El Penal de los Lamentos 26

Las dos periodistas entrometidas oyen su sentencia de labios del juez

Tras iniciar la vista preliminar en el juicio contra Lara, los miembros del tribunal bajaron a la mazmorra donde se iba a leer la sentencia contra las dos gringas.

Alina y Yulia, las dos periodistas imprudentes que habían querido denunciar el sórdido negocio del alcaide, habían pasado dos interminables semanas de infierno y horror en las mazmorras del Penal de los Lamentos. Durante ese tiempo las dos mujeres fueron sometidas por sus verdugos a continuas violaciones y espantosas torturas que quebrantaron su ánimo hasta el punto de verse obligadas a confesar crímenes que no habían cometido. Finalmente tras arrancarles a la fuerza todas aquellas mentiras, llegó el día en que acabó su largo proceso y tuvieron que comparecer ante el tribunal para escuchar de labios del juez su sentencia de muerte.

En realidad el juicio había sido una pantomima y su sentencia estaba decidida desde el principio, pero igualmente las dos jóvenes habían sido interrogadas y torturadas salvajemente tanto para justificar su condena como para puro divertimento de todos esos pervertidos.

Los tres días anteriores los verdugos se habían abstenido de someterlas a tormento pues el alcaide quería que las acusadas se presentaran lo suficientemente enteras delante del tribunal y de los testigos para que así no pudieran denunciar que las confesiones habían sido obtenidas por métodos ilícitos.

Minutos antes de que fueran a buscarlas, las dos muchachas se encontraban en su celda, desnudas y atadas a las argollas de la pared con grilletes y pesadas cadenas. Todas las noches eran maniatadas así por Matías el  carcelero, apartada la una de la otra para evitar  que tuvieran contacto físico entre ellas y con los movimientos restringidos por cepos y grilletes para evitar que pudieran acariciarse o masturbarse. Asimismo el carcelero las mantenía amordazadas casi todo el tiempo y sólo les soltaba la mordaza para darles de comer, de  beber o cuando iba a la mazmorra para abusar de ellas.

Cuando las prisioneras oyeron el ruido de la llave y el descorrer los cerrojos se alarmaron y se pusieron de pie rezando para que esta vez se conformaran con abusar de ellas y no las llevaran otra vez a esa odiosa cámara de tortura.

Por la rendija de la puerta apareció el feo rostro de Matías y nada más verlo ellas bajaron la mirada en señal de sumisión.  El verdugo sonrió con desprecio.

  • Hoy es un gran día para vosotras, zorras, vienen a leeros la sentencia así que adecentaos que oléis a meados.

El carcelero habló  así y  sin decir más les echó por encima unos cubos de agua que traía sin preocuparse de sus gritos y protestas.

  • Vamos, deprisa, basta de remilgos,…. el tribunal lleva un rato esperando, les dijo bruscamente mientras les abría los grilletes.

Ya libres las espoleó para que se apresuraran por el pasillo dándoles latigazos en las nalgas y las piernas. Las dos jóvenes entraron dando gritos de protesta en la cámara de tortura pero una vez allí enmudecieron ante el panorama que se encontraron e inconscientemente se encogieron y se cubrieron sus vergüenzas con las manos.

Como era costumbre, a las dos muchachas se les permitió comparecer  delante de sus jueces sin ataduras y sin mordaza pero completamente desnudas y empapadas.

Junto al tribunal había varias decenas de hombres trajeados que habían acudido como testigos de que todo se hacía conforme a la ley, muchos de ellos eran clientes asiduos del penal y sólo esperaban a que las bellas periodistas fueran condenadas para empezar a pujar por ellas.

Al ver a todos esos individuos las dos jóvenes se sintieron avergonzadas de tener que mostrar su desnudez y las marcas de las últimas torturas  ante tantos mirones. Además las dos tiritaban de frío por eso intentaban taparse sus partes con manos y cabellos.

