El Penal de los Lamentos (20)

Tras su primer día de entrenamiento el cónsul intenta convencer al conde Otto que le deje crucificar a su esclava Lana. Esta en respuesta empuja al viejo y le tira al suelo lo que le vale ser salvajemente castigada por su amo.

Tras su primer día de entrenamiento como ponygirls Lana y Rebeca se besaban y acariciaban totalmente desinhibidas delante de sus amos.

  • Mire, mire cómo se besan  y se aman, señor cónsul, ¿no es un gusto verlas así?.

  • Ciertamente conde Otto, se nota que disfruta mucho de su esclava. Por cierto, quisiera invitarle a una fiesta que voy a a dar en mi casa para todos los vecinos de los alrededores.

  • ¿Una fiesta?, ¿qué clase de fiesta?

El cónsul sonrió ladinamente.

  • Bueno, ¿cómo explicarlo?, si,…  en cierto modo es una fiesta sado,

  • ¿Una fiesta sado?

  • Sí, se puede llamar así, los invitados deben traer a sus esclavas  y entregárselas  a otros para que hagan con ellas lo que quieran.

  • ¿Cuándo dice “lo que quieran” se refiere a “todo lo que quieran”?...¿torturas incluidas?

  • Por supuesto, además cada invitado se puede traer sus propios juguetes de casa y mostrar a los demás cómo castiga a su esclava o cómo se divierte con ella. Es una buena oportunidad para intercambiar experiencias. Yo antes no tenía esclava, pero ahora que tengo puedo organizar fiestas como esta.

  • Ja, ja, qué interesante, me gustaría mucho acudir.

  • Pues desde ahora queda usted invitado, traiga a Lana y así todos podremos disfrutar de ella.

  • De acuerdo, dijo el conde… iré encantado.

  • Esta vez el plato fuerte será la crucifixión de Rebeca, dijo el cónsul como de pasada.

  • ¿Cómo dice usted? El conde abrió los ojos muy sorprendido. ¿Quiere decir que la..?

  • No se asuste, no será crucificada  de verdad, sólo se trata de atarla a una cruz con cuerdas para que sufra unas horas delante de todo el mundo,…. ella misma lo ha querido así.

  • ¿O sea que ella?…, no me lo creo,

  • Puede comprobarlo usted mismo, pregúnteselo.

  • A ver vosotras, venid aquí.

Las dos chicas dejaron de besarse al oir  la orden  y se acercaron a los hombres poniéndose delante de ellos en postura de sumisión una al lado de la otra.

  • ¿Es cierto que deseas ser crucificada Rebeca?, preguntó el Conde Otto.

Lana la miró sorprendida al oir eso,  Rebeca se ruborizó.

  • Vamos, Rebeca, contesta, no seas tímida.

La joven dijo que sí con la cabeza sin levantar los ojos del suelo, no sabía por qué, pero le daba vergüenza que Lana supiera que era tan puta.

  • He oído que la crucifixión es un suplicio extremadamente cruel, ¿no tienes miedo, preciosa?, dijo el conde acariciándole la cabeza.

Rebeca negó con un gesto.

  • Crealo señor conde, ella misma se entregó voluntariamente a mí para que le hiciera pasar por esa prueba. Ya le he dicho que no sabe lo que le espera, pero la valiente Rebeca quiere forzar sus límites.

  • Es increíble que alguien desee voluntariamente pasar por un suplicio semejante, además será crucificada delante de decenas de personas, ¿me equivoco?

  • No, no se equivoca, todos los invitados y sus esclavas podrán verla sufrir y suplicar completamente desnuda, además todos podrán hacerle lo que quieran cuando cuelgue de la cruz. El viejo miró entonces a la otra esclava que ahora había bajado los ojos y respiraba con cierta agitación. ¿Y tú Lana?, dijo de repente el Cónsul ¿Te gustaría que te crucificaran junto a Rebeca?

La joven Lana le miró alarmada y dijo que no resueltamente con la cabeza.

  • ¿Por qué no hace crucificar a su esclava en mi fiesta, señor conde?, seguro que nunca la ha sometido a nada semejante.

  • No, la verdad es que no, pero ahora que lo dice…… me está picando la curiosidad.

Esta vez la chica miró a su amo con cara de angustia y diciéndole que no con la cabeza.

