El pene de plastico I

Primera parte del recuerdo de la experiencia vivida entre dos amigos entrañables.

“…La ignorancia hace las cosas más simples, nos hace inestables e impredecibles, nos acerca a ese estado primitivo en el que la vida no es más que un simple acto de mantenimiento, nos abandona al hedonismo, al egoísmo, al caos. La ignorancia nos hace; por tanto, más naturales.

La ignorancia impregna nuestros años de juventud y nuestros deseos más íntimos. La ignorancia, hace más maravillosas a las cosas…”

Capitulo 1: Juventud.

Parte 1:

Yo, Manuel, tenía 4 π +1.433636 años cumplidos hacia un par de semanas atrás. Por aquel entonces era un chico cualquiera tanto físico como mental y hormonalmente hablando, menciono lo último porque como a cualquier otro chico de esa edad, las hormonas ya habían comenzando a aflorarme.

Era finales de los 80, vivía en ese entonces en una pequeña vecindad habitada por gente chapada a la antigua; me refiero con esto a que eran personas conservadoras, orientadas a mantener los modales tradicionales y la conducta en sociedad, era esa la razón que hacía que todos los vecinos se conocieran entre si y que por tanto, también lo hicieran sus hijos. Era una comunidad de gente de todos los tipos, había familias pudientes y familias algo más humildes; pero en general era un lugar agradable, pues el efecto hermético en ella, hacia que resultara fácil hacerte amigo de todos incluso si eras tan tímido y reservado como yo lo era. En efecto, conocía a muchos chicos: con unos jugaba futbol, con algunos jugaba videojuegos y con otros tantos iba a la escuela; pero de entre todos ellos, había un amigo en particular con el que siempre hacia todas esas cosas, él se llamaba Leo, era mi vecino y mejor amigo desde los 9 años. Edad que tenía cuando me mude ahí.

Leo y yo teníamos la misma edad y éramos muy parecidos físicamente: teníamos tez blanca (el era un poco mas moreno que yo), cabello y ojos negros, ambos éramos altos para nuestra edad y de cuerpo promedio, (aunque yo era un poco mas fornido por qué jugaba futbol con mas habito; pero en cambio, Leo era el más alto de los dos) él tenía el cabello rulado, cosa que no le gustaba y por tanto prefería  cortárselo casi al ras, yo lo tenía lizo pero lo dejaba crecer solo lo normal. Conductualmente éramos un poco más diferentes, Leo era un chico bastante ingenioso y curioso, extrovertido pero solo lo necesario, era un tanto bromista y siempre se mantenía simpático y amistoso con todos; además era muy inteligente, él tenía las mejores notas del salón, mientras que las mías, aunque eran buenas, tendían mas al promedio. Yo en cambio, era un chico tímido y retraído, me gustaba hablar solo lo necesario y era excesivamente amable y falto de carácter.

Pues bien, como ya mencione antes, por causa de estar entrando en la adolescencia mis hormonas estaban bastante descontroladas, lo mismo le ocurría a Leo. Ni él ni yo habíamos hecho nada sexual hasta entonces: nunca habíamos tenido novia, nunca habíamos besado, jamás habíamos visto a alguien desnudo y no podíamos ver porno porque en aquella época las computadoras y el internet aun no llegaban. Debo decir que nos resultaba apremiante satisfacer nuestra curiosidad sexual, era un impulso desbordante  que ya rosaba lo incontrolable y que nos hacía pasar varias horas hablando y divagando al respecto.

Él relato de mis recursos comienza un día de principios de verano, era precisamente el último día de clases, justo antes de que dieran comienzo a las vacaciones. Leo había planeado que nos reuniéramos en  su casa al salir de la escuela; y aunque lo normal en esas ocasiones hubiera sido ir con el grupo de la clase a compartir una merienda para despedir a los que se cambiaban de escuela y pasar un tiempo con aquellos a los que no veríamos por un buen tiempo, decidí irme a su casa, mas por lealtad hacia mi mejor amigo que por esperar pasar un buen rato.

Nos era costumbre, a Leo y a mí, cortar camino al atravesar el terreno baldío lleno de maleza y arboles resecos que había atrás de la escuela. Caminábamos en línea recta por este he íbamos a parar en la esquina de una acera a muy pocas cuadras de nuestras casas; esto nos ahorraba el pasaje en autobús y nos brindaba unos breves momentos de intimidad para poder hablar de lo que quisiéramos durante la caminata. Normalmente hablábamos de cosas bastante mundanas y en ocasiones tocábamos algún tema propio de nuestra difícil edad, en aquella ocasión, Leo no aguardo a que diéramos más de dos pasos dentro del terreno para iniciar una conversación.

-         ¿Manu?... ¿Puedo hablar contigo de algo serio? –Me pregunto repentinamente, su cara lucia inusualmente inexpresiva, ninguna emoción en particular podía extraerse de ese rostro; lo que era de lo mas inusual tratándose de Leo.

-         Si por supuesto. ¿Qué pasa? – Respondí, deteniendo mi caminar y parándome junto a él.

Leo permaneció dubitativo por unos segundos, luego repentinamente su cuerpo se tenso y me miro con incomodidad, antes de decir:

-         ¿Tú piensas de ser… maricon, gay, homosexual; o lo que se diga?

Yo le mire extrañado y he de decir que me puse tanto o más tenso de lo que lo estaba él. Incluso a esa edad, creo poder decir que mi sexualidad aun no estaba totalmente definida; no me mal interpreten, no es que no me gustaran las mujeres, era el hecho de que no podía afirmar con certeza que me disgustaran los hombres. Diría que para aquel entonces yo aun estaba en un estado de “ambigüedad sexual” y  que mis hormonas alborotadas me hacían receptivo a todo, incluso había tenido fantasías homosexuales más de una vez; por esa razón, aquella pregunta me resulto súbitamente incomoda, porque sentía que me vulneraba no tener una respuesta clara para ella. En efecto, no sabía si responder como la sociedad me había enseñado que debía hacerlo, o ser lo más honesto y objetivo posible.

