El peligro de las mujeres

Mis desventuras por tratar de ayudar a mi jefe con su adúltera esposa.

Capítulo 1: El problema de don Francisco.

Siempre han dicho que soy un machista. Desde que era muy niño me lo han dicho y, conforme he ido creciendo, no madurando, esos comentarios se han ido repitiendo con más frecuencia en mi entorno. Sin embargo, creo que se equivocan pues sería más exacto decir que soy un misógino. Sin lugar a dudas, siento un odio y una aversión a las mujeres un sentimiento que nació de una forma natural en mi infancia y que se ha ido incrementando conforme mi naturaleza ha ido sintiendo ese deseo que nace en la pubertad de poseerlas. Quizás las odio porque las deseo.

Supongo que sería razonable ser como soy si hubiese experimentado historias como las que se cuentan en Internet a millares. Maridos que se ven humillados por esposas adulteras o hijos que sufren el deshonor de ver a sus madres cohabitando con un hombre distinto cada noche cuando no lo hacen con sus mismos compañeros de clase.

Pero no es, éste, mi caso. Todas las mujeres que han entrado en mi vida han sido la antítesis de las anteriores y han intentado cambiar mi forma de pensar.

Estas son las divagaciones a las que me enfrento cada vez que llego a casa después de pasar la noche con Ella pues la historia que nos unió me ha hecho reflexionar mucho acerca de mí y mi conceptuación de la vida.

Mi vida como ingeniero es rutinaria, no soy una eminencia en el mundo de la ingeniería y por eso sólo soy un subordinado del Jefe de Obra. Hago mi trabajo para la empresa sin cargar con la responsabilidad que tiene ser el jefe directo. Tampoco soy un guaperas de turno, lo siento por las damas que lean este relato, soy un tipo alto y de constitución atlética pero de facciones toscas. En fin, un hombre del montón en el aspecto físico que vive una vida anodina. No lo hago conscientemente pero parece que busco pasar desapercibido.

Todo comienza cuando una tarde me encuentro a mi jefe borracho en el despacho, bueno, si se le puede llamar despacho a la cutre-oficina que tenemos en la obra. Ya saben, uno de esas cajas prefabricadas que se ponen en las obras. La verdad es que se me pusieron los huevos de corbata, hablando en plata. Yo no quiero responsabilidades y eso era algo a lo que me tendría que enfrentar si venía el director de obra o alguno de los proveedores. Afortunadamente, nadie vino aquella tarde a interrumpir y, como los capataces son bastante autosuficientes, no me ví implicado en ninguna decisión.

El jefe era un hombre ya mayor, cincuenta y tantos años, con un vida como ingeniero bastante dilatada que se portaba bien con la gente. Algo que se agradece en un mundo donde importa más el dinero que la vida de las personas. Era un buen jefe que me ayudaba con sus consejos y siempre se tomaba con calma mis meteduras de pata para sacarme del atolladero cuando podía.

Don Francisco, que así se llamaba, se acercó con la botella de “Chivas Regal” en la mano para darme un afectuoso abrazo de borracho y decirme que las mujeres eran malas, como si yo no lo supiese ya. Todos los borrachos tienden a contar sus penas a todo aquel que se encuentran dispuesto, o no, a oírlas.

  • Mi mujer es una puta,- comenzó a decir don Francisco- se folla a todo lo que se menea.

Doña Inés era una mujer interesante. Yo la había visto en alguna de las fiestas a las que había asistido como invitado de don Francisco. Era bastante más joven que él, no lo sé exactamente pero calculo que serían como diez años. Supongo que debía estar entres sus treinta y mucho o sus cuarenta y pocos, sin embargo, eso es lo de menos pues doña Inés era una mujer de bandera. Buenas tetas, buen culo y una figura cuidada, pero lo que más destacaba para mí era esa cara de puta que tenía. No era una de esas caras dulces sino una de esas mujeres con un rostro que únicamente induce a la lascivia. Tenían un hijo de doce años y una hija de dieciséis años, la parejita

  • Alejo, no te dejes joder por ninguna porque eso es lo que quieren todas, joderte.- continuó don Francisco.- Verás te voy a contar mi historia para que aprendas y seas un buen ingeniero.

