El pene de plastico III (parte 1)

Primera parte del capitulo final, aquí se narra el reencuentro entre Manuel y Leo después de varios años de distanciamiento. (Pique el capitulo en dos por su gran extensión, por ello no hay actos sexuales en esta parte de la historia, es meramente una introducción para la segunda parte)

…El éxito, en lugar un anhelo universal, es una ilusión irracional que busca disfrazar nuestra condición de objetos sin razón. Podemos hacer muchas cosas, podemos hacerlo todo y sin embargo el éxito verdadero jamás nos llegaría; ya que este no existe más allá de la mente fantasiosa del hombre.

Aun sabiendo eso seguimos buscando la felicidad, obteniendo no más que un estado de transición entre las desavenencias presentes y las próximas. Ho, malvada vida, ¿qué tanto haz de insistir para que terminemos por rendirnos al hedonismo y a la realidad? ¿Cuándo saltaremos de este bote a la deriva? Ese con el que esperamos que algún día, podamos llegar a atracar en el espejismo que es el puerto de la felicidad…

Capitulo 3: Aceptación.

Parte 1:

“Someday…

you will…

be loved…”

Sonaba una y otra vez aquella estrofa de una pegajosa canción, esa que siempre escuchaba cuando quería sumergirme en los recuerdos y empaparme en la melancolía. Desde luego, la situación presente era más que idónea para ella: Estaba en el auto, atascado en un tráfico colosal en mitad de la avenida que llevaba a mi departamento, era de noche, las luces de la ciudad dibujaban un panorama tan armónico que era capaz de encubrir momentáneamente el incontrolable caos que eran sus calles. Las personas en las aceras caminaban con afán, el viento agitaba los arboles y las bocinas no dejaban de sonar, todo esto mientras que un joven creaba arte en aerosol en la parte trasera de un McDonald’s… Y en mitad de todo eso, rodeado por aquel mundo que expulsaba sus desechos e imperfecciones sin pudores, estaba la verdadera y única razón del sonar de aquella canción: Leo.

Hacia tantos años que añoraba poder estar con él, me sentía afortunado por tener esa oportunidad. Pocas son las personas que pueden rencontrarse con amistades del pasado, menos común incluso, son aquellas que se rencuentran con enemistades del pasado. Había tantas cosas de que hablar… Pero, antes de continuar déjenme explicarles que sucedió, es lo más correcto pues fue lo que yo hice para mi mismo en el preciso momento en que Leo subió a mi auto:

Habían pasado 12 años desde aquel encuentro con Damián, el hermano mayor de Leo. Yo soy ahora un hombre independiente que trabaja en una empresa de publicidad; levanto pesas regularmente así que soy algo fornido, también soy alto, mi rostro es de expresión amable pero de facciones gruesas y varoniles; me considero guapo, aunque nunca lo presumo. tengo mi propio auto, un departamento con todas las comodidades necesarias, he tenido novias, a escondidas novios, he viajado, he hecho arte, me he graduado con honores, he ido a fiestas, he cenado en lugares elegantes, me han multado por alta velocidad, me he roto una pierna… En fin, he hecho prácticamente todo lo que siempre quise hacer y algunas cosas más; sin embargo, algo que nunca pude hacer fue desvanecer los malos recuerdos; por eso fue que lo reconocí en cuanto lo vi.

En un principio él no supo quién era yo, estaba muy enfocado en atender a toda la gente que iba y venía delante del mostrador de aquel McDonald’s en el que trabajaba, como para poder fijarse en un aparente extraño que solo le compraba un refresco y unas papas. Pero para mí las cosas fueron diferentes: en cuanto lo vi, no pude detener el aluvión de recuerdos que vinieron a mi mente, literalmente me quede inmóvil en la fila y fue entonces, cuando él tuvo pedirme que abandonara el mostrador, que pude notar la expresión de asombro en su rostro y comprobar que finalmente me había reconocido también.

Habían pasado más o menos 7 años desde la última vez que nos habíamos visto, allá por la época en que me fui a estudiar al exterior y en esa última ocasión solo habíamos cruzado miradas. Me sorprendió ver que seguía teniendo la misma cara inocente y aniñada de siempre, solo que con algunos rasgos relativos a la adultez; básicamente, tenía una nariz y mandíbula más anchas, cejas más pobladas, evidencia de ojeras y cosas así, pero en conjunto su rostro seguía igual de guapo que siempre. De hecho mas, porque ahora usaba unos lentes de pasta que le quedaban muy bien y tras la malla para el pelo y la gorra se podía notar que finalmente se había dejado crecer los rulos.

Tuve que dejar la fila por insistencia de los propios clientes, ya que no nos atrevimos a dirigirnos la palabra. Pase el resto de aquel día sábado en ese McDonald’s observándole, pensando en cómo podría volverle a hablar; él noto en todo momento mi presencia, parecía nervioso al respecto, pero aun así el nunca actuó, continuo trabajando como si nada sucediera, mientras que yo lidiaba con el remolino de pensamientos en mi cabeza.

¿Qué pensara de ti?...

¿Qué hace acá y porque trabaja aquí? …

Él era muy listo, seguro que tenía talento para… algo más…

¿Será nuevo en el lugar? después de todo es la primera vez que lo veo. Si,  de seguro debe estar pasando por un mal momento…

Luce deprimido, o molesto, o ambos. No me extraña…

¿Necesitara dinero, ayuda, lo habitaran despedido de otro empleo?...

Vaya, que lindo es… aun…

No sé cómo fue que paso, pero sin que me diera cuenta pase casi 3 horas sentado en una mesa de una esquina viéndolo y analizando sus movimientos y acciones, fue así como llego la noche y con ella el final de su turno.

Lo estaba viendo salir… tenía que hacer algo... disimuladamente me levante de la mesa y salí del local tan rápido como pude, de manera que logre salir antes que él y sin que me viera. Una vez afuera me quede esperándole junto a mi auto, fingiendo que escribía algo en una libreta que cargaba siempre en mi bolsillo, todo para disimular un poco la situación. Unos pocos segundos después el salió dirigido hacia la acera, parecía apresurado, pero aun así logre alcanzarle y sin pensarlo demasiado le llame.

