El pasillo oscuro

Relato de Mariángeles. Varios autores de TR hacen una incursión en el género literario del relato fantástico. El ejercicio tiene como argumento obligado una biblioteca.

LOS RELATOS FANTÁSTICOS DE LOS AUTORES DE TR.

LA BIBLIOTECA

El pasillo oscuro – por Mariángeles

Me apasiona el misterio, la brujería, el esoterismo. En realidad entre mis amistades tengo cierta fama de poseer el Don de la clarividencia y cuando tienen algún contratiempo, suelen mostrarme sus manos para ver si, entre sus líneas, yo encuentro una solución. Creo que me ven como a una "brujita blanca" y piensan que puedo ayudarlas con sus problemas.

Pero no hablemos más de mí, de lo que quiero hablar es de mi pueblo, y más concretamente de mi calle. Vivo en un próspero y moderno pueblo de Cataluña, donde cualquier negocio que se pone suele funcionar, en todos sitios, en cualquier calle (en todas) menos en la mía, y no lo entiendo…es una calle preciosa, ancha, céntrica, iluminada, con muchos aparcamientos en ella y en sus alrededores, pero cualquier negocio que se instala en su superficie (salvo raras excepciones) está condenado a desaparecer, en algunos casos, antes de cumplir el primer año.

Siempre me inquietó el tema, y pensé que la calle en sí tendría la culpa de tantos fracasos mercantiles, y como soy muy imaginativa, me monté una película donde unas brujas, en tiempos de la inquisición, al ser quemadas en la hoguera en nombre de una religión mal entendida, maldecían al pueblo y sobre todo el sitio donde fueron sacrificadas. Comencé mi labor investigadora consultando a los más ancianos del lugar, y me enteré que la zona donde ahora estaba mi preciosa calle, antiguamente había sido un pantano, pero nadie sabía darme la suficiente información para que yo descartase o asegurase mi teoría.

Busqué en todas las librerías, pero la historia más antigua que encontré databa del año 1600 y yo buscaba algo de mucho más atrás, al fin, en una de ellas, me hablaron de un libro, un libro muy antiguo que se guardaba en la biblioteca de mi pueblo, pero que no creían que me lo prestasen porque era un ejemplar único que se había salvado de varias guerras y unos cuantos incendios.

Aprovechando que era verano y tenía las tardes libres, decidí pasar un par de horas diarias dedicadas a la lectura y a la investigación, por eso decidida me acerqué hasta el recinto. La biblioteca de mi pueblo es moderna, muy grande y bien atendida. La edificaron, hacía solamente cinco años, sobre los restos de la antigua, que se quemó misteriosamente una noche de San Juan, en su interior todo era quietud, los suelos enmoquetados evitaban hasta el más simple sonido de las sillas al moverse.

No tuve ningún impedimento para poder leer el antiquísimo manuscrito, pero siempre dentro del recinto, y me acostumbré a ir cada día a las cuatro de la tarde. Me sentaba en una mesa en el centro desde donde se divisaban los pasillos formados por las grandes estanterías que casi llegaban al techo, seis pasillos totalmente iluminados y el séptimo, el primero que quedaba a mi derecha, a oscuras. El primer día no le di importancia, pero al pasar los días me intrigaba que, en un sitio tan cuidado, tuviesen uno de los pasillos casi sin iluminación, pero como en realidad lo que yo necesitaba era el enorme libro que cada día la bibliotecaria colocaba con mimo sobre mi mesa, lo tomé como una simple anécdota y no le presté más atención.

Eso, los primeros cinco días, porque al que hacía el sexto… Era sábado por la tarde, la noche anterior había estado de juerga y esa mañana había ido a trabajar sin acostarme, estaba muerta, pero no quería perderme la lectura (soy bastante obsesiva, cuando algo se mete en mi cabeza).Estaba ensimismada leyendo la historia de una tal Rosario (una curandera que por los años 1480 se dedicaba a preparar mejunjes con hierbas) cuando, un alboroto en la entrada, llamó mi atención. Volví la cara curiosa y vi a un joven de unos veinte años que discutía con un hombre mayor. La bibliotecaria les llamó la atención y el hombre se fue mientras que el joven entró decididamente y se dirigió al pasillo sin luz.

Si no hubiese sido por el alboroto en la puerta, nunca me hubiese fijado en él, pero, desde ese momento, mis ojos le siguieron y como si un imán los hubiese atraído, no se podían apartar del oscuro pasillo donde se adentró.

Pasó un rato y el joven no salía, yo estaba a la expectativa, ¿Qué podría buscar allí? ¡Si casi no se veía! Tenía que irme… ya habían pasado mis dos horas, pero me intrigaba saber lo que estaba haciendo allí dentro. Así que, decidida, me levanté y me dirigí al pasillo, me asomé y allí no había nadie. Claro, pensé, debe haber salido por otro y no me he dado cuenta, entré en el oscuro pasillo buscando una comunicación con el siguiente, pero no la había, las estanterías llegaban hasta la pared y entre ellas no había el menor resquicio por donde se pudiese colar una persona, y yo estaba segura que por aquí no había salido, porque por primera vez en una semana, había perdido el interés por el libro, dedicando toda mi atención al enigmático pasillo.

Entré despacio, observándolo todo. Mi vista iba de un lado a otro de las estanterías aprovechando la mínima iluminación que llegaba para intentar averiguar por donde se escabulló el desconocido personaje, mis manos se paseaban por los lomos de los libros (tan bien colocados que parecían pegados). Al fin uno de ellos rompía la simetría del conjunto y sobresalía un poco de su sitio habitual, tiré de él intrigada y el suelo se abrió bajo mis pies, de pronto me vi cayendo en una poza sin fin donde las estrechas paredes golpeaban mi cuerpo durante el descenso, no sé en qué momento debí perder el conocimiento, pero no recordaba haber llegado al suelo cuando desperté en lo que parecía una choza.