  • No Lana no eres tú quien va a decidirlo así que ahorrate ponerme caras……además,…me excita mucho eso de la crucifixión,…… la verdad es que nunca se me había ocurrido…… ¡Decidido! iremos a ver cómo sufre la pequeña Rebeca en la cruz y si me gusta también se lo haremos a Lana

Esta última era ahora la que se estaba poniendo roja de vergüenza y de ira. La muchacha era muy orgullosa para aceptar que hablaran de ella de esa manera. Su amo nunca la había castigado delante de otras personas y menos sin motivo, pero ahora ese viejo asqueroso,…..

El cónsul siguio insistiendo.

  • Si me lo permite, con ese cuerpo luciría bellísima en la cruz, Conde Otto, además Lana está en buena forma física por lo que podría aguantar crucificada muchas horas, incluso quizá más de un día.

Lana estaba rabiosa con el viejo por darle esas ideas tan sádicas a su amo, la chica estaba muerta de terror sólo con la idea de ser crucificada y torturada en público, pero tuvo que disimular y  tragarse su orgullo.

  • Bueno, señor cónsul, casi me ha convencido, pero ya hablaremos de eso más adelante, dijo el conde cambiando de tema, ya ha visto más o menos qué cosas se pueden hacer para domar a su yegua. Si me la trae todos los días, seguramente conseguiré de ella grandes progresos. Y ahora para celebrarlo le voy a invitar a una copa mientras nos follamos a nuestras esclavas, ….eso sí cambiando de parejas, ja,ja.

  • Oh sí, oh sí, qué gran idea, dijo el viejo mirando a Lana como un lobo hambriento

  • No lo niegue señor cónsul, dijo el conde palmeándole la espalda, desde que la ha visto por primera vez no puede apartar los ojos de mi bella Lana.

  • Tiene razón, señor conde, no se lo voy a negar, ¿Qué tal la chupa?, lo digo porque tiene cara de chupapollas,  dijo el rijoso viejo mirándola de arriba a abajo. Eso le dio un asco infinito a la mujer que apartó la vista completamente humillada.

  • La chupa muy bien señor cónsul se la pondría tiesa a un muerto, ja, ja, no se ande con ceremonias y haga con ella lo que quiera, tiene mi permiso.

Diciendo esto el Conde se metió para dentro a por una mesa y dos sillas de tijera y luego fue a  sacar unas copas y una botella de champan.

Mientras tanto el viejo se acercó empalmado a Lana que permanecía totalmente quieta en postura de sumisión tragándose el asco y la aprensión que le daba ese viejo y sus soeces comentarios. No le hacía ninguna gracia tener que hacerle una mamada a ese vejestorio y menos desde el momento que estaba animando a su amo a que le hiciera pasar por el suplicio de la cruz. De hecho cuando el viejo le empezó a tocar con sus manos huesudas y temblorosas, un escalofrío de grima recorrió todo su cuerpo.

  • Je, je, estarás preciosa sufriendo en la cruz, muchacha, le dijo el viejo acariciando su torso lentamente en dirección  a sus senos. Lana apartó la cara muerta de asco cuando ese baboso le empezó a sobar   los dos  pechos a la vez. Qué tetitas más suaves tienes zorra dijo el muy cerdo mientras le caía la baba por su mandíbula desdentada, vo ya volver a chupártelas.

La chica se tragó su orgullo por un momento y decidió que era mejor suplicar.

  • Se…. se lo pido por favor, señor cónsul…dijo ella en un susurro… . no quiero que me crucifiquen, haré lo que usted quiera, chúpeme las tetas si quiere, pero diga a mi dueño que no me lo haga, se lo suplico.

El viejo se sintió poderoso.

  • Al contrario muchacha, voy a hacer todo lo posible para  convencerle, no me lo perdería por nada del mundo, y el tío se puso a besarle y lamerle las tetas mientras pasaba a acariciarle las caderas y el culo con las manos llenas.

  • No, por favor, déjeme, no, no me toque…Lana temblaba y sudaba por todos sus poros aguantando esos lúbricos tocamientos y lametones como podía.

El viejo dejó de chuparle los pezones por un momento y se limpíó la baba con el dorso de la mano.

  • Después,…. cuando colgueis de las cruces durante un par de horas y creais que  no hay nada más terrible sobre la tierra, mandaré a mis criados que os torturen a Rebeca y a ti. Ja, ja, entonces gritaréis como cerdas.

-NO,…. Eso no pasará, no puede ser verdad,….. mi dueño me quiere  y no me hará pasar por eso…dio ella con lágrimas en los ojos.

  • Vamos zorra, ya no puedes hacer nada por evitarlo, así que no te servirá de nada llorar… y ahora para celebrarlo me vas a dar un beso.

