El peluquero me sacó del closet 3: Mi primer orgía
Se cierra la saga de mi imaginada salida del closet, cuando niño. Para mantener la coherencia, les recomiendo leer las partes 1 y 2. Espero que les guste la conclusión.
Me desperté con el sol en mi rostro, que entraba por la ventana. Pese a haber dormido bien, estaba un poco cansado. “ ¡También, con la semanita que tuve, cogiendo como conejo todos los días!Por suerte es viernes, y esta noche Ernie me va a llevar a una fiesta ”, pensé. Me había dicho que iba a ser diferente a cualquier fiesta en la que hubiera estado. Todo el asunto me tenía intrigadísimo. Como era ya mi costumbre todas las mañanas, antes de levantarme me metí tres dedos en mi culito y me hice una hermosa paja anal, hasta que de mi pija brotó solita la leche que demostraba mi avidez por ser cogido. ¿Quién hubiese pensado que el lunes de esa misma semana yo era un chico supuestamente hétero y virgen? Aquél lunes, cuando llamé para combinar mi segunda visita a la peluquería, ni sospechaba lo que me sucedería, aunque, en el fondo, lo deseaba con toda mi alma. En sólo 4 días había pasado a ser un putito promiscuo, y prácticamente enamorado de un chico 4 años mayor, que además me consentía en todos los gustos, que en general giraban sobre lo mismo: coger con la mayor cantidad posible de hombres. A Ernie le encantaba ver cómo me cogían otros, aunque la realidad fuera que sólo me había visto con Miguel, pero me había dicho que no tendría problemas en verme con otro, así que yo estaba casi en el paraíso. Ernie estaba fascinado conmigo ya que yo había aprendido todo lo que, en tan corto tiempo, se podría aprender sobre satisfacer a otro hombre. El día anterior, a la salida del colegio, él me había esperado, como muchos chicos hacían con chicas de esa edad, y me llevó a su casa, ya que, al ser del interior del país, los padres lo habían mandado a estudiar a Buenos Aires, y vivía solo. Nos quedamos cogiendo hasta casi las 11 de la noche, cuando me acompañó a casa. Nos despedimos con un beso húmedo y ardiente, como corresponde a dos noviecitos adolescentes. Cuando entré a casa, mi mamá me esperaba, y saludándome con su enorme sonrisa, me abrazó y me preguntó si me había divertido en casa de mi amigo. Me asustaba pensar que ella ya se había dado cuenta de todo. Yo no estaba listo para salir del closet con ella, aunque cada día se hacía más obvio que no iba a necesitar decirle nada. Antes de irse, Ernie me había avisado que hoy iríamos a la fiesta y que pidiera permiso para no volver a casa. Aprovechando el ánimo de mi mamá, antes de acostarme, le dije que iría con mi amigo a una fiesta y que no me esperara ya que me quedaría a dormir en su casa. Sonriendo, me había besado en la frente, y me dijo que lo pasara bien. La situación me generaba bastante temor e intriga, debo decir.
Después de acabar, esa mañana, me desperecé, me levanté, me duché y me vestí para ir al colegio, con esa horrible ropa que las normas escolares me obligaban a usar. En un bolso preparé la ropa para la fiesta, y agregué un suspensor, sabiendo que, durante el día, el que llevaba puesto seguramente terminaría sucio con la leche de algún compañerito. El día anterior, para mi sorpresa, había encontrado tres que se habían dejado chupar la pija, y uno de ellos me confesó que tenía ganas de cogerme, así que seguramente durante algún recreo de ese viernes, el chico tendría suerte.
Como ya era casi mediodía, el subte no iba muy lleno, así que me senté y me dediqué a mirar discretamente a los hombres que viajaban. Salvo por uno que era excesivamente mayor, todos los demás me parecían atractivos, aunque ninguno tan hermoso como mi Ernie. Evidentemente, no tenía muy claro aún cuáles eran mis gustos, pero el chico me tenía loco. Seguramente definiría más mi gusto con el tiempo, o la experiencia. “ O ambas cosas ”, pensé. A algunos de los que intentaba ver me animé a mirarles la entrepierna. Uno me llamó la atención, por el tamaño del paquete. Realmente era tentador. Pero como no sabía nada de cómo manejar situaciones por mi escasísima experiencia, decidí seguir mi viaje sin intentar nada.
