El Penal de los Lamentos (01)

Dos bellas gringas ingresan en el Penal de los Lamentos, una cárcel de mujeres en un país tercermundista donde los guardianes y celadores son todos hombres.

La “Prisión de las Lágrimas”  también conocida como “Penal de los Lamentos” se erguía siniestra y amenazadora sobre un islote situado en el centro de la bahía. Ese nombre, “las lágrimas” lo había recibido allá por el siglo XVIII cuando los más de 200 defensores de la fortaleza que aún dominaba el islote habían muerto heroicamente  peleando contra la flota inglesa. Las viudas, hermanas  e hijas de estos soldados derramaron tantas lágrimas que el lugar se quedó con ese nombre para siempre.

Es curioso lo del nombre, pues hoy en día otras mujeres también lloran y se lamentan cuando las conducen allí. Son mujeres muy distintas a aquellas que lloraron a sus muertos, pues  ahora se trata de delincuentes, convictas, prostitutas, etc. que van a cumplir una larga condena, y sus lágrimas están perfectamente justificadas pues el Penal de los Lamentos es una cárcel muy especial en todos los sentidos.

Hace años, la república decidió solucionar su problema carcelario de una vez por todas. El número de presos era extraordinariamente alto y no había presupuesto para mantener lospenales del país en condiciones mínimamente aceptables. La solución la dio el alcaide R. E. que ahora regentaba la Prisión d elas Lágrimas y que era más conocido como simplemente “el alcaide”. Este propuso crear una penitenciaría que no sólo se mantendría a sí misma sino que obtendría tales beneficios que podría sostener económicamente el resto de las prisiones del país. Muy bien relacionado en los círculos políticos, el alcaide obtuvo la confianza del gobierno para su plan.

Sólo pido una reforma de nuestras leyes que permita que una cárcel de mujeres esté gobernada sólo por hombres y además les pido cierto margen de acción.

¿Cuánto margen? Le preguntaron.

Mucho, yo elegiré personalmente a las reclusas y también a los guardianes, contestó

Increíblemente el alcaide lo consiguió, el Penal tiene unos ingresos fabulosos y como aporta tan grandes beneficios a las arcas del estado nadie hace preguntas. ¿Cómo lo hace?, a lo largo de esta historia lo descubriremos…..

Volviendo a la prisión  en sí, e sun lugar d emuy difícil acceso, a ella sólo se puede acceder por medio de una pequeña embarcación que tarda más de media hora en cruzar la bahía, y eso con buena mar. Es muy  difícil entrar en ella, pero huir es del todo imposible. En el improbable caso de que  alguna prisionera consiguiera saltar sus sólidos muros moriría ahogada debido a las fortísimas corrientes o si no sería devorada por los tiburones que infestan sus aguas tropicales.

Esa tarde la pequeña embarcación conducía al Penal de los Lamentos  a dos nuevas internas, Yulia y Alina,  dos bellas muchachas occidentales entre las más de 300 reclusas. Alina era morena de veintipocos y la rubia Yulia no pasaba de veinte. Con ellas iban cuatro guardias fuertemente armados y un oficial. Un furgón policial las había llevado hasta el muelle y allí el barquero vio cómo sacaban a esas dos y les esposaban los brazos a la espalda. El hombre se quedó con la boca abierta al verlas.

No era para menos pues Alina era morena y llamaba la atención pues era muy guapa: ojos grandes y oscuros y nariz ligeramente respingona. En ese momento llevaba unos shorts blancos muy cortos de esos que enseñan media nalga y nada por debajo. En la parte de arriba llevaba un  wander bra que realzaba sus bellísimos pechos, redondos, tiesos e   invariablemente erizados. Por encima del sostén sólo llevaba un top y los dos botones de arriba sueltos lo cual dejaba a la vista un profundo canalillo.

Yulia no desmerecía nada de su compañera, era rubia y con un cuerpo escultural de largas piernas torneadas y un trasero redondo y sedoso como un gran melocotón. Su cara era también insultantemente bella con unos ojos azules ligeramente rasgados y unos labios carnosos y rosados. Su pelo rubio y rizado no era de botellón y en ese momento  lo llevaba recogido con una cola de caballo. Yulia llevaba también unos shorts tan cortos como los de su compañera pero amarillo chillón y una camiseta azul celeste de tirantes y amplio escote bajo la que temblaban libres dos bellos senos redondos y tiernos.