-          ¿Leo?...

Él volteo a verme y de inmediato esbozo una mirada nerviosa e incómoda, misma que empero con cada paso que hacia él.

-          Soy Manuel, Manuel López, ¿te acuerdas de mí? – Le pregunte amablemente.

Leo guardo silencio y al cabo de unos segundos respondió asintiendo con la cabeza, ello sin verme a la cara en ningún momento.

-          ¡Qué bueno verte, cuánto tiempo ha pasado! ¿no? –Proseguí, ofreciéndole la mano cortésmente.

-          No suficiente. –Respondió él, ignorando mi mano.

-          Bueno, para mi si lo ha sido. –Dije, luego de pasar unos segundos sopesando la rudeza de su comentario anterior. –No te había visto por aquí, dime algo ¿eres nuevo por acá? –Le pregunte, manteniendo inalterado mi tono de amabilidad.

-          Si. Así es –Respondió con desinterés.

-          Ha vaya, debes estar un poco perdido entonces, es una ciudad grande y si no la conoces confunde, cuando quieras yo podría…

-          Oye, debo irme ya. Lo siento. –Me interrumpió abruptamente, para luego darse la vuelta y comenzar a caminar en dirección a la acera principal.

-          Pero… -Pero ya era demasiado tarde. Leo ya se había marchado, perdiéndose entre la multitud de peatones de las 9 pm.

Me quede estático y sin saber qué hacer. No esperaba un rencuentro cálido y amistoso, pero todo había sido mucho más seco de lo que habría podido imaginar. Un incomodo silencio pareció surgir a mi alrededor y una extraña y fría sensación recorrió mi espalda. Me sentí inesperadamente mal, su desinterés me había herido el ego y la autoconcepción en una forma más profunda de lo que jamás hubiera imaginado. Esa noche pase varias horas dando vueltas en la cama, inmerso en mis más profundos y oscuros pensamientos…

Desde entonces, todos los días siguientes a ese visite el mismo McDonald’s y todos los días me sentaba en la misma mesa a esperar hasta verle terminar su turno y luego perderse entre las calles y la multitud. No podía explicarme porque lo hacía, aquello era más una obsesión que un acto raciona: tenía la esperanza de que  al verme en ese mismo lugar todos los días llegaría a entender cuanto deseaba poder conversar con él y que entonces se animaría a hablarme. Pero esto nunca paso, y al llegar al son de hoy, luego de dos semanas de ir sin falta ese restaurante, de verle salir todos los días a las 9 y de engordar casi 5 kilos comiendo papas; me convencí de que debía ser yo quien se arriesgara nuevamente, solo que esta vez no estaba dispuesto a quedarme callado tan fácilmente.

-          ¡Leo! –Le llame, justo cuando él estaba por abrir la puerta y salir del local.

Él me miro sin decir, su expresión era mezcla de expectación y nervios; no había rastro aparente de enojo y desprecio, lo que era una buena señal en teoría. Había tenido la suerte de interceptarlo en un día en que estaba de buen humor…

-          Note que siempre sales de aquí solo y pensé, que si quieres, yo podría llevarte. –Le argumente confiado, casi parecía como si hablara con un vecino cualquiera. -¿Te parece?... –Pregunte al final.

Leo me miro consternado, parecía como si le costara hacerse encajar a si mismo en la situación; como si el que yo le estuviera hablando fuera algo imposible de entender.

-          Pues, la verdad no se… yo no lo creo. –Respondió pasado un tiempo, y en su rostro se hacía evidente la incomodidad que sentía por tener que verme a la cara mientras hablaba.

-          ¿Pero, porque no? A ver, dime por cual ruta te vas regularmente. –Le dije con voz casual, aunque preguntándome si no estaba siendo demasiado insistente ya.

Efectivamente lo estaba siendo, Leo me miro desconfiado y su cuerpo se tenso ligeramente, era obvio que estaba nervioso.

-          Siempre sigo por la acera hasta la parada de autobuses y me monto en el primero que llegue. –Respondió con recelo, luego de unos instantes dubitación.

-          ¡Que!... No, no, Leo, no. No puedes hacer eso. A estas horas de la noche esa parada es muy peligrosa, siempre está muy oscuro y queda cerca de un caserío que es de lo peor que hay –Le explique mientras fingía una expresión exagerada de angustia. en verdad la parada tenía mala fama, pero no era para tanto... –No sé si lo hayas notado, pero a veces los autobuses ni siquiera quieren detenerse a cargar pasajeros hay.

Leo me miro con repentino asombro. Sabía ese detalle de los autobuses porque varias veces he tenido que esperar hay cuando mi auto estaba en el taller; la razón verdadera de que no pararan era que algunos autobuses no cubren esa ruta pero toman la calle para cortar camino, algo que Leo no necesitaba saber…

-          Pues sí, lo he notado. –Admitió.

-          ¿Ya ves?... Insisto, acepta que te lleve, no me molestara en lo absoluto y será mucho más cómodo para ti. –le indique.

-          Hummmm… -Y un largo y angustiosos silencio se extendió a partir de ahí, llegue a pensar que era casi segura su negativa, por lo que me adelante a su respuesta.

-          Además te ahorrare pagar el viaje en autobús… -agregue brillantemente…

-          Bueno… vale, está bien. –Dijo, aunque sin estar muy convencido de ello.

Sonreí levemente y antes de guiarle hasta mi auto le ofrecí la mano. Admito que parecía un gesto muy forzado, al menos entre ambos, pero aun así la estrecho y luego comenzó a seguirme hasta mi auto. Fue así como había logrado lo tanto había querido desde que lo vi…

Leo comenzó a darme indicaciones de a donde debía ir en cuanto llegamos a la avenida, yo le escuchaba con atención y de vez en cuando trababa de iniciar alguna conversación, pero él siempre permaneció distante y cortante. Al cabo de unos minutos quedamos atrapados en el terrible tráfico y un absoluto silencio se produjo entonces. Fue ahí cuando comencé a hablarle de prácticamente cualquier cosa que se me venía a la mente…

-          Debe ser molesto esto, ¿verdad? no debes estar acostumbrado a la ciudad.