Al final de una ofuscada cavilación, me decidiría por simplemente evadirla.

-         ¿Porque lo preguntas?... ¿acaso tu eres… -Y antes de haber terminado, él me interrumpió.

-         ¡NO! Claro que no lo soy. Es solo que… ¡contesta mi pregunta, quieres! –Se quejo.

-         Pues no lo sé Leo,  jamás me había puesto a pensar en eso…  -Respondí encogiéndome de hombros, y luego de una pausa dije –Pero la verdad es que los maricos no me importan ni me molestan. Cada quien hace con su vida lo que quiere, ¿o no?.

Leo frunció el seño y se llevo una mano a la barbilla, algo que hacia típicamente cuando pensaba profundamente en algo. Pasaron entonces varios segundos sin que ninguno de los dos pronunciara palabra alguna, por lo que decidí que debía romper el poco silencio.

-         Se me franco. ¿Por qué lo preguntas? –Inquirí.

Leo salió abruptamente de sus pensamientos al oír mi pregunta, y me dedicando una mirada de incomodada antes de comenzar a explicarse.

-         Es que no se si debería decirte, ni siquiera sé si debería estar pensando en esto… tiene que ver con mi hermano –Confeso, levemente angustiado.

-         Sabes que puedes contarme lo que quieras y que no lo sabrá nadie más. –Le respondí mientras ponía una mano en su hombro. Leo entonces pareció relajarse un poco después de ello.

-         Bien… ayer mis papas salieron todo el día, por la tarde yo también lo hice: salí a jugar futbol en la cancha. Así que en casa quedo solo mi hermano. Yo no pensaba regresar temprano pero me dieron ganas de ir al baño así que volví a casa y cuando llegue, vi que mi hermano estaba saliendo del baño, parecía que acababa de ducharse porque estaba mojado y andaba en toalla, él no me vio llegar y yo tampoco me moleste en avisarle. Yo tan solo quería hacer mis cosas y regresarme a jugar. Pero, en fin… llego, me voy directo al baño y me pongo a mear… todo como si nada. pero entonces… -Leo hizo pausa, mientras que una mueca de incomodidad cruzaba su cara. –Note que sobre el tanque del inodoro había… -A leo parecieron atorársele las palabras y de su boca comenzaron a salir extraños sonidos guturales ininterpretables, mientras que su rostro parecía terriblemente desfigurado por las muecas de asco que hacía con este -¡Un pene!... –Exclamo de golpe.

-         ¡¿Se lo corto?! –Pregunte, totalmente conmocionado por su explicita reacción.

-         ¡No tonto! –Me respondió de instantáneo –No era un pene de verdad… bueno; si era de verdad, pero no era de ninguna per... … ¡ERA UN PENE DE PLASTICO! –farfullo.

-         ¡¿De plástico?! ¿algo así como una prótesis? –pregunte confundido.

-         ¡No!... –Entonces suspiro, frustrado por mi incomprensión -no era una prótesis, era una… enorme y… mojada… figura de goma de un pene cuando está parado –Explico Leo, mientras hacía descripciones bastante graficas del objeto. -son unas cosas que las mujeres usan cuando tienen ganas de ya tu sabes que para metérselas por ya tu sabes donde… lo hacen las mujeres y, también los maricos. –Explico Leo, diciendo la última parte con gran incomodidad.

-         Ya, pero ¿No estarás sugiriendo que tu hermano es marico?... ¿verdad? –Le inquirí.

Leo me miro a los ojos, su expresión, aunque repleta de duda y rechazo, dejaba ver una clara respuesta afirmativa a mi pregunta.

-         ¡Es imposible! Él no lo parece, no lo parece para nada –Objete con firmeza. Y es que tenía mis razones para ello. Damián, el hermano mayor de 19 años de Leo, era la viva imagen de la rebeldía masculina. Era un chico gamberro, bromista, anárquico, un chulo que cambiaba de novia a cada semana; bastante asiduo a las “malas juntas” como decían sus padres. aunque con nosotros dos era bastante amigable, de hecho siempre nos traía chocolates y caramelos de regreso de sus salidas, razón por la cual me caía muy bien.

-         Ya sé que no lo parece; pero hay hombres que son maricos y no lo aparentan, para nada. ¿Qué tal si uno de esos hombres resulta ser mi hermano? –Pregunto levemente angustiado.

-         Pues no lo creo. ¿Y qué tal si era de algún conocido, de alguien que lo dejo hay por error?

-         ¡Ho por supuesto! ¿Cómo no lo pensé antes?, después de todo ¡¿Quién no ha perdido alguna vez su pene de plástico en el baño de algún vecino?! –Dijo con sarcasmo.

-         … Solo quise señalar que ese. esa cosa… podría haber estado hay por un montón de motivos, o ser de cualquiera y no necesariamente tener algo que ver con tu hermano –Le indique.

-         Lo dudo, No estaba hay en la mañana cuando se fueron mis papas, ni cuando regrese de la escuela y tampoco estaba cuando fui al baño por última vez antes de ir a la cancha. En casa no había nadie más en la casa aparte de mi hermano. Tiene que ser de él. ¿Qué porque lo tiene o para que lo usa?… No lo sé con certeza.