Las dos iban con zapatos de tacón alto  y muy maquilladas.

-¡Eh tú barquero!, dijo el militar, espabila, tienes un servicio que hacer.

El tipo reaccionó y torpemente aprestó su bote sin dejar de mirarlas.

Sin mostrar resistencia las dos mujeres accedieron al bote con cuidado de no caerse y se sentaron muy juntas en la popa, flanqueadas por dos de los hombres armados. Los otros dos se pusieron  enfrente y el oficial se sentó junto al barquero que llevaba los mandos.

El bote arrancó y se alejó rápidamente del muelle rumbo al penal y anduvo un largo trecho sin que nadie dijera una palabra.

  • ¡Eh tú barquero!, deja de mirarles las piernas a esas dos que vas a hacer volcar la embarcación.

El barquero lanzó una maldición pero hizo caso al teniente.

  • ¿Qué son acaso?, ¿putas?

El teniente no contestó.

  • Seguro que son putas extranjeras, en el penal os darán vuestro merecido.

  • Callese y limítese a hacer su trabajo, contestó el oficial

Nuevamente se hizo el silencio, las dos chicas no parecieron hacer caso de las palabras del barquero y lo mismo hicieron los guardias.

De pronto la ligera brisa que azotaba la bahía se hizo algo más intensa y fría e hizo que la camiseta de Yulia se le pegara al cuerpo como si fuera una camiseta mojada.

En ese momento uno de los guardias le hizo un gesto burlón a otro haciendo bailar sus dedos índices en el pecho lo que provocó las risas de los demás.

  • ¡Cerdos!, dijo Yulia sin poder ocultar su crecidos pitones.

  • Silencio, dijo severamente el oficial, mirando fieramente al grupo, no falta mucho para llegar.

Efectivamente la barca se iba acercando a la imponente fortaleza y en unos minutos llegó a un pequeño embarcadero donde el barquero amarró el bote.

Dos soldados saltaron a tierra  y ayudaron a salir del bote a las chicas. Tras ellos saltó el oficial el cual se acercó a las dos mujeres.

  • Caminad, les dijo, ya es muy tarde, y ellas obedecieron. Y  al de la barca- Ya está todo, puedes marcharte.

Jurando para sí, el barquero volvió a deshacer las amarras y poniéndose en marcha se  alejó aguas adentro.

Las dos muchachas no pudieron evitar cierta angustia al ver alejarse el único medio que hubiera podido sacarlas de allí, pero el teniente les hizo volverse.

  • Vamos, ya hemos perdido demasiado tiempo y encañonadas por los fusiles de los guardias, las angustiadas jóvenes se encaminaron hacia su destino.

  • Seguro que son dos  putas que han detenido, masculló para sí el barquero, mientras veía cómo las llevaban hacia la fortaleza, qué suerte tienen esos carceleros y sacándose su fláccido miembro se empezó a masturbar.  Esa noche el viejo barquero no iba a necesitar las revistas guarras que aliviaban su soledad en su desvencijada caseta del muelle….

A las dos chicas las torres que flanqueaban la puerta de entrada le parecieron impresionantes. Eran extrañas esas moles de piedra medivales coronadas por unas modernas casamatas de metal dotadas de focos y ametralladoras sobre las que vigilaban sendos guardias. Estos siguieron curiosos a las dos nuevas reclusas mientras se acercaban a la enorme puerta de entrada.

  • Alto, ordenó el oficial y sacando un teléfono móvil susurró una contraseña que ninguno de los demás pudo oir. Al de unos segundos se abrió mágicamente la pesada puerta de hierro y ya con el paso expedito  el grupo ingresó en la fortaleza. La entrada daba a un pequeño patio al otro lado del cual había un puente levadizo tendido que daba acceso a otra puerta defendida por dos torres análogas pero más altas. La puerta por la que habían entrado se cerró con un sonoro chasquido y sólo entonces el oficial volvió a susurrar otra contraseña para abrir la siguiente puerta. Esta operación tuvieron que repetirla aún una vez más y las chicas  se preguntaban para qué eran necesarias tantas medidas de seguridad si de todas formas era imposible escapar de la isla.

La recepción de las nuevas reclusas se hacía en una sórdida oficina en la que un triste guardia con malos modales se encargaba de meter los datos en un ordenador.

