El peluquero me sacó del closet 2: la boutique gay

Sigue la historia de cómo hubiese yo deseado que fuese mi temprana salida del closet. Les recomiendo leer la primera parte de la historia, para entender el contexto, ya que todo esto es sólo una expresión de deseo. Lamentablemente fui muy cobarde (leer 1ra parte) para hacerme cargo de lo que sentía.

Aunque no pensaba escribir una continuación, una relectura de mi historia autorreferencial me llevó a imaginar cómo hubiesen continuado las cosas. Así que me decidí a escribir esta continuación, donde apenas un día después de su iniciación aquél tímido niño adolescente se convirtió en todo un putito insaciable. Espero que les guste.

Me desperté con una extraña sensación en todo mi cuerpo. Apenas 12 horas antes, tuve sexo con otro hombre, por primera vez en mi vida, y eso me había fascinado. Las incontables fantasías desde la pre-adolescencia, los miedos, la angustia… Todo daba vueltas en mi cabeza. “Soy puto ”, pensé. Mi cuerpo respondió con un raro escalofrío de placer. Recordé la pija del peluquero entrando en mí. La dolorosa sensación que inmediatamente se transformó en placer. Sus manos en mi cuerpo. Los besos apasionados de aquél hombre mucho mayor que yo. Claro, a mi edad, un tipo de 30 me parecía mucho mayor . Cerré nuevamente mis ojos y me dejé llevar, sabiendo que estaba solo en casa, por la hora. Mi mano buscó mi pija, mientras en mi cabeza la imagen imborrable de su pija delante de mis ojos me hacía estremecer. Recordé cómo le pasé la lengua, cómo respondí a sus gemidos de placer metiéndomela en la boca. Cómo seguí sus indicaciones y comencé a chupársela, y cómo finalmente lo hice acabar. Mi cuerpo respondió con claras señales de excitación. La memoria de la posterior penetración se volvió totalmente presente. Mientras mi mano derecha pajeaba frenéticamente mi pija, mi mano izquierda buscó mis nalgas, hundiéndose entre ellas, urgiendo a mis dedos a meterse dentro de mi culo, desesperado por sentir nuevamente la invasión. Acabé en contados segundos. Finalmente, luego de tanto tiempo fantaseando e imaginando cosas extrañas, me hice una paja recordando cómo me habían cogido. En ese preciso instante supe que tenía que volver a la peluquería. Me levanté y fui decididamente al baño, para arreglarme e ir al encuentro del hombre que me había mostrado mi destino.

Estuve largos minutos observando mi cuerpo desnudo frente al espejo del baño, mientras el agua de la ducha alcanzaba la temperatura deseada. Mis tetas, increíblemente sensibles, ansiaban el toque de aquellas manos expertas, de esos dedos juguetones y torturantes. Mi culo deseaba tener aquella maravillosa pija adentro, bombeándolo. Mi pija permanecía erecta, sin visos de bajarse, dado mi estado de calentura permanente. “ Soy puto ”, me dije mirándome a los ojos, a través del reflejo en el espejo. Una sonrisa se dibujó en mi rostro. Ahora lo sabía. No tenía dudas. No necesitaría fantasear con locas historias para pajearme pensando en hombres cogiéndome. Sin percibirlo, me estaba pajeando nuevamente, frente al espejo. Mi mano izquierda buscó mis pezones, y los pellizcó delicadamente primero, haciéndome soltar un gemido inesperado. Un rayo recorrió mi cuerpo. Los pellizcos se hicieron más intensos. Se transformaron en una dolorosa presión y torsión, que se convirtió en exquisito placer. Sin dudar, solté mi pija y me introduje tres dedos de mi mano derecha en mi ansioso culo, hurgando hasta encontrar el punto que ayer me habían hecho descubrir. Finalmente lo encontré, y con algo de torpeza, pero con mucha decisión, pajeé mi culo hasta que finalmente acabé, sin siquiera haberme tocado la pija, sobre la pileta del baño. Abrí los ojos, y me vi, jadeando, sonriendo por haberme hecho una paja imaginando cómo me cogía otro hombre, habiendo tenido otro orgasmo anal.

Me bañé, mientras por primera vez en mi vida exploraba mi cuerpo, recorriendo cada centímetro cuadrado, descubriendo cada zona erógena, imaginando las manos expertas de aquel hombre que pronto iría a buscar.