-         Piensa que pudo tenerlo para gastar alguna broma, haberlo encontrado o que se yo. De lo que estoy seguro, es que tu hermano no es marico. –Concluí tajantemente.

-         Bueno, si es verdad que podría haber alguna otra explicación. Curiosidad, por ejemplo.

-         ¿Curiosidad?... ¿a qué te refieres con curiosidad?

-         Pues… -Leo se cayó repentinamente, como si se hubiera topado con algo que era incapaz de decir, pero al pasar unos instantes retomo sus argumentos –¿Acaso tu nunca has sentido curiosidad por saber cómo es ser marico? ¿Nunca te has preguntado como lo hacen o que se siente?

-         Pues… -Y al igual que Leo, una súbita sensación de incomodidad me embargo y me hizo pensar dos veces en esa respuesta afirmativa que tenia pensada dar inicialmente –¡Tu sabes que a mí me gustan las mujeres!... –Me asegure de decir.

-         Lo sé –Respondió él, con total seriedad

-         pero, pues la verdad es que; a veces, si me da curiosidad saber… -Admití, algo avergonzado.

Leo rio entre dientes al oír mi respuesta y me miro divertido.

-         Así que te la pasas pensando como seria tener algo metido en el culo… -Recito entre risas, y yo no pude hacer otra cosa que sonrojarme y enojarme.

-         Vayamos caminando, que nada hacemos aquí parados. –Dije con voz severa, para luego comenzar a caminar.

-         Estamos hablando, eso es hacer algo. –Argumento, antes de comenzar a andar tras de mí. –Y oye, necesito tu ayuda en algo.

Yo voltee a verlo y sin dejar de caminar le pregunte que era, no sin antes mirarlo con el seño exageradamente fruncido. Leo, comenzó a hablar, dándose por eludido.

-         Es que he estado pensado mucho en eso y porque en verdad me gustaría quitarme la duda de enzima. Necesito saber si mi hermano es gay.

-         Pues eso esta difícil. no podrás saberlo a menos que él te lo diga y dudo mucho que pase. –Le argumente.

-         Sí, yo sé que no puedo preguntárselo así nada más porque me mataría a coscorrones y porque tampoco espero que él lo confiese por sí solo. Pero creo que podría haber una forma de descubrir si es gay, pero para ello necesito tu ayuda. –Decía mientras caminábamos lentamente por entre los matorrales que poblaban aquel terreno.

-         Para empezar dime ¿Por qué te urge tanto saberlo?... ¿no será que tienes ganas de hacer “cositas” con Damián? –Inquirí con voz picara, volteando a verlo solo para percatarme de la divertida expresión en su rostro.

-         ¡Qué asquerosidad dices, es mi hermano!... –exclamo asqueado mientras se recogía de hombros y fingía tener escalofríos… al cabo de unos segundo prosiguió a decir: -Mira, tengo mis razones, no sé si necesites saberlas y tampoco creo que las entenderías, pero una cosa que si te diré Manu, es que cuando tienes hermanos te conviene saber lo mas que puedas de sus secretos.

-         Bueno, supongo que tienes tus razones y todo eso; pero no capto porque me necesitas a mí. –Dije sin mucho interés, mientras me las ingeniaba para pasar entre dos arbustos resecos y llenos de espinas.

-         No lo captas porque todavía no te he dicho lo que planeo… -Dijo Leo, deteniéndose  justo después de pasar por los mismos arbustos y haciendo gestos para que me detuviera también. –Manu. –dijo después de que me diera vuelta para mirarlo de frente. -Antes de decirte nada necesito que me prometas que, tanto si aceptas como si no, lo que te voy a pedir quedara entre nosotros y luego de hecho a ambos se nos olvidara ¡para siempre! –Dijo con la más absoluta seriedad.

Yo fruncí el seño. Sabía que el tipo de cosas que se le ocurrían a Leo podían ser bastante descabelladas, porque tenía una larga lista de recuerdos llena con todas las veces en que me metí en problemas por involucrarme en una de sus ideas. Aun así, pudo más la curiosidad que sentía por saber que se traía mi amigo entre manos que la prudencia…

-         Bien, cuenta a ver que tienes en mete. –Dije con un poco de recelo.

-         Hmmm… … -Leo dio un largo suspiro y entonces dijo –Bien, seré directo. Para convencerme de que no es gay, necesito ver que a Damián no se le pare la verga incluso viendo a otros hombres denuedos; viéndonos desnudos, para ser más específicos –Decía con total normalidad, mientras que yo esperaba a oír la verdadera idea.

-         ¿¡Que, es en serio!? –Inquirí al percatarme de su seriedad. -¿En serio quieres que nos desnudemos delante de tu hermano? –Pregunte incrédulo.

-         ¡No!, No podemos ser tan directos, todo tiene que parecer muy natural y sutil, solo tenemos que mostrarnos lo suficiente para tentarlo y ver si su cuerpo lo delata. Pero siempre tendremos que hacerle creer que lo hacemos todo por cachondos, no podemos ser evidentes porque entonces puede pensar que los dos somos.

Al escuchar esto último termine por convencerme de no ayudarlo en su plan, cosa que se evidencio en mi rostro de inmediato.

-         Descuida. Saldrá bien –Se apresuró a decir al percatarse de mi reacción.

-         Pero, es que… A ver. sigo sin entender que es exactamente lo que quieres hacer –Dije consternado.

-         La idea es que finjamos una situación lo mas erótica que podamos, pero sin que llegue a ser gay. –Explico Leo con frustración, como si lo que dijera fuera completamente obvio y no careciera de sentido.