Le comente sonriendo, amenizando la evidente tensión que había entre nosotros; tal vez, no de la mejor manera, pero las palabras eran más cómodas para mí que el silencio absoluto que había reinado desde que nos habíamos quedado atascados.

-          Hmmmmjum… -Fue a lo sumo su única respuesta, al menos audible, pues la mirada de frustración y enojo que me dedicaba decía muchísimas más palabras…

-          Pero sabes, tanto trafico no es usual… ¿Crees que haya habido algún choque?

-          No lo sé… -Respondió cortante.

-          Bueno, no vale la pena preguntarse, de todas formas ¿qué se puede hacer? –argumente sonriente.

Leo suspiro frustrado y a continuación pronuncio de forma casi inaudible un “Nada”, luego guardo silencio y cruzo los brazos; estaba claramente enojado y empeoraría las cosas al intentar conciliar la situación.

-          No te enojes, no creo que nos tardemos mucho –Dije condescendiente.

-          No estoy enojado. –Respondió con severidad y sin cambiar su cara de enojo...

Pasaron unos segundos y al ver que mantenía la misma expresión, deduje brillantemente que en definitiva debía estar muy enojado… Grave fue mi error al querer intentar solucionar eso…

-          Ya te acostumbraras, aunque a veces hay que soportar algunos males, en esta ciudad tienes un montón de cosas que hacer, que ver, puedes divertirte como nunca. –Comente con voz optimista y simpática, pero Leo seguía igual de amargado y de hecho peor. –Te prometo amigo que aquí lo tendrás todo para vivir bien…

-          ¡¿Crees que he vivido en Groenlandia toda mi vida?!... –Exclamo repentinamente, con sarcasmo, alzando violentamente la voz –¡Se como es esta ciudades!... ¡SE COMO SON TODAS LAS MALDITAS CIUDADES!...

Su rostro expresaba una ira injustificada, sus manos temblaban de rabia y parecía que fuera a sufrir un infarto en cualquier segundo. Por al menos un momento me sentí incluso atemorizado por su reacción. Estaba viendo una faceta desconocida de un Leo que me era técnicamente desconocido también.

-          Discúlpame, no quería ofenderte. –Me disculpe y a continuación, Leo volteo a mirar por la ventana y no pronuncio palabra ni una palabra más.

Pasamos casi una hora en medio de aquel embotellamiento, casi una hora sin ningún otro sonido más que la muisca del auto, las bocinas y los motores a nuestro alrededor; casi una hora sin mirarnos siquiera. Para cuando por fin logramos salir de la avenida, le pregunte a donde debía ir ahora, era la primera cosa que nos decíamos desde entonces.

-          Dobla a la derecha en aquel cruce. –Dijo mientras señalaba la intersección que había a pocos metros. –Luego, sigue derecho por tres cuadra, dobla a la izquierda y entonces ahí te diré donde pararte.

-          ... …¿ha?… …  –Le mire consternado e inquisitivo, como queriendo comprobar que lo que había dicho no había sido una broma. El no pareció inmutarse, por lo que entendí que en efecto esa era la dirección correcta. –ok… –respondí con cierto pesar; pues, siguiendo esas indicaciones llegaríamos a lo que tal vez era la peor zona de la ciudad, una cuadra llena de caseríos y edificios viejos, con calles atestadas de basura y delincuencia. Me desilusione por saber que vivía ahí.

-          Tranquilo, no van a robarte… -Argumento él, al reconocer mi expresión. –No mientras te quedes en el auto… -Agrego, riendo irónicamente al final.

Iba a explicarle que la razón de mi reacción se debía mas por estarme preocupando por él que por preocuparme por la seguridad de mi auto. Pero ¿para qué?, fue lo que me pregunte. Leo prefería sencillamente pensar lo peor de mí antes que tan siquiera tener escucharme hablar.

No tarde mucho llegar al sitio, las calles estaban casi vacías y la única cosa que me impidió tomar un poco mas de velocidad era la completa falta de iluminación que empezó a haber cuando nos acercábamos al sitio. Aquello estaba tan oscuro que ni las luces de mi auto podían mermar la espesa manta de oscuridad que lo cubría todo; la escena era casi subnormal, apenas y podía ver mis manos sobre el volante y mucho menos ver a Leo. Pude haber atropellado a 5 personas y ni siquiera haberme dado cuenta… ya que había tantos baches que el auto se estremecía a cada 10 metros.

Finalmente llegamos a la calle en cuestión, Leo me pidió detenerme y cuando vi el lugar en que quería bajarse lo mire incrédulo.

-          ¿¡Que!?... ¿es en serio? ¿aquí? –Le pregunte con cierta severidad.

Estábamos estacionados frente a un… una especie de motel, o bar, o burdel, o tal vez algo con las 3 cosas y una cabina de opio integrada…

-          ¡¿Vives aquí?! –le pregunte incrédulo, sin poder evitar que mi voz sonara acusadora y despectiva.

-          Duermo aquí. –Me corrigió mientras intentaba abrir la puerta del auto, sin poder hacerlo ya que yo aun tenía los seguros abajo. –Quita los seguros… –Me pidió entonces.

-          ¿A qué te refieres con que duermes aquí, donde es tu casa entonces? –Le pregunte.

Leo frunció el ceño y se llevo una mano a las comisuras de los ojos, las que restregó mientras exhalaba con frustración.

-          No tengo una “casa” –me respondió luego de haberse resignado a la idea de que no levantaría los seguros hasta oír una respuesta. –Alquilo una habitación aquí. –confeso irritado.

-          Pero… ¿Por qué? –Le pregunte, ahora levemente preocupado.

-          ¡¿Por qué crees tú?!... No tengo dinero para otra cosa, soy pobre, soy un inútil a la sociedad y… todo el montón de insultos que se inventa la gente estúpida cuando ve a un vagabundo fumando marihuana… -Exclamo con tono mordaz. -¡Así que ya te lo confesé! Soy un fracasado… Ahora que me humille lo suficiente, ¡¿Me vas a dejar ir?! –Dijo de forma altanera, denotando frustración e impaciencia.