Sentí una enorme angustia al abrir mi placard y ver mi ropa. Nada de lo que tenía me servía. Supe que, a partir de ese momento, tenía que buscar la forma de mostrarme como yo era. Que mi aspecto mostrara mi identidad. Me puse lo mejor que tenía, y me preparé para ir a la peluquería. Me pareció que sería mejor avisar de mi visita, así que esperé que fuesen las 10 de la mañana, ya que, supuestamente, a esa hora abrían. Llamé por teléfono y la simpática secretaria me atendió y me confirmó que aquel hombre que yo deseaba tanto ver estaría libre a partir de las 12. Por su tono de voz, creo que sabía perfectamente a qué iba. Y lo pude confirmar cuando, antes de cortar la llamada, me dijo: “…y tiene libre hasta las 2 de la tarde, así que tenés un rato para estar con él”. ¿Tan transparente fui? ¿Tan obvio es mi deseo de que ese hombre maravilloso me coja de nuevo? Dejé el teléfono y miré el reloj. Tenía casi dos horas para llegar, aunque el viaje me llevaría no más de 20 minutos. Recordé entonces una conversación que habíamos tenido con mi mamá y mi hermana hacía unas pocas semanas. En su eterno afán de refinarme, mi mamá me contó de un negocio de ropa de hombres que encontró por el centro de la ciudad, en donde vio una camisa que cerraba en diagonal, desde el centro hacia el hombro, y sin cuello. Mi hermana había gritado que esa era "ropa de puto", así que el tema quedó ahí. Pero ahora, en mi cabeza, repiqueteaba esa frase… "ropa de puto". "Ropa de puto ". Tenía que ir a ver ese negocio. Llamé a mi mamá por teléfono y le dije que el motivo de mi silencio en la mesa la noche anterior, que había sido causa de tanto interrogatorio, era que me había dado cuenta de que yo quería estar más elegante, sabiendo que con eso tendría su atención y seguramente su permiso, y le inventé una historia sobre que ese día saldría más temprano del colegio, así que quería ir a ver algo de ropa. Se puso muy contenta, y me dijo que luego fuera al negocio, que me iba a dar plata para comprarme algo. Obviamente, no le dije que no pensaba ir al colegio, que pensaba ir a la peluquería a buscar ser cogido por aquél hombre hermoso, y que después iría a aquél negocio que ella había mencionado a buscar ropa más acorde a mi nueva personalidad. Como el negocio quedaba apenas a 8 cuadras de la peluquería, y aún tenía mucho tiempo, decidí hacer una pasada previa. Estuve frente a las vidrieras del local durante largo rato, mirando y admirando maravillosas camisas, remeras y pantalones, imaginando cómo me quedarían, pensando si mi culo se vería más tentador si usase colores claros u oscuros. Mi temor, mi cobardía de imaginarme burlado por ser puto , me impidió entrar al negocio. Varias veces vi al vendedor, quien desde adentro observaba todos mis movimientos, y me sonreía sugestivamente, aunque mostraba cierta sorpresa, seguramente por mi corta edad. La tentación era enorme, pero el temor pudo más. Finalmente, me fui, para llegar a horario a la peluquería.

La secretaría me recibió con una enorme sonrisa. Apenas entré, me abrazó tiernamente y me dijo: “me alegro tanto de que vinieras. Sé que para vos debe ser todo muy raro, todo nuevo. Tu cabeza debe estar a mil. Te felicito por tu valentía de venir”. Le devolví el abrazo y, al oído, le respondí: “tengo mucho miedo, y él sabe que tengo un millón de preguntas. Pero además quiero verlo de nuevo. Lo necesito”. Me soltó, y me llevó hasta el sillón de espera, mientras me explicaba que al cliente que estaba atendiendo aún le faltaban unos minutos. Me trajo un jugo de naranja y se quedó charlando conmigo, sabiendo que mis nervios serían insoportables, mientras yo esperaba.