Lana se revolvió rabiosa cuando ese viejo denteroso le tocó con sus húmedos labios.

  • ¡Fuera de aquí sapo!, ¡no me toques! y de un empujón tiró al viejo al suelo justo cuando el Conde Otto aparecía con una botella de champan y unas copas.

  • ¿Eh?, ¿qué es esto?, ¿te has vuelto loca? Y rápidamente fue donde el cónsul para ayudarle a levantarse del suelo.

  • No, no es nada, no se preocupe.

  • Yegua estúpida, ahora tendré que castigarte duramente .

Lana se arrodilló delante del Conde y juntó las manos.

  • Perdón, mi señor,…dijo sin dejar de sollozar….. perdí los nervios, es que no podía soportar la idea de follar con ese viejo asqueroso y sádico.

  • Ese “viejo asqueroso y sádico”,  como tú dices, es mi invitado y tú has cometido una de las peores faltas para una esclava. Ven , ven aquí, lo vas a pagar muy caro, puta. Y diciendo esto cogió a Lana de los pelos y se la llevó directamente hasta una estructura formada por una fila de postes verticales que sostenían dinteles horizontales.

Lana siguió pidiendo perdón a su dueño, pero sabía que nada podría librarle del castigo por desobediencia. Muy enfadado el conde cogió unas sogas y apresuradamente ató a Lana de los postes con brazos y piernas muy  abiertos y estirados formando con su cuerpo una gran X. Tras esto y desoyendo sus súplicas de piedad la amordazó brutalmente con una ballbag.

  • Acomódese señor Cónsul, le dijo sudando y cabreado, ya que no puede gozar haciendo el amor con mi esclava, al menos gozará de su tortura.

Así lo hizo y el cónsul Smith colocó una de las sillas de tijera a pocos metros de los postes donde iban a torturar a Lana. Entre tanto Rebeca que había permanecido quieta y en silencio durante todo el lance, se acercó al lado del Cónsul manteniendo la postura de sumisión. La chica estaba ciertamente excitada viendo a la bella Lana atada y desnuda en espera de que comenzara su tormento.

Por su parte, Lana mostraba un gesto cargado de angustia pues sabía que había cometido una falta muy grave y que su señor iba a castigarla de forma muy dura,….. la chica se temió lo peor.

De hecho el conde Otto apareció al de unos minutos portando el instrumental de tortura y Lana se puso a negar y llorar desesperada al verlo. Cruelmente el Conde le mostró una caja llena de pinzas de plástico y una vara flexible que hizo zumbar en el aire.

  • Vera usted como grita, señor cónsul, puede que el látigo lo soporte bien pero sé por experiencia que el animal odia estas pinzas. Y diciendo esto le mostró una de las pinzas al viejo. Este la cogió  y la observó curioso.

  • No parecen tan terribles

  • Quítele el protector de plástico y verá, dijo el conde

  • Oh, dijo el consul al quitarle el protector, parecen dientes de tiburón, tienen que doler mucho.

  • Como el infierno, Lana no las soporta, además esta vez vamos a batir nuestro propio record y le voy a poner más de cincuenta de éstas por todo el cuerpo.

La joven negaba y lloraba mientras el conde les iba quitando los protectores a varias decenas de pinzas mostrándole que esta vez su tortura iba a ser especialmente cruel.

Mientras tanto, el Consul con cierta curiosidad, quiso experimentar qué se siente ante el pellizco de una esas pinzas dentadas. De este modo abrió sus fauces  y las cerró en la mano con mucho tiento. Cuando sintió el mordisco y la intensidad con la que apretaba su carne lanzó un grito de dolor quitándosela inmediatamente y sacudiendo la mano en el aire.

  • Dioooooos ¡cómo duele!.

  • ¿Lo ve? Ella lo  ha querido por desobediente. Y ahora tú y yo vamos a ir poco a poco puta del demonio, le dijo  mostrándole la primera pinza. Empezaremos por los brazos y dejaremos las partes más dolorosas para el final y sin hacer caso de sus insistentes ruegos, le fue a cerrar la primera pinza mordiendo un buen pellizco de carne de la parte interior del antebrazo derecho.

  • MMMMHHHHH

Lana se retorció de dolor cuando le cerró la pinza sobre su piel.

El conde dejó que ésta colgara y en pocos segundos tenía otra entre los dedos y se la colocó simétricamente a la anterior en el otro brazo.

  • MMMMHH

Lana volvió a temblar mientras pedía piedad sin ser escuchada.