A pesar de que los hombres hablaban en voz baja se podían oír perfectamente las obscenidades y rijosas observaciones que hacían sobre las jóvenes. En un momento dado, las dos se acercaron entre sí como para protegerse una a la otra, además Yulia cruzó las piernas como una niña que se estuviera orinando para ocultar su sexo depilado y enrojecido  de todas aquellas lascivas miradas.  La joven se cubría especialmente de ese general pervertido que había sido testigo de algunas de las sesiones de tortura y que ahora la miraba como un lobo hambriento. El muy cerdo no dejaba de hacer observaciones obscenas sobre su cuerpo a una pandilla de indeseables que le acompañaban. En ese momento la bella rubia desconocía que ese hombre ya había pagado buen dinero por gozar de ella  y martirizarla sin piedad durante dos días enteros nada más fuera condenada por el juez.

  • ¿Tenéis algo que decir antes de que el tribunal dicte sentencia?, dijo el magistrado comprobando satisfecho el grado de postración de las dos mujeres.

  • Sí, yo quiero decir algo, se atrevió  Alina mirándole a los ojos.

  • Adelante.

  • Quiero….exijo….  que se nos permita hablar con el cónsul de nuestro país.

  • ¿Queréis hablar con el Cónsul Smith?, dijo el juez enarcando las cejas.

  • Sí, tenemos derecho, ese abogado no ha movido un dedo en nuestra defensa y queremos que alguien nos defienda de verdad.

Los miembros del tribunal cuchichearon entre sí durante unos segundos.

  • Está bien, así se hará, las acusadas son extranjeras y tienen derecho, dijo el juez, sin poder evitar una mueca de burla. ¿Algo más?.

Alina enmudeció sorprendida por la aparente facilidad con la que habían accedido a su petición.

  • Muy bien pues si no tenéis nada más que alegar el secretario leerá la sentencia.

Ceremoniosamente el secretario se puso en pie con un papel en la mano.

Las dos extranjeras que comparecen ante este tribunal han confesado voluntariamente horribles crímenes de traición contra nuestra patria que incluyen intento de extorsión de cargos públicos y terrorismo, por todo ello, este tribunal las condena…… a la pena de muerte.

Tras esas palabras se hizo el silencio. Las dos muchachas se miraron consternadas entre sí, luego  al secretario y luego al juez,…. no podía ser verdad, hasta ese momento tenían la esperanza de que no se atreverían a tanto…pero al final así fue…..Yulia estaba histérica y a punto de llorar…. quería despertar de esa pesadilla.

  • Ya lo habéis oído, dijo el juez satisfecho.  Desgraciadamente la pena no  se puede aplicar inmediatamente, por lo que por el momento se conmuta por cadena perpetua que cumpliréis entre los muros de esta prisión. Sin embargo, la pena capital se cumplirá tarde o temprano. Entre tanto, en espera de que el gobierno apruebe la ejecución de las condenadas, éstas quedan bajo la custodia del alcaide al que recomendamos que  las someta a castigos y torturas proporcionadas a sus horribles crímenes.

Las jóvenes sintieron un escalofrío de terror cuando oyeron esas palabras que las condenaban a seguir sufriendo el resto de sus vidas en manos de esos sádicos depravados.

El juez prosiguió.

  • Asimismo, anuncio que cuando os llegue la hora será el propio alcaide el que establecerá la forma y los detalles de vuestro suplicio de la manera que él considere conveniente, siempre y cuando la ejecución sea pública y ejemplarizante, claro está.

Esta vez Yulia no pudo soportar más y se arrodilló juntando las manos y rogando por su vida.

  • No, por favor, no podéis hacer esto, somos inocentes.

  • No lo sois, aquí tengo vuestras confesiones

  • Confesamos todo eso sólo porque nos torturaron durante días y días, yo, yo  no podía soportar más. Hubiera firmado cualquier cosa… Dios, ¿es que nadie me cree?, y luego se dirigió furiosa a Alina….. Fuiste tú, tú me convenciste de venir a este horrible lugar,…. te odio. Y sin mediar palabras se lió a bofetadas con su compañera.

Alina se defendió como pudo de las patadas y golpes de Yulia, mientras los hombres, lejos de separarlas reían divertidos al ver a las dos chicas en pelotas dándose de tortas.