Entonces, le mire con una seriedad absoluta que apenas y podía disimular mi enojo e indignación por haber oído todo eso.

-          ¿Tienes muchas cosas en tu habitación? –Le pregunte con voz severa, manteniendo la mirada seria.

-          No… -Respondió, no sin cierta incomodidad.

-          ¿Cuántos días más la haz alquilado? –Pregunte con el mismo tono y expresión.

-          Otros 3.

-          Perfecto entonces…

Sin decir, más arranque el auto y salí a toda prisa de aquel feo lugar. Leo me miro sorprendido y no tardo mucho en quejarse por la situación.

-          ¡¿Qué haces?! –Pregunto, no sin cierto nerviosismo.

-          ¿Qué te parece que hago?... te secuestro… -Le dije con total normalidad mientras conducía a toda velocidad por las calles vacías de gente y llenas de oscuridad.

-          ¡Que! –Exclamo, dejando ver los primeros atisbos de pánico.

-          Si… te secuestro. Te voy a llevar a mi casa, te vas a quedar a dormir ahí, mañana en la mañana te llevare a tu trabajo y a tu salida te volveré a llevar a mi casa. –Sentencie.

Leo me miro estupefacto, sus ojos estaban abiertos como platos y temblaba ligeramente. Le mire por un segundo y le sonreí divertido, Leo no era una persona a la que era fácil verle alterado…

-          Sabes, me gustaría pensar que te estoy ayudando, que te estoy sacando de un lugar feo para brindarte seguridad y comodidad; pero la cuestión es, que quieras o no vas a tener que aceptar mi ayuda, así que esto es más bien como una obligación. Puedes tomarlo como quieras; después de todo, sé que lo que más deseas es que en verdad te estuviera secuestrando para entonces poder odiarme con aun más intensidad…

Por unos minutos hubo un silencio total, Leo me miraba fijamente con la misma expresión de antes, mientras que yo mantenía la mirada puesta el camino sin vacilar en mi decisión de ir hacia mi departamento. Aquel resultaba ser un momento complicado de digerir: bajo el marco de impulsividad que había provocado todo, hasta a mi me resultaba difícil saber si lo que hacía era correcto o no, mientras que para Leo, que de seguro se sentía fuera de toda zona de comodidad, el asunto debía ser aun más complicado pues se trataba de decidir entre satisfacer a su orgullo y ofuscarse rechazo la situación o complacer a su necesidad y aceptarlo todo.

-          … Gracias. –Dijo de repente. Entonces voltee y vi su rostro: este parecía congelado en el tiempo, agarrotado, inexpresivo e innatural. Decirme gracias debía ser una conmoción tremenda para Leo, porque me parecía que casi podía oírse como su ego vomitaba de asco…

-          No me agradezcas. soy tu amigo, es lo menos que puedo hacer.

Yo sabía que ambos estábamos muy lejos de ser amigos, había querido arriesgarme a tener que disculparme por haber dicho tal blasfemia; sin embargo, Leo no objeto nada al respecto, solo me dedico una mirada perdida y a continuación volteo a ver por la ventanilla del auto y no volvió pronunciar palabra alguna durante el resto del trayecto….

-          Pasa, estás en tu casa. –Dije luego de abrir la puerta de mi departamento.

-          Vaya… Bonito. –Comento él, una vez que estuvo dentro.

-          Gracias. Me alegra que te agrade. –Respondí mientras guardaba mis llaves, encendía el aire acondicionado, las luces y de más menesteres típicos de cuando recién llegas a casa.

Mi departamento era; en efecto, un lugar bonito: no era muy grande pero había espacio de sobra para dos personas; era, en escancia una habitación rectangular que serbia de sala y cocina-comedor, una gran habitación principal, una secundaria más pequeña y en medio de ambas un baño al que solo se tenía acceso desde la habitación principal y que además tenía un pequeño apartado de batea. Tampoco era extremadamente lujoso, pero estaba decorado a mi gusto y tenía sus detalles encantadores, como una ventana grande en la sala de estar, un acuario en la pared opuesta a la cocina, un gran televisor, dos sofás y una mesilla para el café, todo muy moderno y estilizado, las paredes estaban pintadas de un color gris bastante suave y la ligera iluminación azul que aportaba el acuario le daba a todo el conjunto un interesante aspecto futurista.

-          Voy a darme una ducha; mientras, puedes ver televisión o prepararte algo de comer, haz lo que quieras. –Le dije mientras me dirigía a mi habitación. Leo me miro asintiendo e inmediatamente después volvió toda su atención hacia el acuario. –Toma lo que quieras, sin pena ¿de acuerdo? –le recordé antes de perderme definitivamente tras la puerta.

Básicamente, la única cosa que necesitaba hacer en mi habitación era sacar algunos papeles de mi maletín para archivarlos en mi escritorio y buscar la ropa con la que iba a vestirme después de la ducha.  Eso era todo, e hice lo primero con total normalidad pero no fue igual con lo segundo, y es que al ver mi tradicional ropa para dormir, que consistía en no más que un bóxer viejo con algunos huequitos indiscretos, me dije que necesitaba un atuendo más presentable, considerando que tenia a Leo en casa… Una franela y un pantalón de algodón suave serian lo más adecuados, pensé. Sin embargo, cuando vi la camiseta gris sin mangas y el pantaloncillo negro que usaba para levantar pesas, los cuales estaban justo a aquellas prendas, no pude evitar verme tentando a escogerlos…

-          ¡NO! Mejor no.  –Pensé.

- ¿Por qué no? – Me pregunte…

-          Leo podría malinterpretarlo… –Me respondí.

- Más bien querrás decir que podría interpretarlo bien… - Señalo mi conciencia con suspicacia.

-          Nada de eso. Es solo mi ropa de gimnasia, en ella no hay nada raro, salvo que es muy cómoda… Si no me la pongo, es porque creo que es mejor usar algo que aporte más discreción. -Me excuse.

