El Penal de los Lamentos 24

Lara, una compañera del colegio de Hanna y Patricia pide al director que le entregue una carta de presentación para visitar a las detenidas en el Penal…..

Un par de horas después de hablar con el director en su despacho, Lara se encontraba en la barca que la conducía al Penal de los Lamentos sin sospechar lo que el perverso director y el alcaide habían urdido para ella. En ese momento la joven se encontraba un tanto azorada con ese barquero rijoso e importuno que no dejaba de mirarla ni de decirle  requiebros.

  • ¿A dónde vas bonita?, le decía comiéndosela con los ojos.

  • A la prisión,…. pero sólo de visita, decía ella ingenuamente.

  • ¿De visita?, ja, ja, las chicas como tú solo van a ese lugar por una razón, dijo simulando una felación con su mano…. eres muy joven y bonita y seguro que te gusta lo que tienen los hombres entre las piernas, a mí no me engañas.

Lara hizo una mueca de asco al ver el obsceno gesto del viejo barquero.

  • Déjemeen paz, yo no soy una furcia,  ni una delincuente, como ve voy libremente y por mi propia voluntad, dijo juntando bien las piernas ante los esfuerzos de él por mirarle bajo la falda.

  • Ja ja, ja, si vas a la prisión por tu propia voluntad es todavía peor, eso significa que eres una zorra masoquista y que te mereces todo lo que te hagan ahí dentro, y el tipo escupió al suelo

Lara le miró con asco y preocupación, de pronto pensó que quizá hacía mal en ir sola a la prisión y por un momento estuvo tentada de decirle al barquero que diera la vuelta, sin embargo, no se decidió a hacerlo. Además la visita de Lara no era tan desinteresada como podía parecer, en realidad odiaba a Patricia y a Hanna pues en su opinión eran un par de frescas sin ningún pudor que con malas artes les quitaban todos los chicos a ella y a sus amigas de la Liga de la Decencia. El día que las detuvieron se alegró mucho y ahora  le apetecía ver en la prisión a esas dos golfas desvergonzadas. En el fondo le gustaba saber que estaban recibiendo su merecido..…..

De repente, cuando la barca no llevaba navegando ni diez minutos empezaron a caer algunas gotas de agua  y en un minuto se puso a diluviar.

Jurando en arameo, el barquero se puso un chubasquero que tenía para eso, pero Lara no tuvo manera de taparse, de modo que durante veinte minutos que estuvo jarreando, la joven se quedó inerme bajo la lluvia intensa y pertinaz.

De hecho, no terminó de escampar hasta que llegaron  a la isla de manera que ella acabó hundida y chorreando.

Junto al embarcadero le estaba esperando el alcaide en persona junto a dos guardias armados.

  • Eres Lara, ¿me equivoco?, dijo el alcaide ayudándola a desembarcar.

  • Sí, sí, dijo ella sacudiéndose el pelo como un perro mojado y temblando de frío.

  • Soy el alcaide, dijo R. E. sin mostrarle ninguna consideración por estar hundida de agua, tienes algo para mí ¿verdad?.

  • Sí, sí se-señor alca- caide, y diciendo esto le entregó la carta del director castañeteándole los dientes. El alcaide abrió inmediatamente el sobre  y Lara se  extrañó de que estuviera impresa aunque no pudo leer su contenido. Lo que sí pudo apreciar es la medio sonrisa que esbozó el alcaide cuando enseñó lo que había escrito a los otros dos guardias para que hicieran de testigos. Estos también se sonrieron de manera que Lara se quedó muy extrañada.

  • ¿Es esta tu firma? Le preguntó él tapando con la mano el resto del contenido.

  • Sí, sí…¿Qué qué tal esta- tán Hanna y Patricia?, dijo ingenuamente sin dejar de temblar.

  • Muy bien, muy bien, ahora mismo te llevo con ellas.

En ese momento Lara se fijó que los guardias le miraban fijamente el pecho y entonces se dio cuenta de que los prominentes senos se le transparentaban a través del sostén y la blusa empapada. Además tenía los pezones en relieve por el frío.

Con un rápido gesto la chica  se tapó cruzando las dos manos sobre su pecho mientras se ponía roja de vergüenza. Los guardias se rieron mientras se daban codazos.

  • Que alcaide, ¿una nueva puta para su harén?, dijo el barquero mientras soltaba amarras.