Yulia era algo más fuerte así que tras intercambiar golpes y patadas cogió a Alina por el pelo y la obligó a arrodillarse mientras seguía dándole puntapiés. Las dos acabaron en el suelo a torta limpia, pero cuando estaba claro que Yulia tenía dominada a su compañera unas manos de hierro la agarraron y le obligaron a incorporarse.

  • Quieta, salvaje.

Cuando se dio cuenta de que era Sánchez, Yulia hizo un rabioso amago de sacudirse pero el brutal verdugo la calmó de un par de bofetadas bien dadas. La rubia finalmente se calló y dejó que el gigantón le atara las manos a la espalda  con los carrillos enrojecidos por las tortas y jadeando por la excitación de la pelea.

Alina por su parte se quedó arrodillada en el suelo y sin mirar siquiera a Yulia se puso a llorar mientras hacía todo lo posible por tapar su desnudez con las manos.

Mientras Sánchez terminaba de atar a Yulia, los miembros del tribunal empezaron a recoger sus cosas comentando burlonamente el lance entre las dos furcias y el general felicitaba al juez.

  • Mi general, interrumpió  el alcaide, quisiera saber si hemos hecho progresos en lo que le planteé la última vez. Como sabe me gustaría tener las manos libres para ejecutar a las dos condenadas, el juez ha dicho muchas cosas, pero nada en concreto.

  • Creo que puedo darle buenas noticias, señor alcaide. Mis últimas gestiones han calado en varios miembros del gobierno. En realidad no tienen previsto cambiar la legislación por el momento, pero consideran que éste es un caso especial y no me sorprendería que en breve reciba el permiso para ejecutarlas entre los muros del penal cuándo y como usted guste. Espero que ese día nos proporcione un buen espectáculo.

  • Descuide general, dijo el alcaide alborozado, será inolvidable. ¿Se va a llevar inmediatamente a Yulia?

  • Sí, alcaide, desde que la vi desnuda por primera vez ansiaba tenerla en mi poder.

  • Le felicito, tiene buen gusto general.

  • Puedo asegurarle que  he tenido mucho tiempo para pensar en lo que iba a hacer con ella, ¿me ha reservado una de sus cámaras de tortura como le pedí?.

  • Por supuesto que sí, espero que disfrute mucho de ella general y como prueba de agradecimiento por sus gestiones le regalo esto para que lleve  a la esclava hasta la cámara de tortura con sus propias manos.

El alcaide le dio una elegante caja y abriéndola le mostró los cuatro dragones. Al verlos Yulia sintió un escalofrio de terror y miró anhelante al alcaide.

  • Muchas gracias, dijo el general admirando el sofisticado instrumento de tortura, es bellísimo, la labra de estas esculturas es realmente delicada.

  • Imagino que no necesito explicarle cómo funciona.

  • Por supuesto que no alcaide, dijo el general abriendo las fauces de uno de los dragones  y comprobando en  uno de sus dedos que los pinchos estaban ciertamente afilados.

  • Con eso puesto la esclava le seguirá como un corderito a donde usted quiera, se lo aseguro.

  • ¿Lo has oído zorra terrorista?, mira lo que tengo para ti

El general se acercó a Yulia a la que ya tenían solidamente atada y que hizo el amago de recular al ver que acercaban eso a uno de sus pechos.

  • Qué tetas tan bonitas tiene esta zorra, dime Sánchez, dijo el general cogiendo el seno de Yulia con la mano y levantándolo mientras la acariciaba insistentemente, me dice el alcaide que ya has torturado los pechos de esta esclava con tus agujas.

  • Sí, mi general.

Yulia temblaba de terror sintiendo como sus pechos se erizaban entre los dedos de ese sádico.

  • ¿Qué tal fue? ¿Gritaba mucho?

  • Sí, mi general, al principio aguantó un par de agujas sin gritar pero luego a partir de la tercera berreaba como una auténtica cerda

  • Me hubiera gustado verlo, dijo apretujándole el pecho con su manaza de hierro y buscando un beso que ella rechazó bruscamente.