- No te engañes porque a mí no me engañaras… Quieres ponerte esa ropa porque sabes que no son telas cualquieras… No, con esas mismas prendas has seducido a más de uno hasta llevártelo a la cama… - Me asevero.

-          ¡Eso no viene al caso! Con Leo no busco eso.

- Claro… por cierto, recuerda llamar al 0800-FANTASIA para pedir que manden un unicornio a arreglar el aire acondicionado, ya está empezando a gotear arcoíris… - Dijo mordaz…

-          Bien, bien... lo admito, Leo me gusta; lo conozco desde siempre, lo quiero desde siempre y… además esta guapo... Pero la cuestión es, que tengo otros asuntos que resolver con él y que son mucho más importantes que atender mi libido. –Asevere para mí mismo.

- Entonces las cosas están muy claras; por prudencia, debería escoger la típica camiseta blanca y el aburrido pantalón largo; ya que después de todo, solo tienes planes de hablar con él

-          ¡Así será! -dije con total firmeza, tomando luego las prendas y yendo en dirección al baño.

- Sabes, esas sesiones de pesas sí que te están ayudando. cada día tienes más volumen en los brazos. – Comento mi conciencia, mientras que yo me cepillaba los dientes frente al espejo del lavamanos . –Lo comento, porque esa camiseta sin mangas deja ver tus brazos en todo su esplendor… es una acertada vestimenta.

Continúe cepillándome, haciendo caso omiso de sus comentarios.

- Y el haberte masturbado mientras te bañabas pensando en Leo, desnudado entre tus piernas es, desde luego, una técnica maravillosa para aumentar el volumen… ¿púbico, se diría?... – Comento, riéndose levemente . -En fin, solo me preocupa que esos pequeños pantaloncitos estén dejando demasiado a la imaginación. ¡Eso no es bueno!... ¿No has considerado el quitártelos de un todo?... –Inquirió con ironía mientras salía del baño hacia mi habitación. -¡Hey, ¿No se te antoja echarte un poco de agua encima para que se transparente todo?!... - Exclamo al final, justo cuando hube abierto la puerta de la habitación y cruzado por el umbral.

Al entrar en la sala lo primero que busque fue a Leo. Lo encontré sin mucho esfuerzo pues se encontraba parado frente al microondas.

-          Espero que no te moleste. Vi que tenias mi marca de té favorito y tenia años sin… -Sus palabras cesaron cuando volteo a verme. Su mirada me recorrió entero sin ningún disimulo, fue como si literalmente le había robado el aliento. Eso era una buena señal…

-          No vale, tranquilo, te dije que podías tomar lo que quisieras. –Le conteste mientras avanzaba hacia él.

La alerta del microondas sonó justo cuando estuve por pararme detrás de él con la supuesta intención de ver a cual té se estaba refiriendo. Leo rápidamente salió de su estupor y saco la taza de té del microondas, dejándola completamente a la vista; por lo que ya no había excusa para rosar “accidentalmente” mi paquete contra su trasero… Así que tuve que conformarme con sentarme en la barra de la cocina a verle beber té.

-          Delicioso… -Expreso al primer sorbo. Su rostro demostraba un éxtasis sensorial que me resulto tan divertido e inusual que no pude evitar reír y comentar al respecto.

-           Vaya, de verdad se nota que es tu favorito. –Dije con animosidad.

-          Si… este té me trae recuerdos buenos –Respondió entonces, tomando asiento a mi lado. Ahora parecía como si todo su rencor hacia mí se hubiera esfumado con ese primer sorbo de té, pues sonreía con y me miraba confianza.

-          ¿Ha, si? ¿eso porque? –Me arriesgue a preguntar, sin en verdad esperar una respuesta.

-          Bueno… eso es un asunto personal. –Me respondió, tomando luego otro sorbo de té.

En efecto, no iba a decirme, pensé.

-          ¿Seguro que quieres saber? –Me pregunto, una vez terminado el sorbo. ¿Qué si eso me tomo por sorpresa?, sin duda.

-          …Claro –Dije al cabo de un instante.

Leo dio un sorbo largo y tendido de té, casi acabándose la tasa en el acto. No parecía molestarle la temperatura del mismo, fue como verlo tomar cerveza. A continuación, me miro de manera esquiva, inhalo profundamente y comenzó diciendo:

-          Esta marca de té es la más comprada por todos en este país. Por ende, es también la más común. Puedes en todo momento llevar y traer decenas de bolsitas de este té en las maletas, pasarlas por las fronteras sin que nadie te pregunte nada y luego venderlas a cualquier tienda o supermercado. Todo con total normalidad. Aunque claro, hay algo especial en esas bolsitas de té de las que te hablo. ¿puedes adivinar qué es?… –Leo hizo una pausa para beber mas té y entretanto; por alguna razón, la palabra “droga” era la única cosa que corría sonaba en mi cabeza... -¡DROGAS! –Exclamo finalmente, en unísono con mi mente… -¡Era demasiado sencillo!... solo había que abrir las bolsitas, vaciar el té, meterles la hierba molida dentro, sellarlas y devolverlas a un empaque al que marcabas debidamente. –concluyo, con una voz que en todo momento se mantuvo tranquila y monótona, como si de compartir una receta de lasaña se tratase…

Por un momento no supe que decir, eran demasiadas las implicaciones de eso que acababa de oír. Por un momento, incluso llegue a arrepentirme de haber llevado a Leo a mi casa.

-          ¿Tú… vendes droga? –Le pregunte, no sin poder evitar evidenciar la preocupación en mi voz.

-          No. Ya no; de hecho, técnicamente nunca lo hice. Me vi envuelto en todo eso por accidente: Cuando tenía 22 años, trabajaba en el almacén de un supermercado haciendo inventario de mercancía. Un día un sujeto me contacto, una cosa llevo a la otra y entonces, sin necesidad de terminar la universidad ni llenar un currículo, aunque con algunas amenazas de por medio, llegue a ganarme un envidiable salario. Solo preparando bolsitas del mas delicioso té de hierbas que pude existir…

Permanecí en silencio, observándole sonreír. No sabría cómo decirles lo contradictorio que fue a ver Leo, que con su cara dulce y su cuerpo delgado aparentaba ser un adolescente de 16 años, diciendo todas aquellas palabras.