-         ¡Eso no tiene sentido! ¿Cómo se supone que haremos cosas eróticos tu y yo sin que parezca gay?... o peor aún, ¿Cómo haremos esas cosas eróticas si no somos gays? –Le inquirí, y al ver la expresión de reproche en su rostro, agregue. –O almenas uno de los dos no…

-         “JAJA” muy chistoso… -Rio sarcástico. -Yo sé que no somos gays, ¡Ninguno de los dos! no planeo que nos cojamos en frente de mi hermano ni nada parecido. pero… -Leo guardo silencio repentinamente y sin darle tiempo a continuar le dije.

-         Quieres que nos masturbemos juntos y cosas así –Le complete

-         ¡Exacto!... ¡pero cada quien con la mano en su propia verga, eh!... –aclaro de inmediato.

Yo me quede pensando unos instantes. Mi cabeza daba vueltas imaginando todas las posibilidades de la situación planteada: Me desnudaría frente a mi mejor amigo, lo vería desnudo y me masturbaría junto a él, todo para provocar a su humano mayor y esto mientras seguramente hablábamos de cosas guarras… la verdad era que todo el asunto me daba muchísimo morbo, pero al mismo tiempo me daba corte. Sentía la típica mezcla de curiosidad y recelo que se tiene para con esas cosas en aquella edad.

-         Hmmmm, no lo sé Leo. Vamos a vernos las vergas paradas, a jalárnosla juntos y con tu hermano hay –Recite a la par con mi mente. -¿Qué tal si me da vergüenza, o si no se me para? –Objete nervioso, luego de un rato pensando aun más en lo planteado.

-         ¡A ti se te a cada rato! Y sé que eres el ser mas pajizo que conozco. Además, tú y yo somos amigos. ¡no, espera! De hecho, tú y yo somos mejores amigos. Así que no creo que deba haber problema con vernos desnudos una vez. Sera solo por una ocasión y quedara entre nosotros. –Aseguraba Leo.

-         ¿Qué pasa con tu hermano? ¿Qué pensara de nosotros? –Continúe con indecisión.

-         Tranquilo, yo me encargare de hacer que la situación no genere sospechas graves.

-         No sé cómo pretendes hacer eso. –Advertí.

-         En cualquier caso, yo puedo explicarle todo a mi hermano y entonces solo yo lidiaría con las consecuencias, a ti nada te pasaría. Eso te lo prometo.

-         No sé, sigo sin estar convencido. Todo me suena muy problemático; indebido.

-         Anda acepta, por masturbarte conmigo no te harás marico. Almenas ya no mas… -Bromeo de repente y antes de que pudiera responder, él prosiguió. -Masturbarse es cosa de hombres, así que lo haremos como los dos hombres que somos. Además… -Leo apretó los labios conteniendo las palabras y de golpe negó con la cabeza diciendo “olvídalo”

-         ¿Además qué? –pregunte insistente, picado por la curiosidad.

-         Es que… tú siempre mencionas tener curiosidad sobre estos temas. Digo, tú y yo nos morimos por hacer sexo. Masturbarnos juntos no es lo mismo ni mucho menos, pero es algo ¿no?... digo, no quiero decir que sea sexo o que…. Bueno no sé ni que digo pero… no sé qué pensaras ahora pero yo… -Decía Leo, que vacilaba ante cada palabra por causa de la vergüenza.

-         A mí también me da curiosidad… y creo que hasta cierta calentura –confesé, interrumpiendo las casi balbuceadas palabras de Leo –Y bueno, no es lo mismo que tener sexo, es cierto. Pero, creo que tienes razón con eso de que una paja acompañada es mejor que una normal, no importa si el compañero es otro hombre. –le adjudique.

-         Sí, bueno, exacto. eso quería decir –dijo Leo avergonzado y casi sonrojándose, por lo que me acerque y puse una mano en su hombro en señal de compañerismo.

-         Y lo que dices es cierto, ambos tenemos curiosidad, ambos queremos averiguar cosas, así que no veo por qué no. Somos mejores amigos y yo contigo no siento vergüenza de hacer nada. –Dije con voz conciliadora y tratando de aminorar la vergüenza que aun sentía mi amigo. Y sin pensar, dejándome llevar por la emoción del momento, agregue: -Ni siquiera me daría asco tocar tu verga. Eso es como tocarte en cualquier otra parte…

Sin duda alguna, aquel comentario había sido algo demasiado precipitado y sin meditar. Leo me miro extrañado y yo retire mi mano de su hombro tan rápido como pude, ambos permanecimos callados, esquivándonos la mirada sin saber que decir, esto hasta que…

-         Bueno…. He, gracias… supongo. a mí tampoco me daría asco… creo. –Dijo Leo, que no parecía para nada convencido de lo que decía. él parecía incomodo y algo sonrojado, pero nada en comparación conmigo, que no sabía a donde corre para escapar de la vergüenza. –Bueno. –Continúo él. -vamos a mi casa.

-         Está bien, vamos. –Me apresure a responder, reanudando la marcha con Leo atrás de mí.

Y así pues, callados y sin vernos; continuamos caminando, atravesando del terreno.

Parte 2:

Cargábamos con los uniformes y útiles de la escuela al momento de llegar a la casa de Leo. No mas al entrar lanzamos las mochilas al piso, nos quitamos los incómodos zapatos y nos sacamos la camisa por fuera del pantalón, hacia algo de calor, por lo que Leo se desabotono por completo la camisa y yo al verlo lo imite pero solo hasta la mitad; seguidamente, Leo grito avisando que había llegado pero nadie respondió. Aparentemente la casa estaba sola.

-         Qué raro que no haya nadie. Aunque no importa, así es mejor para hablar. Ven, vamos a mi cuarto –Me indico mientras caminaba en dirección a su dormitorio y yo le seguía.