-Mi general, si me lo permite, no tiene por qué privarse, dijo Sánchez muy excitado, si quiere hoy mismo puedo someterla a la misma tortura delante de usted.

  • No, no por favor. Balbució Yulia que negaba muerta de terror.

  • Buena idea, Sánchez, dijo el general insistiendo en acariciar el pecho desnudo de la muchacha, vete preparando todo lo necesario en la cámara de tortura que me han reservado.

  • Lo haré con sumo placer general.

La chica lloró y pidió piedad desesperada a su verdugo pero no le sirvió de nada.

  • Sí pero antes de la sesión de tortura mis amigos y yo veremos qué tal folla esta preciosidad, ja, ja, mira Sánchez, dijo el general, la perra se está excitando sólo de pensar lo que le espera, mira cómo se le han arrugado los pezones.

  • Lo sé mi general, conozco bien a esta zorra y sé que en el fondo goza con el dolor.

  • ¿Es cierto? Ahora lo vamos a comprobar

Y diciendo esto se puso a acariciarle las tetas con uno de los dragones de bronce mientras ella no podía hacer otra cosa que negar con la cabeza.

  • Chúpele el pezón antes de ponérselo general, dijo Sánchez, cuanto más sensible lo tenga más le dolerá.

  • Gracias Sánchez  ¡cuánto tengo que aprender de ti verdugo!, y sin decir más el general se metió el pezón de Yulia en la boca y se lo empezó a chupar y morder con glotonería. La chica gimió de dolor y entonces otro de los amigos del general hizo lo mismo con el otro pecho. Los dos hombres se los succionaron a la vez y se los mordieron hasta ponérselos duros y erizados. Cuando se los sacaron de la boca, Yulia tenía los dos pezones como dos fresones gruesos y rojizos, listos para el tormento de los dragones. Sólo entonces procedió el general a administrarle los mordiscos de los mitológicos animales en los dos senos, uno detrás de otro, pellizcando una porción de carne bastante apreciable. Esta vez la gringa no tardó ni un segundo en empezar a soltar gritos como una loca.

  • IIAAAAAAYYYY

Entre tanto y mientras su amiga gritaba  de dolor, Alina vio cómo el alcaide se acercaba hacia ella sonriente y automáticamente adoptó la postura de sumisión mostrándole abiertamente todo su cuerpo desnudo. La chica recordaba perfectamente lo que significaban esos dolorosos mordiscos de los dragones sobre sus propias carnes y no quería dar ninguna excusa para que repitieran la experiencia con ella.

  • Te echaba de menos esclava, le dijo él estrechándola entre sus brazos. A Alina ni se le ocurrió negarle el beso en la boca que le exigió ese hombre, pues tras él el general estaba colocando los dragones en las partes más sensibles del cuerpo de Yulia: pezones, clítoris y lengua como habían hecho con ella misma el fatídico día en que llegó a la prisión.

  • AAAYYYYY, NO POR FAVOR, PIEDAD, AAAAYYYYYAAAA. Los gritos de la bella Yulia  hubieran puesto los pelos de punta al más insensible, pero los sádicos amigos del general los celebraron con risotadas y obscenas burlas

Mientras la besaba una y otra vez en la boca el alcaide siguió acariciando el delicioso cuerpo de Alina comprobando con sus dedos que los verdugones de los últimos latigazos habían remitido y apenas eran perceptibles al tacto. Así estuvieron los dos un buen rato ajenos a los demás, y Alina aceptó sumisamente los besos y caricias del cruel alcaide mientras toda esa gente iba abandonando la cámara de tortura.

La joven miró apenada a su amiga Yulia a la que se llevaban escaleras arriba a trompicones llorando y gimiendo de dolor mientras el general insistía en tirar de los dragones riendo a carcajadas.

Finalmente cuando todos salieron, Matías se quedó junto a la puerta esperanzado de que al menos le dejaran a la morena para continuar divirtiéndose con ella, sin embargo y sin molestarse siquiera en volverse hacia él,   el alcaide le ordenó que saliera de la cámara de tortura dejándolo a solas con Alina. Sólo entonces el hombre dejó de acariciarla y se apresuró a cerrar la puerta por dentro.

