El pastor Miguel

Un matrimonio en crisis recupera su vitalidad gracias a un pastor de la iglesia evangélica

Mi nombre es Lucía, tengo ahora 38 años y estoy divorciada. Mi ex marido se llama Alejandro y nuestra separación se inició por la historia que voy a contar.

Hace 10 años los dos nos quedamos en el paro. Teníamos ahorros para tirar 6 o 7 meses pero los dos nos hundimos en un estado de tristeza y desgana que no quisimos reconocer como una depresión ni buscar ayuda psicológica. Pasábamos los días sentados en el sillón, viendo programas tontos en la tele y bebiendo agua del grifo porque entramos en una psicosis de no gastar más que lo imprescindible que nos hizo considerar hasta las cervezas de marca blanca un lujo. Solo salíamos para ir a la oficina del INEM y llevar curriculums a las empresas en busca del trabajo. Hasta nuestra vida sexual, hasta entonces de lo más divertida y variada, desapareció. Así estuvimos 3 meses hasta que un día una vecina me animó a ir a reuniones de una iglesia evangélica para personas con problemas de todo tipo. Agradecí el detalle pero me pareció una idea ridícula que borré de mi mente nada más entrar en el ascensor.

Al cabo de un par de semanas, me la volví a encontrar en la calle y me recordó de nuevo la posibilidad de acudir a una de esas reuniones. Ella iba a una y, por no meterme en casa a ponerme el pijama y beber vasos de agua del grifo viendo tonterías en la tele, me animé a acompañarla. La reunión era en el bajo de un edifico, con un cartel discreto de Iglesia Evangélica Cultura Nueva Vida. Había una sala grande con bancos corridos pero entramos en una salita pequeña con sillas formando un círculo. Habría como 20 sillas de las que la mitad estarían ocupadas. Las personas allí reunidas eran de todo tipo pero tenían una cosa común: tristeza en sus miradas, casi todas perdidas en el aire. Sin embargo, todos iban muy bien vestidos, cada uno en su estilo, algo que contrastaba con sus miradas casi idas.

Tomé asiento al lado de mi vecina y entró el pastor. Era un hombre de unos 30 años. Me sorprendió su juventud. Era alto, más de 1,80, fuerte, bien formado, con el pelo rapado y unos ojos verdes que parecía que penetraban en tu alma. Me acordé de Richard Chamberlain y esa asociación de ideas sacó mi primera sonrisa en varios meses. Noté su mirada en mí. Supuse que era la única nueva en la reunión. Empezó a hablar. Al principio, no prestaba mucha atención a lo que decía. Me dedicaba más a fijarme en mis compañeros de desgracias que en sus palabras. Sin embargo, tenía un tono de voz cálido que fue reclamando mi atención poco a poco. Al mirarlo fui cayendo en una sensación de paz. Su voz combinada con sus ojos tenían un poder hipnótico que te atrapaban y luchar contra esa sensación era inútil.

Su charla se centraba en la necesidad de tomar el control de nuestras vidas y en buscar la felicidad dentro de cada uno, con independencia de lo que hubiera fuera, sin depender de lo que tuviéramos o de lo que dejáramos de tener. Luego fue cada uno contando su situación personal, sus miserias y penas y la falta de ilusión que tenían por vivir. Cuando me tocó el turno expliqué mi caso. Sentí un alivio inmenso al hacerlo. Era la primera vez y me di cuenta enseguida del error de encerrarse en la desgracia en lugar de seguir luchando para salir adelante.

Al cabo de una hora, la reunión finalizó. El pastor, de nombre Miguel, se acercó a mí, se presentó y me dijo que acostumbraba a tener una charla privada con todas las personas que se acercaban por primera vez. Nos quedamos allí hablando un buen rato y fui consciente del poder de convicción que tenía aquel hombre. Con su voz, su mirada, el movimiento de sus manos al hablar no tenías otra opción que dejar que sus palabras se instalaran en tu cerebro. Me convenció para que trajera a mi marido a las reuniones a pesar de que yo sabía que sería imposible. Me dijo que era importante vestir bien para que nuestra apariencia no reflejara nuestro ánimo.