-         Bien, a ver, cuéntame. ¿Qué es lo que planeas hacer? –Le pregunte luego de haber entrado en su dormitorio.

Leo se tumbo sobre su cama y comenzó a cubrirse con el montón de ropa sucia y sabanas arrugadas que había en ella. La habitación de leo, pintada de azul, era pequeña pero tenía espacio suficiente para que dos personas estuvieran bastante cómodas, había una litera con una mesilla de noche al lado, una televisión, una tupida alfombra con estampados de las tortugas ninja y un pequeño escritorio con su respectiva sillita, poco o nada mas había que no estuviera regado por el suelo o guardo en una caja en el armario.

-         ¿Acaso te vas a estar revolcando entre tus calzones todo el día?... cuéntame ya, anda –Le insistí, sentándome sobre la alfombra junto a la cama.

-         Ya quisieras tu poder revolcarte entre mis calzones así como yo ahorita –Respondió riendo y sacudiéndose con ahínco entre las sabanas y ropas, evadiendo por completo mi pedido.

-         ¡No! Sape, que asco. –Dije riendo y frunciendo el seño con desagrado.

-         ¿Dices que no te daría asco tocarme la verga pero si mis calzones?... Explícame eso. –Inquirió con picardía y su tono de voz se escuchaba más jovial que nunca.

-         Ya párale con eso. lo dije solo para que no sintieras pena por decir que te daba curiosidad pajearte conmigo… -Le recordé.

-         Pero, ¿Entonces no serias capaz de agarrarme la verga? –Pregunto mientras fingía una voz triste y melancólica.

-         ¡¿vas a seguir?! –Exclame malhumorado.

-         Bueno, bueno, no hay rollo, ya no sigo. –Y diciendo esto se quedo inmóvil sobre la cama, aparentando haberse dormido, y así permaneció sin decir más.

Yo, resignado a tener que esperar a que Leo “despertara” para seguir hablando, encendí la televisión y me quede viéndola mientras no dejaba de pensar y reprocharme por lo que había dicho horas atrás en el trayecto. ¿Cómo era posible que hubiera dicho algo así? Me preguntaba, ¿Por qué no pensé antes de hablar? Me reprochaba, ¿Tocar su pene ¡qué asco!? Me mentía…

En eso estuve, hasta que al cabo de unos 5 minutos Leo se removió estrepitosamente entre las sabanas y entonces, lentamente se deslizo hasta quedar sentado al borde de esta, con sus pies puestos junto a donde yo estaba. –¿Hace calor o soy solo yo? –Me pregunto.

-         La verdad es que si hace un poco de calor; pero deberías probar a no cubrirte con un montón de ropa sucia y apestosa. –Le objete.

-         ¡Bah!... no es eso, es que tengo puestos los calcetines. se me asan los pies. –Y diciendo esto se los quito y los lanzo al suelo. –Si tú también te los quieres quitar hazlo, sabes que esta es como tu casa –Me dijo, mientras miraba fijamente sus pies posados sobre la alfombra.

-         No gracias, así estoy bien. –Aunque en realidad se me antojaba mucho quitarme todo y quedarme no más que en calzones, pues en verdad hacía calor y además la alfombra de Leo era peluda y se sentía muy agradable al tacto con la piel desnuda.

-         Bueno, está bien.

Pasaron los minutos y Leo aun seguía sentado, mirado sus pies con una cara cada vez más enigmática. Yo al notarlo no pude evitar preguntarle.

-         ¿Pasa algo?

-         ¿Crees que mis pies son grandes? –Pregunto

-         Ham. No lo sé, yo creo que están normales. –Le respondí luego de observar sus pies por un segundo. -¿Por qué lo dices?

-         Es que mi mama dice que me andan creciendo muy rápido. Todos los zapatos ya me quedan apretados, es que según ella ya me ando desarrollando y estoy por pegar el estirón. ¿Tú de qué tamaño los tienes? –Me pregunto, y su tono voz sonaba extraño y difícil de descifrar

-         Pues, la verdad es que no sé qué talla soy, pero creo que son más o menos como los tuyos.

-         No creo, yo apuesto a que los tuyos son más pequeños.

-         Si tu lo dices –Dije sin interés, volviendo de inmediato la mirada al televisor.

-         Oye, comparemos nuestros pies. Así sabemos quién se está desarrollando más.

La propuesta me sonaba aburrida y sin sentido, nada de interés le veía a saber quien tenía los pies más grandes o quien estaba creciendo más rápido. Pero, no había muchas otras cosas que hacer ni nada muy interesante que ver; así que, como de costumbre, decidí seguirle la corriente a Leo. Me senté a su lado en la cama y trate de poner mi pie derecho lo más cerca que pude de su pie izquierdo, logrando con ese acto que nuestros cuerpos se juntaran mucho.

-         Pero quítate los calcetines primero –Dijo Leo

-         ¿Para qué? Es igual. –le objete

-         No es lo mismo. Quítatelos ¿Qué te da pena o qué? –Me pregunto, y sonó sonaba casi desafiante.

No tuve más remedio que quitarme los calcetines, inspirado por su desafío implícito y deseos de que el asunto se terminara rápido. Entonces, Leo comenzó a observar mis pies, cerciorándose de que el suyo era uno o dos centímetros más largo que el mío.

-         Ves que son más chicos. –Señalo

-         Sí, pero ni tanto, solo un poquito no más.

Entonces quedamos en silencio, uno junto al otro, mirando a nuestro alrededor, cruzando miradas de vez en cuando y con las mentes totalmente en blanco. No teníamos nada de qué hablar. Fue así, hasta que repentinamente Leo rio y dijo

-         ¿Sabes? dicen que mientras más grandes tienes los pies, mas grande tienes la verga. –Dijo sonriente y guiñándome un ojo.