Alina se sorprendió cuando vio  al alcaide corriendo los gruesos pasadores de metal de la puerta. De algún modo pensaba que tras leerse la sentencia abandonaría por fin ese lugar de horror, pero al parecer el alcaide deseaba seguir atormentándola en esa siniestra mazmorra. De hecho, la  muchacha tembló de miedo cuando vio cómo  ese hombre cogía unos grilletes y se dirigía decidido hacia ella.

Pon los brazos a la espalda, le ordenó secamente. Ella no sólo obedeció inmediatamente sino que además se volvió y le dio la espalda ofreciéndole los brazos para que le pusiera los grilletes con más facilidad.

  • ¿Qué…qué va a hacer conmigo ahora?, se atrevió a decir con un hilo de voz mientras el alcaide terminaba de maniatarla y volvía a alejarse de ella.

El hombre no le contestó, en su lugar se desnudó completamente y se volvió a acercar a su prisionera con una potente erección, era evidente que quería hacer el amor con ella y eso la tranquilizó algo. De hecho él volvió a abrazarla y acariciarla y siguió besándola en la boca cosa que ella aceptó voluntaria y gustosamente.

Sin embargo, esa aparente dulzura contrastó inmediatamente con unas crueles palabras

  • Supongo que ya has oído al juez. Ahora eres enteramente mía, yo  y sólo yo decidiré cómo y cuando morirás.

Alina le miró con cara de cordero degollado mientras él no paraba de acariciar y besar su dulce cuerpo por enésima vez.

  • El cuándo ni yo mismo lo sé, pero me gustas tanto que desde luego no será inmediatamente, en cuanto al cómo….,

Alina se quedó expectante temblando de miedo.

  • En realidad tampoco lo sé….. aunque tengo algunas ideas.

  • Por favor, señor, tened piedad de mí, dijo ella con lágrimas en los ojos….al menos que sea rápido.

El alcaide dejó por un momento de besarla.

  • ¿Rápido?, ja, ja. ¿Acaso crees que me voy a conformar con algo rápido e indoloro?, No querida, será lento, muy lento y muy cruel, de eso podéis estar segura tú y tu amiga.

  • Piedad, mi señor, piedad.

  • En el fondo te lo tienes merecido pues como decías querías disfrutar viendo sufrir a otras mujeres.

  • Eso era sólo una excusa para entrar aquí.

  • Haberlo pensado antes, ahora vas a tener razones de sobra para arrepentirte así que deja de llorar y resígnate a tu suerte…a propósito de tu ejecución, ven conmigo, que tengo que enseñarte algo. Y diciendo esto la arrastró hasta una sombría esquina de la cámara de tortura donde había lo que parecía una extraña escultura.

Alina ya había visto esa enorme escultura de hierro negruzco, de hecho era uno de los pocos instrumentos de tormento que aún no habían utilizado con ella ni con su compañera.

  • Te presento a la Doncella de Hierro, dijo el alcaide sin poder evitar cierto tono de  orgullo.

Alina sintió un horrible escalofrío de terror al ver la tétrica figura que supuestamente representaba el cuerpo de una mujer. En realidad parecía un extraño robot en forma de gran cono de hierro del tamaño de una persona con cabeza pero sin brazos ni piernas. Lo más humano que tenía la escultura era el rostro de una mujer con los ojos y la boca hueca.  La joven pudo ver en ese momento el espeluznante gesto de dolor y agonía que el escultor había conseguido representar en el rostro de esa escultura y un escalofrío de terror recorrió su joven cuerpo.

El alcaide inició otra de sus conferencias eruditas mientras acariciaba los perfectos pechos de Alina.