Lara frunció el ceño indignada de esas palabras.

  • Cállate y limítate a hacer tu trabajo si no quieres que te denuncie dijo el alcaide.

El barquero volvió a escupir al suelo y puso en marcha la barca.

  • Putas, a mi no me engañan, volvió a mascullar mientras se alejaba de la isla.

  • Que que hombre ta-tan desagradable, dijo Lara sin advertir que el alcaide la miraba de arriba abajo relamiéndose de la nueva adquisición. El director del colegio se había portado bien y le había mandado una chica preciosa, probablemente de las más guapas de la prisión. Ella ni siquiera se dio cuenta de que con el agua la faldita se le había encogido tanto que ahora mostraba algo más de sus muslos de lo que ella misma hubiera deseado.

  • Tú primero, le dijo a Lara sonriendo y la chica entró en la fortaleza sin sospechar nada mientras insistía en taparse el pecho con los brazos.

Esta vez el de la recepción ni siquiera dijo nada pues el alcaide le había advertido que se iban a divertir con la recién llegada haciéndole creer que estaba allí sólo de visita. Sin embargo, al verla de esa guisa no pudo evitar sonreir con lujuria y crueldad.

La pobre Lara se empezó a sentir como un cordero rodeada de lobos viendo cómo la miraban todos esos hombres. Mientras tanto no paraba de temblar y notaba perfectamente como las gotas del agua fría de lluvia se deslizaban por sus muslos desnudos.

Como vio que la chica dudaba el alcaide la cogió del brazo con cierta brusquedad.

  • ¿Qué, qué hace?

  • Vamos, no hay tiempo que perder, tengo ganas de que veas cómo interrogan los verdugos a tus amigas

Lara se alarmó al oír aquello.

  • ¿Interrogarlas?, ¿verdugos?, dígame ¿qué les están haciendo?.

  • ¿Tú qué crees guapa?

  • Perdóneme, he, he cambiado de idea, dijo ella sin dejar de temblar e intentando soltarse. Quiero irme a casa.

  • Tranquila mujer, tranquila, ahora no puedes volver a tierra, el barquero se ha marchado y no volverá hasta dentro de unas cuantas horas. Tienes mucho tiempo por delante y ahora mismo vas a ver lo que les hacen a tus amigas, ¿a eso has venido, no?.

  • Sí, sí.

Y de forma aún más brusca la llevó agarrada del brazo casi contra su voluntad mientras los dos guardias le apuntaban con sus armas.

El alcaide le hizo cruzar el patio para llevarla directamente a las cámaras de tortura de manera que en el camino tuvieron oportunidad de pasar junto al patíbulo donde las internas sufrían flagelación. Lara sintió un escalofrío de terror al ver los látigos y la siniestra estructura  así como los postes de los que colgaban grilletes, ahora además a unos metros del patíbulo había varias cruces de madera pues por sugerencia del Cónsul Smith desde un par de días antes habían empezado  a practicar la crucifixión como castigo.

Lara se quedó parada al ver las siniestras cruces de madera. Estas tenían un doble falo enhiesto a la altura de la entrepierna para que la víctima  fuera empalada a la vez por sus dos orificios. Además a pocos metros por delante de las cruces había una panoplia repleta de instrumentos de tortura.

  • ¿Para qué es eso? dijo Lara mientras notaba cómo se le aflojaban los esfínteres de puro miedo.

  • Ya te enterarás a su debido tiempo, dijo uno de los guardias encañonándola y empujándola con el arma ¡ahora camina!.

  • Vamos, no seas tan brusco, es nuestra invitada, no una convicta.

El alcaide se limitó a sonreírle con crueldad y la urgió a continuar pues estaba impaciente de llevarla hacia las cámaras de tortura.

La pobre muchacha pasó por delante del cartel que indicaba que entraban en la zona de interrogatorios pero francamente casi no se fijó en él, pues lo que realmente la paralizó fue ver aquel lóbrego pasillo lleno de jaulas con mujeres desnudas en su interior.

  • ¿Qué, qué hacen todas esas mujeres en esas jaulas?, dijo ella muerta de terror e intentando librarse de la garra de ese hombre.

  • Esperan turno para sufrir el suplicio en esas mazmorras.

  • ¿Por qué?, ¿qué han hecho?