  • Espere, espere un momento, señor conde, dijo de pronto el viejo, deje de ponerle esas pinzas un momento por favor.

El conde se volvió hacia atrás y Lana miró esperanzada al viejo cónsul, pensando que iba a abogar por ella.

  • Quizá quiera administrarle el castigo usted mismo, dijo Otto ofreciéndole la caja de pinzas.

  • No, pero sería muy divertido que lo hiciera la pequeña Rebeca, así tendrá oportunidad de vengarse por lo de antes.

Lana miró rabiosa al viejo y luego a Rebeca.

  • Excelente idea, dijo el Conde alborozado, que sea su esclava la que la torture, será más divertido.  Y diciendo esto le ofreció a Rebeca la caja con las pinzas.

Al principio Rebeca miró la caja pero ni siquiera hizo además de cogerla y tras mirar un momento a Lana dudó de tal manera que el conde le tuvo que insistir.

  • Vamos esclava, obedece, ya ves lo que les ocurre  a las niñas desobedientes.

Rebeca cogió entonces la caja y se acercó despacio al cuerpo de Lana que se le ofrecía completamente disponible.

Esta negó con todas sus fuerzas, primero furiosa y luego llorando por si Rebeca se apiadaba de ella. De hecho, ésta dejó la caja en el suelo y cogiendo la primera pinza se la acercó temblorosa al antebrazo, pero cuando le iba a coger el pellizco desistió de hacerlo y echó la pinza en la caja.

  • Estúpida, desobediente, le dijo Otto dándole un puntapie ¿quieres acaso ocupar su lugar?

  • No señor Conde, perdóneme,…. no me agrada torturarla pero lo haré para darte placer a ti y a mi amo,…. me preguntaba si tienes un pinwheel.

Al conde le cambió la cara, eso sí que no se lo esperaba.

  • ¿Un pinwheel? No,lamentablemente no tengo,….podría fabricar uno casero con un corcho y unos clavos, pero… ahora que lo mencionas, hay algo mejor,  ven acércate conmigo a esos arbustos, me has dado una idea.

Efectivamente a unos metros había unos arbustos espinosos que crecían junto  a unas ortigas. El conde cortó una rama larga llena de pinchos con una navaja, pero antes de dársela a Rebeca le ofreció unos guantes de jardinero que había por allí y le aconsejó que se protegiera las manos con ellos.

  • Esas espinas pinchan muchísimo, le advirtió, usalas con ella.

La joven esclava, armada con esa rama llena de espinos se dirigió entonces hacia Lana y esta vez no dudó.

  • Lo siento Lana, pero sólo soy una esclava y tengo que obedecer a mis amos.

Lana hacía desesperados esfuerzos por liberarse, y miraba furiosa a Rebeca, podía admitir que su amo la castigara pero no esa niñata. Sin embargo nada le libró del doloroso contacto con las punzantes espinas.

  • MMMMMMHHH

La pobre Lana se retorció de dolor cuando Rebeca le araño los muslos con la rama de espino. Rebeca se la pasó por los dos muslos a la vez varias veces seguidas haciéndole decenas de arañazos.

  • Perdóname, dijo otra vez con mirada de circunstancias….. yo no quiero pero,….. y de la misma le empezó a pasar la rama llena de espinas por el ombligo y luego por ambos costados………sin piedad.

  • MMMMHHHH, MMMHHHHH

Lana ni siquiera podía articular palabras de súplica o insultar a Rebeca pues las espinas le estaban arañando aquí y allá como si fueran una sierra dejando innumerables marcas rojizas sobre su piel.

  • Así, muy bien querida, dijo el viejo, ahora azótale en el culo con eso.

Rebeca obedeció de la misma y poniendose por detrás de Lana empezó a darle con la rama en el trasero.

  • Zaaass, zaass

  • MMMMMHHH, MMHHH

Como los pinchos se le clavaban en la carne de los gluteos a cada golpe, a Rebeca le costaba desclavarlos y volver a darle otro azote. Pronto le empezaron a salir pequeñas gotas de sangre de sus perfectas nalgas mientras Lana ponía los ojos en blanco y gritaba sin parar, incapaz de soportar el dolor con una pizca de dignidad.

  • No sigas ahí, dijo el conde al de un rato de azotes, no quiero que le estropees la piel, ahora hazselo en el interior de los muslos.

Rebeca se puso entonces a pasarle la rama entre los muslos muy cerca del coño, atrás y adelante, otra vez como si fuera una sierra y acercándose cada vez más a su entrepierna.