Regresé a casa feliz y le conté a mi marido la experiencia. Como esperaba, su reacción fue de incredulidad y escepticismo. Pero yo estaba animada y sentía deseo sexual por primera vez en mucho tiempo. Mi marido lo notó y a eso sí que se mostró receptivo. Hicimos el amor después de varios meses y fue intenso, muy intenso. A la mañana siguiente, me dijo que sí quería ir conmigo a esas reuniones. Al ver mi extrañeza, me explicó que su cambio de opinión era por lo transformada que me vio llegar el día anterior, animada y vital y que el quería salir también de ese estado vegetativo en el que nos encontrábamos.

Por lo que empezamos a ir los martes y jueves a las reuniones con el pastor Miguel. La primera vez de Alejandro, mi marido, también tuvo una reunión privada con él. Lo esperé en casa y me sonrió al verme. Fue la sonrisa más bonita que le vi en toda nuestra vida de casados. Volvimos a hacer el amor esa noche y por la mañana nos dimos el lujo de ir a desayunar fuera. Hacía un día estupendo y los dos nos vestimos como sabíamos que le parecíamos más sensuales el uno al otro. Alejandro llevaba unos vaqueros que le hacían un culo maravilloso y una camisa que se ceñía a su cuerpo como un guante. Yo me puse un vestido de flores de verano, cortito y muy fino. Desayunamos en una cafetería en el puerto y luego paseamos toda la mañana, sin dejar de decirnos todos los cariños que nos habíamos ido olvidando de darnos en los meses pasados en los que dejamos que la desgracia  condicionara nuestras vidas.

Seguimos acudiendo a las reuniones. Esperábamos impacientes que fueran las 8 de la tarde para ir. Nuestra vida estaba cambiando para mejor con cada reunión, especialmente cuando estaba el pastor Miguel a solas con nosotros. Los dos estábamos de acuerdo que una reunión a solas con el pastor era como ir a varias reuniones y mi marido me propuso invitarlo a cenar. Me pareció una idea genial y lo invitamos. Aceptó encantado y quedamos para el sábado en nuestra casa.

Los dos días que faltaban para la cena fueron un torbellino de ideas y de conversaciones sobre el menú de la cena, sobre cómo decorar la casa para poder impresionarlo. El pastor Miguel se había convertido en pocas semanas en un faro que iluminaba nuestras vidas y nos guiaba. Todo en él nos parecía maravilloso. Todas sus palabras eran como una droga que nos colocaba y nos hacía sentir geniales. Coincidencia o no, a Alejandro lo llamaron de una empresa para ofrecerle un trabajo de comercial con unas condiciones muy buenas. Cuando llegó a casa después de firmar el contrato, follamos como locos toda la tarde y luego decidimos tirar la casa por la ventana en la cena del día siguiente, tanto para celebrar el trabajo de Alejandro como para agradecer al pastor Miguel todo lo bueno que había traído a nuestras vidas. Fuimos a comprar marisco y pescado y un buen vino, velas e incienso y hasta música religiosa para ambientar nuestra casa en lo que creímos que podía ser del gusto del pastor Miguel.

Alejandro se vistió con su camisa favorita que tan bien le quedaba y unos pantalones chinos que se le ajustaban perfectos a su figura. Para mí, me eligió un vestido de tirantes, con la falda hasta justo por encima de las rodillas con un poco de vuelo al final. El vestido era un poco escotado y me dio miedo que fuera un poco provocativo de más para el pastor Miguel pero mi marido me tranquilizó diciéndome que también el pastor era un hombre y que seguro que no le importaría que una mujer mostrara lo mejor de sí.