Cuando finalmente el cliente salió, sentí que mi cuerpo se helaba, pero la mirada del peluquero, y su sonrisa, me descongelaron. Me sentí como flotando en una nube, mirando sus ojos, deseando sus labios. Se despidió rápido y la secretaria se llevó al cliente para dejarnos solos. Me paré y avancé hacia él. Me rodeó con sus brazos y selló sus labios con los míos. Me derretí en sus manos. Su lengua danzaba en mi boca, sentí sus dedos en mi espalda, mis brazos envolvían su cuerpo y mis manos acariciaban la suya. Sentí su mano bajar a mi culo, y me estremecí de emoción pensando que pronto sería penetrado, cogido nuevamente. Mi mano derecha buscó su bragueta. Sentí su enorme erección por debajo de su pantalón. Recorrí el largo de su pija por sobre la tela. Gemí, sin poder contenerme. Me soltó, y con destreza increíble me bajó el pantalón y el slip. Me hizo girar sobre mis tobillos, y extrajo su pija dura y caliente del pantalón. Me la apoyó entre mis nalgas y la frotó, mojándome con su presemen. La lubricó con saliva, que también usó con sus dedos para mojar mi agujero. Se metió adentro mío. Gemí. Solté un pequeño grito de sorpresa, dolor y excitación. Me estremecí. Fue lentamente penetrando hasta llegar al final de su pija. Sentía su respiración en mi nuca. Deseaba que no se fuera nunca. Como pude, lo busqué con mis manos, como si tratara de hacerlo pegarse más a mí. “Te extrañaba”, solté. “¿Estás bien?”, me preguntó. Volví a gemir. “Cogeme”, susurré. Comenzó a moverse lentamente. Mi cuerpo temblaba. “¿Te gusta, putito ?”, susurró en mi oído. Esa palabra me estremeció. Respondí con más gemidos. Empujó su pija nuevamente hasta el fondo. De la mía salió un chorrito de leche. Lentamente, empezó con un lento vaivén. Yo trataba de apretar mis nalgas, para sentirla más y a la vez darle placer. Comenzó a acelerar el movimiento, lentamente. Yo jadeaba; él también. Me daba besitos en la nuca y me lamía los lóbulos de las orejas. Yo deliraba de placer. No sé cuánto tiempo había pasado, pero ya el movimiento era rítmico y constante. Me estaba cogiendo y a mí me fascinaba. “Soy puto ”, repetí en mi cabeza.  “¿Te gusta mi culo?”, me animé a decir. Me besó el cuello con fuerza. “Me encanta. Sos tan cogible ”, me dijo. Sonreí. Me encantaba sentirme deseado. Imaginarme un objeto sexual. Saber que, contrariamente a lo que me había pasado con las pocas chicas con las que había intentado siquiera avanzar, había quien me encontrara sexy , excitante. A esa altura, ya me bombeaba con toda fuerza. Mis jadeos eran casi aullidos, los suyos eran como gruñidos. Supe que pronto me llenaría con su leche, y redoblé mis esfuerzos para sacársela con mis nalgas. Sentí como su cuerpo se ponía tenso, y por dentro de mi culo pude percibir cómo su pija soltaba cada chorro de leche. Gemí, extasiado de placer. Me sentí maravillosamente bien. Sus jadeos fueron apagándose, transformándose lentamente en una respiración agitada primero, en largos suspiros después. Se quedó adentro mío un largo rato, abrazándome por detrás. Me quedé quieto disfrutando de su cuerpo pegado al mío. Dejamos correr los minutos, sintiendo nuestros cuerpos. Nos separamos, y en lugar de volver a vestirnos, terminamos de desnudarnos mutuamente. Yo recorría su cuerpo, masculino y hermoso, con manos inexpertas y temblorosas. Él recorría el mío, buscando cada punto de placer que me hiciera estremecer. Sorprendiéndome, comenzó a chuparme los pezones, haciéndome gemir en éxtasis. Mi pija estaba increíblemente dura. Sentí que la suya me rozaba el abdomen. La rodeé con mis dedos, y comencé a pajearla. Él gimió, pero sin dejar de lamerme las tetas. Yo gozaba como nunca. Cuando mis gemidos se convirtieron en jadeos suplicantes, me besó en la boca, y apoyó sus manos en mis hombros. Inmediatamente supe lo que tenía que hacer. Me arrodillé y hundí mi nariz en su vello púbico. Inhalé profundamente, y supe en ese preciso instante, que el olor de hombre era el afrodisíaco más poderoso que podía existir, para mí. Abrí mi boca y me metí entero uno de sus huevos, succionando levemente. Él gruñó de excitación y placer, y con su mano presionó mi cabeza contra su entrepierna. Solté el huevo y extendí mi lengua, para recorrer toda la extensión de su pija con la puntita. Luego tracé círculos de baba en la enrojecida cabeza. Saboreé ese pedazo de carne casi con devoción. Finalmente la rodeé con mis labios, y bajé hasta que rozó mi garganta. Traté de recordar sus indicaciones del día anterior. Fui mejorando más y más en mi mamada. Sus gemidos, jadeos y expresiones me daban la pauta de que lo estaba haciendo bien. Sentí su cuerpo ponerse tenso, y su pija más dura aún, si eso era posible. Instantes después, gruesos chorros de tibia leche golpearon mi paladar y mi garganta. No derramé nada. Seguí chupándola, con gran suavidad ahora, extrayendo hasta la última gota. Finalmente la solté y, mirándolo a los ojos, tragué. Me sonrió, lo que me dio una extraña sensación de calor en todo el cuerpo. Me sentí bien . Le había dado placer a ese hombre fantástico. Lo había hecho gozar. Le devolví la sonrisa. Me paré, para sentir sus brazos rodeándome, y luego dejarnos caer sobre el sillón. Nos quedamos acostados, desnudos, piel contra piel, durante largos minutos. Tímidamente, lo miré a los ojos, y le dije: “tengo mil preguntas. Dudas, miedos… ¿Me ayudás?”. Me miró profundamente, con algo de lástima. “Ya te dije ayer: relajate. Tenés mucho tiempo por delante. No te apresures. Además, no sé si tenga todas las respuestas, y no sé si mis respuestas te vayan a gustar, pero, bueno, preguntá, dale”. Cabe aquí recordar que esto era a fines de los convulsionados 70s, y que el gobierno militar no hacía fáciles las cosas para nadie, menos para las minorías. Y menos aún para las minorías “enemigas” de la iglesia. Le conté de mi deseo de ser reconocido como puto ya desde mi vestimenta, de gritarle al mundo quién era, de no tener que reprimir ninguno de mis deseos. Aprendí que había que ser discreto, que los tiempos no eran fáciles para nosotros , pero que también teníamos lugares de encuentro y reunión, que había ciertos códigos para reconocernos, que podía vestirme con bellas ropas y que, generalmente, los héteros eran bastante despistados, sobre todo si uno no era una loca plumosa demasiado obvia . Le conté de la boutique que había ido a ver, y me dijo que la conocía y que era una de las preferidas de nuestra comunidad. El sentirme parte de un colectivo fue una experiencia nueva y maravillosa para mí, habiendo sido siempre el excluido. En los cumpleaños de mis compañeros siempre era el que se quedaba charlando con las hermanas de los chicos, porque no participaba de los partidos de fútbol ni de los juegos que los otros chicos jugaban. Así que hablar de nosotros , para mí era toda una novedad. Una grata novedad.