  • MMMMMMHHH

La pobre Lana temblaba de sufrimiento y gritaba a través de su mordaza. La delicada piel de la cara interna de los muslos la tenía ya toda arañada e incluso las espinas le habían llegado a rozar los labia. La joven hacía esfuerzos inhumanos por soltarse y volvía la cabeza desesperada pidiendo piedad.

  • Ahoras las tetas, cariño, pasale las espinas por las tetas, dijo el viejo muy excitado sacando su miembro y empezando a masturbarse.

Esta vez Rebeca tuvo que ponerse por delante de la eslcava torturada y  nuevamente, tras pedirle perdón cogió la rama con las dos manos y le frotó las dos tetas a la vez con las espinas.

  • MMMMMMHHHH, MMMMMMMMHHH

Esta vez los alaridos de Lana fueron aún más ostensibles, la joven se retorció de dolor en sus ataduras mientras una delgada película de orina se escapaba entre sus muslos.

Rebeca no fue consciente de lo que estaba haciendo pues en un momento dado perdió el control y sádicamente insistió más de la cuenta en los pechos de Lana pinchándoselos una y otra vez.

De repente, cuando vio que le salían unas pequeñas gotas de sangre de las aureolas de los pezones, Rebeca se dio por fin cuenta de lo que había hecho. Tiró lejos de sí la rama de espino y se abrazó a Lana.

  • Pérdoname, no he querido hacerlo, me…. me he vuelto loca de repente. A su vez Lana se echó a llorar amargamente en su hombro.

Viendo la reacción de Rebeca, el conde tuvo un arrebato de ira, la separó violentamente de su esclava y le dio una bofetada.

  • Estúpida, no te he dicho que pararas.

  • Lo siento señor conde, …..le he fallado, pero no puedo seguir haciéndole eso a Lana, …………cástigueme a mí en su lugar.

  • Lo que voy  a hacer es castigaros a las dos, le dijo cogiendola de los pelos…… si usted me lo permite naturalmente, le dijo al cónsul.

  • Sí, por supuesto, hágalo, hay que darles una lección a estas esclavas desobedientes.

El conde ató entonces a Rebeca junto a Lana en una postura similar, y como había hecho con ella la amordazó para que sus gritos no le molestaran. Huelga decir que Rebeca se dejó atar  y amordazar sumisamente.

El cónsul estaba encantado con la sádica visión de las dos esclavas atadas de esa manera una junto a la otra. Así colocadas parecían crucificadas en cruces en aspa y siguió meneándosela mientras el conde Otto recogía la rama de espino del suelo.

Esta vez le tocó a Rebeca sentir en su piel los crueles pinchazos de las espinas. El conde Otto le pasó lentamente la rama por los costados, arañando su piel con cierta insistencia y sonriéndole con sadismo.

Rebeca aguantó el dolor sin gritar lo cual animó al conde a hacérselo más fuerte y más rápido por el abdomen y luego en los muslos con igual ensañamiento, pero Rebeca siguio aguantando mientras todo su cuerpo temblaba de dolor.

  • Cómo aguanta su esclava sin gritar señor cónsul, es impresionante, a juzgar por su cara tiene que estar sufriendo mucho.

  • Pruebe en las tetas, conde, así conseguirá que grite.

Efectivamente el conde le empezó a pasar la rama lentamente por los pechos y como vio que ni así conseguía arrancarle un grito de dolor, siguió y siguió insistiendo.

La chica miró angustiosamente a su torturador que insistía en pincharle en las tetas sin darle un momento de descanso. Los pinchos tropezaban y se clavaban en los pezones de la chica y ella empezó a soltar unos gruesos lagrimones y sólo al de un rato lanzó un sordo gemido.

  • Masoquista del demonio, ahora veras. Y entonces el conde se puso a azotarla en la entrepierna con la rama de espino.

Eso terminó por fin con la entereza de Rebeca que empezó a gemir y gritar cada vez más fuerte.

  • Zass, zaaass

-MMMMMHHH; MMMMMHH

  • Por fin, toma, toma esclava y sufre

Así pues castigada en su entrepierna Rebeca también gritó y lloró como una posesa mientras Lana la miraba agradecida por haber querido compartir su suplicio.

Tras arañar a Rebeca con la rama a conciencia, el Conde Otto se puso a colocarles las pinzas a las dos a la vez entre gritos angustiosos. Primero adornó la parte interna de sus brazos, después le tocó el turno a la cara interna de los muslos, luego unas cuantas pinzas más en los costados y en el abdomen. Las dos chicas temblaban de sufrimiento intentando aguantar las decenas de dolorosos mordiscos de esas pinzas del infierno, sin embargo, lo peor estaba por venir.