¡Vale!, a mis treinta años, era una mierda de ingeniero pues pasé la universidad sin dedicarme en cuerpo y alma a formarme como tal, pero que las mujeres viven para joderte la vida era algo que no hacía falta que me explicasen, no obstante, el jefe es el jefe y hay que darle la razón siempre, así que lo escuché con paciencia mientras me servía un vaso de güisqui.

“Llevo más de veinte años casado con esa zorra. Me he pasado la vida de obra en obra para darle todos sus caprichos desde que salí de la universidad. Siempre pensé que ella correspondía mis sentimientos.”

La verdad es que, mientras que yo me iba de putas con los capataces y los obreros, en los años que le conocía jamás se vino con nosotros o le conocí algún escarceo con el personal femenino de la empresa.

“Verás hace unos años, en una de las fiestas de la empresa, me llamaron porque había un problema con la obra así que fui a buscar a mi esposa para avisarla de que me iba a ausentar por algún tiempo y que volvería antes de las doce de la noche pero, si estaba cansada antes de que yo llegase, podía coger el coche pues yo me iba con un compañero.

Comencé a buscarla entre el grupo de mujeres que se sientan juntas a cotillear igual que nosotros nos juntamos para charlar sobre política o fútbol. No la encontraba y ninguna acertaba a decirme dónde se encontraba; alguna elucubraba acerca de la posibilidad de que estuviese en el baño, sin embargo, percibí que algunas me miraban y susurraban entre sí. No presté atención y me dirigí hacia los baños; asomé mi cabeza por el servicio de señoras por si la veía pero sólo me encontré la mirada malhumorada de un grupo de señoras haciendo cola. Luego, entré a mear al servicio de caballeros decidido a irme a solventar pronto el jaleo en la obra, sin embargo, cuando salí todos me miraron de reojo. Son imaginaciones mías, pensé.”

Don Francisco bebía vaso tras vaso del güisqui mientras se acercaba al final de la trama.

“Salí al aparcamiento para reunirme con el compañero que me acompañaría a la obra cuando oí los gemidos entre dos coches. Giré la cabeza por instinto y vi a Suárez, el gerente de producción. Sabes a quien me refiero, ese hijo de puta que quería echarte cuando te cepillaste a María, la secretaria de Gerencia de producción.”

Como no iba a acordarme de él, ese tío era un cabronazo que me hizo la vida imposible hace dos años y, si no hubiese sido por don Francisco que dio la cara por mi ante el gerente general, me hubiesen echado de la empresa. Por lo visto, María era algo así como su novia a la que había metido en su departamento.

“La verdad es que me pareció deleznable verlo fornicar entre los coches pero mientras intentaba pasar sin que se dieran cuenta de mi presencia, no pude evitar mirar la cara de su pareja quien no era otra que mi esposa. Me quedé helado. La mujer que amaba, la madre de mis hijos, mi compañera era montada como una perra entre dos coches por ese bastardo. Eran tantos los sentimientos encontrados que pugnaban en mi interior que sólo pude ver cómo sucedía ese encuentro en la oscuridad.

No se puede decir que hablasen sólo era un encuentro animal pues ella era recorrida por las manos de él. Esos pechos que tantas veces besé y acaricié eran amasados por sus manos que luego exploraron poco a poco sus firmes muslos que otrora abrazaron mi cintura en nuestros encuentros amorosos para converger en esa raja caliente que hasta aquel momento pensaba era mi dominio particular. ¡Qué idiota fui!, pues sin duda todos sabían lo que pasaba menos yo. Por eso, me miraban y cuchicheaban.

Mientras, ella, que ardía tras las caricias de su amante, se lanzó a su entrepierna para sacar su miembro con sus delicadas manos a través de la cremallera del pantalón y lamerlo con fruición. Ella jamás aceptó practicarme una felación pues decía que era algo sucio. Luego, él la volteó y la agarró por su larga melena azabache para que arquease su espalda dejando a la vista su delicioso trasero que tan bien conserva la muy zorra. Un trasero que libre de ropa interior se abrió ante su ariete explorador que se adentró en su cueva para profanar lo que ella me aseguraba, hasta entonces, eran mis dominios en exclusiva. Los hombres somos unos idiotas pues creemos las palabras de las mujeres cuando acrecientan nuestro ego.