-          Y… entonces que haces aquí, porque ahora trabajas en un McDonald’s y no… en el negocio del té. –Le inquirí tímidamente, tratando de no parecer critico.

-          El negocio de té quebró, por así decirlo... Solo digamos, que alguien que no era del negocio compro una caja con té de muy buena calidad, fue a quejarse con el servicio de atención al cliente y ahora las latas de refresco son el nuevo balón goleador de la industria… -Dijo, dando luego el último sorbo a la tasa.

-          Vaya… eso… eso sí que es una historia interesante. –Comente con lo único que se me ocurrió decir. al cabo de una pausa, continúe diciendo. –Y dime ¿Estas en peligro, estas huyendo, están intentando matarte o…

-          ¡Nada de eso! –Me interrumpió. –Pero si tuve que marcharme de ahí; por precaución, fue lo que me aconsejaron. Desde entonces las cosas no hicieron más que empeorar, tuve que mudarme, puse dinero donde no debía, le preste a la gente incorrecta y así termine llegando a donde estoy ahora: Bebiendo té en la casa elegante del bastardo que se cogió a la puta de mi hermano mayor, frente a mi cara…

Nuevamente se hizo el silencio. Yo trague saliva y deje la mirada en el suelo. Sabía que en algún momento el tema surgiría, venia pensando cómo afrontar eso desde que lo volví a ver y aun me sentía perdido y sin saber por dónde comenzar.

-          Leo, ya somos adultos. Eso sucedió hace años cuando éramos muy chicos. Todo este rencor que tú aun me guardas es un tremendo sin sentido. ¿no crees que ya es momento de dejarlo ir? –Le dije con voz conciliadora.

-          Tenemos opiniones diferentes al respecto pero… dejare que continúes explicándote. –Respondió mordaz.

-          Quiero que sepas que en ningún momento me aproveche de tu hermano, ni lo lastime, ni le obligue a nada, durante todo el tiempo que estuvimos viéndonos fue algo mutuo que siempre disfrutamos. Yo llegue a enamorarme de tu hermano sabes, al punto de que llegue a admirarlo, a confiarle cualquier cosa y hasta fui lo suficientemente iluso como para soñar que pasaríamos la vida juntos… No tienes idea de cómo me dolió cuándo se fue. –Le dije, sin poder evitar que mi voz se quebrara ligeramente al final de mí discurso.

-          No tenías que molestarte mencionando que lo disfrutaban, siempre he tenido claro que mi hermano es una zorra de culo público. –Dijo sin el menor reparo, haciendo uso de una total crudeza e indiscreción.

-          No es necesario que te expreses así. –me queje.

-          No es necesario que te detengas a decírmelo. –Dijo mordaz. –Solo, continua… -Me insistió luego de que pasasen unos segundos sin que yo dijera algo.

-          Recuerdo que cuando me dijo que se iría de la ciudad a estudiar le rogué que se quedara y él me dijo que lo pensaría… Y yo fui tan tonto que me cree la esperanza de que se quedaría, esperanza que no murió con el día en que lo vi irse. ¡Ho No!… ese día fue cuando esa esperanza en verdad nació. Desde entonces, todos los días fui al teléfono público que había frente al quiosco de la escuela y marcaba su número. Los primero días me contesto y hablamos de cualquier cosa, creo que sin mucho interés de su parte. Pero, al cabo de un tiempo comenzó a haber días en que no me contestaba. Luego decía que era por culpa de las clases. Unas semanas después dejo de entender por completo...

-          Entonces recurriste a mí y pues…

-          Descubrí que ya no podía hacer eso... –Complete su interrupción, mirándole fijamente a los ojos.

-          Si… Aun recuerdo la expresión que imagine que tendrías cuando te cerré la puerta en la cara… -Agrego él en tono divertido.

-          Aun así continúe llamándolo. –Continúe, ignorando su comentario anterior. -todos los días sin falta, gastaba una parte de mi mesada semanal en esas llamadas inútiles que él nunca contestaba. ¡Deje de comer gomitas por meses!... Entonces, un día como cualquier otro le llame y finalmente contesto. ¿Quieres saber lo que me dijo? –Pregunte a Leo, mirándole fijamente.

-          ¿Qué? –Pregunto sin el menor interés evidente.

-          Recuerdo cada palabra… contesto diciendo: “¿aló, quien es?... ¿es Manuel?”. yo le respondí que si, el corazón casi se me salía del entusiasmo, estaba tan feliz por volver a oír su voz… Pero entonces, él dijo: “¡Coño. pendejo, ya deja de llamarme!... ¡Me enloquece, eres una soberbia ladilla!”

-          ¡Auch!... –Comento Leo divertido, casi riendo.

-          Si… yo le dije que lo sentía, que lo hacía porque lo único que quería era saber de él y entonces me contesto: “No me importa, solo quiero que dejes de llamar” Y entonces… -Me quede mudo recordando lo doloroso de aquel momento. Sentía un nudo en la garganta, los ojos se me aguaron y por un instante el tiempo pareció ir más lentamente, solo con la intención de prolongar el doloroso recuerdo –Bueno. A partir de entonces deje de llamar… desde entonces no sé nada de él.

Me quede mirando a Leo con una especien de profunda melancolía en el rostro; implorando que un poco de apoyo moral pudiera surgir de su parte. Sin embargo las cosas no fueron así, por el contrario, Leo solo me devolvió una mirada fría e inexpresiva que demostraba la peor de las indiferencias y ni siquiera se ocupo por escoger las palabras con las que explicaría dicha reacción.