Impacientes porque sonara el timbre de la puerta, pasaban las horas muy despacio. Cuando acabé de preparar la cena y de vestirme faltaban solo 5 minutos para la hora. Puntual como un inglés, llamó y Alejandro le abrió la puerta. Con su mejor sonrisa, entró en nuestra casa que parecía otra con el dentro. Le mostramos nuestro piso. Trajo una botella de licor de guindas que nos contó que hacía su madre en su pueblo y nos sentamos a cenar. Alabó nuestro buen gusto para la decoración y la música y a mí por lo rica que estaba la comida, un halago que me hizo estremecer. Las botellas de albariño iban bajando una tras otra, haciendo la velada cada vez más animada. Todo eran risas y bromas, intercaladas con sus sabias frases que tan bien nos hacían sentir. Se alegró mucho al oír lo del nuevo trabajo de Alejandro y propuso brindar con el licor de guindas que había traído. Preparé unos vasos con hielo y el pastor sirvió unas copas más bien generosas.

No me acuerdo cómo, pero empezamos a hablar de la importancia de la vida sexual en los matrimonios. Nos dijo que era algo fundamental porque proporcionaba un bienestar físico muy importante que ayudaba a la convivencia y a evitar tensiones. La falta de sexo, argumentaba, a veces genera incomodidad física como podía provocarla un estreñimiento. Nos reímos ante la comparación pero explicó que, sobre todo los hombres, necesitan eyacular cada cierto tiempo y que, el no hacerlo, implicaba malestar que se podría traducir en mal carácter salvo que tuviera una actividad física muy intensa que ayudara a descargar tensiones. Nos pidió permiso para preguntarnos sobre nuestra vida sexual que dimos los dos encantados. Con suavidad y tacto fue consiguiendo saber todo de nuestra vida sexual, no solo entre nosotros, sino también de experiencias anteriores a nuestro matrimonio. Nunca podría haberlo imaginado pero le contamos detalles muy íntimos. Alejandro le hizo a él preguntas sobre el celibato de los curas y, según su teoría de la necesidad de eyacular cada cierto tiempo, cómo hacían para suplir esa necesidad. Nos explicó que el no era cura, solo pastor de la congregación de nuestra ciudad y que no tenía ningún voto de celibato aunque por la naturaleza de su trabajo tenía poco tiempo para atender esas cosas. Nos confesó, en reciprocidad a nuestra sinceridad, que hacía tres meses que no disfrutaba de ninguna clase de sexualidad porque cada vez tenía más trabajo ante el éxito que estaba teniendo la congregación.

Esa revelación me produjo una sensación de pena por él. Miré a Alejandro y vi en su mirada que su reacción había sido la misma. Su discurso acerca de la sexualidad nos había parecido tan sincero y sentido y tan inusual en un pastor de una iglesia que nos parecía muy injusto que, por ayudar a los demás, a él le faltara algo tan importante. Alejandro sirvió una segunda ronda de licor de guindas y el pastor se levantó para ir al baño. Mi marido y yo nos quedamos en silencio hasta que me preguntó:

  • ¿estás pensando lo mismo que yo?

  • sí pero nunca hablamos de hacer algo así- le respondí contenta de saber que nuestros pensamientos coincidían

  • yo creo que esto no sería hacer algo así, sino más bien algo de justicia o devolverle una milésima parte de lo que él ha hecho por nosotros

  • ¿y si luego tu y yo no somos los mismos?

  • no lo sé Lucía, pero el pastor Miguel, aunque hombre, para mí es alguien especial y estoy convencido de que te voy a querer más mañana, no menos. Es más, si pudiera ayudar yo lo haría aunque no haya tenido un pensamiento homosexual en mi vida

  • ¿estás hablando en serio Alejandro?

  • completamente Lucía, si tu estás dispuesta………

  • yo ya sabes que por el pastor Miguel haría lo que fuera

  • pues vamos a intentarlo porque se lo merece, ¿te parece?