Ella chocaba contra el coche a cada embestida del sudoroso gerente que la montaba como si fuese una jaca y él, un padrillo. Finalmente, ella se volteó sabedora de que el acto llegaba a su final para acoger en su boca el miembro de su amante y beber su simiente. Esto me dejó anonadado pues ver la boca de mi esposa, llena de los sucios fluidos de ese individuo, me provocaba arcadas. En ese momento, ella me vio y se dirigió hacia mí ante la mirada de ese cabrón que se la había follado.

Ella debió darse cuenta de que estaba destrozado y, entonces, me hundió definitivamente. Me dijo que era una vergüenza de hombre y que esperaba que hubiese aprendido cómo se comporta un hombre de verdad. Que iba a seguir acostándose con todo aquel que la supiese tratar como mujer y que yo debería soportarlo si no quería perder a mis hijos y el empleo. Entonces, vi la sonrisa de Suárez que apareció al ver que yo estaba hundido incapaz de enfrentarles.”

Don Francisco tenía los ojos rojos al recordar esos momentos tan duros para él y continuó.

“Llevo todo este tiempo soportándolo, no por el trabajo, sino por mis hijos. Son lo que más quiero. He sido humillado en cada fiesta de la empresa y sé que esa zorra se ha cepillado a la mitad de la directiva de la empresa. Sin embargo, hoy todo por lo que vivía lo he perdido. Verás, hoy he confirmado que mis hijos no son biológicamente míos. A mis cincuenta y cinco años, ella puede quitarme todo lo que he construido a lo largo de mi vida.”

Don Francisco lloraba amargamente cuando acabó de relatarme sus penas. La verdad es que no sabía nada de eso pues no soy los suficientemente sociable como para que me cuenten los chismes de la empresa. Sin embargo, tengo la suficiente empatía como para sentirme encolerizado ante ese relato.

Sólo pude prometerle que le ayudaría a arreglar su problema pues le debía mucho.

Capítulo 2: Conociendo a la bruja

“Yo no soy un animal social”, me repenía una y otra vez. Mi frente perlada delataba que no estaba cómodo en aquella situación. La verdad es que soy idiota porque hago las cosas sin pensar y le recomendé que para diseñar una estrategia para dominar a su esposa debía conocer a su familia. Don Francisco decidió que pasase una semana con ellos en su chalet tras acabar la obra y, por lo tanto, ahí me encontraba yo en esa situación tan tensa.

Estaba cenando con don Francisco y su familia, a mi derecha estaba su hija, Magdalena, frente a ella su hermano, Ignacio, a mi izquierda don Francisco presidiendo la mesa y frente a mí doña Inés.

He de reconocer que viéndola más de cerca doña Inés era una mujer tremendamente atractiva sin duda alguna aunque la belleza virginal de la dulce Magdalena competía con esa sensualidad que emanaba la voluptuosa mujer que frente a mí sonreía.

Mi mente buscaba hacer preguntas que me indicasen alguna debilidad en la mujer que sonreía frente a mí. Sin duda, coquetearía conmigo sólo por humillar a su marido al seducir a quien presentaba como un buen amigo pues ni era atractivo ni rico ni siquiera influyente. Si no me lo dejaban claro sus dedos jugando con su pelo y sus sonrisas, un pie desnudo, que se deslizaba por mi pantorrilla y alcanzó mi entrepierna para rozar mi paquete que creció con aquella sensual caricia, me dejó claras sus intenciones. Mi nerviosismo aumentaba entre las caricias, el sugerente escote y la situación, por lo que a duras penas logré acabar la cena sin morir atragantado.

Decidí entonces que la única forma de derrotarla era dejar que me sedujese, si ella creía que me tenía a sus pies bajaría la guardia y podría darle una baza con la que negociar a mi estimado jefe. Así que me dejé dormir sobre la cama con una camiseta de deporte y unos boxer pues hacía calor en aquella noche de verano.