Tuvimos que despedirnos porque recibiría un cliente a las 2 de la tarde. Nos besamos por largo rato, hasta que llegó la hora. Pero me dijo que a las 5 tenía un cliente especial, que seguramente me gustaría conocer. Le prometí entonces que volvería a esa hora. Nos despedimos con un piquito en los labios, y me fui, aun con su leche adentro mío, lo que me hacía sentir increíblemente bien.

Volví a la boutique. Estuve un rato nuevamente admirando la vidriera, viendo aquella ropa exquisita. La camisa que mi mamá había mencionado, unos pantalones que seguramente debían usarse ajustados, remeras negras de red, sin mangas, y muchas otras cosas que llamaban mi atención. Si bien mis ahorros no eran cuantiosos, me alcanzaría para comprar dos o tres cosas, y seguramente volvería por más cuando mi mamá me diera más plata. Varias veces miré hacia adentro del local, y vi al joven vendedor que me miraba, entre sorprendido y extrañando. Tras el mostrador, un hombre mayor también me miraba, intrigado. Recordé todo lo que me había dicho el peluquero. Me llevó varios minutos, pero finalmente tomé coraje, y entré al local.

El vendedor joven vino hasta mí, mirándome con una mezcla de intriga e incredulidad. Con sus primeras palabras, destrozó cualquier duda o prurito que yo hubiese podido tener. Con amanerados gestos y en un tono de voz muy afeminado, me dijo: "Hola, buen día. ¿Puedo ayudarte en algo, lindo?" Sabía que tenía que darle a entender que yo quería esa ropa. Que no estaba allí por accidente ni equivocación. Tuve una idea brillante. Lo miré a los ojos, sonreí y le dije: “gracias por lo de lindo” . Él se quedó estupefacto. Me miró por unos segundos como tratando de procesar lo que había sucedido. Finalmente, su rostro se iluminó con una sonrisa enorme. Guiñándome un ojo, me dijo: "pensé que te habías equivocado de boutique. Pero veo que no, que el equivocado era yo, jajajaja". Yo también me reí, sintiéndome liberado y feliz. Comenzó a mostrarme ropa, y en un momento, por lo bajo, me dijo: "¿no estás un poco chico para tener las cosas tan claras ?" Ruborizado, le confesé lo que había pasado desde el día anterior. Me miró y me dijo: "… y ya tenés claro cómo querés vestirte, sabés qué es lo que te gusta y estás dedicado a conseguirlo… Te envidio. Ojalá yo lo hubiese tenido así de claro a tu edad. Me encanta que hayas salido del clóset como lo hiciste y que seas tan seguro de vos mismo. Te felicito." Volví a ruborizarme, pero sonriendo. Siguió mostrándome ropa, hasta que elegí un par de camisas, varias remeras, y dos pantalones. Con todo, me acompañó al probador, pero me susurró que no entraba conmigo porque el dueño se enojaba. Siempre sospechaba que él quería coger con los clientes. Mirándolo bien, no era una mala idea, ya que era bastante atractivo. No es que mi culo fuese exclusividad del peluquero, pensé. La idea de estar con otro hombre era interesante. Además, la extrema femineidad del vendedor contrastaba con la masculinidad del peluquero, así que sería una buena experiencia. Me di cuenta que ya daba por hecho que cogería con el vendedor. Sonreí, mirándome al espejo, pensando que no sólo me sentía totalmente puto , sino que además me estaba descubriendo bastante promiscuo.