El ruido de la cisterna interrumpió nuestra conversación. Me dijo que él se ocupaba de sacar el tema. El pastor Miguel regresó a la mesa, bebió un sorbo del licor de guindas y preguntó por dónde había quedado la conversación. Retomamos el tema que dejé de seguir con la misma atención. Mi cabeza no dejaba de dar vueltas sobre lo hablado con mi marido. Me fijaba en el pastor Miguel, en su belleza, en el cuerpo bien formado que aquellas ropas suyas estaban ocultando y, por primera vez, empecé a fantasear sexualmente con él. Me costaba imaginar cómo podía sacarse el tema sin herir sensibilidades. Mi marido se veía muy suelto, sus ojos brillaban por efecto del alcohol y también por la idea que seguro que rondaba su cabeza. Nunca nos habíamos planteado introducir a terceras personas en nuestra cama. Lo más lejos a lo que habíamos llegado era a pequeñas travesuras de exhibicionismo en la playa o en la piscina, pero nada de otro mundo. No sé si era el alcohol o la adoración que sentía por el pastor Miguel pero algo dentro de mí se movía. Apreté mis muslos porque notaba que mis labios vaginales cobraban algo de vida propia y el tanga que llevaba me daba seguridad sobre mi sensualidad.

De repente, una frase de mi marido hizo que volviera a prestar atención a la conversación:

  • pastor Miguel, no quiero que se sienta ofendido por lo que le vamos a proponer pero queremos mi esposa y yo devolver una milésima parte de lo que ha hecho por nosotros

  • querido Alejandro y querida Lucía, mi misión en la vida es ayudar a las personas y orientarlas por el camino que Dios nos marca. Ahora bien, antes de poder pensar en seguir las directrices de Dios es necesario que cada persona esté a gusto consigo misma para que pueda disfrutar luego de la espiritualidad que Dios ha concedido a cada persona. Si yo aceptara algo de vosotros a cambio, estaría contaminando mi labor.

  • eso que acabas de decir nos reafirma más en nuestra idea, pastor. Creo que hablo también en nombre de mi esposa cuando le pido que acepte nuestra propuesta. Quizás antes me haya expresado mal. No queremos hacer nada porque nos haya ayudado tanto. Solo queremos ayudarle para que se sienta mejor consigo mismo y de esa manera pueda seguir ayudando a otras personas como lo ha hecho con nosotros.

Mi marido me miró como buscando confirmación a sus palabras. Sin pensarlo, cogí de la mano al pastor Miguel y dije:

  • estoy completamente de acuerdo con mi marido. No es devolver ni agradecer, es ayudar cómo nos ha enseñado que se puede ayudar al prójimo.

  • bueno, si es así, ya es otra cosa- respondió él- decirme entonces, ¿de qué se trata?

Nos volvimos a mirar. Me di cuenta de que era a Alejandro a quién le correspondía hablar y suponía que estaba echando de menos no haber tenido tiempo antes para concretar en qué podía consistir nuestra ayuda o hasta dónde estaba dispuesta a llegar yo. Aunque muchas veces parecía que había telepatía entre nosotros, era solo convivencia y comunicación. Miré a Alejandro intentando transmitir con mi mirada que todo lo que dijera me parecería bien. Sonrió y dibujó con los labios un “entendido”. Posteriormente me confesaría que se arriesgó porque quería al pastor Miguel y quería devolver parte de la ayuda aunque lo engañáramos un poquito sobre eso.

  • pastor Miguel, y no se lo tome como una ofensa, pero comentó antes que todos los hombres tenemos ciertas necesidades y que es bueno el poder hacer con cierta frecuencia algunas cosas. Yo, como hombre, no puedo estar más de acuerdo con esa idea y, algunas veces que he tenido mal carácter o he sido huraño con mi esposa, luego me di cuenta de que se debía a eso. Usted nos ha confesado que lleva tres meses y, sin embargo, nunca le hemos notado de mal carácter lo que no deja de reafirmar nuestra idea de lo gran hombre que es usted. Pero sé que debe costarle un gran esfuerzo y porque quiero ofrecerle esta noche a mi esposa para que usted pueda descargar toda esa tensión acumulada. ¿Qué dice?