Me despertó algo moviéndose entre las sábanas, alcé la vista y vi su rostro iluminado por la luz de la luna llena que atravesaba el cristal del balcón. Sus ojos negros me acechaban mientras su blanca sonrisa me amenazaba. Lo que me había despertado era su mano que buscaba entre las sábanas mi miembro. Cuando agarró mi flácido miembro, la reacción de éste fue inmediata para alcanzar sus dimensiones de combate en un tiempo récord y ella abrió ligeramente esa boca generosa que tanto me había excitado durante la cena. Su mirada se clavaba en mis ojos de un modo hipnótico que me tenía paralizado y terriblemente excitado. Tras esto se despojó lentamente, de su blanco camisón dejando expuesta esa piel canela que se curvaba dando forma a ese cuerpo escultural y voluptuoso que me tenía encendido desde que llegué a la residencia. Sinceramente, olvidé porqué hacía lo que hacía y me dejé llevar por esa hembra que me había provocado. La agarré de los brazos y la atraje hacia mí para darle un morreo furioso que aceleró su respiración y la mía. Mis manos se hicieron dueñas de sus pechos y mi boca pasó a jugar violentamente con sus oscuros pezones, mientras, su húmeda intimidad segregaba sus flujos sobre mi muslo. Ella gemía dominada por el placer, casi enloquecida como los súcubos de los grabados religiosos. Si pretendía utilizarme, debía disfrutarlo al máximo, luego, quizás, la presa podría transformarse en depredador.

A ella, le gustaba mandar o ese era su deseo en aquel momento y dejé que fuese ella la que se montase sobre mi ariete. Ella gimió al sentir el grosor de mi miembro y me cabalgó frenética hasta que se desplomó sobre mi pecho, repitió la cabalgada varias veces con mis manos sintonizando sus pezones con dureza.

Pero yo quería repetir la imagen que me quedó del relato de don Francisco y la puse en cuatro para jalarla de la melena y montarla por detrás ella se dejó sobre la cama y le descargué sobre el lomo. Yo me dejé caer sobre la cama y ella se deslizó felina junto a mí.

-Cariño, hacía tiempo que no disfrutaba de un semental como tú.-me dijo.

-Bueno, es que con una diosa como tú.

-Quiero que me hagas sentir mujer todas las noches, papito.

-Yo estoy listo cuando quieras, me encantas. Eres preciosa. Pero hemos de tener cuidado con don Francisco.

-No te preocupes, mi marido es un cabrón consentido. Sólo te pido que mis hijos no se enteren.

-Tranquila, soy discreto.

Capítulo 3: El plan

Pasaron los días y todas las noches le arreglaba el cuerpo a Inés que me exprimía al máximo para amanecer resplandeciente. Parecía realmente un súcubo que absorbía mi vida durante el coito.

Hasta que una noche Inés se puso seria y dio el primer paso.

-Cariño, debes hacer algo por mí.-me dijo Inés tras varias horas de sexo agotador.

-Lo que quieras amor.

-Voy a divorciarme del cornudo y necesito que hagas una cosa por mí.

-Claro, ¿qué es?

-Verás, yo tengo la forma de acabar con él en el juicio porque tengo formas de meterlo en la cárcel, pero quiero asegurarme que mi hija no declara a sus favor por ello debes seducirla.

-No creo que ella se sienta atraída por mí.

-No, te aseguro que ella te desea. He visto cómo te mira cuando estamos en la piscina y si haces lo que te diga en unos días será tuya. Sé que te gusta porque también he visto como la miras. No te preocupes, no soy celosa y te compartiré. Os grabaré en vídeo para añadirlo a mi colección privada y, si no hace lo que le ordenes, usaré el video para amenazarla, pero no creo que haga falta pues las mujeres enamoradas somos corderitas y hacemos lo que sea por nuestro galán.

Debía hacer lo que me pedía pues no tenía nada con lo que dominarla aunque grababa todos nuestros encuentros por si ,luego, era necesario como prueba.

Capítulo 4: Magdalena.

El plan de Inés era dejarnos solos en el chalet durante veinticuatro horas y yo me encamaría con ella. Ella convenció a su marido para ir a la ciudad de compras y volver al día siguiente, mientras que Ignacio por su parte se iría a pasar el día con un amigo.