Yo no supe cómo responder a eso. Sabía que no era otra cosa que una broma, pero por algún motivo, el tema me despertó una tremenda curiosidad; me encendió las hormonas por así decirlo. Y la expresión en el rostro de Leo no hacía más que darle un toque de desafío que me emocionaba todavía más.

-         Si claro, como tú digas. “la tienes más grande” –dije riendo y hablando sarcásticamente, retándolo en respuesta...

-         Ha, ¿con que lo dudas? Te apuesto lo que sea a que la tengo más grande que tu –Dijo con total certeza mientras reía y me miraba con una sonrisa de oreja a oreja en el rostro.

-         No, si claro, es que te mide dos metros y tal… -Brome sarcástico.

-         Tal vez no dos metros pero si es incluso más larga que tus brazos. –Dijo bromista. –¡Los dos juntos!

Ambos reímos de la ocurrencia. Había una atmosfera divertida pero ligeramente erótica que hacía que aquellos chistes sin gracia parecieran hilarantes y hacia que nos riéramos como tontos.

-         Bueno ya, pero de verdad que sin exagerar. la tengo grandecita. –Dijo entre risas y con un poco de vergüenza.

-         ¿Qué te hace pensar que yo no? –Le inquirí picaron. Ya para ese entonces nuestras mejillas estaban rojas, nuestros corazones latían entusiasmados y yo comenzaba a sentir un leve calorcito entre mis piernas…

-         Tu de seguro la tienes enana pendejo –Dijo riendo a carcajadas y acercando un puño a mi entrepierna en son de broma, el cual detuve por supuesto.

-         Claro que no. –Sostuve riendo. –No sé si sea grande pero te aseguro que no es chica. La tuya seguramente sí.

-         He visto cuando se te para con el pantalón puesto. ¡te aseguro que es pequeña! –Aseguro riendo.

-         Eso no vale, con ropa se disimula. –Objete sonriendo.

-         Se disimula que la tienes pequeña…

-         ¡Que no! Es que tengo que escondérmela para que no me lluevan las chicas –Le guiñe.

Esperaba que Leo respondiera negando mi argumento y que; típicamente, volviera a decir que la tenía pequeña, pero en su lugar me sorprendió diciendo algo totalmente diferente.

-         Pues no sabremos quién la tiene más grande hasta no vérnosla. –Y diciendo esto se llevo una mano a la entrepierna y se estrujó con fuerza el leve paquete que se le marcaba.

-         …. –Guarde silencio por unos instante en los que mi corazón comenzó a latir de nervios y me cuestionaba el haber oído bien. -¿Estas sugiriendo que?..... –Pregunte nervioso.

-         ¿Por qué no? –Me respondió de inmediato. -Ya dijiste que no había nada de qué avergonzarnos, somos amigos. Hagámoslo solo por curiosidad, solo una vez y todo queda entre nosotros.

Yo no respondí, permanecí silente viendo a Leo a los ojos y de repente, sin decir más, mi amigo comenzó a bajarse lentamente la cremallera. Yo quede inmóvil, mientras veía con excitante curiosidad como sus manos iban bajando por su entrepierna. El corazón me comenzó a latir sin parar y mi excitación comenzó a aumentar para cuando Leo hubo bajado por completo su cremallera, dejándome entrever sutilmente sus calzoncillos de color azul que ya marcaban cierto volumen, delatando una erección incipiente. Entonces, comenzó a quitarse la camisa.

-         Para estar más cómodo. –Dijo luego de dejar la prenda sobre la cama y posar sus manos sobre el botón de su pantalón. Yo solo respondí asintiendo con la cabeza y mirándolo, algo atontado. Seguidamente desabrocho su pantalón y de un solo tirón los deslizo hasta el piso.

Hay estaba yo, junto a mi mejor amigo, tan cerca que se sentía el calor que emanaba su cuerpo. Él no tenía más que sus calzones puestos y estaba sonriéndome con picardía y erotismo. No pasó ni un segundo para que Leo comenzara a estrujar su paquete con fuerza y deleite: lo apretaba, lo soltaba, lo acariciaba y luego lo volvía a apretar, en un calmado proceso del que yo fui testigo en cada detalle y que se repitió hasta que su miembro alcanzo un grado máximo de dureza y tamaño. Su paquete se notaba apretado, firme y cálido, emanaba un enigmático aroma entre acido y salobre y en el momento en que fue obvio que ya no podría crecer más, ya que su trusa no se lo permitirá, en ese momento fue cuando se bajo los calzoncillos y dejo toda su hombría al aire:

Era un miembro de más o menos 11 o 12 centímetros, delgada y un poco curvada hacia arriba, con una cabeza chata y que era acompañado por un hermoso par de testículos considerablemente gordos y casi perfectamente redondos.

Yo clave la mirada en su verga y con los ojos seguía cada movimiento de su mano, no sabría decir que expresión tenían nuestros rostros, pero seguramente estaríamos ambos mordiéndonos los labios. Entre tanto, y casi sin darme cuenta, yo había comenzado a estrujarme el paquete con una desesperación que hasta me hacia doler la verga, una que ya estaba por alcanzar su mejor estado y que me pedía a gritos libertad, cariño y exhibición.

-         Me voy a quitar el pantalón –Me decidí a decir, luego de haber decidido que ya era tiempo de vencer mis temores y reservas.

-         ¡Hazlo! –Me dijo, esbozando una sonrisa sutil en su enrojecido rostro.

Con gran velocidad y movimientos desesperados me quite la correa y me desabotone el pantalón, seguidamente me baje el cierre, metí mis pulgares entre el elástico de mi trusa y me quite ambos de un solo jalón.