El pastor Miguel se le abrieron los ojos como platos y se puso rojo como un tomate en una reacción que yo no esperaba porque él siempre dominaba las situaciones. Su expresión no era de enfado, era solo de una gran sorpresa. Sonrió, bajó la mirada, dio un trago largo a su licor de guindas y nos dijo:

  • queridos, vuestro ofrecimiento es hermoso e inesperado pero creo que estáis hablando con el corazón y no con la cabeza. Es cierto todo lo que has dicho, Alejandro. Como hombre tengo mis necesidades y es cierto que mi trabajo en los últimos meses no me ha permitido relajarme ni disfrutar, ni siquiera a solas. Sin embargo, no puedo aceptar la idea de usar a  tu esposa para algo así. Eres muy generoso, y tú también Lucía- añadió mirando para mí.

  • pastor miguel, usted no me usaría. Un hombre como usted, de su bondad y corazón, no sería capaz de algo así. Lo que queremos mi marido y yo es que disfrute de mí, en los términos que fije porque, como muy bien ha dicho Alejandro, lo necesita, no tiene tiempo y alguien tiene que ayudarle- le respondí sin pensar ni esperar a que Alejandro dijera nada

El pastor Miguel me miró y por primera vez noté que no me miraba solo a los ojos. Sentir esa mirada en mi escote me hizo sentir especial.

  • no lo sé, queridos, me estáis haciendo dudar y supongo que algo de razón tenéis, pero es que no lo veo ético.

  • pastor Miguel, esto es idea nuestra, no suya y, si falta algo de ética, es por nuestra parte, no por la suya. Permítanos que Lucía le enseñe su hermoso cuerpo y déjese llevar un poco por esa parte que a veces hay que darle un poco de libertad.

Yo me levanté de la silla antes de que Alejandro acabara de hablar y desabroché lentamente los botones de mi vestido. Tenía 28 años, medía 1,65, pesaba58 Kg., usaba una 100 de sujetador, morena de pelo liso, con curvas marcadas y piel tersa y firme de gimnasio. Cuando iba por la mitad de los botones, el pastor Miguel ya no me quitaba la vista de encima. Iba a decir algo pero le mandé callar con un dedo y Alejandro afirmó:

  • permita que Lucía se muestre

El pastor Miguel volvió a beber de su licor. Todos los botones estaban ya desabrochados y fui abriendo el vestido y dejé que se deslizara por mi piel, quedando delante de mi adorado pastor Miguel solo con un conjunto negro de tanga y sujetador de media copa que tapaba solo hasta la altura de mis pezones. Di una vuelta sobre mi misma para lucirme.

  • de verdad que eres hermosa Lucía y en verdad esa parte que me dice Alejandro que deje libre, ya se está tomando sus libertades,

  • no hable más, pastor Miguel, y déjeme hacer- le interrumpí

Me acerqué hasta él, cogí una de sus manos y la puse en mi vientre.

  • cierre sus ojos- le pedí

Obedeció y cerró sus ojos. Con su mano recorrí todo mi vientre, pasando la yema de sus dedos por mi piel suave. Alejandro y yo nos miramos y cruzamos una sonrisa de complicidad.  Solté su mano y él la retiró. Volví a ponerla en mi vientre y estaba vez no la movió. Le dije que se tranquilizara y que respirara despacio y profundo. Me quité el sujetador, se lo tiré a mi marido que lo olió y sonrió. Volví a coger la mano del pastor y la puse en una de mis tetas, apretándola contra su mano. Al principio no la movía pero subrepticiamente sus dedos fueron cogiendo vida.

  • así pastor, así, tranquilo y despacio

Dejé su mano en mis pechos que ya no retiró y acaricié su cara con mi dedo índice. Sus orejas, sus parpados, sus mejillas, su nariz, sus labios, su mentón, no dejé cm de piel en su cara sin acariciar. Luego me puse detrás de su silla, levanté sus brazos para que sus manos siguieran acariciando mis tetas y le quité el suéter que llevaba. Quedó al descubierto un cuerpo precioso, con un poco de vello y los músculos marcados lo suficiente. Acaricié todo su pecho mientras le besaba el cuello y mordisqueaba sus orejas. Estaba más suelto porque  me acariciaba con más libertad. Le pedí a Alejandro una venda y vendé sus ojos.

