su cabeza, hacia donde yo estaba, se la sacudió un poco, comenzó a reír y me hizo señas con la mano para que avanzara, sin dudas se había percatado de mi presencia y buena parte del baño fue un acto realizado para mí.

Al acercarme la pija me comenzó a crecer y sentirse muy aprisionada en la sunga, sonreí yo también y adquiriendo confianza lo  saludé, su respuesta me causó un poco de gracia por la tonada, propia de los misioneros.

Me invitó a entrar al agua, rápidamente me deshice de los bermudas y le hice caso, me detuve, me resultó muy fría, no estoy acostumbrado al agua de arroyos que tienen su curso en el monte, Juan, ese era su nombre, rió estrepitosamente, me tendió su áspera mano, no la tomé, no quería parecer menos macho que él, aunque lo soy ja,ja,ja, me arreglé solo, se acercó a mi y de un empujón acompañado de su contagiosa risa, me tiró al agua, me causó gracia su reacción, pero me dio confianza, lo empujé yo, también  lo hice caer, tengo buen cuerpo, acostumbrado al gimnasio y una fuerza nada despreciable.

Jugamos un rato en el agua simulando una lucha, él desnudo, yo con la sunga verde, de un solo movimiento me la bajó haciendo reventar el cordón que me la sujetaba a la cintura, me preocupé inmediatamente (qué le diría a mi mujer), también me olvidé inmediatamente, me tenía atrapado entre sus brazos, buscó mi boca y me dio un tremendo beso buscando mi garganta con su lengua, fue un momento de éxtasis.

Seguimos recorriendo nuestros cuerpos con las bocas, hurgando cada recoveco con la lengua y conociéndonos corporalmente, sus ásperas manos  me producían electrizantes sensaciones, en un momento sus dedos buscaron mi culo e intentaron introducirse en él, pero yo no lo tenía preparado aún aunque la intención me fascinó.

Salimos del agua, entramos a la humilde casa, él detrás de mi, yo sintiendo su tremenda pija en la zanja del culo, mi verga estaba produciendo enorme cantidad de precum, que placer!!!!, me empujó hacia uno de los dos camastros que habían dentro de la pequeña habitación, caí de espaldas, él arriba mío, el placer era extremo, su cuerpo pesado sobre el mío me excitó todavía más evidentemente buscaba mi culo con su tremenda pija, sentía sus embestidas alrededor, yo intentaba acomodarme con cada de ellas para que pudiera penetrarme, con energía me levantó el brazo izquierdo y comenzó a comerme el sobaco, su barba, que tendría dos o tres días, me raspaba, produciéndome una sensación de placer indescriptible.

No podía o no quería hacer nada para evitar sus intenciones, solo quería ser suyo, sentir esa hermosa verga aprisionada dentro de mí, me levantó el brazo izquierdo con firmeza e hizo perder su boca en mi axila, primeramente me produjo cosquillas, pero yo sabía, por la cantidad de experiencias con hombres que acumulaba que ante la aparición de las cosquillas, lo mejor era relajarse y dejarse hacer.

Fue bajando con su boca de mi exila hacia mi tetilla del mismo lado, me la mordisqueó, me hizo saltar de placer, siguió bajando eludió mi pija que a gritos esperaba ser envuelta por su boca, con movimientos precisos y enérgicos me levantó las piernas y buscó mi culo con su boca, lo encontró por supuesto, esperando recibir su lengua calurosa y húmeda, me la introdujo con maestría, poniéndola lo suficientemente dura como para facilitar la tarea y yo relajando suficientemente los músculos de los esfínteres para que ingrese, lo consiguió, lancé un gemido de placer que debió hacer acallar a los diversos habitantes de la selva, contraje los músculos del culo con la intención de aprisionar su lengua, lo conseguí por un momento, luego escapó.

Cambiamos la posición casi con desesperación y nos lanzamos a un 69 extraordinario, los dos transpirados, los dos terriblemente calientes, por primera vez me introduje su tranca en la boca, soy experto en ello, dejé que la cabeza, muy grande por cierto, atravesara mi garganta, la respiración se me hacía dificultosa, pero no quería dejar de sentir el calor de esa extraordinaria pija en la boca y la garganta, cuando sentí que sobrevendría una arcada la dejé salir hasta recuperar la respiración.

Tomé conciencia que su boca aprisionaba mi pija que es de buenas dimensiones pero considerablemente más chica que la suya, esto era la gloria, coger en el monte, en un camastro con un verdadero y chúcaro macho era más de lo hubiera esperado de esas vacaciones.

Volvimos a cambiar de posición, hizo los movimientos necesarios como para que yo entendiera que me quería de espaldas, me di vuelta rápidamente, empezó a intentar introducir su terrible poronga cuando tuve la sensación de que había oscurecido de golpe, abrí los ojos y cual no sería mi sorpresa cuando vi al barman del lodge parado en la puerta acariciándose la entrepierna por encima de los pantalones negros.

La figura me paralizó por un momento, pero cuando mis ojos se encontraron con los suyos pude notar la libidinosa mirada que tenía, perdí toda inhibición y con la boca abierta le hice señas con las manos para que se sumara mientras sentía que la cabeza de la poronga de Juan había conseguido con éxito atravesar la primera barrera.

El barman se acercó, su pija, más oscura, perfectamente recta, enorme, apuntaba a mi boca, alrededor de ella asomaba de los pantalones con la cremallera baja, una mata de pelos negros, absolutamente erotizantes.

La situación era fantástica, dos hombres jóvenes, uno rubio y otro blanco de pelos negros, uno rudo y primitivo y el otro refinado y más libidinoso, los dos, para mi solo.

El  parecido entre ambos que había percibido en la mañana volvió a hacerse presente y lo sentí más intensamente, me di cuenta que estaba en  los ojos, increíblemente verdes enmarcados en larguísimas pestañas y pude darme cuenta que en realidad estaba teniendo sexo con dos hermanos, una de mis mayores fantasías se estaba haciendo realidad.

Yo seguía acostado boca abajo, Juan seguía penetrándome con precisión mientras tenía la verga de su hermano en la boca, mi excitación era mayúscula, como pude levanté ambas manos para desabrochar los pantalones negros, la tarea no era fácil, las embestidas de Juan no me permitía precisión de movimientos, pero igualmente conseguí hacerlo y cuando los pantalones comenzaron a bajar pude visualizar una hermosas piernas cubiertas por lacios vellos negros.

Fue el preciso momento en que ambos, a la vez acabaron, uno en mi orto y el otro en mi boca, solo yo quedaba con la pija dolorida de lo dura que tenía, me dieron vuelta y ambos comenzaron a realizarme una terrible mamada que duró poco tiempo. Eyaculé en la boca de Juan y cual no sería mi sorpresa cuando acercó su boca repleta de semen a la cara de su hermano y lo compartieron en un apasionado beso.

Ese fue el primer polvo de ese atardecer que rápidamente se estaba convirtiendo en noche, lo mejor estaba por venir.