-          No te voy a mentir. No me molesta y de hecho me alegra que te haya hecho eso. –Dijo con total normalidad. –Pero, si te sirve de consuelo, te confieso que yo no te guardo rencor; de hecho, ni siquiera te odio. –Hiso una pausa durante la cual le mire confundido, me era muy difícil aceptar sus declaraciones... –Claro, al principio si te odie; desee que te murieras y usaran tus tóxicos órganos para destapar cañerías… Pero, el asunto es que no tarde mucho en enterarme de todo lo que acabas de contarme. Sé que luego de que el dijera eso tu comenzaste a implorarle que volviera, que no te olvidara, que tuviera compasión por ti, que valorara tus sentimientos, que lo amabas… –Decía él, mientras exhibía una sonrisa burlesca y emitía una risita. –El punto de todo lo que te digo es… que fue hace muchos años atrás que me desquite contigo y que desde entonces ya no te guardo rencor. Simplemente, desconfió de ti y te desprecio como ser humano... –Asevero. Mirándome directamente a los ojos y esbozando una media sonrisa.

-          Te entiendo. –Respondí luego de pasar algunos segundos asimilando todo lo que había oído. -Siempre he sabido que lo que hice estuvo mal. Admito que si yo fuera tu tampoco confiaría mucho en mi ahora. Pero, pienso que aun así deberíamos tratar de olvidarlo todo.

-          Todos quisiéramos poder olvidar lo que nos molesta, pero sencillamente hay veces en las que eso no se puede o no se debe hacer y esta, es una de esas veces. –Sentencio Leo.

-          ¿Pero, porque? Yo peso que es mejor para los dos olvidar todo e intentar… -Una pausa se hizo necesaria para sopesar con prudencia lo que iba a decir. –Volver a ser amigos...

Leo me miro sorprendido, ligeramente indignado incluso; pareció dispuesto a refutarme por completo en cualquier momento, pero luego de casi un minuto de inesperado silencio decidí continuar.

-          No me vas a poder negar que tú y yo teníamos una buena amistad. De hecho, la tuya fue la mejor amistad que he tenido en toda mi vida, nunca he podido conocer a alguien con el que pudiese tener ese mismo nivel de confianza que tuve contigo. –Le confesé, mirándole a los ojos. –Para colmo, me atrevo a asegurar que a ti te pasa lo mismo que a mí. Tú también estas escaso de amigos leales.

-          Hablando de revelaciones asombrosas... ¿sabías que la tierra no es plana?... –Argumento con sarcasmo y continuo, sin dejarme responderle. –Y aunque lo que dices es correcto, desde mi perspectiva las cosas son un poco diferentes; para mí, sería ilógico retomar una amistad que ya me defraudo una vez, así como también sería ilógico depositar confianza en otra. Algo que aprendí con el tiempo, es que todas las personas tienen malas intenciones, todas son egoístas y ninguna amistad, por muy fuerte que esta sea, podrá cambiar eso.

-          ¡Eso no es cierto! –Exclame de inmediato. -No está bien pensar así. Hay personas buenas en el mundo, pero todos cometemos errores, a veces esos errores perjudican a los demás, pero eso no quiere decir que todas las personas seamos malas. Por eso la gente pide perdón y por eso es que debes aprender a perdonar, porque si no lo haces, las personas jamás podrán compensarte por sus errores. –Le dije.

-          Si aja… como digas... –Me respondió con un ligero disgusto. –Yo aun paso de creer en cuentos de hadas sobre gente perfecta y buena. En el fondo todas las personas buscan algo para sí, e incluso los más altruistas; en el fondo, solo buscan complacer a su moralidad. Actos de hedonismo y supervivencia es lo que todos los seres humanos son. –Sentencio firmemente.

Yo le mire con reprobación y justo cuando estuve a punto de diferir con su punto, él agrego.

-          Si te cuesta trabajo entenderlo pregúntale a mi hermano: No se si lo sabías, pero incluso mientras ustedes estaban juntos, de vez en cuando él se iba con un amigo suyo y más de una vez los vi haciendo ciertas cosas mientras creían que no los veían…

Esas últimas declaraciones cayeron como un yunque sobre mi alma. Me quede mudo, mientras sentía como cada fibra dentro de mi ser se sacudía para dar paso a una amarga verdad que, pese a no ser inesperada, no dejaba de hacer mella en mis sentimientos, dañando cada uno de mis bonitos recuerdos con Damián. Pocas cosas perturban más que una verdad incomoda que manche una acogedora mentira.

-          Supongo que decirte eso no era necesario… -Comento lacónicamente al cabo de un minuto sin oírme decir nada.

Le devolví una mirada un tanto perturbada y suspire frustrado. En ese momento no me apetecía seguir la conversación en lo absoluto, se me venían a la mente miles de pensamientos y recuerdos, que no dejaban ninguna otra cosa que quejas y lamentos:

-          ¡Vaya!... –Exclame, suspirando nuevamente. –Solo míranos Leo, aun no llegamos a los 30 y ya hasta nos cuesta recordar cuándo fue la última vez que nos sentimos jóvenes… quiero decir, ya el mundo nos parece tan hostil y podrido que ni siquiera tenemos tiempo para disfrutarlo, nuestra vidas se tratan solo de procurar para el futuro e intentar escapar del presente. –Me lamente. -¿Qué nos paso?... –Le pregunte con cierta melancolía, mirándole a los ojos sin saber que esperar de él.

-          Yo crecí cínico, siempre tratando de no depender de nadie, esperando que un día pudiera tener dinero, poder y éxito. eso una meta difícil en la que algunos triunfan y otros no, yo soy de los que no… En cambio tu, me supongo que creciste rodeándote de un mundo tan idílico como imaginario, esperando recibir aprecio y cariño ajeno, que creo que tampoco lograste. Somos dos extremos opuestos del fracaso, no tenemos nada en común, salvo que… -Y por primera vez detuvo lo que hasta entonces había sido un discurso mecánico, carente de cualquier emoción o rastro de humanidad.

-          ¿Salvo que? –Pregunte inquieto.

-          Salvo que por un error del pasado, ambos perdimos un buen amigo… -Sentencio evasivo.

Quedamos callados, una vez más. Ambos nos mirábamos el uno al otro sin saber que decir, sin saber qué hacer para romper con el incomodo silencio y sin querer separarnos de aquella extraña imitación de intimidad, que finalmente había puesto moño y lazo a una conversación que hasta entonces no había envuelto. Se sentía ese instinto de imprudencia que uno siente cuando se ha tocado un fondo muy intimo de tu ser, pero que a pesar de ser incomodo ayuda a ventilar mejor las penas; es algo así como lo que imagino que deberían sentir dos sujetos que van a la guerra y se ven forzados a confiar sus vidas en el extraño que tienen al lado, quien se convierte momentáneamente en su amigo más querido y al mismo tiempo un ente totalmente ajeno.