Me costaba abrir los ojos, todo mi cuerpo estaba dolorido, el catre donde me hallaba acostada olía a humedad y me costaba respirar. Me esforcé en mirar a mí alrededor. Una mujer de unos cincuenta años, alta, recia, vestida con unas faldas largas y una camisa floreada, estaba atareada guisando algo en una gran olla. Aún no se había dado cuenta que yo había despertado. Intenté darme la vuelta y un gemido de dolor se escapó de mi garganta.

¿Te encuentras mejor? - Dijo la mujer acercándose a mí con un gran tazón en las manos.

Me duele todo ¿Quién eres?

Soy Rosario, vivo en el Pantano y te encontré esta tarde a las afueras, te traje conmigo porque se oían los perros y pensé que te buscaban.

¿Pero dónde estoy?

Estamos en el centro del pantano, hasta ahora era seguro, pero cada día los perros se acercan más, creo que me buscan.

Estuvimos hablando largo rato, me contó que su madre, su abuela, y anteriormente otras mujeres de su familia se dedicaban a recoger hierbas y preparaban remedios para curar las enfermedades. Hasta ahora nunca habían tenido problemas pero, de un tiempo a esta parte, las envidias y las maledicencias, habían conseguido que su labor fuese perseguida como si fuese obra del diablo, y se veía obligada a vivir escondida, rodeada de insectos y de alimañas.

A lo lejos se escuchaban los ladridos de los perros, y en la quietud del pantano se percibía un murmullo apagado de las voces de los acosadores.

Intenté ponerme en pié, pero no podía, me dolía terriblemente la cabeza y al intentar incorporarme creí volver a perder el conocimiento.

Estate quieta, no debes moverte. -Dijo Rosario poniendo una cataplasma sobre mi cabeza.- Aquí estamos a salvo, esta choza está casi bajo tierra y es muy difícil que nos encuentren.

Pero cada vez se oían más cerca, y yo me daba cuenta que sólo lo decía para tranquilizarme, se acercó hasta la puerta y después de escuchar durante un rato volvió a entrar y apagó la vela, sus ojos brillaban en la oscuridad, la sentía nerviosa, aunque ella intentaba aparentar una tranquilidad que estaba muy lejos de sentir, se daba cuenta que estábamos acorraladas, y que cada vez estaban más cerca.

Tenemos que hablar. -Me dijo- Hay que salir de aquí, pero las dos juntas no llegaríamos a ningún sitio, además tú no estás en condiciones de moverte, intentaré atraerlos y así los alejaré de la choza, sobre todo, tú no hagas ruido.

Antes de que me diera tiempo de reaccionar se había envuelto en una pañoleta y salió deprisa.

Me quedé sola, quieta, atenta al menor de los sonidos, debió pasar como una hora cuando todo cambió, ya no era un murmullo, era un griterío claro… revuelto con los ladridos y los gritos de terror, comprendí que la habían encontrado, y mi corazón se aceleró imaginando lo que estaba a punto de pasar.

Me dejé caer al suelo, ahogando los gritos de dolor que venían a mi garganta, me arrastré hasta la puerta, y vi, no muy lejos, unas llamaradas que iluminaban la fría noche, los gritos aterrorizados de Rosario amenazaban con romper mis tímpanos y el olor inconfundible de carne requemada ya no me dejó dudas de lo que estaba ocurriendo. Mi corazón parecía un caballo desbocado y las lágrimas corrían por mis mejillas, mientras los desgarradores gritos acallaban las falsas oraciones de sus verdugos.

No sé cuanto tiempo duró, perdí la noción del tiempo, sólo sé que llegó un momento en que sólo se oían los rezos, a Rosario ya no se la oía, o se había desmayado o Dios había sido piadoso y se la había llevado con él. Volví a arrastrarme al interior de la choza, no podía incorporarme para subir al catre, por lo tanto, me acurruqué en un rincón. Así estaba cuando escuché voces fuera. Estaba aterrorizada, ahora venían a por mí y me quemarían como a Rosario.

Las voces se acercaban, pero ahora ya no se oía a los perros… Sólo murmullos… Intenté esconderme pero era demasiado tarde, dos hombres ya se asomaban por la puerta

¡Aquí está!- Gritaron.

Me sujetaron con fuerza y mientras me arrastraban hacia la hoguera perdí el conocimiento. Me zarandeaban por el hombro fuertemente intentando despejarme.

¡Señorita, señorita!

¡No, no quiero volver!, no quiero despertar, lo que pase que no me entere, no quiero verlo ni sentirlo.

¡Señorita!

La bibliotecaria con cara de pocos amigos me zarandeaba. Mientras un corro de gente, entre ellos el joven desconocido, me miraban con cara divertida.

¡Que son las nueve!, es hora de cerrar.

Yo miraba a todos los lados, sin comprender todavía dónde estaba, pero las risas de los concurrentes me devolvieron a la realidad. Avergonzada cogí mi bolso y salí corriendo de la biblioteca.

Ya en la calle me percaté de un gran rasguño en mi brazo derecho, y de que mi cuerpo estaba tan dolorido como si me hubiesen dado una paliza. ¿Había soñado? ¿O es que había hecho un viaje astral y visitado el pasado?...

Nunca lo sabré, pero ahora estoy más decidida que nunca a averiguar, la historia del antiguo pantano donde ahora está ubicada mi calle.

© Mariangeles - 2005