  • ¿Qué, qué han hecho?, dijo el alcaide encogiéndose de hombros. ¿Qué importa eso?, no han hecho nada que yo sepa, simplemente todas las condenadas del penal son delincuentes y sufren tormento casi a diario, el tormento forma parte de la condena, ¿no lo sabías?.

  • Eso es inhumano, ¿Hanna y Patricia también?

  • Sí, claro, ahora mismo las tienen en la cámara de tortura número 8, y llevan desde esta mañana torturándolas, vamos ven a verlas, sé que lo estás deseando.

  • Dios, es-ta-tán torturándolas. No, no,…. no quiero ir, quiero marcharme de aquí, por favor.

  • Ahora no te hagas la inocente, querías ver cómo castigaban a tus amigas como una vulgar mirona, ¿no?, pues eso es lo que vas a ver quieras o no y cogiéndola otra vez del brazo la llevó entre las jaulas hasta la mazmorra número 8.

  • Sí, ahí las tienen, dijo el alcaide mirando por el ventanuco, vaya, no parece que lo estén pasando muy bien. Míralo por ti misma, y obligándola con su mano de hierro Lara no tuvo más remedio que mirar lo que ocurría dentro de la cámara de tortura.

  • Dios mío, ¡qué horror!.

La inocente Lara pudo ver entonces lo que esos sádicos estaban haciendo con sus compañeras de colegio y no pudo evitar orinarse encima.

  • Ja, ja, se nota que te ha gustado lo que has visto porque te has meado de gusto, ven, vamos, vamos a entrar, preciosa, así podrás ver de cerca cómo las torturan y oirás cómo gritan.

  • No, no, por favor, deje que me vaya, se lo suplico.

Pero el alcaide no sólo no la dejó escapar sino que llamó con los nudillos atrayendo la atención de los verdugos. Cuando abrieron la puerta Lara vio horrorizada que ellos también estaban desnudos y que en ese momento tenían sus miembros al aire tiesos y brillantes.

  • ¿Qué nos trae aquí alcaide?, dijo uno de los verdugos mirando a la bella Lara con deseo ¿otra zorra masoquista?

  • No, ésta es una buena chica, dijo él acariciándole el pelo, quizá un poco mirona pero buena en el fondo, ha venido a ver cómo martirizáis a sus amigas.

  • No, no.

  • Vamos preciosa no seas tímida, ven a saludarlas, le dijo el verdugo agarrándola a su vez del brazo.

Lara no tuvo más remedio que entrar arrastrada por ese fortachón desnudo y miró consternada el cuerpo torturado de Hanna que seguía en postura de strappado y que ahora lucía unas marcas de latigazos recientes en sus brillantes pechos, en el vientre y en sus costados. La joven pudo ver perfectamente el tremendo efecto de las anillas de castrar sobre los pezones de Hanna que en ese momento estaban hinchados, irritados y más alargados de lo normal. En ese  momento un verdugo le pinchó en la punta de los senos con unas agujas de acero y la pobre Hanna volvió a retorcerse mientras lanzaba un agudo quejido.

  • Dios mío ¡qué crueldad!, dijo Lara, déjeme, déjeme le digo, y diciendo esto la joven se zafó por fin del verdugo entre las risotadas de éste.

Lara se fue hasta la pared de la mazmorra y volvió la cabeza sin querer mirar lo que le hacían a Hanna.

  • Vamos, vamos, muchacha, no te hagas ahora la modosa, has venido a disfrutar viendo cómo torturan a tus amigas, ¿por qué no quieres mirar?.

Entonces el alcaide  la obligó a  acercarse hasta la jaula donde aún tenían a Patricia. Esta última miró con odio a Lara.

  • Sacad a la morena de la jaula y quitadle la mordaza así podrá contar a su amiga las delicias de la prisión.

Los verdugos se apresuraron a abrir la jaula que aprisionaba las carnes desnudas de Patricia y le quitaron la mordaza.

  • ¿Qué haces tú aquí puta empollona?, dijo Patricia muy cabreada,.. ¿tenías envidia de nosotras y se la has chupado al director para que te traigan aquí?

  • No me digas eso Patricia, sólo, sólo quería venir para asegurarme que os tratan bien.

  • Nos tratan de puta madre, ya lo ves, estos salvajes no paran de torturarnos y yo ya he perdido la cuenta de todas las pollas que me han metido por todos mis agujeros.