  • Documentación encima de la mesa y que dejen en ese cesto todo lo que lleven encima.

  • Aquí tienes los documentos de estas dos, dijo el oficial, en cuanto a las cosas no han traido nada.

  • ¿Nada?, ¿dinero, llaves, pendientes?

  • Como lo oyes, nada de nada.

  • Muy bien, pues soltadles un momento las esposas y que se desnuden.

  • Espera, espera un momento, antes tienen que ir donde el alcaide.

  • Señor, sabe perfectamente que antes de nada hay que desnudarlas e inspeccionarlas, ….usted ya me entiende. El guardia guiñó un ojo cómplice al oficial tras repasar de arriba a abajo a las dos chicas.

  • Ya sé que estás deseando ponerles la mano encima pero esta vez te vas a quedar con las ganas, me las llevo como están al despacho del alcaide.

  • Esto es muy irregular, protestaré al alcaide.

  • Me da igual, vamos, vosotros, traed a esas dos y tú hazte una paja y sigue con tu trabajo.

Los guardias cogieron del brazo a las mujeres y las condujeron hasta el patio de armas de la fortaleza.

Mientras tanto el guadia de la recepción seguía mirando el trasero a esas dos y le hizo un corte de mangas al teniente cuando pasó  la puerta.

  • Bien, esperadme aquí un momento con ellas, dijo el oficial, y que nadie se les acerque, ¿entendido?, voy a prevenir al alcaide.

El patio de armas era una amplia explanada de forma irregular completamente circundada por los altos muros y torres de la fortaleza. En él no había nada relevante salvo una estructura de madera en el medio que inmediatamente puso los pelos de punta a las dos chicas.

  • Alina, ¿es eso lo que yo creo?

  • Dios mío, sí, parece un patíbulo.

  • No lo parece, dijo un guardia, es un patíbulo.

  • Pero, ¿para qué?, ¿para qué lo usan?.

Los guardias se echaron a reir.

  • Ja, ja, ¡qué pregunta!, que para qué lo usan, para castigar a zorras como vosotras, ¿para qué si no?  Vamos, vamos hacia allá así lo veréis de más cerca.

El patíbulo era una amplia plataforma de madera situada a  casi tres metros de altura sobre el suelo. Encima de él se erguía una extraña estructura de madera rectangular con grilletes colgando de los cuatro extremos.

  • ¿Cómo, cómo funciona?, preguntó Alina sin entender el objeto de esa estructura.

  • En realidad es un potro, se coloca a la víctima atada de muñecas y tobillos y con esas manivelas se le estira en direcciones opuestas hasta que queda como una piel puesta al sol.

  • Así se le pueden dar los latigazos por detrás y por delante,… donde quiera el verdugo, ja, ja..

Las chicas se miraron con cara de circunstancias

  • Todos los días a la puesta de sol se acostumbra azotar al menos a una reclusa por las faltas que haya cometido durante el día, es norma de la prisión.

  • Sí y las demás tienen que formar para verlo, así tienen más cuidado con lo que hacen.

  • Pero, ¿Y si ninguna ha hecho nada?

  • Ah entonces se echa a suertes entre todas las presas y a la que le toca le azotan  igual delante de todas las demás.

  • El alcaide dice que unos latigazos ayudan a mantener la disciplina.

Las dos chicas volvieron a mirarse muy angustiadas y tragaron saliva.

Alrededor del patíbulo había varios postes también con grilletes en la parte superior así como unas estructuras de pies derechos que sostenían dinteles de madera también dotados de grilletes que colgaban de cadenas a intervalos regulares.

  • A veces en días especiales no se azota a una sola, sino a varias decenas de presas,  siguió uno de los guardias, y ahí en esos postes  las atamos desnudas para  que esperen su turno.

  • Sí, ja, ja, bien cerca para que no pierdan detalle.

  • ¿Qué os pasa, os asusta todo esto?, dijo un guardia cogiéndolas violentamente del brazo, pues más os asustarán los látigos, ved,  aquí tienen  los verdugos sus juguetes, miradlos de cerca.

Los guardias empujaron bruscamente a las dos muchachas hasta la panoplia de la que colgaban los látigos. Allí había un poco de todo, látigos de una sóla cola largos: de serpiente, de toro, gatos multicolas con nudos y sin ellos, palas, fustas y un largo etc.

