El pedido

Mi segunda aventura extra-conyugal.

EL PEDIDO

© Mara – abril 2003 – Nº.: II

Aquella mañana decidí levantarme tarde. Mi marido había abandonado la casa hacia las ocho para dirigirse a su trabajo, como es habitual. A las ocho y cuarto me levanté para hacer pis, baje la persiana hasta abajo, volví a meterme en la cama y, a los pocos minutos, me quedé profundamente dormida, cosa que no es de extrañar teniendo en cuenta que la noche anterior me había quedado viendo una película hasta muy tarde.

De pronto algo me sobresaltó muchísimo. Me desperté de golpe y me senté en la cama pero no sabía cual era el motivo de mi reacción. A los pocos segundos comprendí perfectamente la causa de mi violento despertar. Fue cuando sonó el timbre de la puerta con insistencia. En ese mismo momento recordé que la tarde anterior había realizado un pedido en la tienda de abajo, acordando que me lo subirían a casa a primera hora del día siguiente.

Me levanté de la cama, me puse una bata sobre mi cuerpo desnudo, ya que habitualmente duermo como Dios me trajo al mundo, y tras peinarme como buenamente pude, me dirigí hasta la puerta y procedí a abrir. En el umbral se encontraba un joven adolescente con cara de malas pulgas y cinco ó seis cajas a su alrededor conteniendo mi pedido. Le franqueé el paso indicándole donde estaba la cocina para que depositara allí las cajas.

Mientras el chaval trabajaba pude comprobar como enfocaba sus ojos insistentemente hacia mis pezones, los cuales se clavaban con fuerza bajo la ligera tela de la bata, sobre la cual se dibujaba el contorno de mis abundantes pechos que, a pesar de mis cuarenta y dos años de edad, todavía conservo duros y bastante erguidos. Debo reconocer que aquella mirada lasciva de un chico tan joven comenzó a excitarme sobremanera. Tras introducir todas las cajas en la cocina empezó a abrirlas y a depositar los artículos sobre la encimera. Yo cerré la puerta de la calle y me fui al baño para lavarme un poco la cara, dejando así al chaval que trabajara en la cocina.

De pronto el rostro del chico apareció en el umbral de la puerta del baño. Venía a avisarme de que había terminado su trabajo, con el papel de la factura en la mano. El muchacho estaba como petrificado, sin mover un solo músculo de su cuerpo, y con la mirada perdida, o eso pensé yo en un primer momento, pero poco a poco me fui percatando de que aquella mirada, lejos de estar perdida, se clavaba en mi torso. Entonces me di cuenta de que para lavarme me había bajado la bata hasta la cintura, por lo que mis tetas flotaban en el aire sin nada que las cubriera. Aquella mirada volvió a causar en mí una excitación incontrolada, por lo que, no solo no hice nada para taparme las tetas, sino que me quité la bata del todo quedándome completamente desnuda ante el chaval, el cual ya hasta babeaba.

Sin decir una sola palabra me arrodillé delante de él y empecé a bajarle la cremallera del pantalón. Luego le solté el cinturón y el botón de la bragueta. Deslicé una de mis manos bajo su ajustado slip de color negro y se la saqué entera. La tenía semi-erecta y su capullo había comenzado a segregar líquido pre-seminal, lo que unido al sudor acumulado producto de su duro trabajo, provocaba que su polla desprendiera un olor fuerte. Pese a que hubiera preferido que se la lavara antes de hacer nada, aquella situación me puso tan caliente que sin pensármelo dos veces me la metí en la boca y comencé a chupársela con absoluta fruición.