  • Tiene un aspecto terrible, ¿verdad?. La gente cree que esto se usó como instrumento de tortura en la Edad Media pero en realidad es mentira, es sólo un invento del siglo XIX destinado a dar miedo a los incautos y a adornar ciertas novelas góticas. De todos modos eso no significa que no se pueda usar hoy en día para un propósito similar, y diciendo esto abrió el vientre de la escultura formado en realidad por dos puertas  de metal que giraban gracias a unas bisagras.

  • ¡No!, Alina respiraba violentamente al ver el interior erizado de centenares de pequeños pinchos dirigidos hacia dentro.

  • No te asustes, no te voy a ejecutar todavía, le dijo acariciándole los senos y el trasero con las dos manos, sólo quiero meterte dentro para ver lo que sientes

El alcaide se empezó a excitar de puro sadismo ante las reacciones de la esclava que empezó a temblar literalmente de miedo entre sus manos al ver ese pequeño receptáculo erizado de pinchos.

  • En los museos para turistas he visto que les suelen poner unos pocos pinchos largos, puntiagudos y oxidados. Tienen un aspecto terrible pero en realidad es poco práctico pues en casos extremos la víctima podría ensartarse en los mismos a posta y acabar así rápidamente con sus sufrimientos. Es mucho mejor así con centenares de pinchos afilados que se clavan por todo el cuerpo unos milímetros y que hacen enloquecer de dolor.

  • Dios mío, qué horror, dijo Alina muerta de miedo.

  • Sí querida, imagino que será horrible y lo vas a experimentar ahora mismo en tus propias carnes, ja, ja,… nunca mejor dicho. Y diciendo esto obligó a Alina a meterse en la doncella de hierro. La chica siguió rogando y ejerció cierta resistencia pero no mucha para no cabrear más a su verdugo. Este ajustó el cuerpo de ella al interior y tras recomendarle que no se moviera  cerró acto seguido las puertas.

  • AAAYYYYY

La chica gritó y gritó al cerrarse las puertas de  la tétrica escultura pues éstas presionaron contra su anatomía y sintió cómo centenares de pinchos afilados se le clavaban por todo el cuerpo y  especialmente en el trasero, las tetas, los brazos y los muslos. Sin embargo  sus gritos quedaron pronto acallados por el grueso metal. Lo único que se veía de la joven desde fuera eran sus ojos aterrorizados a través de los ojos huecos de la estatua y sus labios y dientes a través de la boca.

  • Ja, ja, sé que puedes sentir todos esos pinchos sobre tu piel, hazme caso, si no te mueves y permaneces quieta evitarás arañazos innecesarios.

Alina siguió gritando pero permaneció lo más quieta posible y sus gritos se fueron mudando en lloros y sollozos.

Tras comprobar que la rea se calmaba un poco, el alcaide procedió con la segunda parte del suplicio y para ello fue a buscar un brasero. Este era muy bajo a ras de suelo y se podía mover por el piso gracias a unas pequeñas ruedas. Llevándolo hacia el inmenso horno que solía estar siempre encendido, el alcaide lo fue llenando de brasas incandescentes palada a palada. En esto se tomó unos minutos en que su cuerpo desnudo se cubrió de sudor debido al intenso calor del horno. Una vez lleno de brasas llevó el brasero hasta la Doncella.

Aún se oían los gemidos de Alina y se podían ver los ojos de la aterrorizada muchacha que veía cómo ese sádico acercaba el brasero sin poder hacer nada por evitarlo. Entonces el alcaide decidió abrir la ventanilla que formaba la cara de la estatua de modo que pudo ver la propia cara de la condenada visiblemente histérica y aterrorizada.

  • Mi señor, sacadme de aquí os lo ruego, tened piedad, me duele por todo el cuerpo.

  • Estoy seguro de eso  pequeña, pero no hay ninguna prisa, además voy a contarte algo. Mientras el alcaide le seguía explicando con toda tranquilidad fue introduciendo el brasero bajo la doncella de hierro.

  • No, qué hace, saque eso de ahí, no por favor.

Pero por supuesto no hubo piedad de ninguna clase.