  • es para que no vea el pecado, pastor- bromeé

  • tu eres buena Lucía pero pocos hombres permitirían algo así. Tienes mucha suerte de tener un compañero en la vida como Alejandro

  • pastor, hoy Alejandro y yo creo que estamos descubriendo algo nuevo de nosotros. Si le vendo los ojos es para que no vea el pecado, pero el pecado no soy yo sino mi marido- le contesté

  • déjame verlo porque no me lo puedo creer

  • después, pastor, después

Me senté en sus rodillas, de frente a Alejandro. Al principio pensaba que saldría de la sala pero en su mirada estaba claro que no quería perder un solo detalle. El bulto de sus chinos le delataba y me excitaba sentir su mirada en mí. Besé al pastor y froté mi pecho contra el suyo. Sus manos agarraron mis nalgas y parecía que por fin se dejaba llevar y buscaba disfrutar. Notaba cómo buscaba el roce de su paquete contra mi muslo. Desabroché su pantalón. Un suspiro muy intenso salió de su garganta.

  • uy, pastor, usted está muy necesitado- le dije

  • sí Lucía lo estoy, no puedo negarlo más

  • ¿quiere que vaya rápido y luego lo atiendo con más pausa?- le pregunté toda solícita

  • sí, por favor y si a tu marido no le importa- respondió

  • tranquilo pastor, lo que necesite- le contestó mi marido

Me puse de rodillas entre sus piernas, le quité sus pantalones y sus slips, dejando a la vista una buena polla, ya descapullada y brillante con las primeras gotitas ya escapadas. Empecé a masturbarlo, acariciando sus huevos. El pastor Miguel gemía y gemía y tenía todo la pinta de que iba a durar muy poco.

  • cuidado, cuidado, Lucía, que eyaculo- gritó

  • échelo todo pastor, no se preocupe- le dije yo

Aceleré el movimiento de mi mano y pegué mis tetas a su polla. Al notar ese contacto, varios chorros de su leche salieron seguidos y con potencia, cayendo en mis tetas, mis hombros, brazos, cuello y manos. Seguí masturbándolo hasta que no salía ya ninguna gota, cada vez más despacio. El pastor Miguel se quitó la venda y me miró con agradecimiento en su cara. Se agachó y me dio un beso en la frente. Yo me levanté y acepté una toallita húmeda de mi marido para limpiarme y con otra limpié al pastor Miguel. Me puse el vestido sin el sujetador, dejando dos botones sin abrochar. Se podían ver mis tetas, pero no me importaba, hasta lo deseaba. Me sentía excitada.

  • ¿cómo se encuentra ahora?- le preguntó Alejandro

  • genial pero aun confundido con lo que acaba de pasar

  • y lo que falta- añadí yo

  • ¿cómo lo que falta?- preguntó extrañado

  • eso ha sido como un rapidito de alivio, pero usted necesita también disfrutar y que sea el placer y no la necesidad la que le provoque la eyaculación- contestó mi marido

Nos miró extrañados. Sonrió. Nos dijo que éramos demasiado buenos y generosos pero que era suficiente. Alejandro le contestó con una sonrisa que aun no había probado todas mis habilidades. Su respuesta no la esperaba y creo que Alejandro tampoco.

  • pues mostrarme cómo os amáis

Mi marido y yo nos miramos. Vino hacia mí y me besó en los labios. Metió su mano dentro de mi vestido. Pellizcó suavemente los pezones sacándome un gemido de placer. Me levantó, me quitó el vestido, se puso detrás, me recogió el pelo y me lamió la nuca mientras sus manos me acariciaban por delante. Me dejé ir. Alejandro sabía cómo excitarme y cómo ponerme cachonda para que no dejara nada en el tintero. Sentía la mirada del pastor Miguel en mí. Él seguía desnudo en su silla. Alejandro metió su mano debajo de mi tanga y comprobó lo mojada que estaba. Me iba empujando imperceptiblemente hacia el pastor Miguel. Me volvió, me besó y yo fui desabrochando su camisa y sus pantalones. Lo desnudé completamente. Besé su pecho, mordí sus pezones y me fui arrodillando hasta que su pene quedó delante de mi boca. Lo lamí despacio, acariciando sus huevos. Alejandro fue girando para ofrecerle a nuestro guía una visión mejor.