Cuando se fueron, Magdalena estaba tumbada junto a la piscina. La miraba por la ventana de la cocina que daba al jardín y no podía dejar de pensar en lo bonita que era. Tan dulce y delicada, al contrario que su voluptuosa madre, sus rasgos eran infantiles. Piernas delgadas y un cuerpo espigado que se adornaba por unos pechos pequeños pero llenos como granadas y un culito respingón. Pero lo que noqueaba al que la miraba era esa carita dulce de niña. No podía evitar dudar de las palabras de su madre que me decían que sólo debía lanzarme y ella caería rendida. Yo era el tipo de hombre que asusta a la gente y más a una niña, no un príncipe azul digno de esa princesita de cuento.

En fin, sin nada que perder, me lancé a la piscina y al rato ella vino a sentarse junto al bordillo de la piscina y me preguntaba por su padre. Yo me acerqué y la tiré al agua. Entonces, comenzamos a hacernos cosquillas y ahogadillas. Con esos fajes, acariciaba su cuerpo esperando que se calentara para intentar darle un beso y poder hacerla mía.

Sin embargo, comenzó a preguntarme otra vez por su padre y que lo veía muy triste últimamente. Me decía que estaba preocupada por ella.

Sinceramente, me sentía bastante mal por usarla como moneda de cambio en esa guerra contra su madre quien estaba dispuesta a usarla también. Pero era una mujer, al fin y al cabo, todas son malas por naturaleza.

Esquivé sus preguntas y le di un beso mientras mis brazos aprisionaban con fuerza ese cuerpo de piel suave como ninguna otra. Primero sus labios se tensaron por el susto pero luego se dejaron llevar prodigándome sus carnosas caricias en mi boca.

Nos besamos durante bastante tiempo y mis manos buscaron calentar ese cuerpo hasta que se separó de mí. Yo la perseguí hasta que me dijo que debía irse pues había quedado con unas amigas pero que por la noche me esperaría en su cuarto.

Capítulo 5: Ignacio

Por la noche, tras la cena, subí al cuarto de Magdalena. Abrí la puerta y allí estaba ella sobre la cama, sólo vestía unas braguitas blancas, sin bordados, totalmente infantiles. Me senté en la cama y mi mano agarró su lindo pie para besar su empeine mientras mis manos se deslizaban por sus muslos hasta su intimidad. Mis dedos recorrieron su cuerpo y mis labios siguieron sus pasos para humedecer la dorada piel de esa lolita que se ofrecía a mí como ofrenda humana a la bestia de turno. Ella gemía de arrechura hasta que saltó de la cama y volvió con dos copas de vino con las que brindamos. Luego, se entregó a mis caricias hasta que desperté bastante mareado en mi cama. Sin duda, había sido una gran noche de sexo pero esos mareos por el cansancio no me permitieron deleitarme con él.

Al día siguiente, me quedé a solas con Inés y me abrazó complacida porque había hecho muy bien mi trabajo. Me confesó que Ignacio había grabado mi encuentro con Magdalena. Me extrañó que el hijo estuviese metido de esa forma en los asuntos de su madre. Por ello aproveché para quedarme a solas con él y le confesé que sabía que nos había filmado la noche anterior.

-¿Sabes lo que va a hacer tu madre?- le pregunté.

-Sí.

-¿Tanto odias a tu padre y a tu hermana?

-No sabes nada. ¿Crees que te tiras a mi madre y a mi hermana y ya nos conoces? Mi madre es una puta. Tengo que hacer esto para que no me den una paliza mis propios compañeros de clase por su culpa.

Entonces me comenzó a relatar los motivos que le obligaron a obedecer a su madre ciegamente.

“Yo sabía que mi madre tenía varios amantes y por ello intenté enfrentarme a ella. Ella me dijo que cambiaría sin embargo su plan era otro. Una tarde llegué del colegio y oí las voces de varios compañeros de clase. Me extrañó porque mis amigos estaban jugando al fútbol. Al entrar, me quedé de hielo al ver a mi madre en cueros rodeada de los macarras de mi clase. Eran cuatro y la manoseaban por todas partes mientras ellas les meneaba las pollas de dos en dos. Yo les increpé qué hacían, pero los cuatro se lanzaron contra mí para reducirme a golpes. Entonces me obligaron a ver cómo se follaban a mi madre. El cabecilla comenzó a decirme que tenía una madre muy puta y que mirase como se la iba a chupar. Ella comenzó a chuparsela y yo sólo podía llorar de impotencia. Sus labios mamaban cuando otro de los macarras comenzó a penetrarla por detrás. Empujaba y empujaba sudoroso mientras ella chupaba entonces los otros dos se acercaron. Ella se montó sobre el que la penetraba y continuó chupandosela al jefe para menearsela a los otros dos. Sus pechos bamboleantes eran amasados por esos cerdos que se corrieron en la cara de mi madre.