Alina repasó el instrumental mientras experimentaba sudores fríos, Yulia por el contrario se estaba poniendo muy cachonda. Tampoco faltaba allí alguna picana eléctrica.

  • ¿Os imagináis cuando os azoten ahí desnudas delante del resto de las condenadas? Estoy seguro que la primera vez gritaréis como cerdas.

  • ¿Nos, nos van a azotar?

  • En realidad no tienen que imaginar nada pues dentro de una hora más o menos será la hora de los latigazos.

  • Sí,  lo normal es que os den hoy mismo los azotes a vosotras, pues es lo que se hace con las recién llegadas pero como tenéis que ir donde el alcaide igual libráis.

  • Sí pero de mañana no pasa, ja, ja.

  • Por ser la primera vez Sánchez os dejará elegir el látigo y todo, ja, ja.

  • ¿Quién, quién es Sánchez? Preguntó Yulia.

Y antes de que ninguno pudiera contestar atronó una voz que resonó por todo el patio.

  • Eh ¿qué hacen esas dos ahí?, de pronto todos miraron hacia el que gritaba que no era otro que el citado Sánchez, el jefe de los verdugos y uno de los hombres más crueles del penal. Normalmente el encargado de flagelar a las reclusas.

Yulia vio venir directamente hacia ella a ese gigante calvo a grandes zancadas como si fuera un toro y estuvo a punto de mearse de miedo allí mismo.

  • Eh, no te conozco ¿de dónde sales tú rubita? el tipo se fue derecho hasta Yulia y la estrechó por la cintura hasta echarle el aliento encima.  ¿Y por que llevan aún estas ropas?, conocéis bien las normas, en la prisión tienen que estar siempre desnudas.

  • Antes de que nos veas el culo tenemos que hablar con el alcaide, gigantón, dijo Yulia descaradamente.

  • AAAAAAYYYYY

Esa osadía  le valió que el bestia de Sánchez le retorciera el pezón izquierdo con sus dedos de hierro y le hiciera inclinarse el torso hasta la cintura.

  • Las prisioneras tienen prohibido hablar sin permiso, ¿está claro?.

Cuando le soltó Yulia le miró sorprendida de tanta brutalidad con lágirmas en los ojos.

En éstas llegó el oficial de vuelta del despacho del alcaide.

  • ¡Sánchez, espera,  escucha un momento!, y antes de empezar a hablar con él hizo alejarse a los guardias para que no le oyeran.- Estas dos mujeres no son prisioneras, le susurró al verdugo.

  • ¿Qué? ¿entonces?

  • Son dos extranjeras libres que han pedido tener una audiencia con el alcaide.

  • No entiendo, entonces ¿por qué llevan puestas las esposas?

  • Tenía que parecer que eran prisioneras, es un asunto del alcaide.

  • ¿Lo ves gigantón?, dijo Yulia, y ahora me duele la teta como el infierno, eres un bestia.

En realidad Yulia utilizó un tono más de tonteo que de reproche y Sánchez le siguió el juego.

  • ¿Ah sí?, pues a mí me ha parecido que te ha gustado y todo rubita.

  • Puede….

  • Ven preciosa, si te duele yo sé un remedio, y antes de que el oficial pudiera reaccionar Sánchez le bajó a ella el tirante de la camisa dejando el pecho al descubierto. Efectivamente Yulia tenía la aureola del pezón enrojecida y milagro era que no estuviera morada de lo fuerte del pellizco.

Sánchez le cogió el pechito con toda naturalidad y se lo llevó a la boca.

  • Chupa, le dijo, eso te aliviará.

La chica no sólo no protestó sino que sacó la punta de la lengua y se lamió su propio pezón repetidamente.

  • Yo no llego bien, además tú has sido el culpable, ¿porque no me lo chupas tú, verdugo?

  • Encantado preciosa y Sánchez se puso a lamerlo hasta que se lo metió entero en la boca.

Tanto se lo lamió que ella no pudo evitar lanzar un gemido quedo de placer.

  • Listo rubita y tras soplar un poco para secarlo volvió a colocar el tirante de la camiseta en su sitio.

  • Vamos ya, dijo el oficial con una erección más que evidente, el alcaide está esperando.

Cogió a las dos por el brazo y se las llevó pero Yulia no pudo evitar volverse.