Poco a poco fui introduciendo su polla en mi boca, chupando, lamiendo. Busqué con mis ojos al pastor Miguel y nuestras miradas se cruzaron. Mi marido se puso de rodillas a mi lado, nos volvimos a besar largamente. Luego me puso a cuatro patas, con la cabeza muy cerca de la silla del pastor Miguel. Su polla se estaba animando de nuevo y sentí la polla de mi marido dentro de mí. Empezó a follarme despacio, como me gusta, metiendo y sacando lentamente su polla de mi coño húmedo. El pastor Miguel se puso de rodillas delante de mí. Sin decir nada, me estaba ofreciendo su polla. Abrí un poco la boca y se acercó más. Ahora podía lamerla y así lo hice. Las embestidas suaves de mi marido provocaban que la polla del pastor se fuera cada vez más dentro de mi boca hasta que estaba chupándola al mismo ritmo que mi marido me follaba. El pastor Miguel me sujetaba la cabeza y mi marido de las caderas. Con esa cadencia lenta que me gusta estuvimos en esa postura un buen rato, disfrutando en mi coño de la polla de mi marido y en mi boca de la polla del pastor Miguel.

  • pastor, ¿quiere intercambiar posiciones?- le preguntó Alejandro

El pastor asintió. Mi marido se sentó en el sofá y el pastor se puso detrás de mí. Noté su polla dura y caliente dentro de mi coño y me folló muy despacio, dejando la polla dentro y moviéndola en círculos. Me daba un placer increíble mientras saboreaba la polla de mi marido y le daba placer a él. Empecé a sentir que me llegaba el orgasmo y el pastor aceleró un poco el ritmo. Tuve que parar de chupar para disfrutar de lleno del éxtasis que el pastor me iba a dar. Y llegó. Tan intenso que todo mi cuerpo se estremeció y tuve que parar. La sensación era increíble, creo que era el mejor orgasmo de mi vida. Miré a mi marido y miré al pastor Miguel y les dije:

  • gracias

Los dos sonrieron y el pastor Miguel volvió a penetrarme y yo retomé la mamada a mi marido. Al poco mi marido, tan excitado estaba, que dijo que no aguantaba más, lo cuál era muy extraño en él porque siempre aguantaba mucho tiempo. Paré y el pastor Miguel dijo que quería ver nuestra unión total. Se apartó y mi marido volvió a ocupar su puesto. Me penetró hasta el fondo y dejó allí dentro su polla palpitante. El pastor se sentó en la silla observándonos. Mi marido empezó a moverse dentro y fuera. Yo miraba al pastor que sonreía con dulzura a pesar de la situación tan erótica que estaba presenciando. Mi marido gemía y gemía anunciando su orgasmo. Y se vino. Agarraba fuerte mis caderas y se dejó caer sobre mi espalda. Nos quedamos tumbados en el suelo un rato, abrazados. El pastor Miguel se sentó a nuestro lado y nos acariciaba el pelo a los dos y nos comentaba lo hermoso que era ver a un matrimonio unirse de esa manera. Era la primera vez que tenía ocasión de presenciarlo y le parecía una experiencia fantástica.

  • y, ¿hay algo que nunca haya hecho y que le apetezca?- le preguntó mi marido

  • hay cosas pero ya habéis sido muy generosos- contestó el pastor

  • por favor, déjeme ser la primera mujer que le dé esos placeres aun ausentes en su vida- añadí yo para reafirmar lo dicho por mi marido

El pastor nos miró con esos ojos tan hermosos. Sonrió y dijo que no quería comprometerme a algo que quizás nunca había hecho con mi marido y generar problemas. Mi marido le dijo que ya habían hecho cosas nuevas y que él se sentía genial y que sentía aún más amor hacia mí por lo generosa que estaba siendo. Entonces, el pastor nos habló que siempre había tenido curiosidad por sentir lo que sería acabar en la boca de una mujer, que había tenido muy poco sexo oral en su vida.