Luego me volvieron a golpear y comenzaron a orinarse en mi cara para humillarme. Me dijeron que si no obedecía a mi madre me volvería a dar una paliza. Ellos siguen follándosela de vez en cuando.”

Esa era la oportunidad, si grababa una película con su madre y unos menores de edad, podría dar la baza ganadora a su padre.

Capítulo 6: Cárcel

Dos días más tarde, vinieron a detenernos a don Francisco y a mí. Nos acusaron de haber robado dinero de la obra. El abogado era un inútil, más bien, se lo hacía. Todo estaba perdido nos enfrentábamos a unos cinco o seis años de cárcel.

Recibí una visita de Inés. Estaba preciosa con ese traje de ejecutiva con sus medias y ese escote que no invitaba a imaginar nada donde se perdía mi mirada presidiario.

-Lástima que quisieras traicionarme.

-¿Yo?

-No te hagas el tonto, no te pega. Nacho me tiene más miedo a mí de lo que puedas imaginar por lo que cuando lo pillé filmándome con los chicos fue fácil que contase todo. Podríamos haberlo pasado bien juntos, tienes una buena polla.

Había intentado ayudar a un amigo, pero la perfidia de una es un obstáculo muy difícil de superar.

Capítulo 7: Final

La vida en prisión era un infierno, rodeado de chusma y toda la calaña imaginable. Pero un día llegó el funcionario de prisiones y me dijo que habían retirado los cargos. No lo podía creer. Qué se traía entre manos esa mujer para liberarme de buenas a primeras.

Me esperaban en la salida de la prisión, Magdalena y una amiga suya. Yo estaba intrigado y la miré esperando una explicación. Ella me besó y me pidió que las acompañase a un hotel. Me preguntaba que querían y no tardé en descubrirlo. Se quitaron lentamente la una a la otra la ropa. Primero, las falditas, luego, los polos, los zapatos, las medias, … Así hasta quedar en braguitas blancas de niña mientras yo tenía montada una tienda de campaña. Se acercaron para que las acariciase mientras se besaban entre sí. Luego, comenzaron a desnudarme hasta que se apropiaron de mi erecto miembro que lamieron al unísono como si fuese un helado y me hicieron descargar en la boca de la amiga de Magadalena, Paula. Luego compartieron mi semen para bebérselo. Me tumbaron en la cama de la habitación y jugaron con mi cuerpo entre risas infantiles hasta que mi erección destacó y comenzaron a galoparme, ora una, ora la otra. Yo sólo podía dejarme hacer hasta que caí rendido por la tensión acumulada y el esfuerzo físico de la última hora.

Cuando desperté no estaba Paula y Magdalena me explicó lo que había pasado.

-Mamá pensaba que me iba a controlar, pero yo sabía que intentabas seducirme y por eso te drogué aquella noche. Nacho sólo filmó el rato que aguantaste despierto. Cuando supe que estabais en la cárcel Papá y tú, hice que Paula sonsacase a los matones que se follan a mamá y supimos que pasaba. Les engañamos para que nos dijesen donde estaban las películas, luego, las robamos y amenazamos al juez, al abogado y a vuestros jefes que fueron los que falsificaron los documentos. Le dije a Mamá que si vuelve por casa la meteré en la cárcel. Estoy enamorada de ti, pero soy bisexual y compartiré a mis novias contigo siempre que quieras. He hecho todo esto por ti.

Al final, resultó que la más peligrosa era la pequeña Elektra, que hasta hoy me ha sido fiel haciéndome dudar de la maldad natural de las mujeres. Por muy mal que la trate ella siempre es dulce, buena, amable y cariñosa.

Extraño mundo, éste.

Fin.