Entré al probador, y comencé a desvestirme. Unos segundos después, escuché la voz del vendedor que desde afuera me decía: "probate también esto", y me extendía una cajita por entre el grueso cortinado que hacía las veces de puerta. Tomé la caja, y la abrí. Nunca en mi vida había visto un calzoncillo semejante. Sólo tenía un triángulo de tela elastizada que cubría la parte delantera, y, una vez pasados los huevos, se transformaba en dos tiritas que se enganchaban en una cintura elástica, de forma de que el culo quedase totalmente expuesto, con las dos tiritas metidas entre las nalgas. Leí la caja, y decía "Suspensor elastizado". Me quedé mirándolo, deslizándolo entre mis dedos. Me imaginé cómo me quedaría, e inmediatamente la imagen en mi cabeza fue verme con el suspensor puesto, apoyado de frente a una pared, con una pija bombeando mi culo, por entre las tiritas. Inmediatamente me excité. A partir de ahora sólo usaría esta clase de ropa interior, ya que si me levantaba a alguien por la calle, quería que fuese sencillo que me la metieran. Susurrando, le dije al vendedor: "gracias, sos un genio. Ni sabía que existía esto, pero quiero cinco". Él se rio, y me dejó seguir probándome la ropa, ya con el suspensor puesto en forma definitiva.