  • Varios siglos antes de Cristo un tirano griego de Sicilia llamado Falaris mandó fabricar un toro de bronce hueco de tamaño natural. En realidad el toro era un horno. En él solía meter a sus víctimas gracias a una portezuela y tras cerrarla herméticamente por fuera hacía encender fuego bajo el vientre del animal con la víctima dentro.

Alina comenzó a imaginarse lo que el alcaide quería decirle al tiempo que sentía un creciente calor bajo los pies.

  • Ya te puedes suponer lo que ocurría entonces, la víctima se asaba viva a fuego lento dentro del toro. Debía ser espantoso morir así, además seguramente los verdugos regularían el fuego para que el suplicio fuera más lento y pudiera prolongarse durante horas y horas.

  • NO, no, por favor, no. La muchacha entendió al momento lo que le iba a pasar. El metal de la doncella se estaba calentando poco a poco y con él los pinchos que se clavaban en sus carnes.

  • El tal Falaris era tan perverso que hizo instalar una especie de trompa en la boca del toro que hacía que los alaridos del condenado semejaran los propios mugidos del animal.  Por supuesto debe ser carísimo fabricar un armatoste semejante así que no lo voy a hacer pero, mira por donde, inspirándome en el toro de Falaris he pensado usar la Doncella de Hierro convenientemente calentada con una de vosotras dentro. ¿Qué te parece? Al final no sé si lo emplearé contigo o con tu amiga Yulia. A la que le toque la pondremos a  fuego lento y veremos qué pasa.

Alina se meó encima al oír eso mientras el calor del hierro empezaba a ser ya insoportable.

  • Se que aún no te produce quemaduras pero notas el calor abrasador bajo tus pies y tus piernas ¿verdad?

  • Sí, sí, me quema quitádmelo por favor. Ahora Alina se agitaba intentando alejar los pies de la chapa inferior que ya le abrasaba  las plantas de los pies. Eso le hacía arañarse dolorosamente con todos los pinchos que atenazaban su cuerpo.

El alcaide dejó que la mujer sufriera unos minutos más torturándola sicológicamente.

  • ¿Qué harás si te quito el brasero?

Alina contestó llorando histérica pues el calor ya subía por sus piernas y caderas al tiempo que el metal se seguía calentando lentamente alrededor.

  • Seré, seré vuestra puta para siempre, haré todo lo que me digáis, pero por favor quitadme este dolor.

  • No sé,… a ver… empieza por sacar esa lengüita y dame un beso.

Alina se apresuró a sacar la lengua temblando y aceptó llorando el morreo que le dio el alcaide. Los dos se besaron un buen rato pero el hombre terminó mordiéndole la lengua con sus incisivos.

  • AAAAYYY

La joven le miró con los ojos llorosos sin entender por qué era tan cruel pero al ver su gesto de disgusto comprendió.

  • Gracias señor, mordedme otra vez y diciendo esto sacó la lengua todo lo que le fue humanamente posible.

  • Veo que vas comprendiendo y le volvió a besar tras lo cual volvió a morderle la lengua. Esta vez Alina aguantó sin gritar pero volvió a rogar llorando.

  • Por favor, señor, sacadme, quema mucho, por favor.

  • Muy bien, dijo el alcaide, por el momento tendré piedad de ti y te sacaré pero en su lugar tendrás que ser mi esclava de verdad. ¿Lo prometes?

  • Sí, sí lo prometo seré vuestra esclava.

  • Me obedecerás en todo y harás todo lo que te diga.

  • Sí, sí, lo prometo, lo prometo, pero  quite las brasas uaaaa, me quemo dios….

  • Follarás conmigo por tu propia voluntad y fingirás que te gusta todo lo que te haga.

  • Sí, sí DIOOOOS, MIS PIES, ME QUEMOOO; PIEDAAADD.

  • Dilo, esclava, di que te gustará o seguirás asándote lentamente dentro de la doncella de hierro.

  • SÍ, SÍ FOLLADME CUANTO QUERÁIS, ME ENCANTA, ME GUSTA MUCHO VUESTRA POLLA, POR FAVOOOOOOR.