  • Pero, pero ¿os han violado?, no hay derecho, …. ¡Qué horror!.

  • Señor alcaide, dijo Patricia descaradamente, aquí donde la ve con esa cara de buena, ésta es la más puta de todas. ¿Por qué no se saca la polla y me deja enseñarle cómo se la chupo antes de que esos tipos empiecen a hacerme cosquillas? Seguro que la mosquita muerta se anima y le hacemos un sándwich entre las dos.

El alcaide miró con lujuria a Lara y sin más se abrió la bragueta dejando su miembro a merced de Patricia.  Como tenía las manos esposadas a la espalda la joven se arrodilló y sin más ceremonia empezó a lamerle la polla con cuidado y deleite.

  • Pero, ¿qué lugar es éste?, y usted es el alcaide, ¿cómo puede aprovecharse de las prisioneras de esta manera?

El hombre no sólo no le respondió sino que cerró los ojos y entreabrió la boca para disfrutar más de la felación.

  • Y eso que tu amiguita sólo lleva aquí cuatro días, dentro de un mes la chupará mejor que una puta de primera, así, zorra, así, joder qué bien lo haces, dijo el tío entre dientes.

Por toda respuesta Patricia miró a Lara lascivamente sin parar de lamer  el pene brillante del alcaide y de la misma se lo metió entero hasta la garganta cerrando los ojos de gusto.

  • ¡Qué asco!, voy a vomitar, dijo Lara para la que no había cosa más abominable que chuparle el miembro a un hombre.

Mientras Patricia se la chupaba al alcaide, los verdugos reanudaron el martirio de Hanna. Así cogieron sendas varas flexibles y se pusieron a repartirle varazos en las piernas para que la recién llegada lo viera. Las varas chasqueaban contra los muslos de la chica con sonoros impactos que dejaban unas marcas rojas que poco a poco se ponían moradas. La pobre Hanna gemía a cada golpe mientras gruesos lagrimones le caían de sus bellos ojos.

  • Por favor,…. Lara no podía seguir mirando, por favor, dejen de torturarla, pero los verdugos siguieron dándole varazos  sin ninguna misericordia. Ahora era Lara la que no paraba de llorar.

  • Señor alcaide, deje que me vaya, por favor, no lo soporto más, esto es como estar en el infierno, pero el cruel R. E. estaba demasiado ocupado disfrutando de la mamada de Patricia como para hacerle ni caso. La joven no paraba de mover la cabeza atrás y adelante animosamente haciendo bailar sus coletas y que ese hombre temblara de placer.

  • Así, puta, así, sigue chupando, zorra.

Lara estaba desesperada ante esa escena de tortura y depravación, así que sin pensárselo siquiera se arrodilló delante del alcaide y como si rezara juntó las manos.

  • Se lo ruego, por lo que más quiera  dijo sobreponiéndose a los desesperados alaridos  y lloros de Hanna, al menos dejen de torturarla, no soporto más sus gritos.

Probablemente el alcaide no lo hizo a posta, pero en ese momento se volvió hacia ella y le tocó la cara con su pene enhiesto pringándola de babas y de esperma.

  • Por Dios qué asco, gritó Lara temblando de grima y pasándose las manos por la cara.

Patricia se rió con ganas al ver lo que le había pasado  a su ex compañera de clase, y como si estuviera loca de lujuria se dio la vuelta y se puso de rodillas ofreciendo sus dos orificios para que el alcaide la penetrara vaginal o analmente. El hombre que también reía se decidió por el coño de la chica y ésta bramó de gusto cuando la penetró hasta el fondo con su pene ya lubricado.

La joven Lara siguió limpiándose desesperadamente sin parar de temblar de frío y de asco. Ya no podía sacarse de encima ese olor a sexo.

Los verdugos también rieron al ver lo que le había pasado a la empollona reprimida pero de la misma siguieron torturando a placer a Hanna sin parar de darle varazos en las piernas y en las plantas de los pies.

El alcaide estuvo bombeando sobre el cuerpo de  Patricia durante unos interminables  diez minutos más y finalmente se corrió dentro de ella bramando de placer. La joven Patricia no llegó al orgasmo pero estuvo a punto. En todo ese tiempo la muy zorra no dejó de gritar ni de pedir guerra mientras insultaba a Lara y la llamaba reprimida, pija y cosas así.