En el colegio, la primera hora transcurrió sin sobresaltos. Pero al salir al primer recreo, uno de los que había mamado el día anterior me hizo un gesto como para que fuéramos al baño. Lo seguí discretamente, y una vez ahí me encerró en uno de los cubículos. Yo me dispuse a chupársela nuevamente, pero me tomó de los brazos y mirándome a los ojos me dijo: “esperá, quiero decirte algo. Me gustás mucho. Me dejaste muy caliente ayer. No quiero sólo una chupada”. Me tomó por sorpresa, realmente. Intenté escaparme diciéndole: “pero si ayer te hice acabar. ¿Cómo que te quedaste caliente?”. Me dijo que también quería cogerme, a lo que respondí con una sonrisa, y con picardía, le dije: “¿vos también? Ufff, bueno, está bien”, y girando sobre mis talones, me bajé los pantalones y me dispuse a recibir mi primera pija del día.
Para cuando salí del colegio ese día, me habían cogido dos veces y se la había chupado a otros tres compañeros, aunque ninguno jamás admitiría que lo había hecho conmigo. Todos se jactaban de ser bien machitos, pero la realidad es que les encantaba coger conmigo, como siempre sucede con los “tapados”.
Al salir, Ernie me esperaba en la vereda de enfrente. Como teníamos combinado, nos saludamos discretamente y comenzamos a caminar hacia su casa, que quedaba a pocas cuadras de la escuela, charlando como un par de amigos. Le fui contando de mis andanzas en el colegio, y eso lo iba poniendo cada vez más caliente. En un momento, lanzó su mano agarrándome una nalga, y me susurró al oído: “mirá que sos fácil, ¿eh? ¿Te imaginaste que ibas a terminar así, tan puto y tan relajado?”. Respondí con una sonrisa pícara, y con un movimiento rápido de caderas para zafar de la mano que aprisionaba mi culo. Tampoco quería que se nos viera así por la calle, ya que, como dije antes, eran épocas difíciles.
Mientras subíamos en el ascensor hasta el piso de su departamento, Ernie me besó apasionadamente, mientras sus manos recorrían mi cuerpo, pero no como tiernas caricias sino como un lascivo manoseo. Yo podía sentir su pija erecta aprisionada dentro de su pantalón, apretándose contra mi abdomen. Separando mi boca de la suya, lo miré a los ojos y le dije: “quiero que me cojas. Ya mismo”. Apenas entramos al departamento, me bajó los pantalones sin siquiera soltarme el cinturón, me giró con fuerza, dejándome de frente a la mesa del comedor, y con violencia metió su pija, apenas mojada en saliva, en mi ansioso culo. Grité por el dolor punzante que sentí en ese instante. Tomándome del mentón, presionando mis mejillas con fuerza, me giró la cabeza hacia atrás y me gritó: “callate, putito. ¿Querías pija? Ahí tenés, ahora gozala”. En lugar de enojarme, asustarme o sentirme mal, un fuego se apoderó de mi cuerpo. Gemí largamente, como liberando el dolor, que casi instantáneamente se convirtió en placer. Sentí cómo su pija comenzaba a bombearme con lujuria. Mi respiración se transformó en jadeos ruidosos, que hacían que él se excitara más aún. Yo lo miraba por sobre mi hombro, y veía cómo su cara se iba transfigurando. Se había convertido en un animal en celo. Su mirada era como de fuego. Sus movimientos eran intensos, bestiales. Cada vez que su pija llegaba hasta el fondo de mi culo, de su boca escapaba un gruñido bajo, que me hacía estremecer. Me volvía loco la forma en que me estaba cogiendo. No pudimos aguantar mucho, ninguno de los dos. El se puso tenso enseguida, y con un sonido gutural acabó adentro mío, mientras un grito agudo de extremo placer reemplazaba mis gemidos y jadeos, para terminar en un “sí, llename, dame toda”, que me hizo sentir más puto que nunca. Aun cuando su pija seguía soltando las últimas gotas de leche, me la saqué y giré rápidamente para abrazarlo y besarlo. Enseguida lo solté y, mirándolo a los ojos, le dije: “ nadie me coge como vos. Sos el mejor”. Se sonrió, y nos abrazamos. Después de eso estuvimos un rato mirando una película, hasta que fue la hora de ir a bañarnos y comenzar a prepararnos para la fiesta. Entusiasmado, abrí el bolso y le mostré la ropa que había traído, pensando en que a él le gustaría lucirme delante de sus amigos. Se rio, y sólo comentó: “por lo que te va a durar puesta…” Lo miré, confundido, sin terminar de entender. Qué tonto fui. Cuando llegamos a la fiesta, lo entendí todo.