Entre tanto el propio alcaide era testigo de la escena desde la ventana de su despacho. ¿Quién demonios  eran esas dos gringas?, ¿y por qué iban vestidas así?. Esa misma mañana le había llamado un rico empresario  conocido, un buen cliente del penal, y le había pedido expresamente que atendiera a esas dos mujeres.

  • ¿Para qué?

  • Creo que tienen un negocio que ofrecerte, alcaide.

  • Está bien, las recibiré. El alcaide no quería desairar a tan buen cliente, así que accedió a recibirlas aunque con la condición de que se hicieran pasar por presas comunes,  sin embargo, ahora no entendía bien. ¿Serán dos putas que me envía ese tipo para alegrarme la tarde?, se dijo ¡Con todas las que tengo aquí!. Es igual, la verdad es que están muy buenas y a nadie amarga un dulce.

Ya en el despacho del alcaide éste trató  a las dos mujeres como lo que eran verdaderamente, como dos invitadas. Mientras el oficial les soltaba las esposas R.E. se deshacía en excusas.

  • Siento lo de las esposas y el incidente con Sánchez, lo he visto desde la ventana, tomen asiento por favor. Ya libres las dos jóvenes se sentaron frente a la mesa del alcaide cómodamente y cruzaron las piernas como si estuvieran en su casa.

  • Déjenos a solas teniente, dijo el alcaide sin poder apartar la vista de tanta belleza, ah y cierre la puerta al salir.

  • A sus órdenes.

Francamente el alcaide no sabía muy bien a qué atenerse, allí delante estaban esas dos tías buenas mostrándole buena parte de su piel desnuda lo cual le encantaba siendo como era un pervertido, pero seguía sin entender muy bien qué era todo aquello.

  • Ustedes dirán, dijo de la manera más formal posible.

  • Señor alcaide empezó Alina, no hace falta que se excuse, ya nos imaginábamos que venir a un lugar como éste conllevaba ciertos riesgos.

El hombre frunció el ceño.

  • ¿A qué se refiere cuando dice “un lugar como éste”?

  • Lo sabe perfectamente, Alina llevaba claramente la voz cantante, mientras tanto Yulia se desentendió de la conversación y levantándose de la silla se puso a curiosear las estanterías del despacho, al de un rato cogió un libro y se sentó en un tresillo para ojearlo.

  • Lo sabe muy bien alcaide, todo el mundo sabe las cosas que ocurren en su penal.

  • ¿Y qué ocurre en mi penal si puede saberse?

  • ¡Como si no lo supiera!, las mujeres que tienen la mala suerte de recalar en esta penitenciaría sufren un infierno en la tierra: violaciones y espantosas torturas a diario administradas por verdugos sádicos y pervertidos, usted mismo los escoge, no lo niegue ha llegado incluso a reclutarlos entre los presos sicópatas y violadores de otras cárceles….que ocurre, ¿le hago gracia?.

  • No , …bueno, sí,… un poco, me río de su imaginación desbordante, ¿quién le ha contado todo eso, señorita?.

  • Eso ahora no importa, ¿negará que las presas de este penal sufren torturas a diario?. Ahí mismo  en medio de la explanada tiene ese odioso patíbulo donde por lo visto son azotadas sin piedad.

  • Bueno, eso es distinto, en una cárcel hay que mantener la disciplina y a veces hay que castigar a las prisioneras, compréndalo señorita.

  • ¿Con castigos físicos? Eso va en contra de los derechos humanos

  • Veo que usted es extranjera y desconoce nuestro código penal recién aprobado. Por supuesto que están permitidos los castigos físicos en nuestras prisiones e incluso en casos especiales se permiten, ….¿cómo lo diría?, ….sí, métodos especiales para obtener información de cierto tipo de criminales.

  • Lo que usted llama “métodos  especiales” es tortura, ¿me equivoco?.

  • No sé, llámelo como quiera señorita, pero sepa que cuando tort….quiero decir, que cuando interrogamos a las prisioneras actuamos con la ley en la mano.

  • Esto está por ver, también se sospecha que usted prostituye a las presas contra su voluntad y que entre sus clientes se cuentan desde ricos hombres de negocios a políticos, jueces, y no sólo de su país sino también del nuestro. Esos mismos políticos corruptos le permiten visitar las prisiones del país y le dejan elegir a mujeres jóvenes y bellas para su penal. Se dice que incluso algunas inocentes han sido condenadas  a largas penas de cárcel con falsas pruebas sólo para engrosar su despreciable prostíbulo. Es así como obtiene las millonarias ganancias que se dice tiene esta prisión.