  • Tienes suerte de que la esclava del cónsul haya querido compartir la tortura contigo, así te libras de la mitad de las pinzas, le dijo a Lana

Y diciendo esto le cogió un pellizco en su seno derecho lo más lejos posible del pezón.

  • MMMMMMMHHH.

Lana tembló otra vez de dolor y se miró la pinza colgando del lateral de su pecho. Junto a ésta el conde le puso una segunda y luego una tercera todas ellas en una fila que recorrió sus dos pechos horizontalmente. Eso sí, el Conde Otto dejó los sensibles pezones de Lana para el final. Una vez terminó con su esclava le tocó el turno  a Rebeca. Cuando terminó con ellas, cada chica tenía ya más de veinte pinzas dentadas mordiéndoles su delicada piel.

Durante todo ese proceso el conde no se apresuró en ningún momento y torturó a las dos muchachas para su placer y el del viejo cónsul que disfrutaba de la escena masturbándose y bebiendo champan.

Tras adornarle las tetas de esa manera, el dueño de Lana se puso a acariciarle la entrepierna con los dedos para excitársela y aumentar así el efecto de las pinzas.

La chica le miraba con ojos de cordero degollado pidiéndole piedad tras su mordaza sin sentir el más mínimo placer por la masturbación.

  • Siempre he dicho que eres demasiado orgullosa para ser esclava, Lana, así que vas a tener que aprender  a ser humilde por las malas.

Cuando notó que el clítoris se le empezaba a engrosar dejó de acariciarla y entonces desoyendo sus ruegos y súplicas empezó a ponerle más pinzas mordiendo los labios exteriores de la vagina.

Lana volvió a gritar y debatirse desesperada, pero no hubo piedad para ella y su dueño le colocó cinco pinzas en cada labio. Nuevamente dejó el clítoris libre pues pensaba morderlo con la última pinza.

El dolor era tan intenso que Lana no podía dejar de lamentarse ni dejar de soltar lágrimas y babas en ningún momento. Entonces el conde la dejó en paz y empezó a torturar el sexo de Rebeca de forma análoga. Esta soportó algo mejor los mordiscos de las pinzas pero gimió y soltó lágrimas a raudales.

Antes de terminar con ese cruel tormento, el Conde se alejó unos metros para mirar como sufrían sus dos esclavas. Las dos se debatían en sus ataduras con el gesto crispado y la cara cubierta de lágrimas. El efecto de las pinzas era acumulativo y cada minuto que pasaba las jodidas pinzas dolían cada vez más.

  • ¿Cree que las esclavas han tenido ya suficiente señor cónsul?. Dijo el Conde sonriendo.

  • No, creo que no, continúe conde, estoy disfrutando como nunca en mi vida.

  • Al principio iba a ponerles de esas pinzas en los pezones y el clítoris pero ahora se me ha ocurrido otra cosa, ahora vuelvo.

Normalmente el Conde Otto era muy compasivo con su esclava Lana, pero torturar a esas dos bellas muchachas a la vez le había sacado su lado más sádico y cruel.

  • ¿Lo ves Lana?, dijo el cónsul saboreando la segunda copa de champan. Mira lo que te pasa por no obedecer, igual al final no eres tan lista como cree tu dueño.

Este no tardó mucho en volver a salir con cuatro palos largos con el extremo en forma de dildo y unos pesos de plomo en forma de pirámides. Lo depositó todo en el suelo y hurgándose en los bolsillos se sacó seis imperdibles. Tres de ellos se los ofreció al cónsul.

  • Creo que mi esclava le ha ofendido gravemente, señor cónsul, por eso le corresponde a usted castigarla como  merece.

El cónsul sonrió al comprender y levantándose de la silla torpemente y con esfuerzo se acercó cojeando hasta donde Lana y cruelmente le mostró los tres imperdibles. La chica comprendió al momento lo que le esperaba y empezó a lllorar y negar pidiendo piedad desesperada.

  • Ja, ja, ja, no habrá piedad, esclava, ahora sí que te vas a arrepentir de  tu insulto, y diciendo esto se puso a pellizcarle el pezón derecho con los dedos para que le creciera y se pusiera duro.

Por supuesto el conde hizo lo mismo con Rebeca.