Nos abrió la puerta un hombre alto, de unos 35 o 40 años, con buen cuerpo, algo canoso, que saludó a Ernie con un beso en los labios, y luego clavó su vista en mí. Me miró de arriba abajo, y, dirigiéndose a Ernie, dijo: “sabés que no pueden venir menores de edad. Este chico, ¿cuántos años tiene?”. Adelantándome a la situación, y para evitarle problemas a mi chico, contesté: “tengo 18, aunque parezco más chico”. El dueño de casa soltó una carcajada, a lo que el resto de los invitados respondió con estruendosas risas. “Nene, no tenés más de 15. Se te nota en la carita”. Decidido a quedarme, redoblé la apuesta. “Si tuviera esa edad, no podría hacer esto”, respondí, mientras me arrodillaba frente a él. Ernie miraba en silencio, cómplice, con una leve sonrisa en sus labios. Yo, usando toda la seducción que había aprendido en esos escasos cuatro días, le abrí la bragueta, y extraje su flácida pija, notando que no llevaba ninguna ropa interior. Le pasé la lengua desde la base hasta la punta, mientras mis manos abrían su cinturón y le bajaban el pantalón hasta los tobillos. Clavé mis ojos en los suyos, y empecé una mamada perfecta, poniendo toda mi atención y empeño, cuidando cada detalle, seduciendo con mis ojos. Percibí que a nuestro alrededor se juntaba gente. Todos miraban absortos cómo le chupaba la pija a ese hombre. No me costó demasiado hacer que se pusiera bien dura. En mi cabeza repasaba una y otra vez todos los consejos y las indicaciones que había recibido esos últimos días. Ya mamaba como todo un experto. Mi pija también estaba completamente al palo, y sentía cómo ya goteaba presemen. Finalmente, mis manos, que estaban aferradas a sus piernas como si fuesen los barrotes de una celda de la que quería escapar, sintieron cómo sus músculos se ponían tensos. Supe que enseguida me daría la leche que yo tanto quería tragar. Sentí los chorros llenando mi boca. No dejé escapar ni una gota, pero tampoco tragué nada. Cuando terminó, solté su pija, y sin dejar de mirarlo a los ojos, le mostré mi boca abierta, para que viera toda su leche, e inmediatamente me la tragué. Escuché aplausos y aullidos alrededor. Cuando terminó de jadear, el dueño de casa le dijo a Ernie: “¡guau! ¿De dónde lo sacaste? Es todo un chupapijas experto”. Ernie, sabiendo que yo ya había conseguido mi pasaje a la fiesta, me ayudó a pararme mientras le contestaba: “es el nuevo descubrimiento de Miguel. Yo lo conocí anteayer y no puedo parar de cogerlo. Es hermoso, dulce y maravillosamente ardiente. Apenas el martes salió del closet, y mirá cómo aprendió. Esperá a que se desnude entero”. Yo explotaba de alegría y pasión, sabiendo que era el objeto de deseo de muchos de los que estaban ahí. El dueño de casa me tomó de la nuca, y me comió la boca con desesperación. “Claro que podés quedarte, lindo, pero me tenés que prometer que después me vas a dar ese culito”, me dijo. “Te lo voy a dar antes que a nadie, papi. Quiero sentir esa pija hermosa adentro mío. En la boca me encantó. Quiero ver cómo se porta con mi culo”, dije, redoblando la apuesta. Todos se rieron, aplaudieron y silbaron un poco, y volvieron a sus conversaciones en grupitos y a sus besos y toqueteos. Ya me había dado cuenta de que esa sería una fiesta sexual, una orgía . Mi primera orgía. Mi culo se electrizó. Quería que Ernie me la metiera en ese preciso instante. Me giré, lo abracé y comencé a besarlo con lujuriosa pasión. Nos quedamos un rato así, hasta que, rompiendo el beso, me dijo: “acá se acostumbra a circular un poco, charlar un rato con los demás, y a medida que vaya soltándose la cosa, nos iremos sacando la ropa hasta que empecemos a coger, con quien queramos. Sentite libre, y no te inhibas de decir que no si no querés. Le guiñé un ojo, y le dije por lo bajo: “esa es una palabra que no creo que vaya a pronunciar mucho…”. Se rio, me besó en los labios, y se perdió por ahí charlando con algunos de los concurrentes.
