El pastel
Un cornudo saborea, sin saberlo, la leche del hombre que le roba la honra de su mujer.
Quiero que ante todo conste un hecho: yo empecé con todo esto por casualidad. No era mi intención caer en esta sucesión de experiencias de índole sexual. Sin embargo, quiso el azar que las cosas sucedieran de ese modo.
Marcos, un amigo mío, me pidió que le rellenara un perfil de una página de contactos. Mis amigos siempre me han usado como escriba, aunque ya haya índices de alfabetización altísimos.
Ellos saben que una mala forma de escribir es una mala tarjeta de visita. Para el resto se sienten suficientemente preparados, pero he arreglado tantos currículos, cartas a novias, documentos oficiales, reclamaciones y quejas, que he perdido la cuenta.
Ahora con los nuevos tiempos me ha tocado más de una vez eso de rellenar perfiles, desde la historia de Marcos que fue todo un éxito.
Perdonen que me desvíe del tema principal. El caso es que le creé un perfil de contacto y tuvo que ser muy bueno, porque recibió muchísimos mensajes de chicas interesadas. Más de las que era capaz de gestionar. Como forma de pago por mis servicios me ofreció algunas de esas direcciones de contacto. Pero yo no estaba interesado.
Al final sin embargo acabó reenviándome un correo de una tal Laura. La chica era una cachonda de cuidado según Marcos, pero escribía demasiado. Él era más de cruzar números de teléfono lo antes posible; Laura no era su estilo de mujer.
Le respondí con un mensaje de cortesía, porque me parecía muy triste que una chica que se había esforzado tanto en escribir no recibiera una respuesta. Al final acabamos escribiéndonos muchos mensajes en uno y otro sentido.
Efectivamente Laura era una cachonda, como decía Marcos. Congeniamos porque yo no tenía ningún interés en aprovecharme de su calentura. En aquella época yo tenía novia y ni se me hubiera ocurrido engañarla. Pero también sentía que tenía que ayudar a Laura, pues notaba que si no era yo, sería cualquier otro que trataría de sacar beneficio de sus fantasías.
Nos intercambiamos numerosos mensajes, en que poco a poco íbamos desvelando las fantasías que uno y otro teníamos. Ella sabía mi situación personal, que tenía pareja y no estaba dispuesto a traicionarla. Pero eso no impidió, sino que tal vez incluso fomentó que nos contáramos cada vez cosas más subidas de tono y con mayor sinceridad. Ella estaba casada pero no parecía importarle mucho su marido. Según contaba, su vida sexual era demasiado aburrida para sus necesidades.
En algún momento sin embargo decidí interrumpir estas comunicaciones, porque sentían que era una traición hacia mi pareja. Es algo delicado sobre lo que he pensado mucho tiempo después. ¿Compartir fantasías con otra persona, es una forma de infidelidad? Aún no encontré respuesta a esta pregunta.
Pasó poco tiempo sin embargo para que rompiera con mi novia, es algo de lo que prefiero no hablar, por respeto a ella y porque no viene al caso. Pasó sin embargo mucho tiempo hasta que Laura volviera a escribirme y retomáramos las cosas en el punto que las habíamos dejado, esta vez con mayor libertad por mi parte.
Al conocer este cambio lo que antes eran fantasías puras, sin objetivo concreto, se pasó a tratar de cumplir en la realidad. Nos pusimos de acuerdo y llegamos a un trato: ella cumpliría una de mis fantasías ocultas y yo una de las suyas. No se trataba desde luego de que cada uno escogiera su mayor deseo: yo elegí de entre las suyas la que mejor me pareció y ella hizo lo propio con las mías.
Disculpad tan larga introducción, que me pareció en cualquier caso necesaria. Por conveniencia, decidimos poner en práctica en primer lugar mi fantasía, que no era demasiado comprometida y podría servir para que nos conociéramos.
- El pastel.
Mi fantasía era bastante sencilla. Acordé con Laura en que nos conoceríamos mediante una cena en su casa, junto a su esposo, ajeno a nuestras preparaciones. Ella diría que fuimos compañeros de Universidad y que hacía años que no nos veíamos. Todo quedó muy bien preparado para que la mentira no fuera demasiado evidente. Ellos prepararían la cena y yo, como bueno invitado, traería el postre. Un pastel preparado por mí.