Su capullo se iba hinchando poco a poco dentro de mi boca y toda su polla se agrandaba y se endurecía por segundos, hasta alcanzar un tamaño bastante considerable. Luego comencé a lamerle la comisura de los huevos mientras mi mano le masturbaba suavemente a la altura del frenillo. El chaval tenía los ojos en blanco de placer, y su glande palpitaba con fuerza. Ahora se la chupaba profundamente introduciéndome el capullo en la garganta, consiguiendo metérmela hasta que sus huevos hicieron tope en mi barbilla. El chaval miraba alucinado sin comprender muy bien como era posible que me metiera todo aquel trozo de carne en la boca. Al mismo tiempo que su polla entraba y salía de mi garganta le acariciaba los huevos enérgicamente con ambas manos, lo que provocó que el chaval comenzará a resoplar de placer.

Cuando noté su capullo a punto de reventar, me saqué la polla de la boca, le agarré con fuerza los huevos con ambas manos, y comencé a lamerle el capullo en círculos. El primer chorro de semen dibujó una línea recta desde mis labios hasta la frente. Entonces abrí bien la boca y me metí dentro su capullo al tiempo que le masturbaba lentamente con las manos. El segundo chorro de leche tibia y espesa, más abundante que el anterior, tras chocar violentamente contra mi lengua, se fue depositando en mi garganta. El tercer chorro corrió la misma suerte que el anterior, aumentando la dosis de semen que se iba acumulando en mi garganta. El cuarto y último escupitajo de su capullo fue el que, siendo el más escaso en cantidad, provocó que el músculo de mi garganta se activara, dando paso al viscoso fluido hacia mi estómago. El chaval empujó mi cabeza hacia su cuerpo, sujetándola con ambas manos, sin soltarla hasta haberse asegurado que sus huevos estaban completamente vacíos de esperma.

Sin dejar de mirarle a los ojos, me incorporé del suelo y me situé frente a él, a escasos centímetros. Entonces recogí el reguero de semen, que me cruzaba la cara, con uno de mis dedos, tras lo cual me lo llevé a la boca para degustar su sabor. Después cogí de la mano a mi improvisado y joven semental y me lo llevé al dormitorio, donde le desnudé por completo. Luego yo me quité la bata para estar en sus mismas condiciones.

Le guié hasta tumbarse sobre la cama, boca arriba. Luego me senté a horcajadas sobre su pecho, y le coloqué sus dos manos en mis generosas tetas para que me las magreara a placer. El chico comenzó a estrujármelas con delicadeza y firmeza al mismo tiempo, lo que me excitó bastante más de lo que ya estaba, provocando que mi coño comenzara a mojarse. Entonces fui reptando por su pecho hasta situar mi chocho sobre su cara. El chaval, que sabía bien lo que era estar con una mujer madura, a juzgar por sus habilidades, me abrió el coño con sus manos y comenzó a recorrérmelo por dentro con su lengua. De vez en cuando la puntita de su lengua lamía mi clítoris a una velocidad endiablada, para acto seguido volver a recorrer mi húmeda raja de arriba abajo. En una de las múltiples ocasiones en las que su lengua me trabajaba el clítoris, me introdujo en la vagina su dedo índice, tras lo cual lo metía y lo sacaba a buen ritmo, provocándome un tremendo y larguísimo orgasmo.

Sin que su lengua le diera tregua a mi clítoris, me sacó el dedo del coño y me lo puso sobre el agujero del culo. Luego fue apretando su dedo muy lentamente, hasta conseguir metérmelo en el ano. Cuando su dedo estaba totalmente hundido comenzó a moverlo en círculos, al mismo tiempo que su lengua hacía estragos en mi clítoris. Pese a su edad, el muy cabrón hizo que me sintiera controlada totalmente. A juzgar por los resultados hasta el momento, me daba la impresión de que me iba a correr solo cuando él quisiera, y tantas veces como se lo propusiera. Me tenía totalmente emborrachada de sexo.

Cuando terminé mi tercer orgasmo el chico detuvo su lengua y me sacó el dedo del culo. Entonces aproveché para descender y colocarme de rodillas entre sus piernas. Coloqué su rabo, que ya se encontraba otra vez empalmado, entre mis tetas y comencé una estimulante cubana, hasta provocarle la máxima erección. Después avancé un poco mi cuerpo hasta colocar mi coño en el radio de acción de su polla. Estaba deseando que me follara.