Me acerqué a una mesa donde había vasos y bebidas, y algunos platitos con snacks. Me serví una gaseosa, y cuando estaba por agarrar algo de comer, sentí un toque en mi hombro, y una voz que me decía: “qué bien que hice en regalarte esa ropa. Te queda perfecta. Te hace un culito hermoso, aunque reconozco que desnudo es más lindo”. Me di vuelta, sabiendo de quién se trataba. Quedé frente a él, y corroboré que era el dueño de la boutique donde había cambiado mi imagen, y sonriendo con toda la seducción posible, le dije: “¡hola! ¿Estás solo? ¿No trajiste a tu vendedor? Porque la pasamos genial los tres juntos, el otro día”. Me miró como un tigre mira a una gacela indefensa. Me sentí apenas un pedazo de carne. El dio un paso más y quedamos a centímetros de distancia. Me llevaba fácil una cabeza de altura, así que yo tenía que mirar hacia arriba y él hacia abajo. Sentía su respiración en mi cara. Yo estaba totalmente excitado. Me hubiese entregado sin siquiera pensarlo. Sentí una mano que me agarraba del brazo. Miré la mano, y con la mirada seguí el brazo para ver quién era. “¡Migue!”, exclamé con alegría. E inmediatamente lancé mis labios contra los suyos. El dueño de la boutique no se movió ni un centímetro, así que cuando solté la boca de Miguel, le dije: “por favor, dejame charlar un rato con él que tengo mil cosas que contarle, y después te prometo que te doy el culito como vos querés, ¿sí?”. Un poco a regañadientes, me respondió: “te tomo la palabra, putito”. Con mi mejor sonrisa pícara, le respondí: “y yo te voy a tomar todo, papi”. Eso lo relajó, soltó una carcajada y se alejó, dejándome a solas con Miguel, que volvió a sellar sus labios contra los míos.
Mi cuerpo ardía de placer, mis labios se apretaban contra su boca de fuego y mi lengua perdía en un feroz combate contra la suya, que me dominaba y me sometía a sus deseos. Mis manos acariciaban su cuerpo, mientras que las suyas fueron directamente a mis nalgas, y comenzaron un lascivo masaje, totalmente alejado de las suaves caricias que me había hecho la vez anterior. Eran apretujones de lujuria, de pasión desenfrenada. Sentí cómo su mano se colaba por dentro de mi pantalón, y sus dedos se lanzaban entre mis nalgas. La yema de su índice presionaba contra mi ansioso agujero, que a la mínima invitación se dilató, permitiendo la entrada. No pude evitar el profundo gemido que solté dentro de su boca, que no me había soltado aún. Me respondió metiéndome otro dedo más. Solté su boca, para gemir y soltar un pequeño jadeo, que Miguel retrucó con un tercer dedo. Me volví loco. Comencé a jadear y mover mi cadera empujando mi culo hacia atrás, para lograr que mis dedos se hundieran más adentro mío. Miguel volvió a atrapar mi boca con la suya, y en ese momento sentí otro par de manos, firmes, masculinas, apretujando mis nalgas. No sabía quién era, pero quería más. Gemía, empujaba mi culo, y daba todas las señales posibles de querer más. Las expertas manos soltaron rápidamente mi cinturón, al mismo tiempo que hacían que mis pantalones cayeran al piso. Mi culo quedó expuesto, protegido sólo por la delgada tirita del suspensor que tenía puesto, y que estaba obscenamente corrida hacia un lado, con los tres dedos de Miguel aún adentro mío. En ese instante, me invadió la angustiosa sensación de vacío que la retirada de los dedos me provocó. Solté su beso, y mi mirada buscó con desesperación la suya, exigiendo una explicación. Sin darme tiempo a decir ni la primera palabra, sentí en mi agujero la invasión de una lengua ardiente y húmeda, que comenzó un delicado trabajo de lamidas y relamidas. Abrí mis ojos hasta lo imposible. Me estaban chupando el orto y me estaba volviendo loco de placer. Me fascinaba. Me entregué sin dudar. Era la primera vez en mi vida que un hombre me chupaba el culo. Las sensaciones eran indescriptibles. Mi cabeza daba vueltas. Cerré los ojos para dejarme perder en esa sensación maravillosa. Sentí una mano en la espalda, invitándome a doblar la cintura y sacar más el culo hacia afuera, de forma de que esa boca deliciosamente golosa pudiese saborear mi ardoroso agujero aún más. Abrí los ojos porque mi nariz percibió un olor que ya conocía y anhelaba: el aroma de los huevos de un hombre. Vi que, a escasos centímetros de mi cara había quedado la pija de Miguel, totalmente erecta, rosada y fragante, que se me ofrecía como un irresistible trofeo. Mi boca supo inmediatamente lo que tenía que hacer. Engullí todo el largo de su maravilloso pedazo de carne, hasta que su glande chocó con mi garganta. Comencé a chupársela, usando todo mi arsenal de trucos. Pude escuchar, en medio de mi calenturiento sopor, que Miguel decía: “¡Cómo aprendiste, bebé! ¿Quién te enseñó todo esto? ¡Sos una máquina de chupar pijas!”