  • Muchas gracias Conde Otto, dijo el cónsul disfrutando como un niño, es usted un buen anfitrión y cómo veía que con los dedos no se le terminaba de engrosar, el viejo se metió el pezón de Lana en la boca y empezó a succionárselo.

Aunque ella no quisiera se le endureció y recreció la punta del pecho  y entonces el cónsul abrió el imperdible y con su mano temblorosa le pinchó en pleno medio del pezón.

  • MMMMMMHHHH

La pobre Lana tembló como una hoja de dolor y de rabia y no paró de gritar mientras el imperdible le atravesaba su grueso pezón de parte a parte.

La joven esclava se miró con lágrimas en los ojos su pecho de donde provenía ese intenso dolor, entonces vio el imperdible colgando sin creerse que esa aguja le hubiera atravesado su sensible y rosada carne.

En ese momento los gemidos de Rebeca la sacaron de sus propios pensamientos pues le atravesaron con otro imperdible similar.

  • No le mires a ella,  mira para acá puta, mira lo que tengo aquí.

El viejo cónsul le mostró el segundo imperdible a Lana haciendo que ésta volviera a suplicar inútilmente.

Con mal disimulado sadismo el viejo le atravesó el otro pezón entre alaridos de dolor. La pobre Lana puso los ojos en blanco y volvió a mearse encima sin para de berrear.

El último imperdible era para su clítoris. Al viejo le costó un triunfo arrodillarse entre las piernas de la esclava, pero finalmente lo consiguió.

Antes de clavarle el último imperdible, el cónsul quiso jugar con el sexo de Lana e incluso la masturbó unos segundos, esta vez le costó menos que se le engrosara lo suficiente para traspasarlo de un golpe con el tercer imperdible.

Esta vez el dolor saturó el sistema nervioso de Lana que tras lanzar otro agudo alarido perdió el sentido inclinando su cabeza hacia delante.

  • Vaya, cónsul, se ha pasado ¿no me habrá matado a la esclava?

El Conde Otto ayudó al viejo cónsul a incorporarse y luego pellizcó a Lana en los carrillos para que recuperara el sentido. Quería que recuperara la consciencia para lo siguiente que era colgarles pesos de plomo en los imperdibles. Nuevamente las dos gimieron de dolor cuando los pesos estiraron sus partes más sensibles y las convirtieron en pellejos informes.

Como decimos al conde le había salido su vena sádica de manera que poco a poco fue añadiendo detalles crueles al castigo al que estaba sometiendo a sus dos esclavas. De este modo tras ponerles todos esos pesitos de plomo, les mostró los cuatro palos de madera de algo más de un metro rodeando con los dedos su punta redondeada. Las muchachas comprendieron al momento el destino de esos palos pero lo que no pudieron adivinar es que antes de introducírselo por sus partes íntimas el cruel entrenador de yeguas embadurnó la punta con las ortigas.

  • Tome, cónsul, dijo pasándole una rama llena de verdes ortigas, diviértase un poco mientras hago unos agujeros para los falos.

Mientras el conde hacía unos pequeños agujeros en la tierra con una azadilla justo debajo de su entrepierna, el cónsul se divirtió con las ortigas frotándosela a las dos esclavas por su piel desnuda y herida de arañazos y volviendo a arrancarles lloros desesperados.

Cuando terminó con la azadilla el conde Otto empezó a introducirle el falo de madera a Rebeca por su sexo.

  • La notas, ¿verdad potrilla? Se te nota en la cara.

Luego cuando el falo tocó la cervix de la muchacha, metió la base en el agujero con el pie y empujó la tierra dentro apelmazándola a pisotones. El segundo dildo fue para el sexo de  Lana que aún lloró y sollozó más fuerte que su compañera de fatigas. El tercer y cuarto falo era evidentemente para sodomizar con él a las dos esclavas.

Las chicas se agitaban como locas lo cual no hacía más que ellas mismas se follaran con los dos falos. Los dos crueles hombres reían divertidos al ver el irritante efecto de las ortigas.

  • Mire qué zorras son, cómo follan con los palos.

  • Sí conde espere, espere aún un momento para arrancarles las pinzas a varazos, dejelas que follen un rato más a ver si se corren con esos amantes tan ardientes, ja, ja.

Los hombres aún las dejaron sufrir un poco más de la picazón de las ortigas en el coño y en el ano y entonces el conde se puso  a darles varazos con toda su fuerza. Lógicamente los varazos golpeaban contra las pinzas lo cual les hacía gritar de dolor, y cuando  hacían saltar una pinza los alaridos y lloros eran aún más fuertes. Asimismo la vara golpeaba los pesos que colgaban de pezones y clítoris haciéndolos agitarse y brincar con el consiguiente y doloroso efecto. El conde estuvo dando varazos durante más de media hora de prolongado y desesperante sufrimiento.

