El Pelao. GatitaKarabo.
No hay oración para el perdido que no es buscado, el alejado al que no desean encontar, el olvidado al que nadie recuerda.
Tras castigar duramente a su oponente y sacudirle con una patada voladora que lo lanza contra las cuerdas, Destripaterrones Jones salta, se eleva unos metros, da un par de volteretas en el aire y alza el brazo para ejecutar un diving elbow, golpeando con el codo el pecho de Black, el Cibernético.
El público vitorea frenético cuando el imbatible Destripaterrones agarra a Black y, como si fuera una pluma, lo eleva sobre sus hombros y gira y gira y gira hasta lanzarlo de espaldas contra el suelo. Seguidamente Jones vuelve a saltar y cae en posición de splash como movimiento final. Un, dos, tres ¡Pinfall!
La euforia se apodera del vencedor con una sensación tan intensa que es imposible describir. El muchacho sale disparado, volando sobre los fuegos artificiales y planeando sobre el gentío, que aclama a su héroe gritando su nombre de guerra con aplausos y confeti.
Cuando el muchacho vuela, deja de ser el Pelao para convertirse en el gran Destripaterrones Jones, que machaca y vence a Blak el Cibernético, y se eleva hacia la felicidad y la gloria.
El tolueno del solvente disuelve el hambre, disuelve el frío, disuelve el miedo al cabrón pervertido de Black -el verdadero Black, el dueño del desguace- a quien el muchacho lleva su botín de tapacubos cuando hay suerte, o a quien le ofrece tembloroso sus servicios a cambio de monedas y miserias cuando no la hay y llega con las manos vacías.
Cuando vuela, el Pelao y sus mierdas desaparecen. El pegamento de zapatos le despega los pies del suelo de la sucia realidad y el chico vuela vuela vuela inhalando en una bolsa, tirado en la calle como una zanahoria podrida, junto al contenedor de basura donde lanzó el bolso que robó a una beata alcahueta que acudía a misa de ocho. El sobrecito arrugado, que contenía la dádiva al cepillo de la iglesia, con la que el Pelao compró el bote de engrudo, reposa también en el suelo junto al muchacho de ojos vidriosos y sonrisa ida.
En el sobre se distingue una imagen de San Antonio de Padua, santo conocido ahora por lo hacendoso en temas amorosos, desde siempre venerado por ser el patrón de los niños perdidos niños perdidos, abandonados en la calle, como el Pelao.