Un par de minutos después, abrí la cortina y forzando un poco la pose, sacando cola hacia afuera, le mostré cómo me quedaba el ajustado pantalón, que marcaba notoriamente mis nalgas, y la delicada camisa con botones que mi mamá quería, y que a esa altura me fascinaba. Me miró sonriente, y me dijo: "estás divino". Inmediatamente miró mis pies, y vio mis insulsas medias de nylon azules. Me dijo: "no podés tener eso en los pies. Esperá." Volvió enseguida, con un par de medias muy similares a las de mujer, pero cortas, que no llegaban más allá de la pantorrilla. Me dijo: "esto tenés que usar." Me cambié las medias rápidamente, notando que una vez puestas eran semitransparentes. Con una sonrisa de aprobación, lo miré y guiñándole el ojo, le di a entender que me gustaban. Volví a meterme al probador, y me cambié el pantalón por otro, que tenía un corte distinto y que acentuaba aún más la redondez de mi culo, y cambié también la camisa por una remera sin mangas, negra, pero de tela casi transparente, que dejaba ver, oscurecida, mi piel. Claramente era, tal y como mi hermana había dicho, "ropa de puto". Salí del probador nuevamente, con una sonrisa de oreja a oreja, justo para ver al hombre mayor hablando en voz baja con el vendedor. Señaló hacia el probador, o sea hacia mí, mientras explicaba algo. El vendedor hacía gestos como de entender y finalmente se despidieron con un… ¿piquito? Vi al señor salir del local, y el vendedor vino hacia mí. Al verme, se quedó paralizado. Pensé que era porque la ropa me quedaba mal, y me entristecí, porque me gustaba mucho esa ropa. Casi balbuceando, me dijo: “estás MUY cogible, así”. Me sonreí. Me sentí fantástico. Saberse deseado es una sensación maravillosa. Empezaba a descubrir que me encantaba ser puto y que otros hombres quisieran cogerme . Mi cuerpo también reaccionó. Supe que quería tener al vendedor adentro mío. Mi culo me lo pedía. Puse una mano en mi cintura, y balanceé mi cuerpo hacia un lado, imitando la forma de pararse que tenía el vendedor, sacando mi culo hacia un lado. Sonriendo, le dije: “¿sí? ¿MUY cogible? ¿Cuánto?”. Sonriendo, me dijo: "sos bastante fácil, ¿eh?" Me acerqué hasta él y cuando estaba a escasos centímetros, le dije ¿querés probar qué fácil que soy? , y sin darle tiempo sellé mis labios contra los suyos. Nos besamos por unos cuántos segundos, y cortando abruptamente, me dijo: "tengo que cerrar la puerta con llave. Ya vuelvo." Mientras él iba a cerrar, me quedé admirándome en el espejo. Este pantalón marcaba muchísimo más mi culo, y se hundía entre mis nalgas, por lo que me fascinaba. Me quedé acariciándome el culo mientras seguía absorto mirándome al espejo, hasta que de pronto sentí otras manos agarrándome las nalgas. Sonriendo, miré lentamente sobre mi hombro, y le dije ¿te gusta? ¿Querés ver cómo me queda el suspensor? Sin darle tiempo a responder, me bajé el pantalón, y me paré inclinando mi cuerpo por la cintura hacia adelante, haciendo que mi culo resaltase aún más, luciendo el suspensor cuyas tiritas estaban hundidas entre mis nalgas. No pudo resistirse y, arrodillándose, comenzó a lamerme el culo. Yo gemía de placer, mientras sentía su lengua jugar en mi agujero, percibiendo cómo iba dilatándome. En un momento, no pude más y le imploré que me la metiera. Él se paró y pude sentir que su pija ya estaba totalmente erecta y claramente fuera de su pantalón, porque se estrelló contra mis nalgas. Sentí cómo la lubricaba con un poco de saliva, y luego cómo me penetró suave pero firmemente. Yo deliraba de placer. Era la segunda pija de mi vida, y me estaba volviendo loco. Ya no tenía dudas, era lo que me gustaba. Disfruté de la cogida que me dio el vendedor, hasta que lo sentí acabar adentro mío. Luego me di vuelta y nos quedamos besándonos un largo rato, mientras nos acomodábamos la ropa mutuamente. Me dijo: "el dueño quería que te diga que te fueras, porque le preocupaba tu edad. Le expliqué tu situación , espero que no te moleste. Pero ponete contento: me dijo que te haga un 50% de descuento, festejando tu salida del clóset. Eso sí, si podés esperarlo, que fue hasta el banco, le gustaría que se lo agradezcas ‘personalmente’… jejejjeje”. Me reí también, sabiendo qué significaba, y le dije que no tenía problema. Sonriendo, me dijo: "mirá que resultaste putito , ¿eh? ¿En serio que nunca estuviste con hombres, antes de lo de ayer?". Lo miré a los ojos, y luego bajé la vista, como avergonzado, mientras murmuraba: “te juro que no. Tuve fantasías, pero eran demasiado locas… supongo que para no sentirme puto imaginaba que me obligaban, pero en realidad era lo que yo quería…”. Me tomó del mentón, levantando mi cabeza para mirarme a los ojos. “¿Te avergonzás por no haber salido antes del closet? ¡Sos divino!”, dijo, mientras me abrazaba. Sentí el calor de su cuerpo, mientras yo también lo rodeaba con mis brazos. Apoyé mi cabeza en su hombro, y sentí su respiración casi en mi nuca. Nuevamente sentí mi cuerpo deseándolo. Besé su cuello. Mi mano acarició su pija por encima del pantalón, y rápidamente le abrí la bragueta, extrayéndola mientras aún estaba semi-erecta. Me arrodillé frente a él, quedando a escasos centímetros de su hermosa pija y, hundiendo mi nariz en su vello, inhalé profundamente para sentir el aroma de hombre que ahora tanto me fascinaba. Con decisión, comencé una mamada con todo lo que había aprendido entre el día anterior y ese mediodía. Yo aún era muy inexperto, y él fue muy dulce y paciente, dándome indicaciones, haciéndome sentir que iba mejorando sustancialmente. En unos pocos minutos, logré extraerle otro orgasmo, tragándome su deliciosa leche. Me ayudó a pararme, y volvimos a abrazarnos mientras nos besábamos. Tan ensimismados estábamos que no escuchamos las llaves en la puerta, ni al dueño que había entrado al local. Corriendo la cortina del vestidor, nos sorprendió en medio del beso. “Te dije que es muy chico, que podemos tener problemas”, bramó el maduro hombre. El vendedor parecía un cachorrito asustado cuando recibe un reto por haber roto un valioso jarrón. Me interpuse y mirando al dueño a los ojos, le dije: “es mi culpa. Todo es muy nuevo para mí. Excitante. El toque de otro hombre, la cercanía, el calor de un cuerpo, es más de lo que puedo manejar. Yo me entregué. Él no tiene la culpa”. Sus ojos me atravesaron como un rayo. Se paró a escasos centímetros de mí. Yo estaba atrapado entre él y el vendedor, que seguía con la cabeza gacha. “¿Tanto te excitan los hombres? ¿Tanto te gusta que te toque un hombre? ¿Tan puto sos?”, me preguntó, inquisitivamente. En lugar de responder, me arrojé a besarlo, tomándolo por sorpresa. Hundí mi lengua en su boca, y la suya respondió rápidamente, devolviendo la invasión. No le llevó demasiado tiempo tomarme en sus manos, y empezar a frotarme y acariciarme con lascivia. Detrás de mí, el vendedor también empezó a acariciarme. En mi cabeza, la idea de coger con dos hombres al mismo tiempo hizo explosión. Me entregué al placer. Sentí cómo me desnudaban entre ambos, cómo sus pijas duras se refregaban contra mi piel desnuda y me mojaban con presemen. Sentí las manos de ese hombre maduro y atractivo en mis hombros, e instintivamente me arrodillé. Tomé su pija con mis manos y comencé a lamerla, jugueteando con sus enormes huevos. Por el rabillo del ojo vi al vendedor que se paraba a su lado, mientras se sobaba la pija. Mientras chupaba una, sobaba la otra. Ellos se besaban. Se habían quitado las camisas y yo los acariciaba alternadamente, con mi mano libre. Luego me hicieron parar, pero con una mano en mi nuca para que entendiera que no tenía que soltar la pija en mi boca. Pronto sentí otra entrando en mi culo. Gemí de placer al saberme penetrado por ambos extremos. No sé cuántas veces les chupé las pijas, ni cuantas me las metieron. En algún momento, ambos dijeron estar exhaustos. Tal vez por mi corta edad o por mi exceso de energía o por mi libido recién descubierta, pero yo podría haber seguido cogiendo por horas. El dueño me regaló toda la ropa, lo que me hizo sentir casi un prostituto. Sonreí de pensar eso sobre mí mismo. Me vestí con las ropas que más me habían gustado, aquellas que marcaban mi culo y mostraban mi piel, por las transparencias. Fue así que salí de la boutique vestido con aquél provocativo pantalón y la remera y las medias transparentes, y en los pies unas hermosas zapatillas tipo náutico, en lona blanca, con vivos turquesa. Eran casi las cinco de la tarde, y partí rumbo a la peluquería, donde seguramente me esperaba, con mi peluquero y el cliente misterioso, otro ‘ménage à trois’.

