El patio
Tu cuerpo brillando bajo el radiante sol.
Estabas tumbada en la estera sobre el suelo de cemento, los muros blancos de aquel patio bajo el radiante sol veraniego. Tu cuerpo tomaba un brillo especial.
Completamente desnuda, el sol bañaba tu cuerpo como si estuviera dibujándolo, pintándolo con sus tonalidades mientras tú te movías de vez en cuando desperezándote. Un leve viento que no llegaba a refrescar removía los pelos de tu vello público. El olor del calor se unía al aroma que desprendía tu cuerpo, junto con el de las agujas de pino, cardos que desperdigados danzaban al viento por el patio. Tan sólo estaba adornado el patio con una maceta donde había sembrado tomillo, pero tu presencia era suficiente para llenarlo todo, contrastando con la soledad y austeridad de aquel lugar.
Arrancaste un gajo de tomillo y empezaste a a pasearlo por tu cuerpo, por tu angelical rostro, bajando por tu cuello a tus pecho y entreteniéndose en tus pezones, hasta depositarlo en tu pubis, dejándolo entre tus pliegues, adobando tu cuerpo para convertirlo en manjar.
Te pasé una naranja partida en dos, y empezaste a derramarla sobre tu cuerpo, dejando su pegajoso jugo anaranjado sobre tí. Comenzaste a jugar con una de las mitades y tus pezones, simulando que tus pechos eran un exprimidor. El jugo realzaba el brillo de tu cuerpo.
No pude evitarlo y me lancé a ti a probar el jugo que había dejado pegajoso tu cuerpo, saboreándolo, mientras te estremecías bajo ese implacable sol. También me acerqué a oler tus sudorosos sobacos sin depilar y. finalmente, bajé a tu coño, adobado con las briznas de tomillo, y empecé a saborearlo. Te estremecías con mi lengua, te saboreaba con especial ahínco, hasta que en un momento dado me dices "para". ... Levanto la cabeza, te miro a los ojos y me dices "quiero orinar". Asiento con la cabeza y vuelvo a tu tesoro, mientras me aprisionas con tus piernas la cabeza. Empiezas a echar el chorro de orín que cae sobre mi cara, hasta que empieza a llenar mi boca y empiezo a beberlo como si fuera un oasis que encuentra un sediento en el desierto. Echas la última gota y me levanto.
"Ahora me toca a mí" - digo - y de pie empiezo a mear sobre tu cuerpo tumbado en la estera, notas el tibio calor de mi pis, que llega a alcanzar también tu cara, abriendo la boca y bebiendo de mí. Termino y empiezo a limpiar tu cuerpo dorado con mi lengua, mis propios orines, hasta bajar de nuevo a tu coño, separando cada pliege, lamiéndolo con gran placer mientras tú, también con gran placer, te sientes cada vez más excitada, más mojada, arqueando tu espalda cuando llego a tu clítoris. Me agarras la cabeza pidiéndome más, me acompaño con mis dedos que comienzan a introducirse en tu vagina, permanezco largo rato así hasta que estallas en un orgasmo y yo me bebo tus jugos, tus fluidos.
Me acaricias las orejas y me miras a los ojos. El viento trajo unas cuantas hojas secas que caen sobre nosotros. El calor es intenso, pero nuestro propio calor crea un microclima especial, propio, entre nosostros.