Pasados unos minutos sin decir nada toda esa magia se perdió pero la nostalgia quedo…

-          Hemm… me apetece una cerveza… ¿Quieres una? –Le pregunte, ligeramente incomodo.

-          Por favor… Creo que aún quedan muchas cosa que decir…

En efecto, aun quedaba mucho por decir; pero nada demasiado personal o trascendente. Estuvimos bebiendo durante casi dos horas, acabando las cervezas y pasando luego al vino para cocinar. Hablando de cualquier cosa y contándonos toda clase de anécdotas. Conversando con él reí, lagrimee, cante, lo abrase y hasta le lance hielitos dentro de la camisa como broma… hacer todo aquello me resultaba en extremo divertido, extrañaba compartir así con un amigo.

Finalmente, cuando concluimos que ya era tiempo de dejar la bebida, me levante y le pedí que me siguiera, he de decir que me tambalee un poco al hacerlo, pero creo que Leo, que estaba tan ebrio como yo, ni siquiera lo noto.

-          Esta será tu cama –Dije al entrar en la habitación que había junto a la mía y señalando al sofá cama que había en ella.

-          ¡Tienes un gimnasio en casa!... ¡Pero que cool!… -Comento mientras recorría con la mirada las distintas maquinas que tenia hay.

-          Sí, me gusta ejercitarme. –Le comente orgulloso y seguidamente me dirigí al sofá cama y, usando un solo brazo, de un solo tirón extendí la colcha reclinable. En verdad, no recuerdo si hice aquello para exhibir mi fuerza o fue algo axiomático, estaba tan ebrio que no lo puedo determinar. Lo que sí recuerdo, es que Leo me miro con admiración y rio pícaramente con ello.

-          Se te nota –Dijo.

Lo que Leo hiso a continuación me dejo encantado, se acercó para ver la cama en la que dormiría y en el proceso puso sus manos sobre mi brazo izquierdo, el cual comenzó a acariciar sin ningún pudor ni vergüenza, incluso lo apretujo. Todo mientras reía discretamente.

-          Gracias. –Le conteste riendo con picardía y lujuria. Juro que si la borrachera me hubiera dejado estar un tanto más espabilado lo hubiera tumbado en el sofá cama y me lo hubiera cogido hasta que se le dañaran las patas al mueble…

-          Hey, puedo bañarme antes de dormir. Huelo a papas fritas –Me comento al cabo de un rato, soltando entonces mi brazo.

-          … Amo ese olor –Comente entre risas de ebrio. –Hey, Ahora amo tu olor… -Dije mientras reía tontamente.

-          Gracias… -Dijo apenado. En su cara hasta se formo un tenue rubor y yo comencé a reírme de ello.

-          ¡Ha, si!... –Exclame luego de pasar casi un minutos riéndome. -Sí, si puedes. Báñate y si quieres, puedes ponerte algo mío para dormir.

Le hice una seña para que me siguiera y comencé a dirigirme a mi habitación.

-          No creo que nada tuyo me quede, tú eres muy grande... –Comento mientras nos tambaleábamos hacia dormitorio.

-          No importa. si no encuentras algo que te quede, duermes en bolas… -Dije riendo mientras le señalaba la entrada al baño y la ubicación de mi guardarropa.

-          ¡Je ya quisieras!… -Exclamo con picardía mientras iba directo hacia el baño.

-          Si supieras que si… -Dije mientras me tumbaba en la cama. –Pero tú haz lo que quieras, ya te dije que estás en tu casa… Buenas noches.

Cerré los ojos y escuche la puerta del baño cerrarse. En ese momento creo haberme quedado dormido, ya que no recuerdo haber oído la llave del agua abrirse. Estaba tan exhausto y borracho que así como caí en la cama, así me dormí. Estoy seguro de que hubiera podido dormir hasta el medio día del día siguiente de no ser porque me despertó una sensación extraña en el rostro. En un principio pensé que era un sueño pero luego se comenzó a sentir real, eran gotas, gotas de algún líquido cálido que estaba cayendo sobre mi cara. Sin abrir los ojos lleve una mano hacia el rostro y entonces sentí algo… algo húmedo, mojado pero firme… y largo…

-          Disculpa que te lo lanzara en la cara. –Escuche a Leo decir entre risas.

Entonces abrí los ojos de golpe y encontré que a milímetros de mi cara tenía un pene que lloraba agua por toda su longitud… Un pene de hule… si, de hule, se trataba del consolador que una vez compre para ayudarme a dilatar a un compañero de faena sexual...

Mire a Leo: este estaba a un lado de la cama, tenía una toalla alrededor de la cintura y goteaba agua desde sus rulos. Le dedique una mirada entre confundido y avergonzado y luego comencé a reírme inocentemente.

-          Acabo de salir de bañarme y lo encontré en la gaveta de tu ropa interior, junto con tus condones…

Entonces comenzamos a reírnos a carcajadas, era tal la algarabía que hasta le lance el consolador amistosamente, como si fuera una pelota, y él me lo regreso del mismo modo…

-          Tome una ropa que creo que si me servirá. Hasta mañana Manuel y gracias por dejarme quedar. –Dijo al terminar de reír, para luego comenzar a retirarse. –Ha, por cierto. –Dijo justo antes de haber cruzado la puerta, volteándose entonces para verme. –Tengo que felicitarte. ¡Condones XL!… veo que el tiempo te sentó bien en varios sentidos…

Dicho esto, cerró la puerta y me dejo solo. Aun riéndome, me removí entre mis sabanas con satisfacción, percatándome; no solo, del hecho de que no tenia sabanas puestas, sino que además cargaba con una arrecian muy evidente…

- No haberte puesto el bóxer fue sin duda la decisión más brillante y calculada que has tomado en todo el día… - Comento mi conciencia, solo segundos antes de que me volviera a quedar dormido.