Mi marido pocas veces había hecho eso conmigo y casi siempre era porque lo hacíamos en el coche para no manchar. A mí era algo que me daba morbo pero como nunca lo pedía salvo esas situaciones, pues tampoco se lo decía.

  • estoy seguro que Lucía saboreará encantada tu orgasmo y yo feliz de que lo haga- dijo mi marido, dándome luz verde

Le dije al pastor Miguel que se sentara en el sofá y me puse entre sus piernas. Agarré su polla con mi mano y empecé a masturbarlo suavemente mientras besaba sus muslos y lamía sus huevos. Alcé mi vista y le sonreí. Mi lengua fue subiendo por el tronco de su polla hasta llegar a su glande que besé con dulzura. Acariciaba ahora sus huevos con mi mano y lamía con mucha saliva su polla que me parecía hermosa. Abrí mis labios y apreté con ellos el glande. Noté la mano del pastor acariciando mi cabello. Dejé que mi boca abierta fuera descendiendo mientras su polla iba introduciéndose en mi boca y empecé a chuparla. Entre la adoración, la gratitud, el alcohol, mi increíble orgasmo y lo excitante de la situación me sabía a gloria aquella polla. Mi coño empezaba de nuevo a generar jugos. Se la chupaba despacio, recreándome en su glande. El pastor Miguel se iba dejando ir, la tensión en su cuerpo iba desapareciendo y sus gemidos se oían cada vez más.

Paré y miré a mi marido. Seguía desnudo y vi que su polla se animaba de nuevo. El pastor Miguel también se dio cuenta.

  • tu generosidad se refleja en tu polla, Alejandro. Nunca conocí a un hombre que disfrutara viendo como su esposa hace gozar a otro

  • es algo que estoy descubriendo esta noche, pastor- le contestó Alejandro- nunca había pensado en algo así pero estoy disfrutando porque es usted, tampoco se crea que quiero ver a mi esposa haciendo esto con otros hombres. Además ella también está disfrutando

Yo no dije nada pero me gustaba su conversación. El pastor Miguel volvió a cerrar los ojos y a disfrutar. La hacía todo lo despacio que podía para generar el máximo placer pero, tras 5 minutos o así, el pastor empezó a mover un poco su cadera para que fuera más rápido. Me detuve y mientras lo masturbaba, le pregunté:

  • ¿quiere eyacular ya?

  • estoy casi a punto- me contestó

  • pues yo quiero que me llenes la boca- le dije

Eso lo puso a punto. Me la metí de nuevo en la boca y empecé a chupársela a un ritmo que sabía que no iba a aguantar ni 5 segundos. Y así fue. Un chorro inicial fuerte seguido de varias gotas más fue llenando mi boca. Me detuve sin sacarla de la boca, moviendo mi lengua alrededor de ella. Cuando sus manos dejaron mi cabeza libre, la saqué fuera, lo miré y me tragué su leche. Su cara era hermosa. Miré a mi marido y me sorprendió. Se estaba pajeando. Se levantó y vino hacia mí.

El pastor Miguel dijo que mi marido también quería y que tenía que hacerlo. Fue como una orden. Me puse delante de mi marido pero no llegué a tiempo. Cuando abría la boca para chuparla, se corrió, cayendo parte en la boca pero también en mi cara. Nunca se habían corrido en mi cara. Me metió la polla dentro y me pidió que se la chupara más y lo hice.

Luego, los tres desnudos, nos tomamos una última copa. El pastor Miguel se vistió y se fue agradeciendo nuestra velada y nuestra generosidad. Nos dijo que nunca olvidaría algo así.

Lo que sucedió en los meses siguientes queda para próximos relatos.