. Me sentí maravillosamente bien por los halagos, pero la alegría duró poco. La lengua había salido de mí, y mi culo estaba totalmente dilatado pero vacío. Me angustié por un segundo, hasta que la presión de un glande contra mi agujero me devolvió la alegría. Intenté mirar quién era, pero no quería soltar el pedazo de Miguel de mi boca. Pude escuchar la voz del dueño de casa, que me decía: “te dije que iba a ser el primero. Qué culo goloso que tenés, putito”. Sentí que una pija se hundía en mi culo hambriento, y gemí, con la gran pija de Miguel en mi boca. Apreté mis nalgas, para hacer que esa pija que me penetraba gozara más aún. Chupé con más dedicación la que tenía en la boca. En algún momento, abrí los ojos y vi que alrededor nuestro se había formado una ronda de machos desnudos, que se sobaban su propia pija o la del que tenían al lado. Redoblé mis esfuerzos con mi boca y mis nalgas, y pronto tuve la leche de ambos adentro mío. Apenas me soltaron, mi boca buscó otra pija cercana para seguir chupando, y alguien entendió mi angustiosa necesidad y me metieron otra pija en el culo. Así estuvieron, turnándose para cogerme y darme pijas para mamar, no sé por cuánto tiempo. En algún momento, me llevaron y me dejaron acostado boca abajo sobre un sillón. De mi culo brotaba leche, de todas las pijas que me habían cogido. Estaba ido, no tenía noción de dónde me encontraba. Cerré los ojos y dejé que mi mente divagara, tratando de procesar todas las sensaciones que acababa de experimentar.
No sé cuánto tiempo pasó. En algún momento, escuché una voz que susurraba en mi oído: “mi amor, ¿estás bien? ¿Me escuchás?”. Abrí los ojos, y encontré el rostro preocupado de Ernie, que me miraba asustado. Sonreí para demostrarle que estaba bien, pero también porque ese “ mi amor ”, resonaba en mi cabeza insistentemente. Intenté explicarle lo que había pasado, pero no estaba muy coherente. Mientras me acariciaba la espalda yo iba recuperando mis sentidos. Me dijo: “acabás de ser la estrella de una maratónica orgía. Te cogieron entre 20, más o menos. Para ser tu cuarto día de puto, es todo un record”. Miré a mi alrededor, y pude ver una cantidad de hombres dedicados a tener sexo entre ellos, en grupos, en parejas, en tríos… Casi todos ellos me habían cogido un rato antes. Pero lo que más me llamó la atención, fue que sobre la mesa vi a uno acostado boca arriba, con otro tipo acostado encima suyo, también boca arriba, y un tercero entre las piernas de ambos. Le pedí a Ernie que nos acercáramos a ver. Cuando estuve cerca, noté que el del medio tenía las pijas de los otros dos adentro de su culo. Miré a Ernie, entre espantado y sorprendido. Con ternura, como enseñándome, me dijo: “sí, le están haciendo una doble penetración ”. Lo miré azorado. Sin ser realmente consciente de lo que decía, solté: “yo también quiero. Llamalo a Miguel”. Ernie me miró. Estaba más serio de lo que esperaba. Pero, aun así, me dejó allí, mirando absorto cómo ese suertudo tenía dos pijas adentro de su culo. Pronto Miguel y Ernie me rodearon, me tomaron de los brazos y me llevaron a una habitación donde había una cama matrimonial. Miguel se acostó en la cama, boca arriba y me hizo una seña para que yo me acostara encima suyo. Lo hice, pero de frente a él, y en un rápido movimiento me metí su pija entera adentro de mi culo, que ya hervía de desesperación. Pegué mi torso al de él, de forma de darle lugar a Ernie de ponerse entre mis piernas, y enseguida sentí su pija, empujando la de Miguel, y haciéndose lugar en mi agujero que se seguía dilatando. Yo no sentía ningún