Laura me dio las señas de su casa y allí me planté. La había visto en fotografías a través de la red, pero en vivo me dio otra impresión. Estaba más rellena, pero no demasiado. Tenía el tipo que debe tener una mujer de cuarenta años año arriba año abajo. No trataba de parecer una adolescente, sus formas eran más rotundas, sobre todo en las caderas. El trasero era de un buen tamaño, atractivo a mi gusto. Los pechos más bien normales. Tenía una sonrisa cautivadora, de mujer que te hace sentir feliz.
Su marido, que por comodidad llamaré David, parecía mayor que ella. Había perdido casi todo el pelo. Era bastante delgado y alto, lo que le daba un aspecto desgarbado. Era funcionario del Estado.
Cuando me presenté y les conté que era médico David se sintió mucho más tranquilo que al principio en que noté que tenía algo de celos, tal vez pensando que Laura le estaba presentando a un antiguo novio. Lo mejor de mi profesión es la tranquilidad que despierta, como si los médicos no tuviéramos inquietudes sexuales, no fuéramos capaces de seducir o ser seducidos.
A David se le notaba que era del tipo de los sugestionables, no directamente hipocondríacos pero interesados en general por la enfermedad y los posibles efectos que sobre ellos pueda esta tener.
Laura y yo nos gustamos en persona, según pude notar en la cena y luego pude directamente confrontar con ella. Ambos somos personas afables y tranquilas, de buen trato. Eso era importante para llevar a cabo nuestro intercambio de fantasías.
La mía llegó con los postres. El pastel que había preparado era de coco pero la crema tenía un ingrediente especial: mi propio semen. Había estado acumulando durante un par de semanas y cuidadosamente conservando mi líquido para la realización de una receta que tenía mucho de improvisada, ante la falta de este ingrediente en los habituales recetarios. No era desde luego la mayor de mis fantasías, pero siempre había querido ver cómo un hombre engañado llegaba al punto de participar en su infamia hasta llegar a probar la leche del que le roba la honra.
Corté sendos trozos de pastel y los repartí entre nosotros. Yo también tomé mi parte, pues en modo alguno era cosa repugnante y tenía curiosidad por el resultado final.
Continuamos charlando de forma distendida, sobre anécdotas de mi profesión. Nadie notó nada, lo cual era lógico por cuanto el sabor del coco anulaba cualquier atisbo del ingrediente secreto. Laura comía con recelo, llegó a pensar que la había engañado y que no me había atrevido a hacer realmente un pastel con semen para que se lo tomase su marido. El caso es que con el café nos terminamos los trozos y aún quedaba más de medio pastel en la bandeja. Ahí le insistimos a David para que se tomase otro trozo. Laura y yo rehusamos y David, que confesó ser un gran amante del dulce, se tomó otro pedazo.
Aún Laura no le había traicionado pero sería cuestión de pocos días. Ya era David un cornudo aunque todavía sin corona. Le veía relamerse tomando el relleno y no podía sino imaginarme cómo sería hacer el amor con su mujer. Me gustaría tomarla por detrás y decirle cosas excitantes al oído, acariciándola, mientras le dejaba sentir en sus nalgas la dureza de mi pene, antes de encontrarse más a fondo con él.
Laura me contó luego que el pastel le ayudó a digerir la infidelidad a David, que le hizo comprender definitivamente que tenía que engañarlo porque no era lo suficientemente hombre para saciarla.
Veía a David relamerse con el postre y sentía hasta un poco de asco, pero he de reconocer que todo me parecía muy excitante. Era como hacerlo un cornudo consentido, que disfruta del amante de su esposa.
David dijo que realmente había disfrutado con el pastel, y se disponía a recoger los platos. Pero le sugerí que ya que sólo quedaba un trozo hiciera el favor de terminárselo. Se excusó diciendo que ya estaba muy lleno y que había sido el único que había repetido.
Pero tanto Laura como yo le insistimos, haciéndole entender que sería una descortesía hacia mí. Al final accedió, con reparos. Se puso a comer el pastel casi sin poder tragarlo. Fue entonces cuando noté que Laura estaba realmente excitada con la situación, su pobre marido tomándose los mocos de otro hombre, y ella haciéndole que comiera con resignación. A mi me gustaba la escena, porque tragaba con disgusto, por qué no decirlo porque me sentía el dominador de toda la situación.
Al final David se tragó todo el pastel, al día siguiente tendría dolor de estómago según me contara Laura. Tras una copa me excusé y me marché. Laura y yo nos gustamos lo suficiente como para que ella se decidiera a cumplir la fantasía que habíamos pactado. Pero esa es otra historia.