Al abrirme la puerta, la secretaria se quedó atónita. Puse mi mano en la cintura, sacando cola, en la posición que había aprendido del vendedor, y le solté un: “¿te gusta cómo me queda?”. Se quedó mirándome por varios segundos, sin decir palabra. Pude sentir sus ojos recorriendo mi cuerpo de arriba hasta abajo, varias veces, deteniéndose en cada detalle, hasta que se clavaron en mi mirada. “Pasá… Miguel te va a coger en cuanto te vea…”, me dijo, aún sorprendida. “Es la idea”, retruqué, sonriendo. Como de costumbre, me senté en el sillón a esperar. “Miguel. Así se llama mi hombre ”, pensé. Ella fue al salón de corte, donde Miguel supuestamente atendía al cliente de las 5, ya que yo había llegado 10 minutos tarde. A diferencia de otras veces, la chica demoró en volver. Al salir, vi que Miguel venía detrás de ella. “Seguramente le habrá comentado de mi nuevo look, y él sale para verme”, pensé. Me miró fijo por varios segundos. Su mirada taladraba la mía. Yo no podía articular palabra. Finalmente, él rompió el silencio: “he creado un monstruo”, dijo, jocosamente. Sonreí, sin poder evitar sonrojarme. Me extendió la mano, como invitándome a tomarla. Lo hice, y me paré, todo en un solo movimiento. Me estrechó contra su cuerpo y me besó profundamente, no con cariño sino con lujuria. Yo acariciaba su pija que estaba obviamente erecta, presa de su pantalón. Su mano apretaba mis nalgas, casi como si intentase desgarrarlas. Rompió el beso y me dijo: “vení, quiero que conozcas a alguien”. Entré al salón de corte tratando de imaginar qué iba a encontrarme. En el sillón de corte, un chico de un par de años más que yo, o 18 a lo sumo, me miraba por el espejo. Un exuberante pecho velludo que se vislumbraba por los botones abiertos de su camisa, potentes brazos musculosos, piel levemente bronceada, ojos claros… Yo no tenía ninguna experiencia ni tampoco sabía qué era lo que me resultaba atractivo, pero ese chico sin dudas era más que apetecible. Inmediatamente me imaginé desnudo, acostado en una cama, mis piernas abiertas, y él penetrándome con fuerza casi salvaje. Mi excitación fue instantánea. Me acerqué hasta él, y extendí mi mano como para estrechar la suya. El me agarró y me jaló violentamente hacia su cuerpo, lo que me tomó por sorpresa y me hizo perder el equilibrio, haciéndome caer sobre su pecho. Mi rostro quedó a centímetros del suyo, y cuando hice contacto visual con su mirada percibí que su boca se lanzaba sobre la mía. Me besó con lascivia. Unos segundos después ya me había hecho arrodillar y me había metido la pija en la boca, sin darme tiempo ni a reaccionar. No es que yo hubiese puesto resistencia. Al contrario, en un instante me acomodé y ya lo estaba mamando con increíble destreza, o por lo menos así me parecía, para ser que apenas llevaba un día de puto. Miguel se paró a mi lado y extrajo su pija del pantalón, así que mientras yo mamaba al desconocido, guio mi mano hasta su pija, de forma que mientras chupaba la del chico, pajeaba al peluquero, como había hecho un rato antes en la boutique. Segundos después me tragaba la leche del musculoso, pero al intentar alcanzar con mi boca la pija de Miguel, no llegué a tiempo y el peluquero acabó en mi cara. En lugar de enojarme, o molestarme, la situación me pareció extremamente excitante, y aún arrodillado, mientras miraba a Miguel a los ojos, con mi lengua junté toda la leche que pude. El resto lo tomé con mis dedos, que después me llevé a la boca, chupándolos seductoramente. El musculoso, viendo esto, dijo: “wow. ¿Quién es esta belleza? ¿De dónde lo sacaste, Miguel?”. El peluquero, sonriente, le respondió: “¿te gusta? Lo saqué del closet apenas ayer”. Mientras hablaban de mí como si yo no estuviera, aproveché para sacarme la ropa, evitando ensuciarla con la leche que sabía que vendría después. Me quedé sólo con el suspensor, y pude notar en sus miradas que les encantaba verme usándolo.