-         ¡Mierda! –Exclamo Leo, tan solo un segundo de ver mi miembro.

Por aquel entonces, mi pene mediría unos 15 centímetros de largo, era de ancho normal aunque para mi edad vendría siendo un muy buen grosor, era completamente recto; sin ninguna curvatura ni engrosamiento más que en los bordes de la cabeza, que era ligeramente puntiaguda y totalmente descubierta.

-         ¿No decías que la tenía chiquita? –Dije riendo orgulloso -¿Dime, ahora cual de las dos es la enanita? –Pregunte riéndome de la cara de estupefacción de Leo, quien parecía no creer lo que veía.

-         Es… grandota –Se limito a decir sonriéndome, y su voz sonó entrecortada por un leve tartamudeo y también, por lo agitada de su respiración.

-         Si –Respondí devolviéndole la sonrisa e iniciando una suave masturbación con la mano derecha –No como la emanadita tuya –Agregue en son de broma, sonriendo amistosamente, aunque no sin cierta soberbia.

-         Está bien, la tuya es más grande. –Admitió entonces, dejando caer sus aires de presunción. -pero la mía no es enana, es normal. –Dijo mientras que, con la mirada, seguía el ritmo de mi masturbación. mi tamaño lo tenía alucinado, al grado de que incluso había dejado de masturbarse (aun así, su verga seguía tan erecta como al principio).

-         Pues… yo la veo chica –Dije con voz muy seria. por supuesto que estaba bromeando. a mí me parecía que su verga estaba bien; de hecho, me gustaba, cosa que me causaría una buena confusión psicológica horas después…

-         Claro, lo dices porque tú la tienes enorme –Se excuso, sin darse cuenta que ese comentario solo me hiso sentir infinitamente alagado y con más ganas de querer seguir hinchándole las bolas…

-         A mi “pequeño” Leo como que le ha gustado mi “gran” amiga. –Dije alegremente, haciendo especial énfasis en las palabras, pequeño y gran.

Leo no respondió, solo me miro con reproche por almenas un segundo y luego volvió la mirada nuevamente hacia mi verga. Parecía imposible hacer que separara la vista de ahí y esas miradas no hacían más que aumentar todavía más mi calentura y mi atrevimiento.

-         Te apuesto a que la mía es también la más dura –Le argumente retador.

-         Eso si no lo creo. La mía es durísima –Dijo orgulloso.

-         Con eso tan pequeño que tienes no me extraña. –Le dije con desdeño. Sabia para mis adentros que me estaba pasando de imbécil, pero he de confesar que me sentía tan embriagado por la excitación y sensación de superioridad, que en ese momento no me importaba seguir molestándolo.

Leo no respondió, su mirada continúo perdida en mi verga por varios segundos, hasta que de repente, una sonrisa de lujuria atravesó su rostro y entonces dijo.

-         Pues no sabremos quién la tiene más dura, hasta no agarrárnosla…

Mis ojos se abrieron de golpe y la mano con me masturbaba se detuvo abruptamente, no había ni terminado de procesar lo que acaba de oír para cuando sentí las cálidas y suaves puntas de los dedos de Leo, rozando el tallo de mi pene y liberándolo del agarre de mi mano con una brillante lentitud y sutileza, esto hasta tenerlo completamente bajo su control. Fue entonces, cuando sentí por primera vez a una mano extraña apretando con fuerza a mi pene, que un escalofrió indescriptible me recorrió por todo el cuerpo y me hiso cerrar los ojos y estremecerme de placer. Tarde en recuperarme, pero para cuando lo hice, lo primero en lo que me fije fue en la expresión, mezcla de lujuria, temor y satisfacción, que había en la cara de Leo y seguidamente, la maravillosa sensación que me propiciaba el que una mano extraña me tocara.

Sonreí y mire fijamente a Leo, quien me respondió con una mirada picara, que corto abruptamente para entonces comenzar una suave masturbación de la que no fui capaz de distraerlo, ni siquiera cuando intente retribuirle agarrando su pene. En ese momento quise abrazarlo, alzarlo en mis brazos y ovacionarlo, porque lo que me hacía era probablemente la mejor cosa que había sentido jamás. Era mi mejor amigo y me estaba masturbando; con gusto, haciéndolo solo por hacerme disfrutar y sentir bien, eso me llenaba de satisfacción y quería hacérselo saber, no con palabras, pues creía suficiente el solo mirarlo con una avasallante ternura.

La mano de Leo fue acelerando hasta un  ritmo veloz, pero sin llegar a ser frenético. Mi corazón latía sin freno, el calor aumentaba y ambos sudábamos, nuestra respiración era irregular y agitada, yo me estremecía y me flexionaba erráticamente buscando expresar más físicamente el placer que sentía. En determinado momento, pude notar la verga de Leo, completamente desatendida y ya no tan erecta como solía; así que, con algo brusquedad, acerque mi mamo derecha hacia esta y la agarre con firmeza. A Leo se le erizaron los bellos Instantáneamente y un escalofrió recorrió entero su cuerpo. Detuvo la masturbación que me daba por un instante, reanudándola nuevamente con más entusiasmo que nunca y no sin antes liberar un suspiro de éxtasis.

Su verga se sentía suave, cálida y muy manejable, toda una delicia para masturbar; no tarde nada en comenzar a agitarla con toda la potencia de la que me permitía mi brazo. Leo por su parte hacia lo mismo con mi verga, aplicando siempre tanta o más velocidad de lo que yo lo hacía con la suya. Sin darnos cuenta, habíamos iniciamos una competición en la que al cabo de unos minutos Leo salió vencedor al retirar su mano derecha de mi pene, sustituyendo esta por su mano izquierda, retirando también mi mano y remplazándola con la única otra que tenia libre. Ahora Leo nos masturbaba a ambos.