  • Tenga usted cuidado con lo que dice, señorita, nuestras leyes son muy estrictas contra la difamación. ¿No querrán acabar ustedes dos como presas en esta cárcel, verdad?.

  • No crea que me dan miedo sus amenazas, tenemos muy buenos contactos y alguien poderoso que nos protege.

  • Ah ¿sí? ¿quién?

  • Eso no viene al caso ahora,….  además creo no me he explicado bien…..  a pear de mis palabras no tiene por qué preocuparse por mí, ni por mi amiga, sólo quiero que sepa que podría denunciarle…..pero que no lo haré.

  • No entiendo nada señorita, como sabe he aceptado a recibirlas pues las avala una persona muy importante, pero todavía no me ha dicho lo que quieren ni para qué han venido a verme ¿para soltarme esas acusaciones ridículas?.

  • No son ridículas pero ya que lo menciona le diré qué hacemos aquí. Mi amiga y yo tenemos ciertos gustos, ¿cómo diría?, sí,…. somos un poco pervertidas.

  • Sigo sin entender.

  • Sí, posiblemente a un hombre le cuesta entender lo que nos pasa a mujeres como nosotras. Por un lado somos un poco masocas, sobre todo mi amiga Yulia, pero además también somos sádicas, lo que más nos gusta, bueno sobre todo lo que más me gusta  a mí, es…… torturar mujeres o al menos ver cómo se lo hacen otros.

  • ¿Qué?

  • Lo que oye, no le voy a denunciar porque nosotras también  queremos ser clientes del penal, ni más ni menos.

El alcaide se quedó sin habla, y miró a Yulia para que corroborara esas palabras, ésta se limitó a sonreir.

  • Comprendo que no me acepten como verdugo, añadió Alina porque tienen muchos prejuicios, aunque sinceramente me gustaría que me tuviera en cuenta, pero al menos permítamen ver lo que les hacen aquí a las presas.

  • Pero….

  • Mire, desde que oí hablar por primera vez del Penal de los Lamentos  no he parado hasta venir a este país y tener esta cita con usted,…. Me, me  hago pajas todas las noches pensando que visito este lugar y que me permiten tomar parte en él.

  • Me deja usted anonadado señorita, ¿de modo qué han venido por eso?

  • Sí.

El alcaide estaba alucinado, pero ¿cómo habían podido mandarle a esas dos?

  • Perdónenme un  minuto, tengo que hacer una llamada.

Y levantándose pasó a la sala de juntas que estaba tras su despacho y tras cerrar la puerta llamó por el móvil al empresario que se las había recomendado.

  • Hola alcaide ¿cómo te va?

  • Vamos a ver, dijo el alcaide en bajo para que no le oyeran, ¿se puede saber de qué conoces a estas dos furcias?

  • Están buenas, ¿verdad?

  • Están locas más bien

  • Pues mira, ayer me asaltaron en un bar medio en cueros y se ofrecieron a hacérmelo gratis si les pagaba una habitación de hotel. Ya se estaban desnudando cuando me preguntaron a ver si te conocía y si podría concertarles una cita contigo.

  • ¿Y aceptaste?

  • Ya me conoces, no  quise poner en peligro el ligue y ya sabes que cuando se trata de pegar un buen polvo no conozco a nadie.

  • Al menos merecería la pena.

  • Ni que lo digas, menudo par de zorras, hicieron un lésbico delante de mi jeta y luego me hicieron a mí de todo y se dejaron hacer de todo, tú ya me entiendes,…. la única pena fue lo de la rubia que no dejó que le diera por detrás.

  • ¡Qué pena me das! Con lo que te gusta sodomizar a las presas. La próxima vez que vengas arreglaremos las cuentas.

  • Adios alcaide.

El alcaide se quedó pensativo por un momento, ¿mujeres clientas?, ¿por qué no? Al fin y al cabo el dinero es el dinero, y volvió a su despacho dispuesto a hacer un buen trato.

Sin embargo, al abrir la puerta se encontró algo que no esperaba.

  • ¿Pero qué diablos?.Efectivamente Alina se había sentado en el tresillo con Yulia que seguía ojeando el libro. Yulia llevaba el short desabrochado y su amiga le estaba metiendo mano mientras las dos se besaban apasionadamente.

(continuará)