dolor, sino más bien una extraña sensación de estar extremadamente lleno. No me di cuenta cuándo llegaron hasta el fondo. Pero en algún momento habían empezado a bombearme, lentamente, tratando de moverse sincronizadamente. Me sentí único. Deseado, codiciado. Me sentí un objeto sexual. Todo me daba placer. Pude ver que alrededor de la cama se había congregado otro grupo, y se pajeaban mutuamente o algunos se la chupaban a otros. Entendí que verme siendo cogido por dos pijas a la vez era tan erótico que todos se calentaban con nuestra imagen. Me causó una enorme alegría, pero también aumentó mi excitación. Fijé mi vista en una de las pijas que nos rodeaban, y en algún momento lo miré a los ojos, y le hice un guiño, mientras me relamía, como dándole a entender que después se la chuparía. Mi culo me estaba dando un placer como jamás había experimentado. Dos pijas, llenándome, me causaban todo tipo de sensaciones que apenas podía manejar. Enseguida, sentí que se preparaban para acabar dentro mío, y me dispuse a gozar como nunca. Enorme fue mi orgasmo al sentir cómo las dos pijas, al unísono, me llenaban con su leche. Después de eso nos quedamos, uno sobre el otro recuperando el aliento, mientras nos hacíamos caricias suaves entre los tres. Cuando salieron de dentro mío, sentí que era otra persona. En ese preciso instante supe que me “había recibido” de puto, y con honores. Los besé a ambos, especialmente a Ernie. Mirándolo a los ojos, le dije: “esperame que le prometí una mamada a ese señor”. Me miró con incredulidad. “¿Seguís caliente? ¡Sos insaciable! Nunca vi algo igual”, me dijo. Le sonreí, lo besé nuevamente, y caminé con los movimientos más seductores que pude hacer hasta donde mi siguiente pija me esperaba. Me arrodillé y se la chupé al desconocido, haciéndolo acabar en menos de un minuto. Me agradeció, y se fue de la habitación. Desde la puerta, el dueño de la boutique me miraba, con su pija semi-erecta. Me acerqué hasta él, y comencé a acariciársela, intentando excitarlo. Mirándome a los ojos, me dijo: “no sé si te diste cuenta, pero ya te cogí ahí en el montón”. Mi mano estaba teniendo éxito en ponerle la pija dura, así que ya las caricias se habían casi convertido en una paja. “Pero eso no cuenta, lindo, porque fue anónimo. Yo quiero tenerte adentro pero sabiendo que sos vos”, le dije, recordando que había sido la tercer pija que conocí en mi vida, y que por eso tenía algo de especial. Me besó, me puso contra la pared, y me la metió sin más. Después de la doble penetración que había recibido, mi culo ya era capaz de aceptar una pija sin demasiados problemas. Me cogió, como era obvio, aunque, supongo que por ser un hombre mayor, le costó bastante llegar al orgasmo. Igual me esmeré que ayudarlo para que lo diera, y cuando acabó lo gocé como había aprendido a disfrutar de la acabada de otro hombre. Sin decirme nada más, me dejó allí, contra la pared, como si yo no fuese más que un objeto. Me sonreí, porque en el fondo, eso me encantaba. Volví a la cama, y me acosté junto a Ernie, abrazándolo y apoyando mi cabeza en su pecho. El me envolvió con su brazo, y nos dormimos así, juntos, mientras yo escuchaba los latidos de su corazón.
Un rato después, el dueño de casa nos despertaba amablemente, para que liberáramos su cama, ya que venía con otros dos chicos a seguir su fiesta. Yo me hubiese sumado, pero Ernie me tomó de la mano y me dijo que era hora de irnos. Así que después de vestirnos rápidamente, nos fuimos a su casa.
Él estuvo bastante callado todo el camino. Varias veces le pregunté qué le pasaba. Finalmente, cuando estábamos en la cama, me confesó que se había puesto un poco celoso. Le empecé a acariciar la pija, que reaccionó poniéndose dura enseguida, y me monté sobre él, metiéndome la pija en mi culito con una sola mano. Mientras lo cabalgaba, mirándolo a los ojos, le dije: “no te preocupes, que la pija que más me gusta es la tuya. Vos me cogés como nadie, así que no tenés que estar celoso”. Y, cuidando de que no se saliera de adentro mío, lo besé con pasión. Seguí hasta que me acabó adentro, y después nos dormimos, abrazados y felices de haber cruzado nuestras vidas y estar juntos.