De repente  cuando ya habían hecho saltar casi todas las pinzas se oyó un trueno y empezaron a caer las primeras  gotas de agua

  • Será mejor que nos resguardemos, dijo el Conde mirando al cielo, parece que va a diluviar.

Y efectivamente según estaban entrando en la casa empezó a caer un chubasco muy intenso. Por supuesto Lana y Rebeca se quedaron atadas donde estaban bajo esa intensa lluvia durante cerca de veinte minutos. Las dos acabaron totalmente empapadas y tiritando de frío.

Cuando por fin escampó salió el Conde a buscarlas.

  • Parecéis dos gatos escaldados, furcias, ahora os voy a a desatar y vais a ser buenas, pues os voy a meter en casa para que folleis como dos perritas obedientes, ¿de acuerdo?

Ellas afirmaron con lágrimas en los ojos, de este modo  el conde  desató a Rebeca de los postes pero solo para volver a atarle los brazos cruzados a la espalda bajo los omoplatos y con la soga formando una x entre sus pechos. Luego hizo lo mismo con Lana y se las llevó a las dos bien atadas para adentro.

El viejo cónsul se rio con ganas al verlas en ese estado tan lastimoso. Las dos se quedaron muy quietas en el salón de la casa aún empapadas y tiritando de frío pero con la cabeza baja y actitud sumisa. A sus pies se fue formando un gran charco de agua.

  • Ven aquí esclava y haz tu trabajo de una vez, dijo el viejo sacándose el pene del pantalón. Esta vez Lana ni lo dudó, se arrodilló sumisamente entre las piernas del viejo y se tragó el asco que le daba chuparle su pene fláccido y maloliente. Por supuesto el Conde Otto reclamó a su vez las atenciones orales de Rebeca, pero sólo por un momento pues tras un corto rato de mamadas se la empezó a follar en el suelo tras ponerla a cuatro patas.

  • Señor cónsul, me siento avergonzado por el comportamiento de mi esclava Lana y quisiera compensarle, dijo mientras bommbeaba dentro del sexo de Rebeca, pídame lo que quiera.

Al oir eso el cónsul sonrió cruelmente mirando a los ojos a la joven Lana que se afanaba en ponérsela tiesa a base de felársela con todas sus ganas.

  • ¿Lo que quiera?

  • Sí,….. si está en mi mano.

  • Muy bien, señor conde, pues quiero que me entregue a la pequeña Lana por unos días. Con su permiso me la llevaré a mi casa y será mi esclava hasta el día de la fiesta.

La muchacha dejó por un momento de chupársela y miró alarmada a su amo.

  • Sigue chupándosela, estúpida, dijo éste, nadie ha dicho que pares.

  • ¿Me lo concede señor conde?, de todos modos se las traeré todos los días por la mañana para seguir el entrenamiento.

  • Sí cónsul, me parece justo para limpiar la ofensa.

  • Por supuesto, en ese tiempo ordenaré a mis criados que la castiguen y torturen como se merece….espero que no le importe.

  • Por supuesto, así aprenderá.

Lana sudaba por cada poro de su piel.

  • Ah, casi se me olvidaba, tendré que encargar otra cruz para ella, quisiera crucificarla junto a Rebeca.

  • Muy bien, cónsul, se lo debo, disponga de mi esclava como quiera.

Lana ni siquiera se planteó dejar la felación ni por un momento pero oía costernada cómo el viejo cónsul al final se había salido con la suya y la había convertido en su propia esclava. De hecho ni siquiera se dio cuenta de que al viejo ya le venía así que  le eyaculó por sorpresa en la cara. Con lágrimas en los ojos pero en silencio Lana le limpió su patético pene a su nuevo dueño pero esta vez no rogó ni protestó.

Tras las formalidades de rigor, el cónsul se despidió del conde muy agradecido por sus atenciones. De vuelta a casa tiraron del rickshaw dos pony girls. Las dos trotaron completamente desnudas menos por las botas, las mordazas y por unos cascabeles que colgaron de los imperdibles de pezones y clítoris. El cónsul volvió a su casa animado y contento con la vista de esos dos perfectos traseros desnudos en ágil movimiento y el tintineo rítmico de los cascabeles.

(continuará).