  • Dios, ha eyaculado dentro de ella, ¿no ve que la puede dejar preñada? es,… es usted un malnacido

Efectivamente el coño de Patricia parecía ahora que tenía vida y ante los espasmos de ella una gota blanquecina salió de él deslizándose por su clítoris hasta caer al suelo.

  • Ten cuidado con lo que dices muchacha, dijo el alcaide, insultar a un funcionario en el ejercicio de su cargo es un delito.

Entre tanto, Patricia se había vuelto otra vez y empezó a limpiarle la polla con toda naturalidad lamiendo los restos de esperma delicadamente. Cuando terminó abrió la boca para mostrarle los goterones de lefa a Lara y tras tragárselos volvió a abrir la boca para mostrarle que no había quedado nada. Entonces Patricia volvió a reírse de Lara y de su desconcierto.

El alcaide la agarró entonces de una de sus coletas y tras darle una bofetada le dijo.

  • Zorra, yo haré que los verdugos borren esa sonrisa de tu cara. Dejad a la otra y ocupaos de ésta como se merece, quiero que la niña buena  oiga como grita esta puta.

Los dos verdugos obedecieron al momento y agarrando a Patricia le soltaron las esposas pero sólo para atárselas por delante y entonces obligándola  a subir los brazos los ataron a un gancho que pendía sobre su cabeza. La joven Patricia era tan masoca que no se resistió ni lo más mínimo, al contrario, su rostro rebelaba una creciente excitación.

Lara pudo ver cómo preparaban a su compañera del colegio para la tortura haciendo que su cuerpo desnudo colgara completamente de sus muñecas. Tras esto le ataron los tobillos y rodillas muy fuertes entre sí para evitar que pataleara.

Mientras la ataban, Patricia seguía mirando desafiante a Lara.

  • No voy a darte el gusto de verme gritar puta empollona, ya verás cómo soporto todo lo que me hacen estos sádicos. Tú ya estarías llamando a tu mamá a gritos.

Patricia  ya no pudo decir nada más pues la amordazaron brutalmente con una mordaza en forma de polla que le llegó a tocar la campanilla.

Lara ya lloraba mientras insistía en taparse el torso y seguía temblando de frío sin embargo, esta vez no pudo apartar los ojos del cuerpo desnudo de su amiga que ahora se le exponía completamente estirado.

Por eso no se dio cuenta de que el propio alcaide se disponía a torturarla delante de sus ojos. Ese hombre tan cruel había cogido unas tenacillas y un elastrator sobre el que dispuso un pequeño anillo de goma de color verde.

  • ¿Ves?, le dijo a Lara estirando la goma y abriéndola con el instrumento. Esto sirve para capar cerdos y bueyes. Les ponen estas gomas en la base de los testículos para estirpárselos pero se les puede dar otros usos. Te aseguro que puestos en los pezones duelen como el infierno.

Sólo en ese momento Patricia cambió su gesto desafiante por una mirada de preocupación pues había sido testigo cuando unas horas antes se los habían puesto a Hanna. De forma involuntaria sus propios pezones se erizaron como si quisiera que se los aprisionaran con las gomas. Sin embargo siguió fingiendo valor.

  • ¿Por cuál quieres que empiece?, le dijo el alcaide, ¿por el izquierdo o por el derecho?

Patricia gimió sin responder, ahora su cara ya no reflejaba seguridad sino terror.

  • Como veo que no te decides elegiré yo, y pellizcando  y estirando el derecho con la tenaza le cerró la goma de castrar en la base del pezón.

  • MMMMMMHHHH

Patricia puso un indescriptible gesto de sufrimiento y empezó a retorcerse de puro dolor.

  • Por favor, por favor, no las torturéis más, dijo Lara intentando taparse en vano los oídos.

  • Pero si aún no he empezado, y diciendo esto puso otra goma en el elastrator. Y ahora el otro puta, voy a hacer que te crezcan un centímetro de largo.

  • MMMMHHHH

Patricia tembló de dolor cuando la segunda goma le apretó la base de su tierno pezón y los ojos se le pusieron en blanco. La chica se meó encima y estuvo a punto de perder la consciencia  mientras temblaba  de puro dolor y de rabia.

El alcaide preparó una tercera goma.