Les juro, nunca me sentí tan atendido, mimado y alabado como en ese momento. ¡Era lo máximo!, ahora tenía libertad en mis manos para poder acariciar mi pecho por debajo de mi camisa, o acariciar mis muslos y todo mientras que su mano izquierda se movía sobre mi pene tan bien como su mano derecha lo había estado haciendo. Leo se dejo caer sobre la cama y yo no pude más que flipar al ver su rostro enrojecido y su pecho empapado de sudor por el esfuerzo que hacía por mantener un ritmo francamente feroz sobre ambos penes. Viendo esto, me deje llevar por los sentidos, relajándome completamente y dejando caer mi pecho junto al suyo, cerrando los ojos mientras que con mis manos seguía acariciando mi cuerpo. Todo aquello, me proporcionaba en conjunto un indescriptible placer.

Pasaron más o menos 5 minutos en esa posición y al cabo de ellos comencé a notar que los brazos de Leo apenas podían seguir aguantando el arduo ritmo al que sometía nuestros penes; su cara brillaba por el sudor y respiraba como si estuviera corriendo en una maratón, se veía tan provocativo y vulnerable que volvió a despertar en mi esos deseos de consentirlo, de mimarlo, por lo que pase mi brazo derecho tras su cuello para que este le sirviera de almohada y logrando con ello pegarme a su cuerpo lo suficiente como para poder sentir su calidez y apreciar el olor a sudor y colonia infantil que emanaba de él.

Comencé a acariciarlo, descubriendo así que tocar su húmeda piel resultaba ahora mucho más excitante que cuando lo hacía durante algún juego de futbol. Era la sensación, o más bien la idea implícita, de poder explorar su cuerpo en un estado de total vulnerabilidad y entrega lo que me causo una vadera explosión de excitación; fue entonces, cuando no pude aguantar más.

Comencé a correrme con descaro y sin avisar: Mis manos formaron puños que necesariamente clave contra la cama y mis caderas subían y bajaban de manera provocativa; esto, mientras chorros de semen salían expulsados desde mi pene. El primero logro alcanzar mi obligo, manchando mi camisa de la escuela, mientras que los otros 4 se esparcieron sobre mi pubis y parte de ellos se derramo sobre la mano de Leo.

Me quede exhausto, sin posibilidad de mover ni un musculo, respirando agitadamente y sudando como un cerdo; mientras tanto, Leo seguía masturbándome como si nada hubiera sucedido, pero la dureza de mi verga se fue perdiendo irremediablemente y al cabo de un rato la soltó. Mi amigo seguía masturbándose como podía, se le notaba muy agotado, pues hacia muecas de cansancio de vez en cuando y a veces incluso gemía de forma alargada y sostenida, casi dolorosa. Empecé a preocuparme y a pensar que aquello le estaba costando más de lo normal, por lo que comencé a acariciar sus delgados y cortitos cabellos, esto mientras acariciaba su pecho y le decía cosas como “vamos… tu puedes… córrete anda… dale, dale duro…” Fueron estas las dosis de atención necesaria para hacer que su pecho se contrajera y que repentinamente 3 chorros seguidos de semen salieran expulsados para ser derramados sobre su pubis y su mano al son de los berridos de su respiración…

Ambos estábamos agotados, en especial el pobre Leo que no podía ni respirar bien; sin embargo, también estábamos maravillados y extasiados por esa experiencia que había sido sin dudas la mejor paja concebible por nuestras jóvenes mentes.

Nos mantuvimos acostados uno junto al otro, queriendo dormirnos así como estábamos hasta recuperar fuerzas, pero la humedad en mi camisa manchada con mi semen me recordó abruptamente que había el peligro de que alguien pudiera llegar y vernos así; y de suceder eso, el pene de plástico de Damián seria el menor de los problemas en la mente de leo…

-         Me embarre la camisa –Dije riendo tontamente y enseñando la mancha que había en ella.

Leo se separo de mí y con cierta dificultad se irguió para verme. Sonrió sin muchas ganas y pasados unos segundos se recostó en la cama y con voz desganada dijo:

-         Quítatela, métela donde no la vean y busca una de las mías en el closet.

-         ¿Una de colegio? –Pregunte mientras me ponía de pie y me quitaba la camisa.

-         Si, vístete tal y como llegaste, luego… -Hizo una pausa abrupta, supongo que para tomar aire. -ve a tu casa a darte un baño. y recuerda que si preguntan, esto nunca ha pasado. ¡No se hablara de esto! –Ordeno Leo, con voz queda.

-         Pero… ¿si podemos hablarlo entre nosotros verdad?

-         ¡Sí, pero vístete ya! –exclamo Leo.

Yo obedecí sin reparos. Primero encontré una camisa suya y me la puse, luego busque por el piso mis pantalones, calzoncillos y calcetines y comencé a vestírmelos tan rápido como podía. Cuando termine. Antes de salir a la sala para buscar mi mochila y mis zapatos, voltee a verle y justo antes de que pudiera decir nada él dijo.

-         Pregunta en tu casa si puedes quedarte acá el fin de semana. - Y sin decir más, me dio la espalda y, desnudo como estaba, se acurruco entre las sabanas y se puso a dormir.

Una leve sonrisa se dibujo en mi rostro mientras cerraba cuidadosamente la puerta. Recogí mis cosas y salí corriendo a toda prisa hacia mi casa, deseando con todas mis fuerzas poder quedarme a dormir en casa de Leo esa noche…