“¿En serio? ¿Un solo día de puto y ya se viste, se mueve y la chupa así? ¡Todo un hallazgo!”. Mi ego tocó el cielo. Hablaban de mí como un objeto sexual totalmente cogible, y me elogiaban. Me sentía genial. Miguel, mirándome a los ojos, me dijo: “quería que conocieras a Ernie. Hace un par de años a él también lo saqué del closet, como a vos. ¿Viste qué lindo chico que es?”. Miré a Ernie, que ya se había sacado la ropa, y pude percibir que su pija era más grande que la de Miguel. Me quedé extasiado, admirándola. Miguel se rio y me dijo: “¡qué puto estás! ¡Pará de mirarle así la pija! ¡Ya te la va a meter, ansioso!”. Sonriendo, me di vuelta, para quedar de frente al espejo, con Ernie a mis espaldas, y me arqueé, separando mis nalgas con una mano. Su pija no se hizo esperar. La sentí llegar hasta el fondo, y sentí también cómo empezó a bombearme. Arqueé más la espalda, y bajé un poco el torso, como para quedar con la cintura a 90 grados. Abrí los ojos, y frente a mi cara tenía la pija de Miguel, así que abrí la boca y empecé a chuparla con desesperación. Nuevamente, dos veces en el mismo día y por dos parejas de hombres diferentes, me estaban penetrando por ambos extremos. Mi cabeza explotó. Perdí el sentido de la realidad. Sé que me cogieron, que se las chupé, que se alternaron entre mi boca y mi culo incontables veces. Disfruté y gemí como nunca. Acabé hasta el hartazgo, pero no por tocar mi pija, sino con innumerables orgasmos anales. Quedé tendido en el sillón, boca abajo, jadeando, con los ojos cerrados, por incontables minutos. En algún momento escuché a la secretaria, que entraba y decía: “Miguel, me voy que son las 8”. Me levanté sobresaltado. Mi mamá me iba a matar. Pedí el teléfono y traté de llamarla al negocio, pero nadie atendió. Llamé a casa, pero aún no había llegado. Miguel me calmó, y me dijo que me diera una ducha en su baño privado, ya que mi cuerpo era un pegote de leche y sudor, propios y ajenos. Cuando salí de la ducha, pedí el teléfono nuevamente, y por fin encontré a mamá en casa, que lejos de molestarse, me preguntó dónde estaba. Le mentí que al salir de comprar ropa me había encontrado con un excompañero de colegio y que me había venido a la casa a tomar la leche. Mientras decía “leche”, me pasé la lengua por los labios, mirando a Miguel, que se rio. Sentí a Ernie pararse detrás de mí, y supe que tenía que cortar la llamada rápidamente. Mi mamá me dio la oportunidad justa al preguntarme si me iba a quedar a cenar en lo de mi amigo, así que dije que sí. Me resultó extraño que se despidiese de mí con un: “divertite con tu amigo”. ¿Acaso supondría que estaba cogiendo con un amigo? ¿Se había percatado, aún antes que yo, que era puto ? Apenas corté el teléfono, sentí la pija de Ernie entrando en mí nuevamente. Busqué a Miguel con la mirada, pero no estaba, así que me dispuse a disfrutar del musculoso. Mientras me cogía vi a Miguel que nos sacaba fotos, cosa que aumentó aún más mi excitación. Una hora después, estaba acostado, totalmente desnudo, sobre el cuerpo velludo de Ernie, que me acariciaba suavemente. Yo estaba en el paraíso, sintiendo piel contra piel, con esas manos fuertes y masculinas recorriendo mi cuerpo.

Rato después, Ernie me ayudaba a vestirme y se ofreció a acompañarme hasta casa, lo que me pareció encantador de su parte. Cuando llegamos a la puerta del edificio, se despidió de mí con un largo y ardiente beso húmedo, que yo retribuí con pasión. Me dio su teléfono anotado en un papelito, y me pidió que lo llamara al día siguiente. Cuando entré a casa, yo me sentía caminando sobre nubes. ¿Así se sentirían las mujeres cuando se enamoran por primera vez? ¿Me había enamorado de Ernie?

Mi mamá me recibió con una sonrisa y me dio un beso en la mejilla. Se entusiasmó enormemente cuando me vio la ropa que ahora estaba usando. Miró las bolsas en mi mano, y su sonrisa se amplió aún más. Mirándome a los ojos, me dijo: “¡Qué hermosa ropa! ¡Qué bien te queda! Cuando la vi en la vidriera de ese negocio, supe que ibas a quedar precioso. ¿Te compraste más cosas? ¿Cuánto gastaste?”. No podía decirle que la había pagado con sexo, así que dije que había aprovechado una liquidación y me había gastado todo lo que tenía guardado. Ella insistió en darme la plata, y como no podía decir la verdad, terminé duplicando mis ahorros. Finalmente, casi emocionada, me preguntó: “¿la pasaste bien con tu amigo? ¿Por qué no lo invitás a comer, un día?”. ¿Es que acaso sospechaba algo? ¿Su famosa intuición de madre le decía que tenía un hijo bien puto ? Contesté lo más evasivamente que pude, y me fui a mi habitación, sabiendo que mi vida nunca volvería a ser como antes.