  • Como eres tan puta te mereces que te ponga dos gomitas en lugar de una.

Patricia volvió a negar moviendo la cabeza nerviosamente pero el alcaide se limitó a reír a carcajadas  y estirando aún más el pezón derecho le puso otra gomita que hizo que la joven Patricia berreara aún más alto. Fue  con la cuarta goma cuando Lara no pudo más y agachándose en el suelo se tapó los oídos y hecha un ovillo en el suelo intentó abstraerse en vano de la cruel escena.

Esto hizo que el alcaide se apiadara finalmente de ella, Patricia había perdido la consciencia de modo que los verdugos la tuvieron que despertar con un frasco de sales para continuar con el suplicio.

  • Vamos, le dijo el alcaide a Lara cogiéndola del brazo, creo que ya has visto suficiente.

Lara se enjugó sus lágrimas y de un tirón se sacudió el brazo.

  • No me toque cerdo, dijo indignada, se lo diré al señor director.

Cuando salieron de la cámara de tortura Patricia había recuperado su ser y ahora empezó a encajar varazos de los verdugos que se pusieron a medirle las carnes con toda su mala leche.

Lara salió al pasillo sin dejar de temblar ni estornudar.

  • Quiero, quiero marcharme de aquí, dijo llorando de rabia, llame a la barca.

  • Ya te he dicho que la barca no volverá hasta dentro de unas horas.  Además tienes que sacarte de encima esas ropas mojadas, sino pillarás una pulmonía.

Efectivamente la joven estaba helada de frío y no dejaba de temblar

  • Trai-traigame algo para cambiarme, dijo ella sin dejar de castañetear.

  • No tenemos ropas para ti, ya ves que aquí todas las mujeres están desnudas, venga quítatelo todo, lo tendrás seco cuando vuelva el barquero .

  • ¿Y quedarme desnuda?, ni pensarlo.

  • Ya veo que eres una remilgada, bueno, puedes desvestirte ahí dentro, nadie te verá, dijo el alcaide señalando una de las cámaras de tortura.

Lara estuvo a punto de mandarle a la mierda, pero volvió a estornudar sin dejar de temblar y se dio cuenta de que no le quedaba otra pues era evidente que ese sádico no le ayudaría.

  • Está… está bien.

Sonriendo por la situación el alcaide le abrió la mazmorra y ella entró cerrando la puerta tras de sí dando un portazo. En menos de un minuto la joven se lo había quitado todo.

Por supuesto el alcaide no perdió la oportunidad de espiar por la mirilla para ver cómo se desnudaba la chica. Así pudo ver el precioso cuerpo de Lara en todo su esplendor.

  • Joder, qué pibón me ha mandado el director, masculló el alcaide, seguro que la quiere también para él, ……..será cabrón.

Efectivamente Lara tenía un cuerpazo como lo tienen pocas chicas a su edad, piernas largas y muslos llenos y torneados, trasero delgado pero redondo y respingón, talle delgado, espalda larga y pechos lechosos redondos y tiesos ni grandes ni pequeños. La chica tenía unos pezones rosados y empitonados que coronaban unas aureolas anchas y ligeramente hinchadas.  A pesar de haber eyaculado  hacía unos minutos, el hombre la tenía otra vez tiesa como un muchacho al ver a semejante hembra en todo su esplendor.

Entreabriendo la puerta lo justo, Lara le pasó las ropas mojadas al alcaide por la rendija. Entonces la puerta se cerró y Lara oyó horrorizada el ruido del cerrojo al correrse.

  • Eh, ¿qué hace?, ¿por qué cierra con llave?

Por toda respuesta sólo oyó las risotadas del alcaide y entonces se dio cuenta de que la estaba mirando a través del ventanuco. La primera reacción de la muchacha fue taparse los pechos y la entrepierna con sus manos, pero ese gesto de pudor sólo hizo que el alcaide se pusiera aún más cachondo.

  • Vamos, no te tapes tanto y enséñame tu cuerpo zorra.

Entonces ella tapó la mirilla con una mano al tiempo que daba un golpe.

  • Dejeme salir asqueroso pervertido, gritó ella dando golpes a la puerta.

  • Ja, ja, ja, dijo el alcaide mientras se alejaba. Echad estas ropas a la basura y dejadla encerrada ahí unas cuantas horas, así se le bajarán los humos.

Continuará