  • Está bien, y acto seguido le extrajo el brasero de debajo de la doncella. No obstante dejó que la escultura se fuera enfriando con lo que no la liberó inmediatamente  y además le cerró la portezuela  de la cara.

Alina siguió gritando histérica pues el calor seguía siendo insoportable y ahora lo sentía por todo su cuerpo además casi no podía respirar así que sacó los labios por la boca de la estatua a pesar de que el metal caliente le quemaba. La joven imaginó perfectamente lo que suponía ser ejecutada de esa manera tan horrible y no podría quitarse esa experiencia de la cabeza el resto de su vida.

Cuando por fin el alcaide se decidió a abrir las puertas de la Doncella la joven se derrumbó desfallecida cayendo al frío suelo de la mazmorra.

El hombre  la cogió entonces en brazos y la llevó hasta el potro de tortura acostándola  sobre la tabla. Hecho esto le soltó las manos y Alina se acurrucó sobre el potro mostrando al hombre que tenía toda su blanca piel cubierta de pequeños puntos rojizos de las puntas de metal.

  • Vamos esclava, a partir de ahora me tendrás que demostrar en todo momento tu sumisión si no quieres ser ejecutada dentro de la Doncella de Hierro.

No se lo tuvo que repetir. De un salto Alina bajó del potro y poniéndose de rodillas abrió la boca todo lo que pudo invitando al alcaide a hacerle una felación.

  • Así ocurrió, Alina se la empezó a chupar como si fuera su novio y mientras se la chupaba el alcaide siguió insistiendo.

  • Haz que me guste de verdad si no ya sabes lo que te ocurrirá.

  • Sí, mi señor haré todo lo que queráis, y la joven se esmeró todo lo que pudo en chuparle el miembro lo mejor que pudo. En un momento dado se metió debajo de las piernas del alcaide y sin siquiera pedírselo le metió la lengua y la cara entre sus glúteos mientras seguía masajeándole la polla con las manos.

  • ¿Os gusta así?, le dijo sin dejar de chuparle el ano. Decidme cómo lo queréis.

  • De eso nada, tendrás que adivinar lo que quiero, zorra.

Y Alina intentó meterle la lengua dentro del ano desesperadamente.

  • Ja, ja, qué zorra, estarías dispuesta a  hacer lo que fuera para conservar tu piel ¿verdad?.

Alina siguió y siguió dándole placer a ese hombre cruel muerta de terror. Así tras satisfacerle oralmente ella misma se puso a cuatro patas y lamió del suelo las gotas de esperma que habían caído.

Una vez terminó la joven se puso en postura de sumisión de rodillas y con las manos tras la nuca.

Satisfecho por la sumisión de la esclava, el alcaide le esposó las manos tras la espalda y poniéndole un collar de perro se la llevó de la cámara de tortura tirando de ella.

El viejo Matías vio con pena cómo R. E. se llevaba a la bella Alina que había sido su juguete sexual durante tantos días.

  • Tenga piedad de mí señor alcaide dijo el viejo carcelero mirando por última vez el precioso cuerpo de la muchacha, estoy muy sólo aquí, ¿por qué no me manda una prisionera que me haga compañía?.

El alcaide se rió al ver al viejo verdugo en situación tan lamentable. A pesar de su decrépito aspecto al tipo se le notaba un enorme paquete.

  • ¿Qué pasa Matías?, ¿es que no has tenido suficiente con las dos periodistas?, vas a tener que volver a las manualidades, ja, ja.

  • Piedad señor alcaide, por favor.

Y R. E. empezó a subir las escaleras llevando a Alina con él, pero entonces se lo pensó mejor.

  • Venga Matías, no desesperes, hoy mismo te voy a mandar un bomboncito de dieciocho años para que juegues con ella.

  • Vale dijo Matías sonriendo pero que sea pronto. Y el carcelero vio alejarse escaleras arriba el culito desnudo de Alina mientras sentía cómo su polla se endurecía aún más.

La joven periodista se volvió un instante para ver por última vez al hombre que se la había follado más veces en su vida e inexplicablemente le añoró ante la oscura perspectiva que se le abría ahora con el alcaide.

Continuará