Mi raja estaba tan mojada y abierta que el capullo del chaval se coló dentro sin que ninguno de los dos la colocáramos. Una vez que su glande se introdujo, salvando la poca resistencia que ofrecía mi vagina, el chaval, con un rápido movimiento de caderas me la clavó hasta los huevos. Después me cogió por los hombros obligándome a recostarme sobre él. Entonces comenzamos a besarnos en la boca frenéticamente. Nuestras lenguas comenzaron a entrelazarse intercambiando abundante saliva. Sin dejar de besarnos, el chico empezó a follarme muy despacio.

Tres o cuatro minutos más tarde volvió a ocurrir. El chico había decidido provocarme un nuevo orgasmo. Pasó sus brazos por detrás de mi espalda y posó cada una de sus manos en uno de mis glúteos. En esa posición me abrió el culo todo cuanto pudo y, sin permitir que yo me moviera ni un centímetro, comenzó a follarme a toda velocidad. Su polla me bombeaba el chocho brutalmente, mientras que su lengua me llenaba la cara de saliva. El orgasmo fue tan brutal y persistente, que estuve a punto de perder el conocimiento.

Aquel chico empezó a causar en mí un efecto parecido a las drogas. Cuantos más orgasmos me proporcionaba, más necesitaba que me siguiera follando. Él se percató de este sentimiento por lo que siguió dándome polla muy despacio para evitar correrse y aguantar todo lo más posible. Nuestros cuerpos estaban empapados en sudor y el ambiente estaba cargado de un fuerte olor, procedente de nuestros ardientes sexos. Olía a macho y hembra en celo al mismo tiempo, y ese hedor todavía nos ponía más cachondos, si cabe.

Después de un buen rato follando en aquella posición decidimos cambiar. El chaval tomó la iniciativa y me colocó a cuatro patas sobre la cama. Luego se situó por detrás de mí y me la metió en el coño profundamente. Me agarró por las tetas y comenzó a follarme muy despacio pero con movimientos muy enérgicos. En cada embestida podía notar su rabo perforándome las entrañas hasta más allá de mi ombligo. Entonces me dijo: "Eres una puta muy caliente y me voy a correr dentro de tu coño". Aquellas palabras, lejos de molestarme, me ocasionaron un orgasmo inmediato. Pese a casi doblarle en edad, aquel muchacho me estaba emborrachando de sexo por completo. Decididamente estaba dispuesta a llegar a cualquier cosa con él, incluso a que se corriera dentro de mi coño, a pesar de que no llevara condón, tal y como me había amenazado anteriormente.

Y así lo hizo. El chaval comenzó a resoplar y a gemir de placer. Yo notaba su capullo palpitar dentro de mi vagina. Sin oponer resistencia alguna, a pesar del riesgo de que me dejara preñada, le supliqué que me lo echara todo dentro. Esas palabras parecieron excitarle aun más, por lo que aumentó la velocidad de bombeo de su polla, y la fuerza de sus manos con las que me estrujaba las tetas, utilizándolas como punto de apoyo de su feroz movimiento. De pronto note un calor intenso en mis entrañas, justo en el mismo instante en el que me vino mi último orgasmo. Sus huevos se vaciaban sin piedad en el interior de mi útero, y ambos nos retorcíamos de placer disfrutando de nuestros correspondientes orgasmos. Su eyaculación fue tan brutal y abundante que, apenas me la hubo sacado, su densa leche comenzó a rebosar en mi coño, trazando dos regueros que, tras discurrir por mis muslos, terminó empapando las sábanas. El chaval me giró hacia él y me obligó a limpiarle los restos de lefa de su polla con la lengua.

Era la segunda vez que le ponía los cuernos a mi marido, y cada vez me lo pasaba mejor haciéndolo.

Mara